lunes, 26 de octubre de 2015

Domingo XXXI (B): Amar a Dios y el prójimo

DOMINGO XXXI (B)



            Lectura del santo Evangelio según San Marcos 12,28-34.

            En aquel tiempo, un letrado se acercó a Jesús y le preguntó: -¿Qué mandamiento es el primero de todo? Respondió Jesús: -El primero es: «Escucha, Israel, el Señor nuestro Dios es el único Señor: amarás al Señor tu Dios con todo tu corazón, con toda tu alma, con toda tu mente, con todo tu ser.» El segundo es este: «Amarás a tu prójimo como a ti mismo.» No hay mandamiento mayor que estos.
            El letrado replicó: -Muy bien, Maestro, tienes razón cuando dices que el Señor es uno solo y no hay otro fuera de él; y que amarlo con todo el corazón, con todo el entendimiento y con todo el ser y amar al prójimo como a uno mismo vale más que todos los holocaustos y sacrificios.
            Jesús, viendo que había respondido sensatamente le dijo: -No estás lejos del Reino de Dios. Y nadie se atrevió a hacerle más preguntas.

1.- Arranca el mandamiento de una experiencia irrenunciable para nosotros: Dios, que es uno (Mc 12,29.32), absorbe todas las capacidades humanas para su reconocimiento en la vida por medio de la adoración. Dios desea una reciprocidad intensa y excluye las medianías y cálculos en las respuestas a su entrega amorosa. Corazón, alma, mente y fuerzas resumen la entrega total y sin condiciones: «Nadie puede servir a dos señores. Porque despreciará a uno y amará al otro; o, al contrario, se dedicará al primero y no hará caso del segundo» (cf. Mt 6,24). Además, el amor  lleva consigo la iniciativa sin interés, el respeto al otro, que cuando es Dios se transforma en alabanza y adoración, y la dimensión cognoscitiva que completa a la afectiva.

2.- Jesús añade, a continuación, el amor al prójimo, que después va a resultar la clave de nuestra salvación: «Venid benditos de mi Padre, porque tuve hambre y me disteis de comer, tuve sed y me disteis de beber, estuve encarcelado y me visitasteis;…..»        . Pero en el tema del amor, Jesús da un paso más. Es la última antítesis de Mateo: «Habéis oído que se dijo: Amarás a tu prójimo (Lev 19,18) y odiarás a tu enemigo. Pues yo os digo: Amad a vuestros enemigos, rezad por los que os persiguen. Así seréis hijos de vuestro Padre del cielo, que hace salir su sol sobre malos y buenos y hace llover sobre justos e injustos. Si amáis solo a los que os aman, )qué premio merecéis? También lo hacen los recaudadores. Si amáis solo a vuestros hermanos, )qué hacéis de extraordinario? También lo hacen los paganos. Sed, pues, perfectos como vuestro Padre del cielo es perfecto» (Mt 5,43-48; Lc 6,27-28.35). El punto de partida de esta exigencia de Jesús es el amor de Dios a su criatura, la ilimitada ternura o la libre cercanía del amor de Dios a toda persona. Esto provoca la profunda alegría y el gozo interior de los que descubren y aceptan este nuevo movimiento divino, y les obliga a vivirlo con todos los hombres en el contexto de la presencia del Reino.

3.- Si esto es así, el campo de las relaciones humanas se queda sin fronteras al no levantar Dios muro alguno para establecer contacto con los vivientes. Por su paternidad universal fundamenta una dignidad común y un común reconocimiento entre todos. Se supera la obligación de no querer a los que no forman parte del pueblo o de la misma etnia o familia, o son aborrecibles por su conducta, además de borrar la imagen de un Dios que simboliza la violencia humana. Jesús recomienda la oración por los enemigos ―rezad por los que os persiguen― ante la experiencia del rechazo personal y social que muchas personas sufren. La razón no es la participación de una misma naturaleza, o defender la armonía del cosmos como espejo de la bondad de Dios al estilo griego, o el texto del Salmo (145,9): «El Señor es bueno con todos». Jesús absolutiza y radicaliza el amor como obras y acciones concretas que determinan nuestra conducta permanente ante el que nos descalifica y nos hace un daño real. Presupone la afirmación de Lucas: los que os odian, los que os maldicen, los que os injurian (Lc 6,17), lo que lleva consigo ser bien vistos por Dios: «Bienaventurados los perseguidos...» (Mt 5,10-11). Y somos del agrado divino porque reproducimos el amor paterno de Dios a todas sus criaturas (Mt 5,9).



Domingo XXXI (B): Amar a Dios y al prójimo

DOMINGO XXXI (B)



            Lectura del santo Evangelio según San Marcos 12,28-34.

            En aquel tiempo, un letrado se acercó a Jesús y le preguntó: -¿Qué mandamiento es el primero de todo? Respondió Jesús: -El primero es: «Escucha, Israel, el Señor nuestro Dios es el único Señor: amarás al Señor tu Dios con todo tu corazón, con toda tu alma, con toda tu mente, con todo tu ser.» El segundo es este: «Amarás a tu prójimo como a ti mismo.» No hay mandamiento mayor que estos.
            El letrado replicó: -Muy bien, Maestro, tienes razón cuando dices que el Señor es uno solo y no hay otro fuera de él; y que amarlo con todo el corazón, con todo el entendimiento y con todo el ser y amar al prójimo como a uno mismo vale más que todos los holocaustos y sacrificios.
            Jesús, viendo que había respondido sensatamente le dijo: -No estás lejos del Reino de Dios. Y nadie se atrevió a hacerle más preguntas.

1.- Texto. Un escriba se le acerca a Jesús y le pregunta sobre el mandamiento más grande de la ley con el sentido del mandamiento que está por encima de todos (cf. Mt 22,36). No es cuestión de distinguir entre mandamientos y preceptos más importantes y menos importantes, sino de aquel que manifiesta la única voluntad de Dios más allá de todo el conjunto de la Ley, pero que, a la vez, la funda y la justifica como principio fundamental. No hay mandamiento mayor que amar a Dios y al prójimo. El Reino, pues, revela a un Dios que ama a su criatura como a un hijo, y le exige que le ame. Para esto, Dios da la capacidad para hacerlo con el seguimiento de Jesús, y según la forma con la que Jesús ama: «Todo me ha sido entregado por mi Padre, y nadie conoce al Hijo más que el Padre, y nadie conoce al Padre sino el Hijo y aquel a quien el Hijo se lo quiera revelar. Venid a mí todos los que estáis cansados…» (Mt 11,27s). La potencia del amor de Dios depositada en la vida humana conduce a confiar plenamente en Él, por lo que se vive cumpliendo sus mandatos y caminando por las vías que señala para serle fiel.

2.- Mensaje. Al darle todo el valor a estos dos mandamientos, Jesús impide confundirlos con la tendencia natural de adorar al Ser Supremo y considerar a los demás iguales a uno mismo, como dicta la mejor filantropía griega. Para Jesús es un mandato divino, no es una cuestión de la naturaleza humana. Aunque amar al prójimo como a sí mismo coincide con la regla de oro (Lc 6,31; Mt 7,12): «Como queréis que os traten los hombres, tratadlos vosotros a ellos», con la que indica el servicio para obrar el bien y defiende los intereses de los demás como se hace con los propios. Así supera al amor individual cuando significa la vida egoísta o centrada exclusivamente en el yo cerrado y alejado de las necesidades sociales.

3.- Acción. El mandamiento del amor al prójimo, al unirlo al del amor de Dios, adquiere la dimensión de universalidad que parte del Padre a todos, justos e injustos, y funda la relación fraterna: el pertenecer a una vocación y destino común filial. Nuestro amor al prójimo, pues, abarca el amor al enemigo (cf. Lc 6,27; Mt 5,43-44), el amor al extranjero (Lc 10,25-37) y el amor al pecador (cf. Lc 7,36-50), todos criaturas de Dios. Por consiguiente, el punto de partida es teológico y no antropológico. Cuando Lucas une a este texto (cf. Lc 10,27) la parábola del Samaritano (cf. 10,30-37) ―un extranjero para los judíos―, y propone su conducta como modelo de este tipo de amor, no está lejos del obrar de Jesús, pues su actuación le conduce a dar la vida por muchos (cf. Mc 10,45). Porque la clave de la parábola no está en quiénes son los prójimos (que son todos), sino en la actitud de amor de una persona que hace que todos sean sus prójimos. Este amor, al alejado como servicio hasta la muerte, se une al destino del Maestro, en cuanto expresa la voluntad divina de salvar al hombre marginado, expoliado de su dignidad, aunque sea extranjero o enemigo. El Medio Oriente nos está dando la oportunidad de practicar la enseñanza de Jesús.