domingo, 13 de marzo de 2016

La misericordia. San Francisco: Carta a un Ministro: II-4

                                                                  La Encarnación

                                                                                  II-4

            La vida de Jesús como encarnación del Logos tiene como fin reconducir la vida para transformarla en hija de Dios. Así lo leen los cristianos, y proponen el paso de estar dominado por el príncipe de este mundo, o sometido a las estructuras de pecado que nos esclavizan, a estar en el reino de la luz y de la vida[1]. Para pertenecer al reino de la luz, hay que saber cuál es, y a partir de este conocimiento, descubrir, renunciar, denunciar y vencer las estructuras del mal[2]. Jesús lo hace en los exorcismos: «Yo veía a Satanás caer del cielo como un rayo»[3].      
            A las estructuras del mal se las derrota, no se las convierte; se las sustituye con otras que respondan a los valores que fundamentan la dignidad humana. Quien se convierte es el hombre individualmente, no la institución. Y esa victoria sobre el mal institucionalizado la adelanta Dios al resucitar a Jesús, con lo que se inicia el mundo «nuevo» proyectado desde su principio que inaugura el Espíritu con la vida humana. Porque Jesús es la primicia de una promesa que corresponde a toda la creación y, naturalmente, a toda la humanidad[4], que el Espíritu se encarga de llevarla adelante. El poder del Espíritu que reconduce la historia está ya actuando, y no es una orientación exclusivamente de futuro, aunque su plenitud se sitúa en dicho horizonte[5]. La perspectiva divina divisa a todos los hombres iguales, porque Dios es Creador de ellos. Y esa mirada de Dios permanece en el tiempo a pesar de la rebeldía humana. Porque Él es, a la vez y para confianza de todos, «el que da vida a los muertos y llama a existir lo que no existe»[6]. La potencia de salvación que proviene del Señor y que Él instala en el corazón humano es gratuita, y la ofrece por su Hijo en el Espíritu, y no está condicionada por los intereses humanos, a fin de que resplandezca con nitidez la identidad y función de las criaturas en la creación y la posibilidad misma de realizarse como persona según la voluntad divina.
            Situados, pues, en la creación y en la historia humana, Francisco parte de una transformación personal, que alcanza a toda la realidad al entenderla desde la perspectiva del Señor. Es lo que le enseña al Ministro.



[1] Cf. Jn 12,31; 14,30; etc.
[2] Cf. Jn 3,3.5; 7,7; 12,31; etc.
[3] Lc 10,18.
[4] Textos: 1Cor 15,20-22; 45-49; Rom 1,16-17; 3,29-30; 8,9.
[5] Rom 8,24: «Porque nuestra salvación es en esperanza».
[6]  Rom 4,17; cf. Gén 17,5; Dt 32,39; Is 48,13; Heb 11,19.

1 comentario:

  1. Es lo que necesitamos tomar conciencia de mi propia transformación. Si cada miembro de las Comunidades lo hacemos sería la antesala del Cielo. Que la misericordia de Dios nos.fortlezca y transforme cada día.

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