lunes, 4 de mayo de 2015

VI Domigo de Pascua: Amaros unos a otros



VI DOMINGO DE PASCUA (B)

                                                            
            Lectura del santo Evangelio según San Juan 15,9-17

            En aquel tiempo, dijo Jesús a sus discípulos: Como el Padre me ha amado, así os he amado yo; permaneced en mi amor. Si guardáis mis mandamientos, permaneceréis en mi amor; lo mismo que yo he guardado los mandamientos de mi Padre y permanezco en su amor. Os he hablado de esto para que mi alegría esté en vosotros, y vuestra alegría llegue a plenitud.
            Este es mi mandamiento: que os améis unos a otros como yo os he amado.
Nadie tiene amor más grande que el que da la vida por sus amigos. Vosotros sois mis amigos, si hacéis lo que yo os mando. Ya no os llamo siervos, porque el siervo no sabe lo que hace su señor: a vosotros os llamo amigos, porque todo lo que he oído a mi Padre os lo he dado a conocer.
            No sois vosotros los que me habéis elegido, soy yo quien os he elegido; y os he destinado para que vayáis y deis fruto, y vuestro fruto dure. De modo que lo que pidáis al Padre en mi nombre, os lo dé. Esto os mando: que os améis unos a otros.


1.- Dios.- El Reino revela a un Dios que nos ama como hijos suyos, y nos exige que le amemos. Para esto, Dios nos da la capacidad para amarle con el seguimiento de Jesús y según la forma con la que Jesús ama  (cf. Mt 11,27). La potencia del amor de Dios depositada en nuestra vida conduce a que confiemos plenamente en Él, por lo que vivimos cumpliendo sus mandatos y caminando por las vías que nos señala para serle fiel. Arranca el mandamiento que nos dice Jesús  de una experiencia irrenunciable para Israel: Dios, que es uno, absorbe todas nuestras  capacidades humanas para que le reconozcamos en nuestra vida por medio de la adoración. Dios desea una reciprocidad intensa y excluye las medianías y cálculos en nuestras respuestas a su entrega amorosa. Corazón, alma, mente y fuerzas resumen nuestra entrega total y sin condiciones (cf. Mt 6,24). Además el amor lleva consigo la iniciativa sin interés, el respeto al otro, que cuando es Dios se transforma en alabanza y adoración, y la dimensión cognoscitiva que completa a la afectiva.

2- La comunidad.- El mandamiento del amor mutuo al relacionarlo con el amor del Padre adquiere la dimensión de universalidad propia de Dios que hace salir el sol para todos, justos e injustos, y funda la relación fraterna: el pertenecer a una vocación y destino común filial. El amor al prójimo tenido como hermano, abarca el amor al enemigo (Lc 6,27; Mt 5,43-44), el amor al extranjero (Lc 10,25-37) y el amor al pecador (Lc 7,36-50), todos criaturas de Dios. Por consiguiente, el punto de partida es teológico y no antropológico. La Iglesia, o la familia, o las comunidades religiosas no son grupos de amigos, o conocidos, que se unen para realizar una tarea, o función caritativa, o prolongar el amor en la historia. Esto no lo dice Jesús. Como enseña en la parábola de buen Samaritano, la clave no está en quiénes son nuestros prójimos (que son todos), sino en nuestra actitud de amor  que hace que todos sean mis prójimos porque son mis hermanos. Sólo desde esta relación de amor podemos amar al margen de nuestros sentimientos, buenos o malos, que tengamos hacia los demás.
3.- El creyente.-  El amor de Dios, la ilimitada ternura o la libre cercanía del amor de Dios a todos nosotros, nos provoca una profunda alegría y gozo interior para los que descubrimos y aceptamos este nuevo movimiento divino y nos obliga a vivirlo con todos los hombres comprendidos como hermanos, personas que afectan a mi vida. Entonces el campo de nuestras relaciones humanas se queda sin fronteras al no levantar Dios muro alguno para establecer contacto con los vivientes. Por su paternidad universal fundamenta una dignidad común y un común reconocimiento entre todos. De esta manera se supera la obligación de no querer a los que no forman parte de nuestro pueblo o de nuestra familia, o son aborrecibles por su conducta, además de borrar la imagen de un Dios que impone justicia con imágenes violentas.  En el amor al prójimo debemos añadir la última antítesis de Mateo: «Habéis oído que se dijo: Amarás a tu prójimo (Lev 19,18) y odiarás a tu enemigo. Pues yo os digo: Amad a vuestros enemigos, rezad por los que os persiguen. Así seréis hijos de vuestro Padre del cielo, que hace salir su sol sobre malos y buenos y hace llover sobre justos e injustos» (Mt 5,43-48). Esto es dar la vida por todos, amigos y enemigos, por todos son nuestros hemanos.

VI Domingo de Pascua: Amaros como yo os he amado



VI DOMINGO DE PASCUA (B)

           

            Lectura del santo Evangelio según San Juan 15,9-17

            En aquel tiempo, dijo Jesús a sus discípulos: Como el Padre me ha amado, así os he amado yo; permaneced en mi amor. Si guardáis mis mandamientos, permaneceréis en mi amor; lo mismo que yo he guardado los mandamientos de mi Padre y permanezco en su amor. Os he hablado de esto para que mi alegría esté en vosotros, y vuestra alegría llegue a plenitud.
            Este es mi mandamiento: que os améis unos a otros como yo os he amado.
Nadie tiene amor más grande que el que da la vida por sus amigos. Vosotros sois mis amigos, si hacéis lo que yo os mando. Ya no os llamo siervos, porque el siervo no sabe lo que hace su señor: a vosotros os llamo amigos, porque todo lo que he oído a mi Padre os lo he dado a conocer.
            No sois vosotros los que me habéis elegido, soy yo quien os he elegido; y os he destinado para que vayáis y deis fruto, y vuestro fruto dure. De modo que lo que pidáis al Padre en mi nombre, os lo dé. Esto os mando: que os améis unos a otros.


1.- Texto. El Evangelio de Juan mantiene la actitud de Jesús sobre el amor, que escriben los Sinópticos (cf. Mc 12,30par). Jesús reza la oración de la Shemá, que recita dos veces al día, oración que recuerda que Dios está por encima de todas las tareas que ocupan el día; y añade que hay que amar al prójimo como a sí mismo. Pero el amor de Jesús a Dios es una relación filial al Padre, no es la de una criatura a su Creador,  y el Padre es Padre de todos los hombres, lo que convierte la relación con sus discípulos y con todos los hombres en una relación fraterna, relación de hermanos.
2.- Mensaje.  La relación filial con el Padre y fraterna con todos la manda Jesús como la mayor prueba que puede exhibir la comunidad cristiana ante todo el mundo. Jesús ha dado eejemplo de ello al lavar los pies a los discípulos (Jn 13),  al vivir sirviendo a todos los que necesitaban amor para continuar esperando en Dios y en la vida humana, al morir amando y perdonando. Y esto es lo que les manda a los discípulos, y de una forma muy explícita. La regla del amor, como del perdón, es como él les ha amado; como él nos ha amado: hasta morir, es decir, hasta entregar lo más preciado que tiene un hombre o una mujer: su vida.
3.- Acción. El programa evangélico que Jesús establece y que se enraíza en Dios supone interiorizar por medio de la plegaria el amor a todos; en este aspecto se contesta al mal con el bien y se desacelera la potencia de la violencia, se abre sin límites el servicio del amor, no reduciéndolo al ámbito sectario de la raza, la amistad y la familia; por último, invita Jesús, si es necesario, a ofrecer la vida por los demás (Jn 15,13). Se pasa de amar al prójimo como a sí mismo al don de sí mismo a todos, en el que se contempla el sacrificio extremo que envuelve el amor: «Quien se aferre a la vida la perderá, quien la pierda por mí la encontrará» (Mc 8,35par). Es la única manera de adquirir el estatuto de ser hijos de Dios, porque, con esta actitud, se alcanza la dimensión divina que entraña el amor universal: «... y seréis hijos del Altísimo, porque Él es bueno con los desagradecidos y los perversos» (Lc 6,35; cf. Mt 5,45).