sábado, 1 de agosto de 2015

Los primeros libros de la Biblia

                                    El Pentateuco: un filón inagotable.

        Problemas de composición y de interpretación. Aspectos literarios y teológicos.

  

                                                           JEAN-LOUIS SKA



Miguel Álvarez Barredo
Instituto Teológico de Murcia OFM
Pontificia Universidad Antonianum

           
La obra publicada contiene diversos artículos de J.L. Ska, profesor en el Instituto Bíblico de Roma, y obedece a la iniciativa de Editorial Dehoniana italiana su impresión. No piense el lector que se halla ante estudio monográfico sobre algún tema del Pentateuco. Es menester subrayar que el profesor Ska es una autoridad actual sobre los estudios del AT, concretamente sobre los cinco libros de Moisés, y suele adoptar en sus investigaciones el método narrativo.
            El libro se articula en 13 capítulos, que giran en torno a temas específicos; una especie de miscelanea, que el lector puede leer con independencia unos de otros, ya que han visto la luz en diferentes momentos.
            En el cap. 1 el autor, a modo de introducción, facilita unas pistas para adentrarse en la comprensión del AT, donde pone de relieve la importancia del texto y sus contextos. La verdad de la “Biblia no debe buscarse en primer lugar en uno u otro texto de los elementos que la componen, ni tampoco en una serie privilegiada de estos elementos. La verdad está en la composición final, que recoge todos los elementos y los trasforma en una sola obra orgánica” (págs. 40-41). Esta afirmación nos ayuda a entender sus reflexiones en este libro.
           
La serie de artículos versan fundamentalmente sobre el Pentateuco. Sólo los caps. 12 y 13 se ocupan de otras áreas del AT, y, en parte, el cap. 8 y el 11. El 12 que, por su parte,  comenta de Os 6,6, “Misericordia quiero y no sacrificios”, y el 13 trata del primer mandamiento en la Biblia, varían la temática.
            Quien haya seguido un poco la trayectoria de las publicaciones de Ska, sabe que se encuentra con un modo de cotejar los textos con gran lucidez, y aquí se puede apreciar de nuevo, conocedor, como es, de las variadas líneas teológicas que tejen los textos.
            El cap. 2 proporciona un ensayo sobre Gén 1-11, cuestión de fuentes, datación de relatos, recepción tardía de Gén 1-11, teología de las narraciones, etc. En la pág. 62 sugiere el autor que no es necesario recurrir sólo a los relatos mesopotámicos sobre el origen del mal, el mundo, etc, sino que la comunidad postexílica busca también cuál es su puesto en el universo y tiene sus propios criterios para entenderse a sí misma, que plasma en sus fuentes literarias.
           
Otras reflexiones sobre Gén 2-3 coordinan el cap.3. Los relatos en torno a la creación convivieron juntos mucho  tiempo, y en cierto tiempo llegaron a una compromiso histórico, pero sus convicciones se mantuvieron, y se decidió ponerlas juntas, y no imponer una sobre la otra, y comprobar cómo la Biblia es una “cantata polifónica” (p.89).
            La dignidad de la persona según algunos textos del AT centraliza el cap. 4. Aquí el autor hace un recorrido por textos extra bíblicos para contrastar las afirmaciones bíblicas. Alerta el autor que, además de Gén 1, otros textos ayudan a descubrir la dignidad de la persona, cual “imagen y semejanza de Dios”.
            A las genealogías de Gén 1-11 se les dedica el cap. 5, e invita el autor a alargar el horizonte, y fijarse en las otras naciones, pues toda la humanidad forma una gran familia, nota correctiva sobre el exclusivismo de Israel.
            El éxodo, tema bien conocido por el autor, se trata en el cap. 6. Es aquí donde Dios muestra su soberanía, donde se comienza con una estampa de esclavitud y se termina con “la toma de posesión de la tienda del encuentro por parte de “gloria de Yahve”. El Dios del Éxodo hace el viaje con su pueblo, es un Dios “en camino”.
            El cap. 7 versa sobre el derecho y la ley en textos del Ex, y 2 Sam 21, y avisa sobre la confusión de ambas esferas. “La libertad en Israel es un derecho sagrado que pone un límite a la “ley” de los acreedores”, a tenor de estos relatos. Brevemente, las leyes no son inmutables, pues a veces no crean libertad.
            El cap. 9 atañe a Moisés, cual escriba, y a ley en algunos textos del AT (Neh, etc). En la pág. 215 el autor sintetiza sus conclusiones, y subraya la función central de la ley  en la mediación entre Dios y el pueblo.
           
El cap. 10 se centra sobre el Dt, cual testamento de Moisés a Israel. A la luz del tratado de vasallaje de Asaradón, insiste en que la verdadera herencia de Moisés y el auténtico sucesor suyo es la ley.
            El cap. 11 se detiene sobre el Pentateuco y la política imperial persa. Este bloque adquirió su configuración actual en la época persa, y subraya que es documento plural, que refleja las tensiones de la comunidad postexílica. Para iluminarlas se recurre al pasado, no para sustituirlo, sino para completarlo y actualizarlo, y en este sentido el Pentateuco interpreta la situación histórica.
            Los caps. 12 y 13 se pueden unir temáticamente, pues partiendo de Os 6,6, y un abanico de textos del AT el autor recuerda cómo el “servicio a Dios es el conjunto de la existencia y la actividad del pueblo. La justicia, la equidad y la solidaridad tienen el mismo valor a los ojos del Dios de Israel que los sacrificios. En el lenguaje del Nuevo Testamento, esto es el amor a Dios y el amor al prójimo” (pág. 263).
            Este abanico de artículos mete de lleno en temas antiguos, pero filtrados con la ayuda del panorama exegético actual. El autor, cual experto en el AT, y en especial del Pentateuco, aporta más luz sobre una serie de textos y cuestiones. Sus afirmaciones a veces son breves, pero suponen una lúcida reflexión. Sus criterios siempre se sostienen sobre una bibliografía selecta, pero certera.
           
Invitamos a la lectura del libro, pues se aprecian claves orientativas para comprender mejor el AT en sus diferentes facetas.

                                                          
  Ed. Verbo Divino, Estella 2013, 302 pp,  23 x 16 cms.


           
           






El perdón de Asís

                                                               EL PERDÓN DE ASÍS  
                   BREVE EXPOSICIÓN DE LA INDULGENCIA DE LA PORCIÚNCULA



R. Sanz Valdivieso
Instituto Teológico de Murcia OFM
Pontificia Universidad Antonianum

En esta humilde iglesita, que había pertenecido a los Monjes benedictinos de Monte Subasio, restaurada por el mismo Francisco, el Poverello de Asís, fue fundada la Orden Franciscana el año 1209. Allí en la noche del 27 al 28 de marzo de 1211, Clara de Favarone di Offreduccio recibió el hábito religioso, y se consagró a Dios dando lugar a la Orden de las hermanas Clarisas, Hermanas pobres de Santa Clara. En la Porciúncula, el año 1221, se reunió el famoso Capítulo de las Esteras, en el participaron más de cinco mil frailes, procedentes de toda Europa, para rezar juntos, tratar de la salvación del alma y para discutir y aprobar la nueva Regla franciscana. Siempre allí, san Francisco murió devotamente, depuesto sobre la desnuda tierra, al caer la tarde del 3 de octubre del año 1226.
En ese lugar santo, el Poverello tuvo la inspiración divina de pedir al Papa la indulgencia que después se llamó, por eso mismo, de la Porciúncula o Gran Perdón, cuya fiesta se celebra el día 2 de agosto. Es el Diploma de fr. Teobaldo de Asís, el documento que lo relata y confirma. San Francisco en una noche no muy bien identificada del mes de julio del año 1216, mientras estaba arrodillado ante el altarcito de la Porciúncula, absorto en la oración, percibió de pronto una luz vivísima y fulgurante, que iluminó las paredes de la humilde iglesita. Sentados en un trono, rodeados de una legión de ángeles, aparecieron, envueltos en luz radiante, Jesús, el Señor y la Virgen María, su madre. El Redentor le preguntó a su siervo pobrecillo que gracia es la que deseaba pedir para beneficio de los hombres.
San Francisco respondió, con humildad: ‘Puesto que es un miserable pecador el que te habla, oh Dios misericordioso, te pide piedad por sus hermanos pecadores; y todos los que, arrepentidos, atraviesen el umbral de este lugar, reciban de ti, oh Señor, que ves su penas, el perdón de las culpas cometidas’.
‘Lo que pides, fray Francisco, es muy grande – le dijo el Señor -, pero de cosas mayores seres digno y mayores recibirás. Acepto, pues, tu ruego, pero debes pedir a mi Vicario en la tierra, de parte mía, esta indulgencia’.  Era la indulgencia del perdón de Asís, de la Porciúncula. 
Al alba del día siguiente, el Santo de Asís, tomando consigo sólo a fray Maseo de Marignano, se encaminó hacia Perugia, donde se encontraba entonces el Papa. Después dela muerte del grande Papa Inocencio III, había sido elegido Papa Honorio III, que era un anciano, pero bueno y piadoso, que había dado a los pobres todo su patrimonio. 
El Pontífice, al escuchar de la boca del Poverello el relato de la visión, preguntó por cuántos años pedía esa indulgencia. Francisco le respondió que el pedía ‘no años, sino almas’ y que quería que ‘quienquiera llegue a esta iglesia confesado y arrepentido, sea absuelto de todos su pecados, de la culpa y de la pena, en el cielo y en la tierra, desde el día del bautismo hasta el día y la hora en que entre en la dicha iglesia’. Se trataba de una petición inusitada, pues una indulgencia semejante sólo se concedía a los que tomaban la Cruz para luchar por la liberación del Santo Sepulcro, haciéndose de los cruzados.  El Papa, de hecho, hizo saber al Poverello que no ‘era costumbre de la corte romana conceder una indulgencia semejante’. Francisco replicó: ‘Lo que yo pido, no es de mi parte, sino de parte de Aquel que me ha mandado, es decir, de nuestro Señor Jesucristo’. Así, y no obstante la oposición de la Curia, el Pontífice le concedió lo que pedía: ‘Nos complace que la tengas’.
Cuando estaba a punto de despedirse, el Pontífice preguntó a Francisco ―que estaba feliz por haber conseguido la indulgencia― donde iba ‘sin el documento de concesión’ que atestiguase la indulgencia obtenida. ‘¡Santo Padre ―respondió el Santo― me basta vuestra palabra! Si esta indulgencia es obra de Dios, Él pensará la forma de manifestar su obra; yo no necesito documento alguno, la carta debe ser la Santísima Virgen María, Cristo el notario y los Ángeles los testigos’. La indulgencia se consiguió, en efecto, vivae vocis oráculo, con la promesa de viva voz del Papa. 
 El día 2 de agosto de 1216, ante una gran muchedumbre, san Francisco, en presencia de los obispos de Umbría (Asís, Perusa, Todi, Espoleto, Nocera, Gubbio y Foligno) con el corazón lleno de alegría, promulgó el Gran Perdón, para cada año, en la fecha del 2 de agosto, para los que peregrinos, contritos y arrepentidos, hubieran cruzado el umbral de la iglesita franciscana.
Tal indulgencia se puede conseguir para uno mismo o para un difunto, para las almas del Purgatorio, por todos los fieles cada día y una sola vez a día, durante todo el año en aquel lugar santo, y una sola vez, desde el medio día de la víspera, 1 de agosto, hasta la media noche del día siguiente, 2 de agosto, o con la aprobación del Ordinario del lugar, el domingo precedente o siguiente  (desde el medio día del sábado, hasta la medianoche del domingo), visitando cualquier iglesia franciscana o basílica menor o iglesia catedral o parroquial. 
El año 1279, fray Pedro de Juan Olivi escribía  que “dicha indulgencia es de gran utilidad para el pueblo de Dios, que movido así a confesarse, a la contrición y enmienda de los pecados, en el lugar donde, por medio de san Francisco y de santa Clara, le fue revelado el estado de vida evangélica que era el más adecuado para aquellos tiempos”. La difusión del movimiento franciscano contribuyó a la difusión de la indulgencia de la Porciúncula, conocida como el Perdón de Asís, práctica aceptada y consolidada en toda la cristiandad.
Cuando Pablo VI, en la Constitución Apostólica Indulgentiarum doctrina, del 1 de enero dela año 1967, declaraba que la “indulgencia es la remisión ante Dios de la pena temporal por los pecados, ya perdonados en cuanto a la culpa, que el fiel, con las debidas disposiciones y en las condiciones establecidas, alcanza por mediación de la Iglesia, la cual, como ministra de la redención dispensa con autoridad y aplica el tesoro de los méritos de Cristo y de los Santos” (Normas, n. 1). Indicaba, además, que la “indulgencia plenaria puede conseguirse una sola vez al día… Para alcanzar la indulgencia plenaria es necesario realizar la obra que concede la indulgencia y cumplir tres condiciones: confesión sacramental, comunión eucarística y oración según las intenciones del sumo pontífice (al menos el Padrenuestro, el Ave María y el Gloria al Padre…). Se requiere, además, que se renuncie a cualquier afección o apego al pecado, incluso el venial” (Normas 6 y 7).
Por último, se establecía que en las “iglesias parroquiales se puede conseguir también la indulgencia plenaria dos veces al año, en la fiesta del santo titular y el 2 de agosto, día de la indulgencia de la Porciúncula, o en otro día debidamente fijado por el Ordinario. Las indulgencias antedichas se pueden alcanzar en los días establecidos, o, con el consentimiento del Ordinario, el domingo anterior o posterior (Normas n. 15) y a “obra prescrita  para lucrar la indulgencia plenaria vinculada a una iglesia o a un oratorio consiste en la visita piados a estos lugares sagrados, recitando en ellos un Padrenuestro y un Credo (Normas n. 16).
El día 29 de junio de 1968 la Sagrada Penitenciaría Apostólica publicaba el Enchiridion indulgentiarum o Manual de las Indulgencias, en cuyo artículo n. 65, titulado “Visita de la iglesia parroquial”, establecía que la indulgencia plenaria puede ser alcanzada por el fiel cristiano que piadosamente visita la iglesia parroquial el día de la fiesta del santo titular o el día 2 de agosto, fecha de la indulgencia de la Porciúncula, sea en “el día indicado antes, o en otros día que se establezca por el Ordinario según la utilidad de los fieles. La Iglesia catedral y, eventualmente, la Iglesia con-catedral, aunque no sean parroquias, y además las iglesias casi-parroquiales, gozan de las mismas indulgencias. En la visita piadosa, de acuerdo con la Norma 16 de la Constitución Apostólica Indulgentiarum doctrina, el fiel cristiano debe recitar el Padrenuestro y el Credo. Esta disposición ha sido mantenida en la edición actual del Enchiridion indulgentiarum – Normas y concesiones (publicado el 16 de julio de 1999) por la Penitenciaría Apostólica (conc. 33, pár. 1, nos. 2,3,5).  .
 En la basílica de la Porciúncula, en Asís, en cambio, gracias a un decreto especial de la Penitenciaría Apostólica, fechado el 5 de julio de 1988 (Portiuncolae sacrae aedes) se puede alcanzar, en las mismas condiciones, durante todo el año, una sola vez al día.

                                                HE AQUÍ EL RELATO ANTIGUO

 (FRATRIS FRANCISCI BARTHOLI DE ASSISIO, Tractatus de  Indulgen- S. Mariae de Portiuncula, nunc primum integer editit PAUL SABATIER, en  Collection d’Études et Documents sur l’Histoire Religieuse et Littéraire du Moyen Âge; Tome II, París (Librairie Fischbacher) 1900):
“Encontrándose el bienaventurado Padre Francisco junto a Santa María de la Porciúncula, una noche le fue revelado por el Señor que tenía que ir al Sumo Pontífice, el Señor Papa Honorio, que entonces estaba en Perusa, para impetrar la indulgencia para la iglesia de Santa María de la Porciúncula, que él había reparado hacía poco.
Levantándose al alba, llamó a su compañero fray Maseo da Marignano y se fue al dicho señor Papa Honorio, le dijo: ‘Padre santo y señor mío, hace poco que he restaurado una iglesia en honor de la Virgen gloriosa; suplico a Vuestra Santidad que otorguéis una indulgencia sin tener que dar una limosna’. Respondiéndole, el Papa dijo: ‘No es oportuno hacerlo; en efecto, quien pide indulgencia es necesario que extienda su mano para ayudar. Pero dime, cuántos años quieres y cuanto de la indulgencia debo yo poner’. San Francisco e respondió: ‘Padre Santo, ¡séale grato a Vuestra Santidad no el darme años sino almas!’ El señor Papa dijo: ‘¿Cómo, quieres almas?’ Respondió el bienaventurado Francisco: ‘Quiero, Padre Santo, si es del agrado de Vuestra Santidad, que cuantos confesados y contritos, y, como es debido, absueltos por el sacerdote, entrenen dicha iglesia, sean librados de la pena y de la culpa, en el cielo y en la tierra, desde el día de su bautismo hasta el día y la hora de su entrada en la dicha iglesia’. Y el Señor Papa replicó: ‘Es una cosa muy grande lo que pides, Francisco, pues nunca la Curia romana acostumbró a conceder una indulgencia semejante’.
Dijo el bienaventurado Francisco: ‘Señor, lo que pido, no lo pido por iniciativa mía, sino de parte de Aquél que me ha mandado, es decir, del Señor Jesucristo’. Entonces el Papa le interrumpió al instante, diciendo tres veces: ‘¡Nos place que la tengas!’. Los señores cardenales que estaban allí presentes intervinieron: ‘Poned atención, Señor, que si concedéis a este una indulgencia tal, destruís la de ultramar’.
El Señor Papa respondió: ‘Se la hemos dado y concedido; no podemos ni debemos anular lo que hemos hecho. Pero modifiquémosla, para que se extienda sólo a un único día natural’. Entonces volvió a llamar a fray Francisco y le dijo: ‘He aquí que desde este momento concedemos que quienquiera se acerque a dicha iglesia y entre en ella contrito y bien confesado, sea absuelto de la pena y de la culpa. Y queremos que esto tenga valor cada año para siempre, sólo por un día natural, desde las primeras vísperas incluida la noche hasta las vísperas del día siguiente’.  Entonces el bienaventurado Francisco, inclinando la cabeza, se disponía a salir del palacio y el Señor Papa viéndolo que se iba le volvió a llamar diciéndole: ‘Oh simplicísimo, ¿cómo es que te marchas? ¿Qué cosa llevas contigo de esta indulgencia?’. El Bienaventurado Francisco respondió: ‘Me es suficiente vuestra sola palabra. Si es obra de Dios, ¡Él debe manifestar su obra!  Di esto no quiero ningún otro documento; sino que la carta sea la Virgen María, Cristo sea el notario y los testigos los Ángeles”. 

A gloria y alabanza de Cristo y de su siervo Francisco.