lunes, 21 de septiembre de 2015

Domingo XXVI (B). Cuidado con los escándalos

DOMINGO XXVI (B)



            Lectura del santo Evangelio según San Marcos              9,37-42. 44.46-47

            En aquel tiempo, dijo Juan a Jesús: -Maestro, hemos visto a uno que echaba demonios en tu nombre, y se lo hemos querido impedir, porque no es de los nuestros. Jesús respondió: -No se lo impidáis, porque uno que hace milagros en mi nombre no puede luego hablar mal de mí. El que no está contra nosotros está a favor nuestro. El que os dé a beber un vaso de agua, porque seguís al Mesías, os aseguro que no se quedará sin recompensa.
            El que escandalice a uno de estos pequeñuelos que creen, más le valdría que le encajasen en el cuello una piedra de molino y lo echasen al mar. Si tu mano te hace caer, córtatela: más te vale entrar manco en la vida que ir con las dos manos al abismo, al fuego que no se apaga. Y si tu pie te hace caer, córtatelo: más te vale entrar cojo en la vida que ser echado con los dos pies al abismo. Y si tu ojo te hace caer, sácatelo: más te vale entrar tuerto en el Reino de Dios que ser echado al abismo con los dos ojos, donde el gusano no muere y el fuego no se apaga.

           
1.-  Jesús acepta que el bien pueda venir más allá de Israel y, por consiguiente, de la Iglesia que nace de su Ministerio, Resurrección y Pentecostés. La clave está en su experiencia divina: «Amad a vuestros enemigos, haced el bien a los que os odian, bendecid a los que os maldicen, orad por los que os calumnian. […]  Sed misericordiosos como vuestro Padre es misericordioso; […] dad, y se os dará: os verterán una medida generosa, colmada, remecida, rebosante, pues con la medida con que midiereis se os medirá a vosotros» (Lc 6,27-36). Es el Padre que experimenta Jesús. Por eso corrige a Juan: el bien puede estar en cualquier corazón e institución del mundo, porque el mundo le pertenece al Señor, que nace de Él, vive de Él y terminará en Él. La bondad no es una experiencia exclusiva del cristiano, pero él debe saber leerla, por su fe en Dios, allá donde se dé en la historia humana o en cualquier rincón de la tierra. Es lo que impide que la historia sea ambigua; es decir, que el mal y bien valgan lo mismo.
          
  2.-  A lo largo de los siglos se ha leído mal en  la historia cristiana el dicho de los Padres que «fuera de la Iglesia no hay salvación» (Cipriano, Fulgencio de Ruspe, Bonifacio VIII, Concilio de Florencia). Y no es así, como se evidencia en el Evangelio. Dios es Padre de todos y su filiación está en la raíz de todo ser humano y en toda la creación. La Iglesia no puede excluir a nadie que consciente o inconscientemente busque el bien de los demás y defienda la dignidad humana. Y esto conlleva una actitud en la Jerarquía y en los fieles, tan amplia como son los ojos del Señor, capaces de abarcar a todo el mundo. Y el Colegio Apostólico, a la vez, debe ordenar internamente a los cristianos desde el amor y el servicio, porque el dominio y el poder en ellos es fuente de escándalo a los pequeños de la grey.


              3 .-  Cada uno de nosotros, los cristianos, debemos plantearnos qué hechos, palabras y actitudes de nuestra vida pueden ser objeto de escándalo a los pequeños, a los débiles en la fe, a la gente que no cree, pero nos observa con esperanza. Los Medios de Comunicación nos informan cada día de los escándalos de los personajes públicos o de gente demente o soberbia que vive despreciando y sometiendo a los demás. Muchas veces pensamos y estamos convencidos de que el mal viene de «los otros». Y es verdad, pero tan verdad como eso también lo es que nosotros  contribuimos a que la bola del mal engorde con nuestros egoísmos y falta de sensibilidad ante los débiles y pequeños. Debemos pensar que el Señor nos preguntará al término de los días cuánto y cómo hemos amado, y no de los hechos y dichos de nuestros vecinos y personajes públicos. 

Domingo XXVI B. la universalidad del bien y los escándalos

DOMINGO XXVI (B)


            Lectura del santo Evangelio según San Marcos              9,37-42. 44.46-47

            En aquel tiempo, dijo Juan a Jesús: -Maestro, hemos visto a uno que echaba demonios en tu nombre, y se lo hemos querido impedir, porque no es de los nuestros. Jesús respondió: -No se lo impidáis, porque uno que hace milagros en mi nombre no puede luego hablar mal de mí. El que no está contra nosotros está a favor nuestro. El que os dé a beber un vaso de agua, porque seguís al Mesías, os aseguro que no se quedará sin recompensa.
            El que escandalice a uno de estos pequeñuelos que creen, más le valdría que le encajasen en el cuello una piedra de molino y lo echasen al mar. Si tu mano te hace caer, córtatela: más te vale entrar manco en la vida que ir con las dos manos al abismo, al fuego que no se apaga. Y si tu pie te hace caer, córtatelo: más te vale entrar cojo en la vida que ser echado con los dos pies al abismo. Y si tu ojo te hace caer, sácatelo: más te vale entrar tuerto en el Reino de Dios que ser echado al abismo con los dos ojos, donde el gusano no muere y el fuego no se apaga.

1.- Texto.  El párrafo evangélico tiene dos partes. En la primera, Jesús no impide que la gente haga el bien en su nombre, pues pronunciarlo es invocar el poder de vida del Señor, que está más allá del círculo restringido de los discípulos. El Reino, que Jesús proclama e inicia, va dirigido a toda la humanidad y es más amplio que el discipulado que le sigue. Los discípulos tienen la responsabilidad de extender el Reino de Jesús después de Resucitado, y extenderlo con la debilidad que entraña ir sólo con la fuerza divina. Por eso, Dios  ve y recompensa a quien ayuda a sus enviados. Pero en la proclamación del Reino deben evitar que los niños y los pobres sean escandalizados. Está en el Sermón de la Montaña de Mateo  (cf. Mt 5,29-30)Ojo «derecho» y mano «derecha» es símbolo de lo más importante, porque es lo más valioso y, en cualquier caso, son medios que se emplean para pecar. Por consiguiente, debe cortarse o sacrificarse uno o algunos de los valores humanos (ojo y mano) para evitar lo que nunca tiene remedio: la condena eterna.
           
2.- Mensaje. La apertura universal del mensaje de Jesús está fundada, entre otras, en dos experiencias personales: una creyente y otra social. Jesús cree en un Dios universal, que es de todos, que hace salir el sol a justos en injustos (cf. Mt 5,45), y cuya imagen y semejanza está en toda criatura. Su bondad anida en el “corazón” de todo ser viviente. La segunda es lo que observa desde pequeño en el templo de Jerusalén: este Señor universal ha sido «robado» a todos los pueblos por las instituciones religiosas judías. Ningún pagano, es decir, toda la humanidad, puede acceder al Señor revelado en el Sinaí, y Jesús se ve en la obligación de derribar la muralla que el judaísmo ha edificado en su entorno. La Iglesia sigue la enseñanza de Jesús y acoge toda semilla de amor que se da en la historia humana, más allá de los principios y actitudes que la identifican en el mundo. De ahí, el respeto, la delicadeza que debe tener en las semillas del Reino que encuentre entre los pueblos, y la denuncia a todas las realidades que tocan la dignidad humana y la identidad amorosa divina.
           
3.- Acción. El Evangelio de este domingo termina con una frase que alude a lo que se dice al principio de todo este párrafo: la instrucción de Jesús a sus discípulos sobre el rechazo de la prepotencia entre ellos, y el único valor del servicio como medio de convivencia. Dice así: «Todos serán salados a fuego. Buena es la sal; pero si la sal se vuelve sosa, ¿con qué la salaréis? Tened sal siempre entre vosotros y vivid en paz unos con otros». Dios nos sala, es decir, da sabor a nuestra vida transformándola para bien. El Señor tiene una potencia amorosa capaz de destruir nuestro egoísmo y hacernos hijos suyos. Es entonces cuando estamos capacitados para convivir y evitar los escándalos que hay en la comunidad sobre unos cristianos poderosos que someten y esclavizan a los pequeños y débiles. Ya lo advirtió también Pablo como Santiago (1Cor 8-11; Rom 14; Sant 3-4): el amor a Dios se visibiliza en el amor a los hermanos; de lo contrario, es falso el dios al que se dice se ama.