sábado, 27 de junio de 2015

Jesús en la sinagoga

XIV DOMINGO (B)




            Lectura del santo Evangelio según San Marcos 6, 1-6

            En aquel tiempo, fue Jesús a su tierra en compañía de sus discípulos. Cuando llegó el sábado, empezó a enseñar en la sinagoga; la multitud que lo oía se preguntaba asombrada: ―¿De dónde saca todo eso? ¿Qué sabiduría es esa que le han enseñado? Y esos milagros de sus manos? ¿No es éste el carpintero, el hijo de María, hermano de Santiago y José y Judas y Simón? ¿Y sus hermanos no viven con nosotros aquí? Y desconfiaban de él.
            Jesús les decía: -No desprecian a un profeta más que en su tierra, entre sus parientes y en su casa. No pudo hacer allí ningún milagro, sólo curó algunos enfermos  imponiéndoles las manos. Y se extrañó de su falta de fe. Y recorría los pueblos de alrededor enseñando.

              1.- Dios. No es fácil entender y captar la forma como Dios se ha presentado en nuestra vida. La afirmación del evangelio de San Juan: «El Verbo se hizo carne/hombre» es la que está en el fondo del Evangelio de este domingo. Los paisanos de Jesús, como muchos de nosotros, pensamos que Dios se presenta con una dimensión trascendente, del todo distinta a nuestra vida. Y Dios se ofrece en la vida de Jesús. Por eso no admiten sus paisanos que un carpintero e hijo del carpintero, cuya familia es una familia normal dentro de la sociedad de Nazaret, puede curar, perdonar los pecados, hacer posible la vida a los pobres, dar la libertad a todos. Y Jesús lo hace siendo hombre, con una lengua humana, con unas relaciones humanas que todos pueden entender.


            2.- La IglesiaEl «…desconfiaban de él», que dice Marcos, Juan lo escribe en el frontispicio de su Evangelio, como un hecho que identifica la actitud de Israel ante Jesús: «Vino a los suyos y los suyos no lo recibieron». El sagrado deber de la comunidad cristiana es trasparentar en su vida fraterna y personal la vida de Jesús por la presencia del su Espíritu en el centro de las relaciones cristianas. La comunidad se juega su credibilidad en su fidelidad al estilo de vida de Jesús. Y como ha  sucedido con Israel, ha pasado con muchas comunidades cristianas, con muchos bautizados, que no reconocen a Jesús en los marginados, en los perseguidos, en el silencio, en la oración, en la cotidianeidad de la vida con sus pequeñas o grandes cruces, etc. Jesús anda por aquí, y no en el esplendor de los acontecimientos que los humanos generamos y levantamos para endiosarnos y que nada tienen  que ver con el Padre/Madre de Jesús. Nos falta la «vista» que rescata a las personas anónimas y sufrientes del anonimato y las presenta ante nuestros ojos para mirarlas y besarlas.

           
3.- El creyente.-  Debemos tener confianza en Jesús y aceptarlo según nos lo ha ofrecido el Señor. Sabemos que no es tan fácil seguirle según las exigencias que pide a los que quieran formar con él la nueva familia de Dios. No podemos hacer a Dios a nuestra medida; no debemos proyectar nuestros intereses y colocárselos al Señor como si fueran sus intereses; no podemos sustituir a los demás y trazarles una vida que siempre beneficie la nuestra. Para seguir a Jesús, para pertenecer a los cuantos que creyeron él y a los que le hizo milagros, debemos salir de nosotros mismos y amar con la gratuidad y libertad con las que él se entregó hasta la muerte.


Domingo XIV (B). Jesús con sus paisanos

XIV DOMINGO (B)




            Lectura del santo Evangelio según San Marcos 6, 1-6

            En aquel tiempo, fue Jesús a su tierra en compañía de sus discípulos. Cuando llegó el sábado, empezó a enseñar en la sinagoga; la multitud que lo oía se preguntaba asombrada: ―¿De dónde saca todo eso? ¿Qué sabiduría es esa que le han enseñado? Y esos milagros de sus manos?¿No es éste el carpintero, el hijo de María, hermano de Santiago y José y Judas y Simón? ¿Y sus hermanos no viven con nosotros aquí? Y desconfiaban de él.
            Jesús les decía: -No desprecian a un profeta más que en su tierra, entre sus parientes y en su casa. No pudo hacer allí ningún milagro, sólo curó algunos enfermos  imponiéndoles las manos. Y se extrañó de su falta de fe. Y recorría los pueblos de alrededor enseñando.

           
1.- Jesús regresa a Nazaret. Antes ha tenido una buena acogida en Cafarnaún y en varias ciudades entorno al lago (cf. Mc 1,27-28). Marcos no relata la enseñanza de Jesús en la sinagoga, pero Lucas cuenta que comenta al profeta Isaías (61,1-2) y proclama el año de gracia del Señor, presentándose como el enviado por Dios para liberar a los pobres de toda clase de esclavitudes (cf. Lc 4,16-26). Ahora entendemos la reacción de sus paisanos, reacción que nos ofrece unos datos  de su vida muy valiosos. A través de la sinagoga, y seguramente en la escuela adyacente, Jesús se forma en la Ley, se introduce en la cultura de su pueblo y asume las tradiciones de sus mayores. Estas tradiciones expresan la historia y las actuaciones que el Señor ha realizado en las diversas vicisitudes que Israel ha vivido a lo largo de los siglos. Se añade a esto el aprendizaje y cumplimiento de las normas de convivencia y la celebración de las fiestas religiosas según la Ley como la vive y entiende el campesinado de la baja Galilea al que pertenecen Jesús y su familia. Jesús es un técnico de la madera, la piedra y el hierro, profesión que le enseña José y con la que se gana la vida. Su familia  está integrada en la vida social y religiosa de Nazaret. ¿Cómo puede ser Jesús el hombre celeste o el rey enviado por Dios para vencer a los romanos y devolverle al pueblo su libertad?

           
2.-  Los paisanos se admiran y se escandalizan a la vez por lo que hace y dice Jesús. Pero su sabiduría no es la que procede de la enseñanza que se imparte en las escuelas rabínicas de Jerusalén. Él no es un universitario, sino un obrero especializado a expensas de las demandas de sus paisanos. Además no se presenta con un ejército numeroso, o poderes especiales para vencer al Imperio.  Jesús no es aceptado como mesías, no se confía en él y, por consiguiente, no puede hacer obras milagrosas ante la falta de confianza en su persona. No han captado que, desde el mismo nacimiento, en una ciudad, familia y casa desconocida y común a todo mortal, Dios se ha encarnado. Dios se ha presentado en la vida de un hombre, un hombre valioso no por lo que posee, sino por lo que es: el Hijo de Dios que no duda entregar su vida por sus amigos (cf. Jn 15,13) y servir hasta el extremo (cf. Mc 10,45); y desde esta actitud vital y con la forma común a todos los humanos, nos va a salvar a todos.


           
3.- Observamos el contraste que hay entre la aceptación y admiración de Jesús al comienzo de su ministerio en Galilea y la escena en la sinagoga de Nazaret. Sus paisanos no pueden admitir que una persona que conocen y conviven con su familia pueda ser el Hijo de Dios enviado para salvarles. Tienen los ojos tapados para no ver a Dios en las criaturas, en las demás personas y Dios en su Hijo hecho hombre (cf. Jn 1,14). La relación  con Dios, además de ser una relación personal por medio de la oración y los sacramentos, lo tenemos que encontrar en la creación, en las aves y animales, y sobre todo en las demás personas. No hay que huir de este mundo; hay que vivir en él y para él desde la perspectiva de Jesús. Entonces veremos, como dice San Buenaventura, que la entera creación es vestigio (naturaleza), imagen (personas) y semejanza (creyentes) divina.

Santos y Beatos. 1-5 julio

JULIO
1 de julio

Ignacio Falzón (1813-1865)
            El beato Ignacio Falzón, de la Orden Franciscana Seglar, nace en La Valetta (Malta) el 1 de julio de 1813; es hijo del abogado José Francisco Falzón y de María Teresa. En 1833 consigue el doctorado en Derecho Canónico y Civil en la Universidad de Malta. No ejerce la profesión de abogado ni se considera digno de recibir la ordenación sacerdotal. Se entrega a la oración, a la adoración al Santísimo y a las devociones a San José y a la Virgen María. Aprende inglés para dedicarse al cuidado espiritual de los soldados británicos que se preparan para la guerra de Crimea. Más de 650 sol-dados reciben el bautismo de sus manos. Vive una existencia silenciosa. Muere el 1 de julio de 1865, día de su 52 cumpleaños. Es enterrado en la iglesia franciscana de Santa María de Jesús, de La Valetta. El papa Juan Pablo II lo beatifica el 9 de mayo de 2001.
                                                                 Común de Santos Varones
            Oración. Señor, tú que otorgaste al beato Ignacio la gracia de imitar con fidelidad a Cristo pobre y humilde, concédenos también a nosotros, por su intercesión, la gracia de vivir fielmente nuestra vocación, para que así tendamos a la perfección que tú nos has propuesto en la persona de tu Hijo. Que vive y reina contigo.

3 de julio

Tomás, Apóstol
            El Evangelio de San Juan (20,24-29) nos relata la incredulidad de Santo Tomás sobre la resurrección de Jesús. El párrafo, que se construye para alabar a los que creen sin haber visto, pone en boca del discípulo de Jesús la proclamación de la fe cristológica del NT: «¡Señor mío y Dios mío!».
                                                                           Común de Apóstoles
            Oración. Señor Dios, concédenos celebrar con alegría la fiesta de tu apóstol Santo Tomás; que él nos ayude con su protección, para que tengamos en nosotros vida abundante por la fe en Jesucristo, tu Hijo, a quien tuapóstol reconoció como su Señor y su Dios. Él, que vive y reina contigo.


4 de julio

Isabel de Portugal (1270-1336)
            Santa Isabel de Portugal, de la Orden Franciscana Seglar, nace hacia 1270, en Zaragoza o Barcelona (España); es hija de Pedro III de Aragón y de Constanza de Sicilia, y nieta de Jaime I el Conquistador. A los 12 años es pedida en matrimonio por los príncipes herederos de Inglaterra y de Nápoles y por don Dionís, rey de Portugal, al que se le acepta. El 11 de febrero de 1282 contrae matrimonio por poderes en la capilla de Santa María del palacio real de Barcelona. Mujer humilde, paciente, servicial con los ciudadanos de su pueblo. Tiene dos hijos: Constanza y Alfonso, que en el futuro sería Alfonso IV el Bravo. Interviene en el Concordato entre la Santa Sede y Portugal y en la fundación de la Universidad de Coimbra. Cede su dote a la hija de don Alfonso, hermano de don Dionís, y con ello evita una guerra civil. Favorece las relaciones entre portugueses y castellanos. Es una defensora de la paz entre ambos reinos, entre su marido e hijo, entre su hijo y su nieto Alfonso XI de Castilla, entre la familia real y el pueblo. Construye iglesias y hospitales. Peregrina a Santiago. Muere el 4 julio 1336 en el castillo de Estremoz. Sus restos reposan en Santa Clara de Coimbra. El papa Urbano VIII la canoniza el 25 mayo de 1625.
                                   Común de Santas Mujeres
            Oración. Señor Dios, tú nos has revelado que toda la ley se compendia en el amor a ti y al prójimo; concédenos que, imitando la caridad y la defensa de tu paz de Santa Isabel de Portugal, podamos ser un día contados entre los elegidos de tu reino. Por nuestro Señor Jesucristo.
4.1 de julio

                                   Cesidio Jaime Antonio de Fossa (1873-1900)
            San Cesidio Ángel nace en Fossa (Áquila. Italia) el 30 de agosto de 1873. Se siente atraído por la vocación francis-cana al orar con frecuencia ante las tumbas de los beatos Bernardino de Fossa y Timoteo de Monticchio, sepultados en el convento de Ocre. Inicia el noviciado el 21 de noviembre de 1891. Realizados los estudios eclesiásticos, se dedica a la predicación. Se prepara en Roma para ir a las misiones. Viaja a China y se pone al servicio de la misión que dirige el obispo Antonino Fantosati. Aprende la lengua china y se entrega por entero a la misión, sirviendo los sacramentos y testimoniando con su vida el valor de la fe. El 4 de julio de 1900, los bóxers lo asesinan a golpes de lanza. El 1 de octubre del año 2000, el papa Juan Pablo II lo canoniza; antes había sido beatificado por el papa Pío XII el 24 de noviembre de 1946.
                                               Común de Mártires
            Oración. Dios de misericordia, que infundiste tu fuerza a San Cesidio para que pudiera soportar el dolor del martirio, concede a los que hoy celebramos su victoria vivir defendidos de los engaños del enemigo bajo tu protección amorosa. Por nuestro Señor Jesucristo.

5 de julio

Junípero Serra (1713-1784)
            El beato Junípero Serra nace en Petra (Mallorca. España) el 24 de noviembre de 1713; es hijo de Antonio Serra y Margarita Ferrer, agricultores. Entra en la Orden en 1730 en Palma de Mallorca. Ordenado sacerdote en 1737, es profesor de filosofía. Alcanza el grado de doctor en la Universidad del beato Raimundo Lulio en 1742. En 1749 viaja al Colegio de San Fernando, en México. Evangeliza durante ocho años las misiones de Sierra Gorda al nordeste de la ciudad de México. Maestro de novicios en la Ciudad de México. Los jesuitas son expulsados de México en 1767 y Fr. Junípero es nombrado presidente de sus misiones en Baja California. En 1769 evangeliza la Alta California y funda las misiones de San Diego (1769), San Carlos Borromeo (1770), San Antonio de Padua (1771), San Gabriel Arcángel (1771), San Luis Obispo (1772), San Francisco de Asís (1776), San Juan de Capistrano (1776), Santa Clara de Asís (1777) y San Buenaventura (1782). Defiende los derechos de los indios ante el Virrey Bucarelli en 1773. Muere el 28 de agosto de 1784 en la Misión de San Carlos Borromeo. El papa Juan Pablo II lo beatifica el 25 de septiembre de 1988.
                                   Común de Pastores o de Santos Varones
            Oración. Oh Dios, por tu inefable misericordia, has querido agregar a tu Iglesia a muchos pueblos de América por medio del beato Junípero Serra; concédenos, por su intercesión, que nuestros corazones estén unidos a ti en la caridad, de tal manera que podamos llevar ante los hombres, siempre y en todas partes, la imagen de tu Hijo unigénito, nuestro Señor Jesucristo. Que vive y reina contigo, en la unidad del Espíritu Santo, y es Dios, por los siglos de los siglos. Amén.


El Espíritu Santo según San Pablo

                                                                              ESPÍRITU SANTO

                                                                                             VI



                                                                      El testimonio de Pablo

            La actuación de la bondad y de la gracia en la historia se realiza por la vida de Jesús (cf. Jn 1,14), y se prolonga por la llamada a su seguimiento para compartir su vida, destino y misión; seguimiento que después de la Resurrección se concreta con la fe en Cristo según el Espíritu. La fe en la nueva presencia del Resucitado es posible gracias a su Espíritu (cf. Hech 2,1-4), y Pablo enseña esta nueva relación con Cristo en el Espíritu. Él no tiene la oportunidad del seguimiento histórico, de ahí que su conducta sea una de las pautas que marquen la identidad de los cristianos, continuando en la historia el principio de la acción salvadora que Jesús lleva a cabo en Palestina: «Y si el Espíritu de Aquel que resucitó a Jesús de entre los muertos habita en vosotros, Aquel que resucitó a Jesús de entre los muertos dará también la vida a vuestros cuerpos mortales por su Espíritu que habita en vosotros» (Rom 8,11).
           
Pablo es consciente de la pretensión de Jesús sobre la iniciativa de Dios para reconducir la historia humana (cf. 1Tes 5,9-19; Rom 5,8.10.38). Por eso se cuida mucho de no utilizar sus ventajas cristianas ante los judíos y paganos; al contrario, se gloría de su debilidad para que prevalezca el vigor de la gracia de Dios y recuerda el aguijón que le mantiene en su fragilidad humana (cf. 2Cor 11,31; 12,7-12). En efecto. Pablo experimenta la llamada de Dios para seguir y anunciar a Cristo: «Pero, cuando el que me apartó desde el vientre materno y me llamó por puro favor tuvo a bien revelarme a su Hijo» (Gál 1,15-16). La elección divina está en la órbita de otras, como la de Sansón (cf. Jue 16,17), del Siervo de Yahwé (cf. Is 49,1) o de Jeremías (Jer 1,5). La llamada es una gracia de Dios con la que le revela a su Hijo; y es una gracia con la que separa a Pablo de su vida y actividad anterior y le confía la misión de predicar a Jesús a los gentiles. Esta gracia, en definitiva, le transforma en un hombre «nuevo»; Dios le recrea por completo para anunciar a su Hijo (cf. Gál 6,15; 2Cor 5,17). Dicha gracia se explicita en el encuentro con el Resucitado, que evoca también la elección de los discípulos por parte de Jesús, o las comidas de Jesús con publicanos y pecadores que les rehacen la vida, como es el caso de Zaqueo (cf. Lc 19,1-9); es lo que significa el «nuevo nacimiento» en la teología de Juan (cf. Jn 3,1-8; Rom 6,4). Él habla repetidas veces de este encuentro con Jesús en el camino de Damasco (cf. Hech 9,3-21; 22,6-10; 26,14-18; 1 Cor 15,8; Ef 1,15-16; Flp 3,12), que entraña un cambio radical en su vida: de perseguir a Cristo en los cristianos a ser valedor de su vida y doctrina de salvación para todo el mundo (cf. Hech 8,1; Gál 1,13). Y esto es gracias al Espíritu: «Así que, hermanos míos, no somos deudores de la carne para vivir según la carne, pues, si vivís según la carne, moriréis. Pero si con el Espíritu hacéis morir las obras del cuerpo, viviréis» (Rom 8,12).
           
Descubrir a Jesús implica asumir el Evangelio como una forma nueva de vida fundada en el poder de Dios (cf. Rom 1,16), y, a la vez, el Evangelio es configurarse con la vida de Jesús como experiencia personal y no como una actividad intelectual que aprende una historia o sigue una creencia (cf. 1Cor 4,16; 1Tes 1,6). Pablo expresa su experiencia de fe y su programa de vida en esta frase: «He quedado crucificado con Cristo, y ya no vivo yo, sino que vive Cristo en mí. Y mientras vivo en carne mortal, vivo de la fe en el Hijo de Dios, que me amó y se entregó por mí» (Gál 2,19-20). Pablo no vive según la forma judía (cf. Flp 3,5-6), o pagana, sino se ha introducido en una nueva dimensión de la existencia determinada por la presencia del amor de Cristo gracias al Espíritu; deja que Cristo actúe en él para que destruya la capacidad de autosuficiencia que excluye a Dios en la existencia. Y tal es su experiencia que el auténtico sujeto de su actividad es Cristo: él es su ser, su obrar, su vivir mientras permanezca en la historia humana (cf. Flp 1,21). La relación entre su vida y la vida de fe en Cristo, hace que, sin dejar de ser él, pueda configurarse con Cristo, o transformarse en Cristo, constituyéndose Cristo en el soporte de su existencia. Pablo aplica esto a los cristianos en la carta a los Romanos: «... consideraos como muertos al pecado y vivos para Dios en Cristo Jesús» (6,11; cf. 14,7-8; 1Cor 3,23; 2Cor 5,15). Es entonces cuando asume el dinamismo de la vida de Cristo crucificado y resucitado gracias a la fuerza y al poder del Espíritu.
           
Dios, por medio de Jesús, hace que descubra un mundo «nuevo», un hombre «nuevo», un sentido de la existencia «nueva» (cf. Gál 6,15; Rom 6,4). La «novedad» estriba en que Dios se ha decidido a hablar y actuar en beneficio de su criatura por medio de la vida de Jesús. Dios rescata, salva, redime del mal, rompe los círculos infernales que ha creado el hombre por su libertad y sus ansias de poder, y de los que no puede salir. Según Juan, Dios se enfrenta al poder del hombre con un poder que es exclusivamente su relación de amor, porque Él sólo es amor (cf. 1 Jn 4,8-16); y su amor en la historia humana es la vida de Jesús (cf. Jn 3,16). Ese amor es lo testifica el Espíritu. La gracia constituye la relación de amor de Dios a su criatura para Pablo. Así es el nuevo fundamento de la existencia que se puede decir que todo es gracia en la vida (cf. Ef 2,4-10); gracia que se identifica con Jesús, cuya historia se centra en su muerte y resurrección (cf. Rom 6,1-11). Y une los dos términos: Dios para nosotros es la vida de Jesús, que es su gracia, y la gracia se manifiesta en la muerte y resurrección de Jesús.
           
Entonces podemos entender que Pablo configure su vida según la de Cristo: él es su amor (cf. Rom 8,39), su esperanza (cf. 1Tes 4,17), su libertad (cf. Gál 2,4; 5,13), su potencia (cf. Ef 6,10), su paz (cf. Flp 4,7), en definitiva, su vida (cf. Fil 1,21), capaz de dominar o extirpar el dominio del pecado que le atenaza (cf. Rom 7,7-25), desactivando su autosuficiencia (cf. Gál 2,16), ciertamente con dolor, con cruz (cf. Gál 2,19; 6,14), pero con la fuerza suficiente para rehacer su libertad y abrirse a la gracia que le capacita para la felicidad y plenitud humana (cf. 2Cor 4,14): El Espíritu viene en ayuda de nuestra flaqueza. Como nosotros no sabemos pedir como conviene, el Espíritu mismo intercede por nosotros con gemidos indescriptibles» (Rom 8,26). Pablo, judío fariseo (cf. Hech 21,39; Flp 3,6; etc.), sale del encuentro con Cristo como el publicano de la parábola descrita: justificado, salvado, es decir, es consciente de su incapacidad para salvarse a sí mismo, de la insolvencia de su creencia en la ley judía para arrancarle del mal (cf. Gál 2,21; 5,11; Rom 2,27-23) y de la debilidad de la sabiduría humana para encauzar la existencia con la dignidad que le compete como hijo de Dios (cf. Rom 8,19-27; 1Cor 1,30; etc.). Pero Pablo no es un pecador público, o una persona alejada de Dios; su cambio obedece al sentido de la vida y de Dios que le proporciona Cristo, que no a un simple cambio moral o ético.


San Pedro

                                             Simón Pedro en la Escritura y en la memoria




        Marcus Bockmuehl

           
El autor reconoce que la información histórica segura que tenemos sobre Pedro es más bien escasa. Sin embargo, Pedro es un discípulo y apóstol fundamental en el desarrollo y expansión del cristianismo después de la crucifixión de Jesús y la experiencia de Pentecostés. Sin él es impensable que las diferentes corrientes cristianas, esparcidas por el Imperio Romano, se mantuvieran unidas en lo esencial, contando, además, con cuatro relatos evangélicos distintos sobre la vida y doctrina de Jesús. Pablo, que actúa como vínculo de unión entre las comunidades fundadas por él, a la manera de Pedro con todas las demás, es el que le sitúa el primero en proclamar la resurrección de Jesús y forma una de las columnas de la Iglesia. El autor, partiendo de la historia de los efectos (Gadamer), o analizando los textos y acontecimientos a partir de la repercusión que han tenido (23), se adentra en la figura de Pedro con una actitud de memoria  y recepción de los hechos fundacionales de la fe.
           
El texto analiza la presencia de Pedro en el N.T. Procede de Betsaida y vive después en Cafarnaún; es trabajador por cuenta ajena, amigo de Jesús, que se hospeda en su casa, vivienda que sirve como centro de la misión entorno al lago de Galilea. Forma parte de los tres discípulos más cercanos a Jesús, con Santiago y Juan (transfiguración, huerto de los Olivos). Es el centro de la misión apostólica en la primera parte de los Hechos (en Jerusalén hasta el año 49 ca.). Pablo, que se encuentra con él en Jerusalén, le reprocha que su misión entre los gentiles es un simulacro al ceder a la presión de los judeocristianos (carta a los Gálatas). También dice que es administrador de la gracia del Señor en Corinto (1Cor 1,12; 4,1-2), va acompañado de su familia en la misión (1Cor 9,5) y su papel fundamental en la fe en la resurrección (1Cor 15). Las dos cartas que llevan su nombre le hacen testigo de la transfiguración y pasión y pastor de la Iglesia, como se explicita en Jn 21,15ss.
            La segunda parte expone la memoria de Pedro en Oriente y Occidente. Tenemos a Ignacio de Antioquía, Justino mártir y Serapión, todos del siglo II. Éste se hace testigo de una tradición que proviene directamente de Pedro, como Justino defiende que el Evangelio de Marcos son las memorias del Apóstol. Ignacio escribe que Pedro es la clave y testigo de la vida y doctrina de Jesús. Por eso sigue siendo el portavoz de los discípulos, como aparecen en los Evangelios: un discípulo pleno de autoridad y con sus intervenciones se van resolviendo los problemas de las iglesias y construyendo una tela de araña donde todas las comunidades estaban, más o menos, vinculadas. Aunque Juan hace más hincapié en el «discípulo amado», da importancia a la posición de Pedro en el grupo de discípulos, sobre todo el texto citado antes de Jn 21.
           
La tercera parte estudia la memoria de Pedro que ofrece la arqueología y exégesis neotestamentaria sobre su conversión o proceso de ser discipulado del Señor. Como afirma Pablo: la conversión es una carrera en la que el cuerpo se ejercita para llegar a la meta. Pedro ha recorrido un camino largo en el que ha experimentado una serie de acontecimientos en los que se explicita una fe incipiente, pero que va madurando paulatinamente; es tardo para comprender ciertos hechos y dichos de Jesús, pero tal deficiencia no es una cuestión ni de principios ni intelectual, sino existencial. Tiene un empleo duro, procede de una familia de fuerte tradición judía, vive en un ámbito pagano, como Betsaida, aunque después se traslada a Cafarnaún donde conoce a Jesús y se incorpora a su misión. Ejerce la función esencial de coordinar y presidir el grupo de discípulos para cumplir la misión de evangelizar a todas las gentes (Mt 16; Jn 21). Todo ello conduce  a profundizar la primera investigación procedente del mundo protestante, como fue la de Oscar Cullmann y desvirtuar las posiciones tradicionales de dichas iglesias: «Cada vez es menos común presentar al Pedro del N.T. como una nimiedad vacilante, un oponente al evangelio verdadero (léase “paulino”) o la invención en buena medida mítica de eclesiásticos autoritarios del “catolicismo primitivo”» (262). El autor cita a Cipriano († 285) en su disputa con el papa Esteban: todos los obispos son la «roca» sobre la que se asienta la Iglesia; hoy diríamos el Colegio Apostólico. Pero ello no empece que, desde el principio, se afirme que Pedro tiene unos sucesores continuadores de su ministerio. Al contrario de la solución de Cullmann: Pedro es la «roca» colocada por Jesús de una forma personal e intransferible. Los pasajes evangélicos (cf. Mt 16,17-19; Lc 22,31-32; Jn 21,15-17) «dan a entender que la tarea de Pedro siguió tras la resurrección, la cual parece que, de forma intrínseca, tenía una naturaleza permanente y no estaba vinculada a la identidad de un apóstol. La labor de cuidar, pastorear y proteger el rebaño es un ministerio que perdurará. Resulta falso suponer, como hacen muchos protestantes, que la misión de Pedro “expiró con su muerte”» (263).
            Bockmuehl, perteneciente a la Iglesia anglicana, termina el texto de la siguiente manera: «El carácter frágil, pero indispensable, de este ministerio de unidad, su fortaleza en la debilidad y su testimonio de la gracia de un discipulado de segundas oportunidades sigue siendo una parte esencial del legado permanente de la memoria de Pedro entre  todas las iglesias cristianas» (264).

                                   Ediciones Sígueme,  Salamanca 2014, 300 pp., 13,5 x 21 cm.