lunes, 4 de enero de 2016

Juan bautiza a Jesús

BAUTISMO DEL SEÑOR (C)




            De Lucas 3,15-16.21-22

             Como el pueblo estaba expectante, y todos se preguntaban en su interior sobre Juan si no sería el Mesías, Juan les respondió dirigiéndose a todos: «Yo os bautizo con agua; pero viene el que es más fuerte que yo, a quien no merezco desatarle la correa de sus sandalias. Él os bautizará con Espíritu Santo y fuego […] Y sucedió que, cuando todo el pueblo era bautizado, también Jesús fue bautizado; y, mientras oraba, se abrieron los cielos, bajó el Espíritu Santo sobre él con apariencia corporal semejante a una paloma y vino una voz del cielo: «Tú eres mi Hijo, el amado; en ti me complazco».

           
1.- La pretensión de Juan es que la gente tome conciencia de su pecado, pueda descubrir a Dios y encontrarse con Él también de una forma amigable y misericordiosa. Las diatribas lanzadas por el Profeta intentan provocar una conversión que, por una parte, alcance al individuo, al pueblo y a toda la humanidad; y, por otra, suponga en el creyente un cambio de corazón, de toda la interioridad humana y que se exprese en la conducta. Se hace referencia al término vuelta, retorno al camino de Dios, que jamás se debió abandonar. Alcanza, pues, lo más profundo de la persona y va más allá de la práctica religiosa. La expresión externa del arrepentimiento es el bautismo que ofrece. De ahí su nombre de «Bautista».— Jesús coincide con el Bautista en proclamar la situación de infidelidad en la que se encuentra Israel, dirigido por unas autoridades religiosas que, en connivencia con los poderes económicos y políticos, impiden una relación entre los creyentes y el Señor, sobre todo según las tradiciones proféticas. Por fin Dios anuncia una intervención definitiva sobre todos nosotros. El mensaje que nos da el Señor es la necesidad de nuestra conversión urgente, de un cambio de rumbo en nuestra vida.

2.- «En cuanto salió del agua, vio que los cielos se rasgaban y el Espíritu bajando sobre él como una paloma» (Mc 1,10). Dios ha encontrado a alguien disponible a quien entregarse plena y personalmente y preparado para que le obedezca.   Dios se dirige a Jesús como su Padre; se relaciona con la cercanía y amor que colma la vida de Jesús, lo cual le señala como Hijo único, el amado, el predilecto. La alegría divina de haber encontrado a alguien que le responda a su amor y realice la tarea que tantas veces ha encomendado a Israel, se fundamenta en que va a instaurar la justicia y el derecho en todo el mundo, y con el testimonio de una mansedumbre que es capaz de ofrecer su vida por todos. La declaración divina puede entenderse como una llamada que hace Dios a Jesús. Y es una llamada para que cumpla su voluntad con un estilo muy diverso de aquel que pregona la gloria y el poder para su enviado, según señalan las tradiciones. La vocación de Jesús es nuestra vocación cristiana; es la llamada que nos hace continuamente el Señor para hacer presente su vida de amor a todos nuestros hermanos desde nuestra vida sencilla y humilde.

3.- No se sabe con certeza cuándo surge en Jesús la experiencia de su peculiar filiación divina y la posesión del Espíritu con el que desarrolla la proclamación del Reino. La tradición cristiana coloca esta conciencia de Jesús en el bautismo por Juan, donde Dios le revela su identidad y misión. Esto significa el preámbulo de su actividad pública y, por consiguiente, un cambio trascendental de su vida, que su familia no ha presentido a lo largo de su convivencia doméstica. Y se observa cuando Jesús vuelve a su pueblo después de un primer contacto con la muchedumbre, a la que anuncia el Reino con unos hechos sorprendentes, y «fue predicando y expulsando demonios en sus sinagogas por toda la Galilea» (Mc 1,39). Y su familia, incluida su Madre, se extrañan de esta cambio trascendental de su vida (cf. Mc 6,2-3). — Es probable que Jesús esté un tiempo con Juan. El relato de la vocación de los primeros discípulos del evangelio de Juan así lo supone. Jesús está cerca de «Betania, junto al Jordán, donde Juan bautizaba» (Jn 1,28). Está, pues, fuera de su contexto familiar y de su trabajo. Sucede que dos discípulos de Juan, Andrés y Felipe, dejan al maestro y siguen a Jesús, lo que sugiere que éste los conoce, porque también forman parte del entorno de Juan cuando él emprende un nuevo camino. Este conocimiento previo que tiene Jesús de sus discípulos, donde es posible que todos estén a la espera de la intervención divina anunciada por el Bautista, explica la llamada drástica al seguimiento sin mediar diálogo alguno como se narra en los Evangelios (Mc 1,16-20). Por otra parte, Jesús aparece bautizando con sus discípulos: «... Jesús con sus discípulos se dirigió a Judea; allí se quedó con ellos y se puso a bautizar» (Jn 3,22; cf. 4,1). Se deduce, junto con el ser bautizado por Juan, su estancia por un tiempo con el Bautista, y se explica que él siga con la práctica bautismal de su maestro. Nuestra vocación cristiana crece al calor de la cercanía de la vida d Jesús, de la relación con él, de adecuar nuestra vida a sus exigencias.






Juan Bautiza a Jesús

BAUTISMO DEL SEÑOR (C)



            De Lucas 3,15-16.21-22

             Como el pueblo estaba expectante, y todos se preguntaban en su interior sobre Juan si no sería el Mesías, Juan les respondió dirigiéndose a todos: «Yo os bautizo con agua; pero viene el que es más fuerte que yo, a quien no merezco desatarle la correa de sus sandalias. Él os bautizará con Espíritu Santo y fuego […] Y sucedió que, cuando todo el pueblo era bautizado, también Jesús fue bautizado; y, mientras oraba, se abrieron los cielos, bajó el Espíritu Santo sobre él con apariencia corporal semejante a una paloma y vino una voz del cielo: «Tú eres mi Hijo, el amado; en ti me complazco».

            1.- La pretensión de Juan es que la gente tome conciencia de su pecado, pueda descubrir a Dios y encontrarse con Él también de una forma amigable y misericordiosa. Las diatribas lanzadas por el Profeta intentan provocar una conversión que, por una parte, alcance al individuo, al pueblo y a toda la humanidad; y, por otra, suponga en el creyente un cambio de corazón, de toda la interioridad humana y que se exprese en la conducta. Se hace referencia al término vuelta, retorno al camino de Dios, que jamás se debió abandonar. Alcanza, pues, lo más profundo de la persona y va más allá de la práctica religiosa. La expresión externa del arrepentimiento es el bautismo que ofrece. De ahí su nombre de «Bautista».— Jesús coincide con el Bautista en proclamar la situación de infidelidad en la que se encuentra Israel, dirigido por unas autoridades religiosas que, en connivencia con los poderes económicos y políticos, impiden una relación entre los creyentes y el Señor, sobre todo según las tradiciones proféticas. Por fin Dios anuncia una intervención definitiva sobre todos nosotros. El mensaje que nos da el Señor es la necesidad de nuestra conversión urgente, de un cambio de rumbo en nuestra vida.

2.- «En cuanto salió del agua, vio que los cielos se rasgaban y el Espíritu bajando sobre él como una paloma» (Mc 1,10). Dios ha encontrado a alguien disponible a quien entregarse plena y personalmente y preparado para que le obedezca.   Dios se dirige a Jesús como su Padre; se relaciona con la cercanía y amor que colma la vida de Jesús, lo cual le señala como Hijo único, el amado, el predilecto. La alegría divina de haber encontrado a alguien que le responda a su amor y realice la tarea que tantas veces ha encomendado a Israel, se fundamenta en que va a instaurar la justicia y el derecho en todo el mundo, y con el testimonio de una mansedumbre que es capaz de ofrecer su vida por todos. La declaración divina puede entenderse como una llamada que hace Dios a Jesús. Y es una llamada para que cumpla su voluntad con un estilo muy diverso de aquel que pregona la gloria y el poder para su enviado, según señalan las tradiciones. La vocación de Jesús es nuestra vocación cristiana; es la llamada que nos hace continuamente el Señor para hacer presente su vida de amor a todos nuestros hermanos desde nuestra vida sencilla y humilde.

3.- No se sabe con certeza cuándo surge en Jesús la experiencia de su peculiar filiación divina y la posesión del Espíritu con el que desarrolla la proclamación del Reino. La tradición cristiana coloca esta conciencia de Jesús en el bautismo por Juan, donde Dios le revela su identidad y misión. Esto significa el preámbulo de su actividad pública y, por consiguiente, un cambio trascendental de su vida, que su familia no ha presentido a lo largo de su convivencia doméstica. Y se observa cuando Jesús vuelve a su pueblo después de un primer contacto con la muchedumbre, a la que anuncia el Reino con unos hechos sorprendentes, y «fue predicando y expulsando demonios en sus sinagogas por toda la Galilea» (Mc 1,39). Y su familia, incluida su Madre, se extrañan de esta cambio trascendental de su vida (cf. Mc 6,2-3). — Es probable que Jesús esté un tiempo con Juan. El relato de la vocación de los primeros discípulos del evangelio de Juan así lo supone. Jesús está cerca de «Betania, junto al Jordán, donde Juan bautizaba» (Jn 1,28). Está, pues, fuera de su contexto familiar y de su trabajo. Sucede que dos discípulos de Juan, Andrés y Felipe, dejan al maestro y siguen a Jesús, lo que sugiere que éste los conoce, porque también forman parte del entorno de Juan cuando él emprende un nuevo camino. Este conocimiento previo que tiene Jesús de sus discípulos, donde es posible que todos estén a la espera de la intervención divina anunciada por el Bautista, explica la llamada drástica al seguimiento sin mediar diálogo alguno como se narra en los Evangelios (Mc 1,16-20). Por otra parte, Jesús aparece bautizando con sus discípulos: «... Jesús con sus discípulos se dirigió a Judea; allí se quedó con ellos y se puso a bautizar» (Jn 3,22; cf. 4,1). Se deduce, junto con el ser bautizado por Juan, su estancia por un tiempo con el Bautista, y se explica que él siga con la práctica bautismal de su maestro. Nuestra vocación cristiana crece al calor de la cercanía de la vida d Jesús, de la relación con él, de adecuar nuestra vida a sus exigencias.






                                                  EPIFANÍA DEL SEÑOR

                                    
De San Mateo 2,1-12.

Jesús nació en Belén de Judá en tiempos del rey Herodes. Entonces, unos Magos de Oriente se presentaron en Jerusalén diciendo: ¿Dónde está el Rey de los judíos que ha nacido? Porque hemos visto salir su estrella y venimos a adorarlo. Al enterarse el rey Herodes, se sobresaltó, y todo Jerusalén con él; convocó a los sumos pontífices y a los letrados del país, y les preguntó dónde tenía que nacer el Mesías. Ellos le contestaron: - En Belén de Judá, porque así lo ah escrito el Profeta: «Y tú, Belén, tierra de Judá, no eres ni mucho menos la última de las ciudades de Judá; pues de ti saldrá un jefe que será el pastor de mi pueblo Israel».
Entonces Herodes llamó en secreto a los Magos, para que le precisaran el tiempo en que había aparecido al estrella, y los mandó a Belén diciéndoles: -Id y averiguad cuidadosamente qué hay del niño, y, cuando lo encontréis, avisadme, para ir yo también a adorarlo.
Ellos, después de oír al rey, se pusieron en camino, y de pronto la estrella que habían visto salir comenzó a guiarlos hasta que vino a pararse encima de donde estaba el niño. Al ver la estrella, se llenaron de inmensa alegría. Entraron en la casa, vieron al niño con María, su madre, y, cayendo de rodillas, lo adoraron. Después, abriendo sus cofres, le
ofrecieron regalos: oro, incienso y mirra. Y habiendo recibido en sueños un oráculo para que no volvieran a Herodes, se marcharon a su tierra por otro camino.

1.- El relato se divide en dos partes: el encuentro de los Magos con el verdadero rey de los judíos: Jesús; y con falso rey: Herodes. La guía para encontrar a Jesús es la estrella, que desaparece cuando tropiezan con Herodes y aparece de nuevo cuando se dirigen a Belén.  Herodes y Jerusalén evocan la persona, la ciudad, las instituciones religiosas y políticas y el pueblo  que dan muerte a Jesús. La causa oficial es que se hacía rey de los judíos, como lo es en verdad desde la perspectiva cristiana. Los magos, es decir, los paganos que habitan fuera de la tierra santa, lo reconocen como Mesías y le traen lo mejor de sus tierras: oro, incienso y mirra, resinas de árboles del Medio Oriente empleados para el culto, la cosmética y ciertos medicamentos.

2.-  Los representantes de todos los pueblos de la tierra se postran ante Jesús. Reconocen su dignidad y se encuentran con el Dios universal por medio de Jesús niño, de una familia humana. La adoración de los Magos significa que reconocen a Jesús como el enviado de Dios para la salvación de los hombres y de la creación. Es la actitud opuesta a la de sus paisanos israelitas, que son los depositarios de las promesas divinas.  Cuando Jesús predica en Nazaret le intentan arrojar por unas peñas en señal de rechazo de su predicación y de su persona. «Pero Jesús se abrió paso entre ellos y seguía su camino» (Lc 4,30). A los nazarenos se les ha escapado la gracia; la salvación se ha trasladado a otros pueblos.

3.- El relato de los Magos es un aviso muy serio a Israel y a los cristianos europeos, que podemos situarnos fuera del ámbito divino y dejarnos solos y desamparados ante el poder de la soberbia, el odio, la violencia y el dinero.  Jesús manda predicar el Evangelio a todas las gentes marginando a Israel; el pueblo elegido es el pasado de la presente historia de la salvación. Lo mismo afirmamos hoy para nuestra cultura occidental cristiana. La depreciación de los valores cristianos en las instituciones y en las personas, es un aviso que la fe se traslada de cultura; viaja a otras sociedades y continentes, donde se acoge a Jesús con más amor y se le reconoce su poder salvador. En Europa nos vamos reduciendo a grupos pequeños de creyentes. La gran Iglesia desaparece ante el laicismo radical y agresivo. Y no obstante debemos considerar a Jesús como el enviado del Señor para salvarme y salvarnos, y, convencidos de ello, proclamarlo a los cuatro vientos.