IDEAS
FUNDAMENTALES DE “JESÚS DE NAZARET:
ENTRE LA CRÍTICA HISTÓRICA Y LA CONFESIÓN CRISTIANA.
ENTRE LA CRÍTICA HISTÓRICA Y LA CONFESIÓN CRISTIANA.
EL
PROBLEMA Y SU SENTIDO”[1]
OLEGARIO GONZÁLEZ DE CARDEDAL
Pilar Sánchez Álvarez
Instituto
Teológico de Murcia OFM
Pontificia
Universidad Antonianum
Este estudio de Olegario González de
Cardedal, publicado en el año 2009, recoge múltiples ideas desarrolladas por el
autor en obras anteriores tales como
Fundamentos de Cristología I, El camino y Meta y Misterio publicados en
2005-2008.
Como todos sus trabajos, sus afirmaciones
están fundadas por diversos autores tanto historiadores, como filósofos o
teólogos, tales como Guardini,
Braunshweig quien recoge las sentencias de Reinarus (1694-1778), Bultmann,
Jaspers, Dunn, Ranher, Brito, Goff, Perrot, Kierkegaard, Tillette, Lagrage,
Balthasar, etc., lo que demuestra la formación intelectual del autor y sus
extensos conocimientos. Así mismo es
frecuente las citas evangélicas, las
cartas paulinas o el Concilio Vaticano II, así como Santo Tomás demostrando su formación bíblica y religiosa sobre los temas abordados en el estudio. Lo
divide en cuatro partes, con una pequeña introducción y unas reflexiones
finales siendo el objetivo el estudio de
Jesús histórico y el de Jesús de la fe y
la relación entre ambas facetas.
En la introducción comienza clasificando a los hombres en “masa” o en
“levadura” de la historia, lo que le sirve para introducirse en la primera
parte que trata de la contraposición entre la historia y la fe en relación con
Jesús de Nazaret, designándolo como masa
y levadura ya que su persona y su hecho
histórico ha determinado a la humanidad entera. Habla de Jesús como presente, pasado o futuro afirmando que ni los historiadores ni los
creyentes se cuestionan su
existencia pero si aparece el problema
respecto a la identidad.
Ante su persona hoy se dan dos
actitudes: acceder a él como historiadores, o como creyentes, sin olvidar a
los creyentes historiadores o
historiadores creyentes. Las dos posturas son críticas, con un objeto, una metodología
y un lenguaje adecuado, excluyendo el fundamentalismo o el historicismo.
La crítica histórica utiliza
documentos del tiempo pretérito y los creyentes se basan en el testimonio de los testigos
contemporáneos a Jesús que le otorgaron
toda su confianza y adhesión, por una revelación de Dios a la que el hombre
responde con fe.
Desde
el primer milenio hasta el siglo XVIII, se consideraban los Evangelios como
relatos históricos, pero posteriormente se interpretan como propuestas de
sentido global que requieren
interpretación. Y aparece el principio de
sospecha frente a los autores del Nuevo Testamento, como Reimarus (quien
considera a Jesús un simple judío que propuso un levantamiento político y sus
seguidores inventaron su resurrección) o
Lutero (quien no aceptó la interpretación de la Iglesia). Ante esta sospecha los historiadores
consideraron las fuentes cristianas para buscar al Jesús histórico anterior al
Jesús que los cristianos han recibido por la fe. Se realizaron esfuerzos para
establecer criterios que distingan lo que es propio de Jesús y lo que es de la
Iglesia.
En estas investigaciones se impuso en un
primer momento el principio de
discontinuidad (alejando a Jesús de sus raíces judías, buscando la
originalidad). Ante estos abusos se introducen los criterios de atestación múltiple, de dificultad, de discontinuidad, de
plausibilidad y coherencia para
terminar proponiendo conocer a Jesús a través de la fuentes apócrifas,
el evangelio de Tomás y la fuente Q.
La resurrección como hecho-experiencia
diferenciante, porque es el único hombre en la historia de quien se ha dicho en
serio que ha resucitado como anticipo del destino de toda la comunidad, no significa una vuelta a la vida
anterior, sino que se considera “como la victoria del mal y
el adentramiento en la definitividad misma de Dios”.
Es característico de la figura
de Jesús la desproporción entre su
aparente insignificancia tal como fue percibido en los días de su vida mortal con su
marginalidad por un lado y, por otro, la presencia e influencia que ha
adquirido con el tiempo. Es reconocido como revelador de Dios y del hombre, y
de él se han derivado dos grandes realidades, el cristianismo y la iglesia, y
es eficaz en la historia, no por el pasado, sino porque es considerado vivo y
vivificador. Sin él, ni el cristianismo
ni la Iglesia pueden existir.
Esta
irradiación personal se encuentra en los santos, que no son imitadores, sino
recreadores de Cristo en cada generación como lo fue San Francisco en la Edad
Media.
Jesús ha sido admirado o condenado por las
siguientes generaciones, pero no ha resultado indiferente.
Es necesario una historia crítica
sobre la figura de Jesús, del cristianismo y de la Iglesia.
“Si
Dios ha sido hombre, la humanidad tiene una dignidad infinita por divina y cada
hombre merece un respeto absoluto, ya que con él se ha unido el Hijo eterno y
por él ha muerto. El Hijo de Dios por su encarnación se ha unido, en cierto
modo, con cada hombre” (GS 22).
En la tercera parte Olegario
González de Cardedal enumera los distintos problemas que presenta la figura de
Jesús de Nazaret para la inteligencia,
enigmas presentados a la historia crítica: Uno de ellos es la marginalidad
de la historia de Jesús y la explosión
de su testimonio.
¿Qué paso a la muerte de Jesús?
Numerosas personas le confiesan resucitado, acreditado por Dios y declarado
justo. Los mismo que le abandonaron en la hora decisiva, se enfrentan después a las autoridades judías por proclamarle el Mesías, dando testimonio de la identidad
del Jesús, conocido por ellos antes de morir e identificándolo con el
crucificado, con el resucitado, vivo y glorificado por Dios, en una experiencia de encuentro.
En el año 51, se elabora ya una
cristología en la Carta a los Tesalonicenses, seguida de los Filipenses (54-57)
donde se anticipa lo que el Concilio de Nicea, tres siglo después proclamará.
Otro
de los problemas para la inteligencia es la incardinación, excardinación y
transcardinación de Jesús en el Nuevo
Testamento. Los
textos de este son testimonios de fe,
que presuponen la existencia histórica de Jesús, pero interpretada como la
acción definitiva de Dios cumpliendo su promesa de salvación. Narran los hechos positivos y
negativos de su vida, nacen en lugares separados pero convergen en Jesús, quien
les da unidad, se incardinan en el Jesús de Israel, pero a la vez lo excardina,
haciéndole universal y transcardina “situándole unos en la historia de la
salvación anteriormente vivida, otros en su peculiar relación filial con Dios,
otros finalmente en igualdad de poder, de conciencia y de acción con él”
(p.219).
Dios
actúa siempre por los caminos de los hombres, por hechos (naturaleza exterior)
sentido (existencia interior) y
revelación (referida a Dios), ¿qué encontramos en Jesús?
“Respecto de los hechos necesitamos
información, verificación y explicación; respecto del sentido hay que ofrecer
interpretación, hacer posible la compresión y dejarse trasformar por lo que de
universal va implicado en la vida que realiza y ofrece ese sentido. Respecto de
la revelación hay que escucharla acogerla y obedecerla, y esto significa fe.”
Para ello necesitamos la historia
crítica, la hermenéutica o antropología, y para el tercero la teología, sin
confundir los planos de realidad de cada
una de ellas.
Otro
enigma para la inteligencia es las tres
vertientes constitutivas del ser y destino de Jesús. En él hay que integrar
las tres vertientes de su vida, porque
forman una unidad indisoluble: la acción pública con la predicación del reino;
la fase final de su vida y la muerte en la cruz, y por último, la
experiencia de la resurrección, las apariciones, la tumba vacía y la
comunidad que le recuerda, le celebra y le espera.
El NT presenta el comienzo de su
vida partiendo desde su acción pública,
pero internamente pensado desde el final,
es decir, proyectando sobre su vida la resurrección de Jesús como el
Mesías, el Señor e Hijo de Dios. El
creyente al leerlos, considera esta lectura como la verdadera historia de
Jesús, y para el no creyente la considerará como la falsificación de la
historia real.
Allí donde no aparezcan en plena luz
los tres polos: Reino, Muerte, Resurrección, allí no hay cristianismo.
“En la historia del cristianismo se
ha ido acentuando una u otra de estas versiones: la patrística está centrada en
el misterio pascual, en el que muerte y resurrección van unidas; en la Edad
Media prevalece la atención a la pasión y la muerte; en la Era Moderna están en
primer plano la acción histórica de Jesús con su mensaje, junto con los
aspectos gnoseológicos o las condiciones
de nuestro conocimiento de quien temporal y localmente está alejado siglos de
nosotros. En nuestros días, por ejemplo, la teología protestante está centrada
sobre todo en la muerte de Jesús como reveladora ante todo del ser de Dios; la
teología de la liberación en el fermento utópico y emancipador de su
predicación en cuanto propuesta de un hombre nuevo; los movimientos más
recientes en la experiencia pascual y en el don del Espiritu. Tales
acentuaciones son legítimas si no se absolutizan y si mantienen el lugar propio
que corresponde a los demás aspectos que ellas no subrayan” (pp.221-222).
Para entender a Jesús de Nazaret es
necesario las tres ejercitaciones de la
razón ante él o las tres cristologías posibles.
Es necesario comenzar por una
cristología histórica, seguida de una filosófica para llegar a una cristología
teológica. Esta es la única que han realizado los autores del NT, ya que han visto a Jesús en su relación filial
con Dios y Dios desde la revelación suprema en él.
En los últimos decenios ha prevalecido
el intento por identificar a Jesús desde su contexto y lo han tipificado como: maestro de sabiduría;
profeta escatológico, carismático, reformador social, personalidad marginal, supermístico…
Hay
que aclarar que los evangelios no son una
biografía de Jesús y no presentan datos para elaborar su identidad
histórica. Lo que plasman es la relación
única de Jesús con Dios, la relación de Jesús con los hombres, y la relación de
Dios con Jesús.
En la cuarta parte Olegario González
de Cardedal se pregunta que aportan la historia y la fe en la compresión de
Jesús y si son compatibles entre sí.
Comienza
presentando los resultados de las
investigaciones hechas al margen de la
fe porque se ha intentado buscar la historia de Jesús sin creer, lo que ha
producido miles de libros con esta intención, aunque lo que escribían sobre
él era el modelo de “hombre ideal” de
cada generación, pero careciendo de trascendencia, y cada nueva etapa anulaba la figura
anteriormente descrita, porque era la propia idea del escritor intensificando
algún rasgo descrito en el NT. No hay datos suficientes para escribir una
biografía histórica de Jesús.
Sin
embargo, la compresión cristiana parte
“que Dios es Señor y creador en una relación permanente con su creación
y con los hombres; que el hombre está
abierto a Dios y es manuducible por él hasta donde él quiera; que la
revelación en la historia es posible y posible el milagro, no como negación de
las leyes de la naturaleza sino como su cumplimiento más perfecto ya que la
naturaleza es el medio del encuentro entre Dios y el hombre; que cuando el
hombre acoge la revelación histórica de Dios se dilata hasta compartir su
conciencia divina, su vida personal y su futuro absoluto”.
Desde
estas dos posiciones se hace una lectura diferente de Jesús. El teólogo se cuestiona cómo surge la fe, si
tiene una mayor o menor legitimidad que la mera lectura historicista, si son
complementarias y si lo son, entonces
cómo se realiza esa complementariedad.
La fe surge desde las acciones que
realizó Jesús, y por el testimonio, primero de
los contemporáneos y luego por los que le sucedieron a esos testigos. Es
decir, se recibe desde fuera, pero es necesario la iluminación interior. El
evangelio notificado por fuera y el Espíritu Santo inspirando por dentro son
las fuentes de la fe en cuanto don de Dios. Y esa notificación e
inspiración disponen al hombre libre a responder o a rechazar a ese don de Dios, a esa gracia.
La fe en Jesús surge cuando alguien vive
abierto a la seriedad y dignidad de la existencia, conoce el evangelio,
reconoce esos signos; se pregunta por
ellos y quiere responde honestamente ante Dios y ante los hombres; entonces se
pone en un camino que implica atención, espera, oración, docilidad, confianza. La
fe es percibida entonces como real don de Dios y real conquista del hombre.
Y esta decisión es posible en todos
los hombres, porque es propuesta a todos y no deriva de especiales capacidades
intelectuales ni de una información propia de los profesionales de la
historiografía.
La historia crítica y la confesión
cristiana deben respetarse mutuamente porque cada una tiene su autonomía
y aunque el objeto material es el mismo, el objeto formal es diferente en
ambas. El Jesús cristiano es un Jesús histórico y cada generación debe conocer
su vida, y el historiador, debe desvelar lo específico de Jesús, sin juzgar lo que la fe dice de él. A la fe se llega por la voluntad de verdad y
el amor, y la verdad histórica nace de
la demostración.
Hay
una circularidad interpretativa entre los datos positivos del historiador y el
marco de interpretación del teólogo: son independientes pero pueden ser
colaboradores. Se puede pensar sin creer, pero no se puede creer sin
libertad. “El historiador habla siempre
en pasado: del Jesús que existió, que era en aquel tiempo; el creyente, en
cambio, habla del Jesús que es, que vive en este tiempo y al que reconoce en
identidad con el que vivió en aquel tiempo. La historia dice quien era el que
vivió y murió; la fe dice quien es el que resucitó y que, participe de la vida
de Dios, y es contemporáneo de todos los hombres, de cada hombre. Cada uno ya
puede decir con Pablo: “Me amó y se entregó por mí”.
Reflexión Final: la Fascinación, la
paradoja, el escándalo de Jesús
La
fascinación que ejerce Jesús deriva de la transparencia de su persona, de la
fidelidad a una misión, de la obediencia y entrega a la voluntad del Padre,
pero sobre todo por el enfrentamiento con la muerte como expresión suprema de
amor y con la resurrección. Jesús ha creado un horizonte nuevo a la existencia,
la salvación.
“El
destino del hombre es ya el destino de Dios desde que él en la muerte y resurrección de Cristo
compartió el nuestro para hacernos partícipe del suyo. Esa compartición de naturaleza y destino se inicia con la
encarnación de Cristo y se consumará cuando la historia de todos y cada uno de
los humanos esté consumada”.
El historiador sigue y expone el camino de los
hombres hacia Dios; el teólogo en la luz de la fe conjugada con la luz de la
historia, muestra el camino que Dios ha hecho hasta llegar a los hombres y al
hombre tal cómo él se reconoce al ser acogido y recreado Dios. En Jesús
encontramos hechos esos dos caminos: en su fase prepascual la revelación va del hombre a Dios y en su fase pospascual
la revelación va de Dios al hombre.