martes, 11 de agosto de 2015

Testamento de Santa Clara

                  Clara de Asís. Comentario teológico de su Testamento.
           
                                        


                                                            F. Martínez Fresneda

            Eds. Arántzazu, Oñate (Guipúzcoa) 2015, 174 pp., 13,5 x 21 cm.


           
El Testamento lo compone Santa Clara  hacia el final de su vida, cuando todavía no había sido aprobada la Regla por el papa Inocencio IV el 9 de agosto de 1253, dos días antes de morir.  Por eso manifiesta su última voluntad con este escrito, que no es otro que seguir la pobreza radical que prometió a San Francisco y al que quiere ser fiel hasta el final. El texto divide el Testamento en tres partes: relaciones con Dios Padre, Hijo y Espíritu Santo (vv. 1-23); la «forma de vida» de Santa Clara y sus hermanas (vv. 24-55); y las fraternidad (vv. 56-79). No trata la crítica textual, bien tratada por Paolazzi recientemente, ni tampoco su lugar dentro de la rica espiritualidad franciscana. El objetivo es fundamentar teológicamente las afirmaciones clarianas y apoyarlas con textos paralelos de la Regla, Cartas y los escritos de San Francisco.
           
         La primera parte relata la experiencia de Dios en Santa Clara. Dios se presenta como bondad, y bondad misericordiosa. Es el que la elige por amor de una forma libre y gratuita, e ilumina su corazón para poder responder a la nueva situación que la ha colocado en la vida. Clara comienza de nuevo su historia por y en Dios. Sentadas estas bases, aborda el seguimiento de Jesucristo, porque él es «el camino». El Hijo ha sido el camino para su encuentro con Dios y su encuentro con sus hermanos, y alcanza a saber esto en su seguimiento de Jesús que es la misericordia divina encarnada. En definitiva, ha sido Dios quien la ha introducido en la vida nueva de Cristo. Y Clara recorre el camino que es Jesús con dos experiencias fundamentales que sabe ha vivido Francisco. La primera es el camino de los pobres y de los humildes; la segunda es el camino de la cruz, y que se resume en seguir y saber a «Cristo pobre y crucificado». Pero Clara habla del Hijo de Dios, de la dimensión filial divina de Jesús indicada en la Escritura y definida en el concilio de Nicea.  Los dos caminos suponen la Encarnación del Verbo de Dios y para ella el despojamiento de su propio yo para que viva Cristo, según ha experimentado Pablo: «Ya no vivo yo, sino es Cristo quien vive en mí» (Gál 2,20).
La segunda parte del Testamento expone el origen de las hermanas (vv. 24-36), su compromiso con la pobreza (vv. 37-55). Se estudian dos temas importantes para la forma de vida clariana: su vocación no es para la contemplación según se comprende en la tradición monástica de la Iglesia; su forma de vida, escrita y enseñada por Francisco, se inserta en la historia de Jesús, que es el Evangelio, es decir, la vida de «pobreza».  La experiencia de fe de Clara le conduce al seguimiento de Jesús pobre y crucificado, como visualiza Francisco. Por consiguiente, la vocación de Clara entraña una misión itinerante, servicio inserto en la dinámica histórica de la vida de Jesús y en la de los habitantes de Asís, y abre un brecha en los muros feudales que confinan la vida social y religiosa de la mujer de entonces. La mejor prueba es cuando Clara abandona los monasterios donde inicia su seguimiento de Jesús y Francisco y se instala en San Damián, como se lo ha revelado el Señor en el Evangelio, y a  la vista de los habitantes de Asís.
En la parte última del Testamento (vv.56-79) se estudia la relación fraterna en la que se explicita la vocación y forma de vida de Santa Clara; la obediencia: superioras y súbditas; la perseverancia y la bendición final. El párrafo que trata de la «vida fraterna» (vv. 56-60), tiene tres partes. La primera versa sobre el Padre de las misericordias: «A causa de lo cual, no por nuestros méritos, sino por la sola misericordia y gracia del espléndido bienhechor, el mismo Padre de las misericordias esparció el olor de la buena fama, tanto entre los que están lejos como entre los que están cerca» (TesCl 58). En la segunda escribe cuál es el fundamento de la vida fraterna, tanto en su origen creyente como histórico: es el amor vivido y descrito por Jesús (TesCl 59-60). La relación fraterna se evidencia en el amor de Jesús, un amor que no es sólo de servicio mutuo, sino experimentado interiormente, es decir, un amor con el que se hace y forma una hermana clarisa. Dicho amor parte del Señor y termina siempre en las hermanas. Por último, describirá cómo dicho amor fraterno se concreta en desarrollar algunos valores o virtudes cristianas que indicarán el estilo peculiar que comporta la fraternidad clariana. Ser consciente de que la fraternidad se funda en la caridad de Cristo es primordial. Clara toca el centro de la fe, y en cuanto tal, la identidad de la fraternidad clariana, hondamente enraizada en la lectura que San Francisco hace de Jesucristo, porque su caridad es la presencia del amor de Dios en la historia y la relación concreta que establece con sus criaturas: son hijos en su Hijo.
El Testamento de Santa Clara, siguiendo a San Francisco, es un escrito que expresa su honda experiencia de fe; por eso da lugar a unos pensamientos creyentes que iluminan constantemente la existencia de la Familia Franciscana.  Santa Clara escribe con espontaneidad y soltura, y sin un esquema previamente estudiado y fijado lo que quiere dejar a sus hermanas: el más grande patrimonio de su vida, que no es oro ni plata, sino su seguimiento de Jesucristo pobre,  observando a  San Francisco.
El hilo conductor del Testamento es la vocación de Santa Clara, sus motivaciones y convicciones cristianas más profundas, que constituyen el cimiento de la fundación clariana y su rica aportación a la espiritualidad cristiana. Santa Clara quiere mostrar a sus hermanas lo siguiente: una vocación que sea el marco en el que se encierre el sentido de vida evangélico de todas las que la siguen.