domingo, 12 de abril de 2015

Cristología de Olegario


IDEAS FUNDAMENTALES DE “JESÚS DE NAZARET:
ENTRE LA CRÍTICA HISTÓRICA Y LA CONFESIÓN CRISTIANA.
EL PROBLEMA Y SU SENTIDO”[1]

 
OLEGARIO GONZÁLEZ DE CARDEDAL


Pilar Sánchez Álvarez
Instituto Teológico de Murcia OFM
Pontificia Universidad Antonianum


            Este estudio de Olegario González de Cardedal, publicado en el año 2009, recoge múltiples ideas desarrolladas por el autor en obras  anteriores tales como Fundamentos de Cristología I, El camino y Meta y Misterio publicados en 2005-2008.
 Como todos sus trabajos, sus afirmaciones están fundadas por diversos autores tanto historiadores, como filósofos o teólogos, tales  como Guardini, Braunshweig quien recoge las sentencias de Reinarus (1694-1778), Bultmann, Jaspers, Dunn, Ranher, Brito, Goff, Perrot, Kierkegaard, Tillette, Lagrage, Balthasar, etc., lo que demuestra la formación intelectual del autor y sus extensos  conocimientos. Así mismo es frecuente las  citas evangélicas, las cartas paulinas o el Concilio Vaticano II, así como  Santo Tomás demostrando su formación  bíblica y religiosa  sobre los temas abordados en el estudio. Lo divide en cuatro partes, con una pequeña introducción y unas reflexiones finales siendo el objetivo el  estudio de Jesús histórico y el de Jesús de la fe y  la relación entre ambas facetas.

            En la introducción comienza  clasificando a los hombres en “masa” o en “levadura” de la historia, lo que le sirve para introducirse en la primera parte que trata de la contraposición entre la historia y la fe en relación con Jesús de Nazaret,  designándolo como masa y levadura  ya que su persona y su hecho histórico ha determinado a la humanidad entera. Habla de Jesús   como presente, pasado o futuro  afirmando que ni los historiadores ni los creyentes  se cuestionan su existencia  pero si aparece el problema respecto a    la identidad.
            Ante su persona hoy se dan dos actitudes: acceder a él como historiadores, o como creyentes, sin olvidar a los  creyentes historiadores o historiadores creyentes. Las dos posturas son críticas, con un objeto, una metodología y un lenguaje adecuado, excluyendo el fundamentalismo o el historicismo.  
            La crítica histórica utiliza documentos del tiempo pretérito y los creyentes se basan  en el testimonio de los testigos contemporáneos a Jesús  que le otorgaron toda su confianza y adhesión, por una revelación de Dios a la que el hombre responde con fe.
           
Ambas formas de acceder a Jesucristo son legítimas y aunque el historiador no presupone la fe, el creyente utiliza la historia como indispensable.
Desde el primer milenio hasta el siglo XVIII, se consideraban los Evangelios como relatos históricos, pero posteriormente se interpretan como propuestas de sentido global que  requieren interpretación. Y aparece el principio de sospecha frente a los autores del Nuevo Testamento, como Reimarus (quien considera a Jesús un simple judío que propuso un levantamiento político y sus seguidores inventaron su resurrección)  o Lutero (quien no aceptó la interpretación de la Iglesia).  Ante esta sospecha los historiadores consideraron las fuentes cristianas para buscar al Jesús histórico anterior al Jesús que los cristianos han recibido por la fe. Se realizaron esfuerzos para establecer criterios que distingan lo que es propio de Jesús y lo que es de la Iglesia.
             En estas investigaciones se impuso en un primer momento el principio de discontinuidad (alejando a Jesús de sus raíces judías, buscando la originalidad). Ante estos abusos se introducen los criterios de atestación múltiple, de dificultad, de discontinuidad, de plausibilidad y coherencia para  terminar proponiendo conocer a Jesús a través de la fuentes apócrifas, el evangelio de Tomás y la fuente Q.

           
La segunda parte la dedica a resaltar los hechos fundamentales de la historia. Jesús ha sido un hombre decisivo que ha cambiado la historia, reconocido entre otros muchos,  por Pascal o Karl Jaspers. La “altura de Jesús ha sido la altura propia de Dios, en la medida en que Dios mismo en él se acercó a nuestra bajura”. Es un hecho puntual de una historia de un pueblo, pero  con presencia permanente en la historia, generadora de fe y de comunidad.
             La resurrección como hecho-experiencia diferenciante, porque es el único hombre en la historia de quien se ha dicho en serio que ha resucitado como anticipo del destino de toda la comunidad,  no significa una vuelta a la vida anterior,  sino  que se considera “como la victoria del mal y el adentramiento en la definitividad misma de Dios”.
            Es característico de la figura de  Jesús la desproporción entre su aparente insignificancia tal como fue percibido en  los días de su vida mortal con su marginalidad por un lado y, por otro, la presencia e influencia que ha adquirido con el tiempo. Es reconocido como revelador de Dios y del hombre, y de él se han derivado dos grandes realidades, el cristianismo y la iglesia, y es eficaz en la historia, no por el pasado, sino porque es considerado vivo y vivificador. Sin él, ni el cristianismo ni la Iglesia pueden existir.
           
Influye en la historia de múltiples maneras como es la irradiación intelectiva y así la cultura ha sufrido una revolución por la nueva compresión del Absoluto y también   la filosofía. De igual manera, se ha producido una irradiación  emocional con nuevos sentimientos, una irradiación moral con  nuevas actitudes y formas de conducta, una irradiación práctica con acciones e instituciones nuevas y una irradiación  personal dando una nueva orientación a la existencia con la salvación. 
Esta irradiación personal se encuentra en los santos, que no son imitadores, sino recreadores de Cristo en cada generación como lo fue San Francisco en la Edad Media.
 Jesús ha sido admirado o condenado por las siguientes generaciones, pero no ha resultado indiferente.
            Es necesario una historia crítica sobre la figura de Jesús, del cristianismo y de la Iglesia.
“Si Dios ha sido hombre, la humanidad tiene una dignidad infinita por divina y cada hombre merece un respeto absoluto, ya que con él se ha unido el Hijo eterno y por él ha muerto. El Hijo de Dios por su encarnación se ha unido, en cierto modo, con cada hombre” (GS 22).

            En la tercera parte Olegario González de Cardedal enumera los distintos problemas que presenta la figura de Jesús de Nazaret  para la inteligencia, enigmas presentados a la historia crítica: Uno de ellos es la marginalidad de la historia de Jesús y la explosión  de su testimonio.
            ¿Qué paso a la muerte de Jesús? Numerosas personas le confiesan resucitado, acreditado por Dios y declarado justo. Los mismo que le abandonaron en la hora decisiva, se enfrentan  después a las autoridades judías por proclamarle  el Mesías, dando testimonio de la identidad del Jesús, conocido por ellos antes de morir e identificándolo con  el  crucificado, con el resucitado, vivo y glorificado por Dios, en  una experiencia de encuentro.
            En el año 51, se elabora ya una cristología en la Carta a los Tesalonicenses, seguida de los Filipenses (54-57) donde se anticipa lo que el Concilio de Nicea, tres siglo después proclamará.
            Otro de los problemas para la inteligencia es la incardinación, excardinación y transcardinación  de Jesús en el Nuevo Testamento. Los textos de este  son testimonios de fe, que presuponen la existencia histórica de Jesús, pero interpretada como la acción definitiva de Dios cumpliendo su promesa de salvación. Narran los hechos positivos y negativos de su vida, nacen en lugares separados pero convergen en Jesús, quien les da unidad, se incardinan en el Jesús de Israel, pero a la vez lo excardina, haciéndole universal y transcardina “situándole unos en la historia de la salvación anteriormente vivida, otros en su peculiar relación filial con Dios, otros finalmente en igualdad de poder, de conciencia y de acción con él” (p.219).
           
Otro de los problemas es convertir hechos particulares, en acontecimientos universales, con presencia eterna. Kierkegaard en Migajas filosóficas o un poco de filosofía,  distinguió lo que el llamaba hechos particulares (los comunes con los hombres, los individuales) acontecimientos universales (los que pertenecen a todos los humanos, descubiertos por unos pocos) y presencias eternas (acontecimientos con la fuerza necesaria para ser reconocidos como signos de Dios actuando entre nosotros).
Dios actúa siempre por los caminos de los hombres, por hechos (naturaleza exterior) sentido (existencia interior) y  revelación (referida a Dios), ¿qué encontramos en Jesús?
            “Respecto de los hechos necesitamos información, verificación y explicación; respecto del sentido hay que ofrecer interpretación, hacer posible la compresión y dejarse trasformar por lo que de universal va implicado en la vida que realiza y ofrece ese sentido. Respecto de la revelación hay que escucharla acogerla y obedecerla, y esto significa fe.”
            Para ello necesitamos la historia crítica, la hermenéutica o antropología, y para el tercero la teología, sin confundir los planos de realidad de  cada una  de ellas.
Otro enigma para la inteligencia es las tres vertientes constitutivas del ser y destino de Jesús. En él hay que integrar las tres  vertientes de su vida, porque forman una unidad indisoluble: la acción pública con la predicación del reino; la fase final de su vida y la muerte en la cruz, y por último,  la  experiencia de la resurrección, las apariciones, la tumba vacía y la comunidad que le recuerda, le celebra y le espera.
            El NT presenta el comienzo de su vida  partiendo desde su acción pública, pero internamente pensado desde el final,  es decir, proyectando sobre su vida la resurrección de Jesús como el Mesías, el Señor e Hijo de Dios.  El creyente al leerlos, considera esta lectura como la verdadera historia de Jesús, y para el no creyente la considerará como la falsificación de la historia real.
            Allí donde no aparezcan en plena luz los tres polos: Reino, Muerte, Resurrección, allí no hay cristianismo.
            “En la historia del cristianismo se ha ido acentuando una u otra de estas versiones: la patrística está centrada en el misterio pascual, en el que muerte y resurrección van unidas; en la Edad Media prevalece la atención a la pasión y la muerte; en la Era Moderna están en primer plano la acción  histórica  de Jesús con su mensaje, junto con los aspectos gnoseológicos  o las condiciones de nuestro conocimiento de quien temporal y localmente está alejado siglos de nosotros. En nuestros días, por ejemplo, la teología protestante está centrada sobre todo en la muerte de Jesús como reveladora ante todo del ser de Dios; la teología de la liberación en el fermento utópico y emancipador de su predicación en cuanto propuesta de un hombre nuevo; los movimientos más recientes en la experiencia pascual y en el don del Espiritu. Tales acentuaciones son legítimas si no se absolutizan y si mantienen el lugar propio que corresponde a los demás aspectos que ellas no subrayan” (pp.221-222). 
            Para entender a Jesús de Nazaret es necesario  las tres ejercitaciones de la razón ante él o las tres cristologías posibles.  
            Es necesario comenzar por una cristología histórica, seguida de una filosófica para llegar a una cristología teológica. Esta es la única que han realizado los autores del NT,  ya que han visto a Jesús en su relación filial con Dios y Dios desde  la revelación  suprema en él.
              En los últimos decenios ha prevalecido el intento por identificar a Jesús desde su contexto y lo  han tipificado como: maestro de sabiduría; profeta escatológico, carismático, reformador social, personalidad marginal,  supermístico…
Hay que aclarar que los evangelios no son una biografía de Jesús y no presentan datos para elaborar su identidad histórica. Lo que plasman es la relación única de Jesús con Dios, la relación de Jesús con los hombres, y la relación de Dios con Jesús.

            En la cuarta parte Olegario González de Cardedal se pregunta que aportan la historia y la fe en la compresión de Jesús y si son compatibles entre sí.
Comienza presentando  los resultados de las investigaciones  hechas al margen de la fe porque se ha intentado buscar la historia de Jesús sin creer, lo que ha producido miles de libros con esta intención, aunque lo que escribían sobre él  era el modelo de “hombre ideal” de cada generación, pero careciendo de trascendencia, y  cada nueva etapa anulaba la figura anteriormente descrita, porque era la propia idea del escritor intensificando algún rasgo  descrito en el NT.  No hay datos suficientes para escribir una biografía  histórica de Jesús.
           
Partiendo de los presupuestos de una historia crítica en el sentido del historicismo radical, se llega a la conclusión: que sólo se puede usar la razón mundana en esa investigación; que cualquier acontecimiento nuevo hay  que explicarlo con los acontecimientos anteriores o circundantes aplicando la duda metódica  respecto a la tradición;   la no aceptación que los hechos del pasado puedan plantear la vida personal; y  que el historiador está claro que no investiga el ser, sino el devenir.
Sin embargo, la compresión cristiana parte   “que Dios es Señor y creador en una relación permanente con su creación y con los hombres; que el hombre está  abierto a Dios y es manuducible por él hasta donde él quiera; que la revelación en la historia es posible y posible el milagro, no como negación de las leyes de la naturaleza sino como su cumplimiento más perfecto ya que la naturaleza es el medio del encuentro entre Dios y el hombre; que cuando el hombre acoge la revelación histórica de Dios se dilata hasta compartir su conciencia divina, su vida personal y su futuro absoluto”.
Desde estas dos posiciones se hace una lectura diferente de Jesús.  El teólogo se cuestiona cómo surge la fe, si tiene una mayor o menor legitimidad que la mera lectura historicista, si son complementarias y si lo son,  entonces cómo se realiza esa complementariedad.
            La fe surge desde las acciones que realizó Jesús, y por el testimonio, primero de  los contemporáneos y luego por los que le sucedieron a esos testigos. Es decir, se recibe desde fuera, pero es necesario la iluminación interior. El evangelio notificado por fuera y el Espíritu Santo inspirando por dentro son las fuentes de la fe en cuanto don de Dios.  Y esa notificación e inspiración disponen al hombre libre a responder o a rechazar  a ese don de Dios, a esa gracia.
            La fe en Jesús surge cuando alguien vive abierto a la seriedad y dignidad de la existencia, conoce el evangelio, reconoce esos signos;  se pregunta por ellos y quiere responde honestamente ante Dios y ante los hombres; entonces se pone en un camino que implica atención, espera, oración, docilidad, confianza. La fe es percibida entonces como real don de Dios y real conquista del hombre.
            Y esta decisión es posible en todos los hombres, porque es propuesta a todos y no deriva de especiales capacidades intelectuales ni de una información propia de los profesionales de la historiografía.
           
Para creer en Cristo todos están igualmente cualificados porque la decisión deriva del núcleo de la persona, determinada por su posición fundamental en la existencia, por la verdad y coraje moral tanto y más que por sus capacidades racionales. En la fe están implicados las primeras cuestiones y los últimos fines de la existencia y para descubrir aquellas y estos todos estamos en principio igualmente cualificados. Aquí son decisivas la dignidad personal, la nobleza moral y la abertura a quien nos es más interior a nosotros que nosotros mismos: Dios.
La historia crítica y la confesión cristiana deben respetarse mutuamente porque cada una tiene su autonomía y aunque el objeto material es el mismo, el objeto formal es diferente en ambas. El Jesús cristiano es un Jesús histórico y cada generación debe conocer su vida, y el historiador, debe desvelar lo específico de Jesús,  sin juzgar lo que la fe dice de él. A la fe se llega por la voluntad de verdad y el amor,  y la verdad histórica nace de la demostración.
Hay una circularidad interpretativa entre los datos positivos del historiador y el marco de interpretación del teólogo: son independientes pero pueden ser colaboradores. Se puede pensar sin creer, pero no se puede creer sin libertad.   “El historiador habla siempre en pasado: del Jesús que existió, que era en aquel tiempo; el creyente, en cambio, habla del Jesús que es, que vive en este tiempo y al que reconoce en identidad con el que vivió en aquel tiempo. La historia dice quien era el que vivió y murió; la fe dice quien es el que resucitó y que, participe de la vida de Dios, y es contemporáneo de todos los hombres, de cada hombre. Cada uno ya puede decir con Pablo: “Me amó y se entregó por mí”.

            Reflexión Final: la Fascinación, la paradoja, el escándalo de Jesús
La fascinación que ejerce Jesús deriva de la transparencia de su persona, de la fidelidad a una misión, de la obediencia y entrega a la voluntad del Padre, pero sobre todo por el enfrentamiento con la muerte como expresión suprema de amor y con la resurrección. Jesús ha creado un horizonte nuevo a la existencia, la salvación.
“El destino del hombre es ya el destino de Dios desde que él  en la muerte y resurrección de Cristo compartió el nuestro para hacernos partícipe del suyo. Esa compartición  de naturaleza y destino se inicia con la encarnación de Cristo y se consumará cuando la historia de todos y cada uno de los humanos esté consumada”.
 El historiador sigue y expone el camino de los hombres hacia Dios; el teólogo en la luz de la fe conjugada con la luz de la historia, muestra el camino que Dios ha hecho hasta llegar a los hombres y al hombre tal cómo él se reconoce al ser acogido y recreado Dios. En Jesús encontramos hechos esos dos caminos: en su fase prepascual la revelación  va del hombre a Dios y en su fase pospascual la revelación va de Dios al hombre.





[1] El estudio se encuentra  en  la revista Salmanticensis 56 (2009) 205-236.

Santos y Beatos: 16-19 abril

16 de abril
Benito José Labre (1748-1783)

            San Benito José Labre, Cordígero de la Orden Francis-cana Seglar, nace el 26 de marzo de 1748 en Amettes (Francia), hijo de Juan Bautista Labre y Ana Grandsire. A los doce años vive con su tío Francisco José Labre, sacerdote en Erin. Estudia las ciencias eclesiásticas, pero no se siente llamado al sacerdocio, sino a la vida contemplativa. Al morir su tío en 1766, y después de varios intentos de ingresar en la Trapa y los Cartujos, viaja a Italia para continuar su vida de penitencia en medio de la gente y visitar como peregrino los lugares santos del Catolicismo. Y lo hace Benito con un abrigo viejo, un rosario al cuello y otro entre sus dedos y con sus manos abrazando un crucifijo que llevaba al pecho. En una bolsa lleva el Nuevo Testamento, el breviario y la Imitación a Cristo. Así visita Loreto, Asís, Nápoles, Bari, Fabriano, etc., en Italia, Einsiedeln en Suiza, Compostela en España y Paray-le-Monial en Francia. Los últimos seis años de su vida los pasa en Roma, de donde salía solo una vez al año para peregrinar a Loreto. En Roma duerme en el Coliseo y visita las iglesias. Muere el 16 de abril. Es enterrado en la iglesia de Santa María dei Monti. El papa León XIII lo canoniza el 8 de diciembre de 1881.

                                               Común de Santos Varones

Oración. Oh Dios, que concediste a San Benito José unirse a ti por el camino de la humildad y el amor a la pobreza, concédenos, por sus méritos, sabiduría para sopesar los bienes de la tierra amando intensamente los del cielo. Por nuestro Señor Jesucristo.


18 de abril
Andrés Hibernón (1534-1602)

            El beato Andrés Hibernón nace en Murcia (España) el año 1534, hijo de Ginés Hibernón y María Real, aunque vive y reside en Alcantarilla, ciudad perteneciente a la provincia de Murcia. Ejerce el oficio de pastor en Valencia y de administrador de D. Pedro Casanova, Regidor de la ciudad de Cartagena y Alguacil Mayor del Santo Oficio. Ingresa en el convento de Albacete de la Provincia Observante de Cartagena el día 31 de octubre de 1556 y profesa el 1 de noviembre de 1557. Es recibido en el convento de los Descalzos de San José de Elche (Alicante) por el padre Fray Alonso de Llerena, Guardián de dicho convento y, a la vez, Custodio Provincial de la Provincia Descalza de San Juan Bautista de Valencia. Es el año 1563. Desempeña los oficios de cocinero y hortelano, portero y limosnero. Reside en Valencia, Jumilla, etc. Es coetáneo de San Pascual Bailón, hermano de hábito y de la misma provincia franciscana. Sobresale por su humildad y sencillez, además por su espíritu de oración y amor a la Eucaristía. Muere en el convento de San Roque de Gandía (Valencia) el 18 de abril de 1602. Sus restos reposan en la Catedral de Murcia. El papa Pío VI lo beatifica el 22 de mayo de 1791.

                                               Común de Santos Varones
Oración. Señor, tú que otorgaste al beato Andrés Hibernón la gracia de imitar con fidelidad a Cristo pobre y humilde, concédenos también a nosotros, por intercesión de este bienaventurado, la gracia de vivir fielmente nuestra vocación, para que así tendamos a la perfección que tú nos has propuesto en la persona de tu Hijo. Que vive y reina contigo.

19 de abril
Conrado de Áscoli (1234-1289)

            El beato Conrado nace el 18 de setiembre de 1234 en Áscoli, Piceno (Italia); pertenece a la familia Miliani. Estudia en el Sacro Convento de Asís y en Perusa. Enseña en Roma. Cuando su compañero de profesión y de estudios, Jerónimo Masci, es elegido General de la Orden, le da licencia para ir a misiones a Libia y explorar la Cirenaica. Regresa a Roma en 1278; a los dos años viaja a París, donde enseña Teología en la Universidad. Cuando a Jerónimo Masci lo eligen Papa con el nombre de Nicolás IV, lo nombra su asesor. De viaje a Roma, enferma en Áscoli, se hace colocar en el suelo, como San Francisco, y se duerme en paz con el Señor a los 55 años de edad. Es el 19 de abril de 1289. Nicolás IV le levanta un mausoleo en San Lorenzo delle Piagge. Después, el 28 de mayo del año 1371, su cadáver es trasladado a la iglesia de San Francisco. El papa Pío VI concede Oficio y Misa en su honor el 30 de agosto de 1783.

                                               Común de Santos Varones

            Oración. Señor, Dios nuestro, que has querido infundir en el beato Conrado de Áscoli tu admirable sabiduría, concédenos, por su intercesión, permanecer siempre fieles a tu revelación. Por nuestro Señor Jesucristo.


Apariciones a los discípulos2.

                                                                La Apariciones


                                                                 II

                                                   A los discípulos

b. De la misión, en la que los discípulos son testigos del Resucitado cumpliendo sus mandamientos y asegurando su éxito por su presencia permanente en la historia, pasamos a la aparición en la que se describe la identidad del Resucitado. Lucas (24,37-49) narra la aparición a los Once al final de su Evangelio y como intento de síntesis, como ha hecho Mateo. La sitúa en Jerusalén y al atardecer del primer día de la semana (Lc 24,29). Jesús se aparece con el saludo tradicional de la misión, pero que ahora se funda en la resurrección: «La paz esté con vosotros». Los discípulos reaccionan al saludo «espantados y temblando de miedo» al no reconocer a Jesús, que identifican con un «fantasma». La falta de identificación es lo que hace que el Resucitado responda de la siguiente manera: «¿Por qué estáis turbados? Por qué se os ocurren esas dudas? Mirad mis manos y mis pies, que soy el mismo. Tocad y ved, que un fantasma no tiene carne y hueso, como veis que tengo. Dicho esto, les mostró las manos y los pies. Y, como no acababan de creer, de puro gozo y asombro, les dijo: ¿Tenéis aquí algo de comer? Le ofrecieron un trozo de pescado asado. Lo tomó y lo comió en su presencia» (Lc 24,38-43).
Jesús resucitado invita a los discípulos para que le vean y le toquen. La finalidad es que le identifiquen como el que vivió con ellos durante su ministerio de Palestina, y la prueba mayor está en las señales de los clavos con los que le fijaron en la cruz y que permanecen en las manos y en los pies. No es, pues, Jesús resucitado un espíritu venido del mundo celeste y que origina una manifestación teofánica que causa pavor, sino el maestro que escucharon y siguieron por Palestina. Además Jesús come ante ellos. La acción no es una manifestación de fraternidad, como sucedió cuando el grupo compartía la vida en la proclamación del Reino, sino una muestra, un signo, una ilustración de que su identidad corpórea no desaparece por el hecho de que haya entrado en la dimensión divina de la existencia. La mejor prueba para demostrar que es Jesús y no otro ser, es comer y beber, como necesitan hacer todos los humanos para confirmar que son tales. Por ello los discípulos pasan del temor al gozo al reconocer que es él mismo, aunque no el mismo, y poder relacionarse. Entonces les aclara el sentido de su vida leída desde Dios: «Esto es lo que os decía cuando todavía estaba con vosotros: que tenía que cumplirse en mí todo lo escrito en la ley de Moisés y en los profetas y en los salmos. Entonces les abrió la inteligencia para que comprendieran la Escritura» (Lc 24,44-45).
A continuación, como en la aparición relatada por Mateo, envía a los discípulos a una misión. Les instruye para que vayan a todos los pueblos. De nuevo sobresale el interés por la dimensión universal del mensaje. Sin embargo, el contenido de la predicación sigue otra orientación, más concreta y muy en la línea del comportamiento de Jesús: «Y añadió: Así está escrito: que el Mesías tenía que padecer y resucitar de la muerte al tercer día; que en su nombre se predicaría penitencia y perdón de pecados a todas las naciones, empezando por Jerusalén. Vosotros sois testigos de ello» (Lc 24,45-48). La doble responsabilidad de la comunidad apostólica es invitar a todos los pueblos a hacer  penitencia para que consigan el perdón de sus pecados. Por tanto, la misión tiene como objetivo la salvación de los hombres, profetizada por Simeón (Lc 2,30-32), proclamada por Jesús en todo su ministerio y cuya prueba última la ha ofrecido en la cruz al llevar a la gloria a un crucificado y perdonar a sus verdugos (Lc 23,24.43). El mandato de la misión significa que su presencia salvadora se prolongue a lo largo de la historia. Los discípulos, como testigos de su vida y su resurrección (Hech 1,21-22), son imprescindibles para ello, pero con la condición de que reciban el Espíritu: «Yo os envío lo que el Padre prometió. Vosotros quedaos en la ciudad hasta que desde el cielo os revistan de fuerza» (Lc 24,49, cf. Hech 2,33.39).
La promesa del Padre la explicita Juan en la misma aparición a los discípulos de Mateo y Lucas: «Como el Padre me envió, yo os envío a vosotros» (Jn 19,21). A continuación Jesús sopla sobre ellos. El mismo gesto hace Dios para crear al hombre (Gén 2,7) y para revitalizar a los muertos (Ez 37,1-14). El encuentro de Jesús resucitado con sus discípulos los transforma en criaturas nuevas, y al infundirles su Espíritu les capacita para llevar a cabo la misión. Y el Espíritu es la clave de su recreación y misión, además de la experiencia pascual de la cual son testigos para todo el mundo: «Recibid el Espíritu Santo. A quienes les perdonéis los pecados les quedan perdonados; a quienes se los mantengáis les quedan mantenidos» (Jn 19,22-23). Como en la narración de Lucas, el perdón universal indica la garantía de un Dios que es de todos, vivido y proclamado por Jesús y cuyo Espíritu asegura a lo largo de la historia humana la salvación ofrecida permanentemente a sus hijos. La comunidad cristiana representada en los Doce (Jn 1,24), pues, es la depositaria de este don inconmensurable del perdón, y por eso Jesús expresamente ora al Padre: «No sólo ruego por ellos, sino también por los que han de creer en mí por medio de sus palabras» (17,20).