domingo, 25 de octubre de 2015

Santos y Beatos, del 28 al 31 de octubre

28 de octubre
Simón y Judas, apóstoles
            Simón ocupa el undécimo lugar en la lista de los Doce. Tiene como apodo el Cananeo o «Zelotes». JudasTadeo es el que pregunta al Señor por qué se manifiesta a sus discípulos y no al mundo (Jn 14, 22).
                                               Común de apóstoles
Oración. Señor Dios nuestro, que nos llevaste al conocimiento de tu nombre por la predicación de los Apóstoles, te rogamos que, por intercesión de San Simón y San Judas, tu Iglesia siga siempre creciendo con la conversión incesante de los pueblos. Por nuestro Señor Jesucristo.


29 de octubre
Restituta Kafka (1894-1943)
            La beata Restituta Kafka nace el 1 de mayo de 1894 en Hussowitz (Moravia. Chequia); es hija de Antonio y María Stehlik. De niña trabaja como empleada de hogar y como vendedora ambulante de tabacos. En 1914 ingresa en las Hermanas Franciscanas de la Caridad Cristiana, en Viena (Austria). Después de la profesión religiosa, sirve en los hospitales Neunkirchen y Lainz y en 1919 en Mölding. Defiende a la Iglesia y su asistencia a los enfermos contra el nacional socialismo. Tiene una especial devoción a la Santísima Virgen Dolorosa. Es detenida por la Gestapo el 18 de febrero de 1942. Es ajusticiada el 30 de marzo 1943. El papa Juan Pablo II la beatifica en Viena el 21 de junio de 1998.
                                               Común de Mártir
Oración. Padre nuestro del cielo, que nos alegras con la fiesta anual de la beata Restituta Kafka, concédenos la ayuda de sus méritos a los que hemos sido iluminados con el ejemplo de su virginidad y de su fortaleza. Por nuestro Señor Jesucristo.

31 de octubre
Cristóbal de Romagna (1172-1272)
El beato Cristóbal de Romagna nace probablemente en Cesentico (Forlí. Italia) hacia el año 1172. Después de cursar los estudios eclesiásticos, se ordena sacerdote. Cuando ejerce la función de párroco en Cesenatino, recibe la visita de San Francisco. Cautivado por el Poverello, deja la parroquia y se incorpora a su discipulado, entrando en la Orden. Lleva una vida de penitencia, siguiendo a Cristo pobre y crucificado. Cuida a los leprosos en los hospitales. San Francisco lo des-tina al sur de Francia para combatir la herejía albigense e implantar la Orden. En Aquitania se distingue por su predicación, su sencillez y amor a la naturaleza, la devoción eucarística y la mariana. Asiste al capítulo de Arlés, en el que predica San Antonio de Padua y se aparece San Francisco. Muere el 31 de octubre de 1272. El papa Pío X aprueba su culto el 12 de abril de 1905.
                        Común de Pastores o Santos Varones
Oración. Dios Padre, lleno de misericordia, que por la predicación del beato Cristóbal de Romagna llevaste a muchos pueblos a la luz de la fe, concédenos, por su intercesión, que cuantos nos gloriamos de llamarnos cristianos mostremos siempre con las obras la fe que profesamos. Por nuestro Señor Jesucristo.
31.1 de octubre
Rainiero de Sansepolcro (1304)
El beato Rainiero Sinigardi nace en Arezzo (Florencia. Italia). Ingresa en la Orden en su ciudad natal y, después de prepararse para vivir en fraternidad, sirve en los oficios de portero y limosnero. Tales menesteres le ponen en contacto con mucha gente pobre y marginada, a los que ayuda en todo lo posible, sin menoscabar la asistencia fraterna a los religiosos. Es compañero de Fr. Maseo, uno de los discípulos de San Francisco. Pasa los últimos años de su vida en Sansepolcro, una ciudad que nace en torno a las reliquias del sepulcro de Jerusalén. Sigue a Jesús pobre y humilde y es muy devoto de la Virgen María, como defiende la espiritualidad franciscana. Muere el 1 de noviembre de 1304. El papa Pío VII aprueba su culto el 18 de diciembre de 1802.
                                               Común de Santos Varones
Oración. Dios nuestro, que otorgaste al beato Rainiero Sinigardi la gracia de imitar a Cristo pobre y crucificado, concédenos por sus ruegos que, viviendo con fidelidad nuestra vocación, podamos alcanzar aquella perfección que tu Hijo nos propuso con su ejemplo. Que vive y reina contigo..

31.2 de octubre
Tomás de Florencia (1370-1447)
            El beato Tomás Bellacci, originario de Florencia (Toscana. Italia). Ingresa en la Orden en la fraternidad de Fiésole (Florencia). Se conduce en la vida fraterna con una penitencia extrema y una vida de oración continua. Tal es así que sus superiores le nombran maestro de novicios, formando a los aspirantes a la vida franciscana en la más estricta observancia. En 1414 acompaña a Juan Stroncone, que promueve la reforma de los observantes en el reino de Nápoles. En 1420, por recomendación del papa Martín V, regresa a la Toscana para enfrentarse a los “Fraticelli”, en compañía del beato Antonio de Stroncone. Crea varias fraternidades, fijando su residencia en Scarlino. Alberto de Sarzana, legado pontificio ante los jacobitas de Siria y otros disidentes orientales, lleva también como compañero al beato Tomás. En Persia, Alberto envía a Tomás con otros tres hermanos a Etiopía. Hecho prisionero por los mahometanos, el papa Eugenio IV lo rescata. Regresa a Roma en 1447 y muere en Rieti, el 31 de octubre de 1447. El papa Clemente XIV aprueba su culto el 24 de agosto de 1771.
                                   Común de Pastores o Santos Varones
Oración. Dios nuestro, que llamaste al beato Tomás Bellacci para que buscara tu Reino en este mundo por la práctica de la caridad y la oración perfecta, concédenos que, fortalecidos por su intercesión, avancemos por el camino del amor con espíritu gozoso. Por nuestro Señor Jesucristo.
31.3 de octubre
Ángel de Acri (1669-1739)
El beato Ángel nace en Acri (Cosenza. Italia) el 19 de octubre de 1669; es hijo de Francisco Falcone y Diana Enrico. Ingresa en el noviciado de los Franciscanos Capuchinos de Acri. Profesa en1691, y, después de cursar los estudios eclesiásticos, es ordenado sacerdote en 1700. Se entrega a la predicación por los pueblecitos de Calabria y del sur de Italia (Cosenza, Rossano, Bisignano, San Marco, Nicastro, Oppodo, etc.). El cardenal Pignatelli le invita a predicar la cuaresma en la catedral de Nápoles. Es también un apóstol del confesionario. Sus devociones son las de la espiritualidad franciscana: la Eucaristía (las Cuarenta Horas), la pasión de Cristo (el Calvario, el Vía crucis) y la Virgen María (la Dolorosa). Desempeña las funciones de maestro de novicios, guardián y superior provincial. Muere en Acri el 30 de octubre de 1739. El papa León XII lo beatifica el año 1825.
                                               Común de Pastores

            Oración. Dios de bondad y de misericordia, que concediste al beato Ángel la gracia de atraer a los pecadores a la penitencia mediante la predicación y los milagros, concédenos, por sus méritos y oraciones, llorar humildemente nuestros pecados y alcanzar la vida eterna. Por nuestro Señor Jesucristo.

Carta a un Ministro de San Francisco. VI

                                                        MISERICORDIA     
                            «CARTA A UN MINISTRO» DE SAN FRANCISCO
                       


                                                                  VI


            d.- Hemos expuesto que la salvación se origina en las entrañas amorosas del Padre, que envía a su Hijo (cf. Jn 3,16), cuya obediencia hace posible dicha salvación (cf. Rom 5,19); a ello se une su relación de amor con el Padre que se sacramentaliza en el servicio, pero cuando el objetivo del servicio son los colectivos humanos marginados, la salvación se entiende hoy día como solidaridad.
           
Salvación, pues, es la solidaridad del Padre con todos sus hijos y de Jesús con sus hermanos.  La solidaridad de Dios se verifica en la solidaridad de su Hijo con los hombres, un destino que Dios tiene pensado «antes de la creación del mundo» (Ef 1,4) y se explicita con la misión de Jesús y con su pasión y muerte. La reflexión del NT al respecto es: el Hijo deja la gloria divina para asumir una condición de esclavo, abandona las riquezas para hacerse pobre[1]; esclavitud y pobreza propias de la condición humana, que él vence y transforma abriendo las puertas de la salvación para todos los que creen en él[2]; y llega a su plenitud cuando muere para vencer a la muerte y darnos la vida a todos (cf. 2Cor 5,14). La vida de Jesús, una vez resucitado, es una oferta permanente de salvación a los hombres cuando se sacramentaliza con el bautismo (cf. Rom 6,3-11), pues el que participa de su muerte también participa de su resurrección: «Ya que, si por un hombre vino la muerte, por un hombre viene la resurrección de los muertos. Como todos mueren por Adán, todos recobrarán la vida por Cristo» (1Cor 15,21-22). La solidaridad es tal que Cristo y los cristianos forman un solo cuerpo, siendo él la cabeza[3].
           
Habida cuenta de esto, la salvación en la historia pasa a la responsabilidad cristiana. Hemos visto que en el pensamiento franciscano la creación y la encarnación son los dos pilares en los que se asienta el amor de Dios a sus criaturas, el amor del Padre a sus hijos, amor que se centra y visibiliza en la historia de Jesús, su «Hijo amado» por el que fueron hechas todas las cosas y por el que son salvadas[4]. No es extraño que el NT resuma esta inclinación y compromiso amoroso de Dios con los hombres en esta frase: «Dios ha demostrado el amor que nos tiene enviando al mundo a su Hijo único para que vivamos gracias a él. En esto consiste el amor: no en que nosotros hayamos amado a Dios, sino en que Él nos amó y envió a su Hijo para expiar nuestros pecados»[5]. Y el amor de Dios lo reconocen los hombres en la vida de Jesús: «Nosotros hemos conocido y hemos creído en el amor que Dios nos tuvo»[6], que es solidario con todos al participar plenamente de la historia humana.
            La respuesta a ese amor divino es que el hombre le corresponda, naturalmente según sus posibilidades. Sin embargo, el texto no sigue esta lógica, sino aquella lógica divina que Jesús enseñó: «Queridos, si Dios nos ha amado tanto, también nosotros debemos amarnos unos a otros»[7]. Es el amor mutuo entre los hombres el que demuestra el amor de Dios, ya que Jesús ha unido ambos amores[8] y ha formado la prueba de que se ama a Dios en la práctica del amor al prójimo. La Carta lo ratifica al afirmar que «a Dios no lo ha visto nadie: si nos amamos unos a otros, Dios permanece en nosotros y el amor de Dios está en nosotros consumado»[9]. La prueba, pues, de que el hombre responde al amor de Dios es cuando ama a su hermano.
            Jesús, como Hijo de Dios, es el que da las claves de las relaciones entre los hombres según la relación que mantiene con ellos. Jesús se presenta como el hermano de todos que crea un espacio nuevo en el que encontrarse y un orden nuevo en el que se puede ingresar y pertenecer a él. La solidaridad de Dios con Jesús es la que cimenta la solidaridad de Jesús con toda la creación y la solidaridad mutua de los hombres entre sí, y de los hombres con la naturaleza creada. La solidaridad divina pasa por Jesús y termina forzosamente en la solidaridad entre los hombres.
           
En efecto. La creación divina encierra la solidaridad humana, tanto en el bien[10], como en el mal[11]. Y esta estructura solidaria del ser humano se desarrolla en el origen y destino común que comprende a todo ser viviente. La convivencia, los procesos biológicos e históricos, las instituciones culturales que identifican al hombre a lo largo del tiempo en sus fracasos y conquistas, etc., indican un suelo común de interdependencia que prueban dicha solidaridad, no obstante la singularidad que toda persona conlleva en su ser. En la actualidad es impensable la concepción del ser humano como una individualidad incomunicable. Es, básicamente, un ser social, que se hace a sí mismo por y en su relación con los demás. Esta estructura antropológica deriva en exigencias éticas enmarcadas en la justicia y la libertad que buscan la dignidad humana para todos. Es cierto que la historia sigue siendo ambigua, y se evidencia en la solidaridad defendida en el plano de los principios, pero negada en la realidad, donde los ricos levantan muros para defender sus posesiones, o se esconden en barrios inaccesibles para el común de los mortales. Sin embargo, este individualismo contrasta con una conciencia cada vez más fuerte del destino común de los humanos para el bien expresada en las organizaciones que descubren las bolsas de pobreza, tratan de remediarlas y mostrar, aunque sea a modo de ejemplo, cuál es el camino a seguir para alcanzar la dignidad humana con una relación equilibrada entre la dimensión pública y privada de la realidad, entre economía y ética, etc., que favorezca una cultura solidaria.
           
En este ser común de bondad y maldad se funda la finalidad última de la salvación: alcanzar la estructura filial de toda la realidad creada desarrollando el bien. Viene a cuento citar la imagen del cuerpo de Pablo: Jesús «es cabeza del cuerpo, de la Iglesia»[12], de una comunidad solidaria en el bien, abierta a Dios y abierta a los demás para alcanzar el destino que Dios le dio desde el principio: una comunidad humana que camina hacia la unidad entendida como fraternidad, hacia la liberación definitiva del mal mediada por la reconciliación, hacia la libertad y coherencia personal que haga posible experimentar todos los valores inscritos en la naturaleza, hacia la presencia de Dios en la historia por un diálogo personal y filial en Jesús.




[1]  Cf. Flp 2,6-7; 2Cor 8,9
[2] Cf. Gál 3,13; 2Cor 5,21
[3] Cf. Col 1,19; 2,19; 3,15.
[4] Cf. Col 1,16; Hech 5,31; 1Tim 2,10.
[5] 1Jn 4,9-10; cf. Rom 5,8; 8,31-32. 
[6] 1Jn 4,16; cf. Jn 3,14; 17,6.23.26
[7] 1Jn 4,11; cf. Mt 18,23.
[8] Mc 12,29-33par; cf. Dt 6,4s; Lev 19,18 
[9] 1Jn 4,12; cf. 1,3; 3,2; Jn 1,18; 3,13; 5,37; 6,46; Éx 33,20.
[10] Gén 2,23-24; cf. Mt 19,5 par; 1 Cor 6,16; Ef 5,31.
[11] Gén 3,6-7; cf. 4,8; Sab 10,3; 1 Jn 3,12.
[12]  Col 1,18; cf. Ef 1,22-23.