lunes, 23 de marzo de 2015

Libros: De la Torá al Evangelio

                                                    De la Torá al Evangelio
                                              Homenaje al prof. Félix García


                                Jacinto Nuñez Regodón—Santiago Guijarro Oporto


Por Miguel Álvarez
Instituto Teológico de Murcia
Pontificia Universidad Antonianum.


               La publicación, tal como se indica en el título, quiere ser un homenaje al estudioso, el prof. Félix García en su último año de docencia en la Universidad de Salamanca, cual catedrático del Antiguo Testamento.
            El decano de Teología ofrece en apertura una semblanza académica de Félix García, centros de su enseñanza y lugares de su formación (Roma, Salamanca, Jerusalén), que cierra con una detallada lista de publicaciones, ordenadas cronológicamente hasta hoy, donde el lector puede apreciar la constante e ininterrumpida investigación del profesor D. Félix, y ámbitos de dichas publicaciones. Al mismo tiempo facilita sus participaciones en congresos, simposios, coloquios y Convenios.
            Como colofón el prof. J. Nuñez resume la metodología exegética aplicada en los estudios por Félix García: dimensión literaria, histórica y teológica, y la interacción entre ellas, destacando su maestría en los perfiles sincrónicos y diacrónicos de las unidades literarias.
           
Como es habitual en este tipo de obras, son fruto de colaboraciones.
            Aquí participan el profesor loado, además de, C. Sevilla Jiménez, prof. del Instituto Teológico “San Fulgencio” de Murcia, A. Aparicio Rodríguez, del Instituto Teológico de Vida Religiosa, Madrid, S. Guijarro, J. M. de Miguel González, G. Hernández Peludo, y O. González de Cardedal, todos ellos pertenecientes a la Pontificia de Salamanca. Menos G. Hernández Peludo, y O. González de Cardedal los demás son profesores son biblistas, y cada uno participa con una colaboración de su especialidad respecto al Antiguo Testamento, que pasamos a reseñar y valorar.
            F. García López contribuye con un ensayo sobre el Dt, concretamente sopesa la influencia de los Tratados de Vasallaje sobre estructura de la alianza presente en Dt. Parte de las conclusiones de W.M.L. de Wette sobre el libro de la Ley (2 Re 22-23) y utilización en el Código del Dt, y sus referencias al Tratado de vasallaje de Asaradón, posición que es reconducida por Ch. Koch, en cuanto es partidario de no tomar sólo como contraste los tratados aludidos, sino que hay que tener en cuenta elementos de la tradición genuina judía, arameo-occidental y neoasaria, que han influido, que han influido en Dt 13 y 28.
           
Esta polémica ayuda a ver cómo la investigación afina constante la investigación sobre el Pentatéuco , y Dt en particular.
            F. García ofrece un contrapunto a esta discusión, e insiste en destacar el Dt, cual discurso de despedida de Moisés, y testamento espiritual, aunque no desdeña el código legal, pues el Dt es sobre todo una invitación a amar a Dios y sus leyes. Este enfoque resuena en los discursos de despedida de Jesús en el ev. de Juan (Jn 13-16). De esta manera los discursos de Jesús están enraizados en el discurso de despedida de Moisés, que a su vez llevan a los tratados de alianza orientales y los correspondientes textos en el Dt, que no son en su última lectura textos de naturaleza político-jurídica, sino más bien teológica.
            Ciertamente así se interpretan mejor las palabras de Jesús en la última cena.
            C. Sevilla Jiménez, buen conocedor del profeta Os, hace una exposición del pensamiento de Os bajo cuatro ángulos: Os y las tradiciones del Pentatéuco, Os, cual primer profeta de los Doce, Os y los demás profetas, y, finalmente, su presencia en el NT.
Partiendo efectivamente del Pentatéuco, aquí se fundamenta el pensamiento del profeta (tradiciones del éxodo y desierto) sobre la misericordia de Dios con su pueblo, y explica la purificación que el pueblo debe realizar. El desierto es lugar de encuentro, y tal dimensión se aprecia también en el NT en las manifestaciones de Jesús. El lugar, que ocupa en el canon, ayuda a situar el libro de Os en un arco más amplio, pues la palabra no se limita a su momento histórico, sino que ilumina los desiertos de nuestro mundo y posibilita la vivencia de la misericordia divina.
            El autor ofrece, pues, un perfil completo de la teología de Os.
A.     Aparicio Rodríguez propone un ensayo sobre el libro de Sal, en sus cinco libros,
bajo el prisma: “El Salterio, un camino hacia Dios”, desglosados así: Sal 1-2, cual prólogo, Sal 3-41, libro del dolor y fe, Sal 42-72, libro del deseo, Sal 73-89, libro de la experiencia de Dios, Sal 90-106, libro del reino de Dios, Sal 107-147, libro de la alabanza eterna, Sal 148-150, cual Aleluya final.  Sugerente enfoque del libro de los Salmos, que desemboca en el aleluya del hombre salvado y armónico que canta el amor de Dios, según la propuesta de A. Aparicio Rodríguez, y favorece, además, la dinámica latente en la oración sálmica.
            S. Guijarro Oporto contribuye al homenaje con un artículo: “Como está escrito”. Las citas de la escritura en los comienzos de los evangelios”.  Las citas del AT en los evangelios ayudan la intertextualidad y la reflexión hermenéutica, pero tales textos citados adquieren un sentido y función nuevos y complementarios, pues facilitan al lector no sólo delimitar el sentido originario, sino a leer adecuadamente la narración pertinente, en este caso del comienzo de Mt 1,1-15 y Mt 1,1-4,16. Las citas desvelan al lector nuestras perspectivas.
           
J.M. de Miguel González colabora con otro ensayo: “Uso y función de los Salmos en la liturgia”, a saber, El Oficio divino, y la Eucaristía. El autor en primer lugar adelanta unas orientaciones globales, subrayando que en los salmos se expresa el dolor y la esperanza, la miseria y confianza de los hombres de todas las edades y naciones, y alcanzan su plenitud en la dimensión trinitaria a la hora de orar con ellos. En el centro de su aportación se detiene sobre el Sal 62 y 149, expuestos con la misma metodología: análisis literario, lectura cristiana y actualización, más comentario de San Agustín. En la conclusión subraya que esta palabra sálmica es la adecuada para responder a Dios en la liturgia, pues la iglesia no tiene otra palabra como Dios se merece. Cambiarla por oraciones privadas, sería admitir la insuficiencia de la misma. A Dios se le alaba con las mismas palabras que Él nos donado.
            G. Hernández Peludo contribuye con un trabajo de tinte patrístico: “La interpretación patrística del AT en un ejemplo significativo: Cirilo de Alejandría”. El padre de la iglesia propone  variados modos de interpretar el AT: 1. La unidad de la Escritura, 2. La unidad de la Escritura se fundamenta en Cristo, 3. Valoración progresiva del sentido literal e histórico del AT, 4. Apertura al sentido espiritual del AT, 5. En la corriente viva de la iglesia, 6. Exégesis teológica, pastoral y espiritual del AT, y 7. Cristo es el fin de la ley y los profetas, no como final, sino como plenitud del AT, como continuidad, ruptura y superación del AT, que ya hablaba de Él desde el principio.
           
No es frecuente encontrar estos enfoques, que iluminen el sentido último de la palabra divina. Resulta enriquecedor este horizonte de un padre alejandrino para la hermenéutica de hoy.
            Finalmente, O. González de Cardedal con su enfoque sistemático hace un balance de la cristología desde 1960 hasta hoy, sus cambios, perspectivas, acentos nuevos. Su artículo “Lectura crítica y lectura crística del AT” sugiere modos de interpretación de la palabra de la primera alianza. La parte final insiste en los horizontes permanentes de la interpretación bíblica, cuales los aspectos crísticos y pneumáticos, etc. para otear en todo momento el sentido teológico pleno.
            Resulta muy sugerente leer estas colaboraciones, y las recomendamos, pues añaden dimensiones complementarias a la hora de interpretar la Escritura. Un digno homenaje al prof. Félix García en su tarea de profesor y escritor.


            Publicaciones Universidad Pontificia, Salamanca 2014,  230 pp, 23 x 17 cms. 

Familia Franciscana: Beatos 23-28 marzo



25 de marzo

La Anunciación del Señor

            En Palestina se celebra la fiesta de la Encarnación en el s. IV. Santa Elena construye una basílica donde se festeja este misterio. La fecha del 25 de marzo dice relación al nacimiento de Jesús el 25 de diciembre. Pero también en marzo es el equinoccio de primavera y los cristianos recuerdan la creación del mundo, del hombre y la concepción de Cristo, incluso de su muerte (cf. San Agustín, La Trinidad 4,5,9). Con la Anunciación del Señor la liturgia hace memoria de la misión de María y su papel en la historia de salvación cristiana.

            Oración. Señor, tú has querido que la Palabra se encarnase en el seno de la Virgen Maria; concédenos, en tu bondad, que cuantos confesamos a nuestro Redentor como Dios y como hombre verdadero, lleguemos a hacernos semejantes a él en su naturaleza divina. Por nuestro Señor Jesucristo.

27 de marzo

Francisco Fáa de Bruno (1825-1888)

            El beato Francisco Fáa, de la Orden Franciscana Seglar, nace en Alessandría (Piamonte. Italia) el 7 de marzo de 1825. Estudioso de las matemáticas, pertenece al cuerpo de ingenieros del ejército italiano, llegando a obtener el grado de capitán. Forma parte del Estado Mayor del rey Víctor Manuel II, educando a sus hijos Umberto y Amadeo. Renuncia al Ejército y viaja a París para profundizar en las matemáticas con los profesores Cauchy y Leverrier. Llamado por Dios al Sacerdocio, regresa a Turín, estudia Filosofía y Teología y se ordena de Presbítero. Su Obispo le apoya en sus estudios y publicaciones sobre las matemáticas. Enseña en la Universidad de Turín y alcanza el doctorado en Turín y París. Funda la Obra de Santa Zita para la promoción de la mujer. Es una especie de “ciudad de las mujeres” en la que hay escuelas, talleres, enfermería, etc., con una clara perspectiva de fortalecimiento de la familia. Además crea, con la hermana Agustina Gonella, «Las Religiosas Mínimas de Nuestra Señora del Sufragio», dedicadas a la oración por las almas del purgatorio. Muere el 27 de marzo de 1888, y un siglo después, el 25 de Septiembre de 1988, Juan Pablo II lo proclama beato.
                                               Común de Pastores

            Oración. Señor Dios, que has concedido al beato Francisco Fáa el don de aprender y de enseñar las profundidades de las ciencias de la naturaleza, haz que la fe ayude de tal modo al entendimiento que los avances científicos sirvan para el desarrollo de tus hijos. Por nuestro Señor Jesucristo.


28 de marzo

Juana María de Maillé (1331-1414)

            La beata Juana María de Maillé, de la Orden Franciscana Seglar, nace el 14 de abril de 1331 en el castillo de La Roche, en la diócesis de Tours (Francia). Se desposa con Roberto de Silly en 1347. Los dos se dedican a ayudar a los afectados por la peste negra (1346-1353). Roberto fallece en 1362 y su familia aleja a su mujer de su casa y relaciones. Se retira a Tours para consagrarse a la oración y a las buenas obras. Hace voto de castidad ante el arzobispo de Tours y entra en el hospicio de los enfermos, para dedicarse por entero a ellos. Incomprendida y perseguida por las personas que la rodean, decide retirarse al eremitorio de Planche de Vaux, donde se entrega a la contemplación divina. Pronto cae enferma y se ve obligada a regresar a Tours en 1386. Aquí vive junto al convento de los Franciscanos y se pone bajo la dirección del Padre Martín de Bois Gaultier. Muere el 28 de Marzo de 1414. El papa Pío IX confirma su culto en 1871.

                                               Común de Santas Mujeres


            Oración. Concédenos, Señor Dios, que el ejemplo de oración y retiro de la beata Juana María de Maillé nos estimule a una vida más perfecta. Por nuestro Señor Jesucristo.

Frase de Jesús en la cruz: 5ª


                           PALABRAS DE JESÚS EN LA CRUZ


                                                                              V


«Junto a la cruz de Jesús estaban su madre, la hermana de su madre, María de Cleofás y María Magdalena. Jesús, viendo a su madre y al lado al discípulo predilecto, dice a su madre: Mujer, ahí tienes a tu hijo. Después dice al discípulo: Ahí tienes a tu madre. Desde aquel momento el discípulo se la llevó a su casa» (Jn 19,25‑27).

Juan coloca a las cuatro mujeres «junto a la cruz». La noticia de Marcos (15,40par) de que ellas presencian «de lejos» todo el espectáculo de la crucifixión, seguramente quiere decir desde la muralla de la ciudad. Aquí es Jesús quien mira. Esta cercanía física funda otra con fuerte carga simbólica a tenor de la teología de Juan, ya que los dos personajes pertenecen a la órbita personal de Jesús: su madre y el discípulo amado. De los presentes, pues, Jesús se dirige a su madre y al discípulo amado para dar su última disposición, un testamento que es importante (Jn 19,27). Antes María ha sido citada por el Evangelista en las bodas de Caná sin nombrarla, como aquí (Jn 2,1-5), y Juan en la última Cena también sin nombrarlo (13,23-25). En Caná se presenta Jesús como aquél que dispensa al pueblo la riqueza de la salvación y hace presente la abundancia de bienes prometidos a Israel en los tiempos finales de la historia. María es el vehículo de esta acción de Jesús. El discípulo amado es con quien comparte Jesús las angustias de su pasión inminente, es la imagen del creyente y el que reconoce a Jesús resucitado (Jn 13,23-16; 20,8; 21,7). La última decisión de Jesús en la escena de la cruz es que el discípulo amado ocupe su lugar; se convierta en el hijo de María, por consiguiente, en su hermano y, a la vez, sea garante de la seguridad de su madre; y María debe asumir al discípulo como un hijo, y como ha sucedido en la historia con Jesús, actuar con dicho discípulo como una madre, en contraposición a la familia natural de Jesús que permanece en la increencia.
Pero la situación en que María está no se reduce exclusivamente a la soledad, que postula una defensa y protección por parte del discípulo, ahora «su hijo». La situación es teológica. En efecto, María sugiere a Jesús en Caná que realice el milagro del vino, un símbolo de los dones de la salvación, y Jesús, aunque obedece, rechaza la invitación de su madre. Ahora, sin embargo, coinciden los intereses, pues María adquiere la función de llevar a los discípulos hacia Jesús, al asumirlos como «hijos suyos en él»; como nueva Eva es la madre de todos los creyentes (Gén 3,20). En el tiempo actual María debe enseñar a todos los que se van integrando en la comunidad que reconozcan la presencia viva de Jesús (Jn 21,7), la relación salvadora que implica unirse a él y tomarle como un hermano que conduce al Padre en la dimensión del amor (17,24), pues el discípulo a quien acoge es el que ama Jesús (15,16). Ella queda en la tradición de la Iglesia como el paradigma de relación personal con Jesús, por quien se reciben todos los bienes del Padre. Por eso los cristianos la reciben en su casa como el más preciado de sus bienes, porque se aman como él los amó (Jn 13,1), y viven la fe en dicha dimensión cumpliendo sus mandamientos. María, en fin, es un tesoro, porque en este tiempo final también actualiza su maternidad en la medida en que sabe y ama, enseña y conduce al Reino por el camino de Jesús, que ella ya ha recorrido.
El discípulo amado es el que está junto a Jesús en la Última Cena y al pie de la cruz, pero también el que reconoce al Resucitado por la fe (Jn 21,7). El abarcar la vida histórica de Jesús y la de la resurrección, le acredita a mantener una función dentro de la comunidad cristiana de intérprete del «todo Jesús», del hijo de María y del Hijo, el Señor. La revelación que Jesús hace del Padre, su voluntad salvadora, la donación del Espíritu y la vocación filial a la que están llamados todos los hombres caen bajo la responsabilidad del discípulo amado, que debe discernir el mundo que rechaza al Hijo y ratificar a los que pertenecen al mundo de la luz, de la verdad y la vida. Que este discípulo permanezca en la historia hasta que Jesús vuelva en la Parusía (Jn 21,22-23) es una muestra de que es garante de la última y definitiva revelación del Padre al mundo por su Hijo.



«Dios mío, Dios mío, por qué me has abandonado»

                                                   DOMINGO DE RAMOS (B)


                                            «Dios mío, Dios mío, por qué me has abandonado»

           
                        Pasión de Nuestro Señor Jesucristo según San Marcos, 14,1-15 
           
Meditación


1.- Jesús es el siervo y justo sufriente que, según las Escrituras, obedece la voluntad de Dios acatando hasta el máximo de sus fuerzas el proyecto de salvación (cf. Mc 14,36); se siente traicionado por sus discípulos y abandonado por todos, incluso por Dios (cf. Mc 15,34); bebe el cáliz del dolor hasta extremos inconcebibles a la dignidad humana (cf. Mc 15,36). Pero, a la vez, Jesús muestra un señorío y una majestad que está más allá de los límites de la naturaleza humana, porque es capaz de prever su pasión (cf. Mc 8,31) y encuadrarla en el marco de la voluntad divina ordenada con precisión para él en la historia (cf. Mc 14,7-8; 13-15). Se confiesa como Mesías, Hijo de Dios y Señor (cf. Mc 14,61-62). En fin, él domina todos los acontecimientos que le afectan y afronta la muerte con libertad (cf. Jn 8,42). Es el Rey (cf. Jn 18,37). Todo lo que le sucede está diseñado por Dios. Nada ocurre al azar, o por libre voluntad humana. Con la muerte cumple la misión que le encomienda el Padre y para la que ha venido a este mundo (cf. Jn 1,14), y vuelve a la gloria que le pertenece (cf. Jn 12,12-6). Nuestra vida es así también: venimos del Señor cuando nacemos, volvemos al Señor cuando morimos. Y es Jesús quien nos ayuda a mantenernos fieles durante nuestra historia personal al sentido de vida que nace del amor de Dios.

2.- «Padre, perdónales, porque no saben lo que hacen» (Lc 23,34). Jesús ora por los que le han crucificado, es decir, los soldados y verdugos que tiene en su rededor y ahora le vigilan para que se cumpla la sentencia. Ora también al Padre por los que han sido responsables de su muerte, Pilato (Lc 23,24), los sumos sacerdotes y escribas (23,13.21.23), todos simbolizados en la ciudad santa de Jerusalén. Antes Jesús la acusa de que «mata a los profetas y apedrea a los enviados» (Lc 13,34); y, por la violencia que anida en sus habitantes, sentencia: «... si reconocieras hoy lo que conduce a la paz. Pero ahora está oculto a tus ojos» (Lc 19,42). Todos ellos ignoran a quién han llevado a la cruz, según afirman Pedro y Pablo en sus primeras predicaciones (Hech 3,17; 13,27), ellos que también han tenido su pequeña historia de traición y persecución al Hijo de Dios (Lc 22,54-62; Hech 26,9).
Jesús es coherente en esta súplica al Padre con lo que ha enseñado en su ministerio. Ha revelado al Dios del perdón y de la reconciliación (Lc 15), el Dios que toma una postura decidida de misericordia por el pecador antes de contemplar su conversión, como en el caso del hijo pródigo (Lc 15,20). Jesús ha transmitido la actitud de Dios practicando la misericordia a lo largo de su vida pública, cuando perdona los pecados al paralítico (Lc 5,20), o a la pecadora que le visita en casa del fariseo (Lc 7,47). Se ha expuesto más arriba no sólo la abolición de la ley de la venganza, o la correspondencia al amor recibido u ofrecido entre amigos y familiares (Lc 6,32), sino también el exceso de amor que pide a los que le siguen: «Amad a vuestros enemigos, haced bien a los que os odien, bendecid a los que os maldigan, rogad por los que os calumnien» (Lc 6,27-28). Actitud que permanece en la comunidad cristiana en los mártires que, ante el suplicio, oran por sus enemigos, como Esteban y Santiago, el hermano del Señor: «Señor, no les imputes este pecado» (Hech 7,60); Santiago se dirige al Padre, como Jesús: «Yo te lo pido, Señor, Dios Padre: perdónalos, porque no saben lo que hacen» (Eusebio de Cesarea, HE, II 23 16, 110). Quizás sea lo que más nos cueste: ser hermanos de todos y hacer el bien al que nos necesite, sea cual fuere su raza, su lengua, su relación con nosotros.

3.- Las interpretaciones de la pasión y muerte, fundadas en la Escritura (arresto de Jesús), reflexionadas al calor del culto (Última Cena), recordadas con el fin de aleccionar a los discípulos de Jesús de todos los tiempos (negaciones de Pedro), escritas con tintes apologéticos (la culpabilidad de los judíos) y confesadas por la experiencia de la Resurrección, se abren paso en las comunidades cristianas ante la evidencia histórica de su crucifixión. Entonces podemos identificarnos con Jesús y recibir de él la adecuada respuesta y experiencia cuando sentimos a Dios lejano, cuando no nos comprenden la familia y los amigos, cuando percibimos que nuestra vida no ha resultado válida ni para los demás ni para uno mismo; cuando creemos que todo y todos se nos vuelven en contra. No olvidemos que fueron las instituciones religiosas y políticas las que segaron la vida y doctrina de Jesús, y que el Señor no lo abandonó: estaba sufriendo con él. El Señor, por la resurrección, nunca se separó de su Hijo, ni de nosotros cuando no lo sentimos cercano y no sale en defensa de nuestra vida. El Señor sufre con nosotros. Convenzámonos de ello.


«Dios mío, Dios mío, por qué me has abandonado»

                                                       DOMINGO DE RAMOS (B)


                                                        Procesión de las Palmas

            Lectura del santo Evangelio según San Marcos 11,1-10.

            Se acercaban a Jerusalén, por Betfagé y Betania, junto al Monte de los Olivos, y Jesús mandó a dos de sus discípulos, diciéndoles: -Id a la aldea de enfrente, y en cuanto entréis, encontraréis un borrico atado, que nadie ha montado todavía. Desatadlo y traedlo. Y si alguien os pregunta por qué lo hacéis, contestadle: El Señor lo necesita, y lo devolverá pronto.
            Fueron y encontraron el borrico en la calle atado a una puerta; y lo soltaron. Algunos de los presentes les preguntaron: -¿Por qué tenéis que desatar el borrico? Ellos le contestaron como había dicho Jesús; y se lo permitieron. Llevaron el borrico, le echaron encima los mantos, y Jesús se montó. Muchos alfombraron el camino con sus mantos, otros con ramas cortadas en el campo. Los que iban delante y detrás, gritaban: ―Viva, bendito el que viene en nombre del Señor. Bendito el reino que llega, el de nuestro padre David. ¡Viva el Altísimo!

1.- Texto. Jesús viaja a Jerusalén con sus discípulos para celebrar la Pascua, como tantos peregrinos lo hacen formando largas caravanas. Caminan de Jericó a Jerusalén (Mc 10,46) pasando por el monte de los Olivos. Jesús manda a dos discípulos a un pueblo vecino para que recojan un borrico en el que nadie ha montado aún , como signo de la dignidad del que lo va a subir. Si alguien se opone a la acción, en cierto modo lógica, Jesús les dice que es el «Señor» quien lo manda, es decir, el que está sobre todos, al menos sobre sus seguidores. Con ello eleva la orden por encima de cualquier lógica histórica y da contenido al mensaje que se comunica a continuación: el hijo de David va a entrar en Jerusalén para tomar posesión de la ciudad (cf. Mt 21,9). La escena está elaborada a partir de un texto de Zacarías (9,9) como trasfondo: «Alégrate, ciudad de Sión: aclama, Jerusalén; mira a tu rey que está llegando: justo, victorioso, humilde, cabalgando un burro, una cría de burra» (cf. Mt 21,5). Los discípulos y la gente que le acompaña forman un tapiz sobre el suelo para que pase por encima el rey mesías (cf. 2Re 9,12-13). Al gesto de extender sobre el suelo los mantos y las ramas de olivo se une una doble aclamación a Dios. La primera se realiza a través del mensajero que manda: el mesías rey que aparece para instaurar su Reino. La segunda se dirige a Dios mismo en su morada que está en lo más alto. Así se le reconoce toda su gloria.

2.- Mensaje. Jesús entra en Jerusalén como mesías rey según la creencia cristiana. Por medio de su pasión, muerte y resurrección,  Dios ofrece la salvación a los hombres. No es ningún político ni un militar ensoberbecido de sus triunfos. Lucas lo narra en un tono de inmensa alegría. Los discípulos han contemplado sus milagros y han escuchado su palabra en su recorrido por Palestina. Por eso alaban a Dios a su entrada en Jerusalén, como al inicio de su vida lo hicieron los pastores en Belén (cf. Lc 19,37; 2,20). Las aclamaciones que recibe Jesús a las puertas de Jerusalén no tienen eco alguno en los que la habitan. Comprobaremos que las autoridades y el pueblo se pondrán en su contra y pedirán su muerte (cf. Mc 15,11-15par). Lucas lo avisa: «Algunos fariseos de entre la multitud le dijeron: Maestro, reprende a tus discípulos. Replicó: Os digo que, si éstos callan, gritarán las piedras» (Lc 20,39-40). Pero él entra en son de paz, ya que es un mesías humilde y sencillo, como dice la cita de Zacarías. Es un observación a la acusación de Caifás en el proceso religioso (cf. Mc 14,61-62par) y a las voces que se oyen como injurias cuando está clavado en la cruz (cf. 15,32par). No deben existir equívocos sobre la identidad modesta y pacífica del mesías, del sentido que comporta su Reino, como antes le ha sucedido a Pedro (cf. Mc 8,27-38par), porque el pueblo cree que el mesías posee el poder divino, como su filiación participa de la omnipotencia del Todopoderoso. Mesías, Hijo y Rey serán títulos que se barajarán en los procesos ante el sumo sacerdote y Pilato y constituirán la causa de la condena, y sus contenidos deben estar claros al principio del debate definitivo de Jesús con los responsables religiosos de Israel.

           
3.- Acción. Jesús es un mesías que viene a Jerusalén para comunicar la paz y la salvación, y sus habitantes le contestarán con la muerte. Se presenta con la debilidad externa que declara su imagen no violenta y pacífica que resalta al entrar montado en un asnillo, como suelen ir los responsables de los pueblos cuando van a las ciudades en tiempos de paz para concederles favores y privilegios (Jue 5,10). No cabalga sobre un caballo dispuesto a entrar en combate o para sitiar y conquistar una ciudad, como acentúa el verso siguiente del profeta que da pie a la narración: «Suprimirá los carros de Efraín y los caballos de Jerusalén; será suprimido el arco de guerra, y él proclamará la paz a las naciones» (Zac 9,10; cf. Is 62,11). Lucas apunta que el mensaje de paz dado en Belén cuando nace Jesús es a la tierra (cf. Lc 2,14); ahora, que visita Jerusalén, la paz pertenece a Dios que está en el cielo, como su gloria. Y la meta de la misión de Jesús es la gloria, donde va a residir para siempre (cf. Jn 13,32-33), y no la muerte en cruz. También la aclamación de los discípulos: «Paz en el cielo, gloria al Altísimo» puede ser una referencia velada a Jerusalén, ansiosa de esa paz que él ofrece con su presencia en estos momentos.


                                                                       Misa

                                                     «Dios mío, Dios mío, por qué me has abandonado»


           
Pasión de Nuestro Señor Jesucristo según San Marcos, 14,1-15                         

           
1.- Ni los hechos ni los dichos de Jesús, por más que reforman y ofrecen aspectos nuevos de la religión judía de su tiempo, entrañan por sí mismos un riesgo para su vida, y mucho menos para que tenga un final tan trágico. Porque la vida de Jesús termina mal. Los responsables religiosos de Israel comprenden en un determinado momento, sobre todo con la presencia de Jesús en Jerusalén, que éste puede romper la paz establecida entre Roma y la aristocracia del pueblo. Para silenciar el mensaje creen indispensable acabar con el mensajero. Entonces elaboran una fina estrategia habida cuenta del estilo de gobierno fundado en un Estado de derecho que Roma lleva en Judea. Y los sumos sacerdotes vencen a Jesús y a sus discípulos. 
           
2.- Los relatos evangélicos de la pasión y muerte reflejan dos niveles de comprensión distintos y están divididos en cuatro bloques bien delimitados: arresto, proceso judío, proceso romano y muerte. El primer nivel ofrece un interés muy especial por las últimas horas de la vida de Jesús, lo que obliga a que todo lo que le sucede se ordene de una manera que no ha aflorado en el ministerio por Palestina. Dos días antes de la Pascua se busca el motivo de su condena (cf. Mc 14,1); en la víspera de la Pascua Jesús envía a dos discípulos para preparar la Cena (cf. Mc 14,12); la celebra con los Doce al anochecer (cf. Mc 14,17); Pedro niega a Jesús al canto del gallo (cf. Mc 14,72); muy de mañana comienza el proceso romano (cf. Mc 15,1); Jesús muere hacia el mediodía (cf. Mc 15,25.33) y es enterrado al caer la tarde (cf. Mc 15,42).
La precisión cronológica se acompaña con la mención de los lugares. Los hechos acontecen en la ciudad santa de Jerusalén: sufre la agonía y es arrestado en Getsemaní (cf. Mc 14,32); se le instruye el sumario en la residencia del sumo sacerdote y se le procesa y condena en el antiguo palacio de Herodes el Grande en la capital (cf. Mc 14,53par; 15,1); se le crucifica en el Gólgota (cf. Mc 15,22) y se le entierra en un lugar cercano (cf. Mc 15,47).
            A esto se unen los personajes que aparecen en este tiempo final de su vida. Los Doce, con el protagonismo de Pedro (cf. Mc 14,66-72) y Judas (cf. Mc 14,20-21.43-45); los sumos sacerdotes, entre los que destacan Anás y Caifás (cf. Jn 18,13); las autoridades civiles: Pilato (cf. Mc 15,1-15) y Herodes (cf. Lc 23,8-12); personas singulares como Barrabás (cf. Mc 15,7), Simón de Cirene (cf. Mc 15,21), José de Arimatea (cf. Mc 15,43), o anónimos como el centurión (cf. Mc 15,39), el buen ladrón (cf. Lc 23,40); o colectivos como los criados y guardias de los sumos sacerdotes (cf. Mc 14,43.65), los testigos (cf. Mc 14,56), los soldados (cf. Mc 15,16-20), los verdugos (cf. Mc 15,36), los crucificados (cf. Mc 15,27.32), un grupo de mujeres que lamentan su estado (cf. Lc 23,27), las seguidoras cuyos nombres varían de un Evangelio a otro, situadas a distancia (cf. Mc 15,40-41), o al pie de la cruz, en donde Juan nombra a su madre, a la hermana de su madre, María de Cleofás, María Magdalena y al discípulo amado (cf. Mc 19,25-27). Todos ellos pertenecientes a un pueblo que exige su muerte (cf. Mc 15,8-15), o por el contrario se pasma y arrepiente de lo ocurrido con Jesús después de verlo morir en cruz (cf. Lc 23,48).
           
3.- Las horas y los días, los lugares y las personas históricas, o acontecimientos redactados por los evangelistas en favor o en contra de Jesús los elevan las tradiciones sobre la pasión a otro nivel mucho más valioso para los creyentes. Jesús es el siervo y justo sufriente que, según las Escrituras, obedece la voluntad de Dios acatando hasta el máximo de sus fuerzas el proyecto de salvación (cf. Mc 14,36). 
            Las interpretaciones de la pasión y muerte, fundadas en la Escritura (arresto de Jesús), reflexionadas al calor del culto (Última Cena), recordadas con el fin de aleccionar a los discípulos de Jesús de todos los tiempos (negaciones de Pedro), escritas con tintes apologéticos (la culpabilidad de los judíos) y confesadas por la experiencia de la Resurrección, se abren paso en las comunidades cristianas ante la evidencia histórica de su crucifixión. Entonces podemos identificarnos con Jesús y recibir de él la adecuada respuesta y experiencia sobre sentimos a Dios lejano, cuando no nos comprenden la familia y los amigos, cuando percibimos que nuestra vida no ha resultado válida ni para los demás ni para uno mismo; cuando creemos que todo y todos se nos vuelven en contra. No olvidemos que fueron las instituciones religiosas y políticas las que segaron la vida y doctrina de Jesús; el Señor no estaba ausente: estaba sufriendo con él. Porque al resucitarlo de entre los muertos, sabemos que estaba junto a él, como está con cada uno de nosotros cuando vivimos las mismas situaciones de Jesús.