lunes, 18 de enero de 2016

El año de gracia

DOMINGO III (C) 


        Lectura del santo Evangelio según San Lucas  1,1-4; 4,14-21.
            Ilustre Teófilo: Muchos han emprendido la tarea de componer un relato de los hechos que se han verificado entre nosotros, siguiendo las tradiciones transmitidas por los que primero fueron testigos oculares y luego predicadores de la Palabra. Yo también, después de comprobarlo todo exactamente desde el principio, he resuelto escribírtelos por su orden para que conozcas la solidez de las enseñanzas que has recibido.
            En aquel tiempo, Jesús volvió a Galilea, con la fuerza del Espíritu; y su fama se extendió por toda la comarca. Enseñaba en las sinagogas y todos lo alababan. Fue Jesús a Nazaret, donde se había criado, entró en la sinagoga, como era su costumbre los sábados, y se puso en pie para hacer la lectura. Le entregaron el Libro del Profeta Isaías y, desenrollándolo, encontró el pasaje donde estaba escrito:
«El Espíritu del Señor está sobre mí, porque él me ha ungido.
Me ha enviado para dar la Buena noticia a los pobres,
para anunciar a los cautivos la libertad,
y a los ciegos, la vista.
Para dar libertad a los oprimidos;
para anunciar el año de gracia del Señor».
Y enrollando el libro, lo devolvió al que le ayudaba y se sentó. Toda la sinagoga tenía los ojos fijos en él. Y él se puso a decirles: -Hoy se cumple esta Escritura que acabáis de oír.


          
  1.- Texto. Lucas dedica a Teófilo el Evangelio que ha escrito, una vez que ha examinado las fuentes consultadas: el evangelio de Marcos, los dichos de Jesús, las que transmite su comunidad cristiana, etc. A todo ello le da su orientación personal: la defensa de los pobres, de las mujeres, de la misericordia y bondad del Señor, etc.―  El Espíritu conduce a Jesús a Nazaret; en concreto, a la sinagoga de su pueblo. De la soledad del desierto pasa a vivir en medio de sus conocidos. Jesús toma el rollo de la Escritura y lee al profeta Isaías (61,1-2) y se identifica como el profeta esperado por Israel para liberarse de los imperios que lo esclavizan, una esclavitud que comienza en el año 587 a.C. Son quinientos años sometidos a las potencias de turno. Y concreta su misión con estas afirmaciones fundamentales: comunica la buena noticia a los pobres, la libertad a los exilados y oprimidos, y el anuncio del año jubilar en el que se restituían las posesiones a sus amos, se dejaba de trabajar, se perdonaban los pecados, se daba la libertad a los esclavos, etc.  Lucas quita expresamente de la lectura del párrafo de Isaías que el enviado del Señor va a «sanar los corazones rotos»  y llega «el tiempo de la venganza del Señor». En su anuncio de la Buena Nueva no hay un juicio de condena.


           
2.- Mensaje. Jesús afirma, al final de su lectura en la sinagoga, que empieza a cumplirse lo que Isaías ha profetizado. Es decir, está al alcance de la mano la liberación espiritual, política y económica que espera Israel desde hace tanto tiempo. Es una oportunidad que le ofrece a los oyentes para cambiar su vida, porque Dios se ha dirigido «hoy», es decir, de una manera definitiva, a los excluidos de los bienes de esta tierra. No hay que esperar al final de los tiempos para que cambie radicalmente las situación de injusticia que se da en esta vida, como se describe en la parábola del pobre Lázaro y el rico (cf. Lc 16,19-31). Por eso, sana a los enfermos, devuelve la libertad a los poseídos por el diablo, perdona los pecados. Sus paisanos comprueban que el hijo de María y José ha comenzado la liberación de todas las personas y de toda la persona humana. Por eso, quedan admirados en principio.

           
3.- Acción. Los cristianos debemos vivir y proclamar la salvación del mal que Jesús ha inaugurado, y que es una realidad tangible. Hay que excluir dos extremos que con frecuencia observamos: todo está mal, porque la salvación de Jesús es una falacia ante el poder del mal; hay que esperar la salvación al final de la historia. O todo va bien, porque Cristo nos ha redimido y no puede existir el mal, sino en aquellos que son rebeldes a su relación de amor. La experiencia y fe cristiana remite una vez más a Jesús. Él demuestra que el Señor ya ha empezado a salvar; no tenemos que esperar el juicio final para que se le haga justicia al enfermo y pobre Lázaro. Baste observar los avances materiales, psíquicos, intelectuales y espirituales que los cristianos hemos llevado a cabo en estos años de influencia creyente. La salvación comienza aquí, en nuestra historia personal y  colectiva. Pero tampoco debemos ser tan ingenuos para pensar que podemos vencer definitivamente al mal situado en nuestra cultura y en nuestros corazones. Él sigue siendo más potente; solo el Señor, al final de los días, lo destruirá en su totalidad.



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