lunes, 2 de marzo de 2015

III Domingo Cuaresma (B): «No convirtáis en un mercado la casa de mi Padre»

                                                    III DOMINGO CUARESMA (B)

                                                          

                                    «No convirtáis en un mercado la casa de mi Padre»

                    Lectura del santo Evangelio según San Juan 2,13-25.

            En aquel tiempo se acercaba la Pascua de los judíos y Jesús subió a Jerusalén. Y encontró en el templo a los vendedores de bueyes, ovejas y palomas, y a los cambistas sentados; y, haciendo un azote de cordeles, los echó a todos del templo, ovejas y bueyes; y a los cambistas les esparció las monedas y les volcó las mesas; y a los que vendían palomas les dijo: —Quitad esto de aquí: no convirtáis en un mercado la casa de mi Padre. Sus discípulos se acordaron de lo que está escrito: «El celo de tu casa me devora».
            Entonces intervinieron los judíos y le preguntaron: -¿Qué signos nos muestras para obrar así? Jesús contestó: —Destruid este templo, y en tres días lo levantaré. Los judíos replicaron: -Cuarenta y seis años ha costado construir este templo, ¿y tú lo vas a levantar en tres días? Pero él hablaba del templo de su cuerpo. Y cuando resucitó de entre los muertos, los discípulos se acordaron de que lo había dicho, y dieron fe a la Escritura y a la Palabra que había dicho Jesús.
            Mientras estaba en Jerusalén por las fiestas de Pascua, muchos creyeron en su nombre, viendo los signos que hacía; pero Jesús no se confiaba con ellos, porque los conocía a todos y no necesitaba el testimonio de nadie sobre un hombre, porque él sabía lo que hay dentro de cada hombre.


1.- El incidente en el atrio de los gentiles (Mc 11,15-17par) manifiesta la distancia crítica que Jesús mantiene con el templo; y es la manera como se desarrolla el culto a Dios, fustigada tiempos atrás por los profetas (Jer 7,11; Miq 3,9-12). Varios grupos religiosos de Israel alimentaban la idea de que el Señor edificaría un templo nuevo en el futuro. Jesús participa de esto, aunque los Evangelios dan a entender una relación ágil entre Jesús y el templo: una cercanía lógica por la importancia que ocupa en la práctica religiosa judía. La acción de Jesús se encuadra entonces en el ámbito de la crítica de los profetas. Sin embargo Jesús nos enseña a lavar los pies a los demás (cf. Jn 13,1-10),  que simboliza  el servicio mutuo que debe presidir las relaciones entre nosotros. El Señor se sitúa en las relaciones de amor que hay entre nosotros. Pero también tenemos al Señor en la Eucaristía, cuando oramos dos o más juntos, cuando escuchamos su Palabra. Y todo ello nos es necesario si queremos mantener unas relaciones de caridad cristiana, y no una relaciones de interés o de poder sobre los demás.
2.- Existe en la esperanza judía el aviso de que en los tiempos finales se sustituirá el templo actual por otro nuevo que albergue la majestad inherente al Señor y todos los pueblos marcharán a la nueva Jerusalén «reunidos gozosos de oriente y occidente a la voz del Santo invocando a Dios» (Ba 5,5). A pesar de lo que hemos leído en el Evangelio de Juan, es antigua la tradición de que Jesús defiende el lugar en la medida en que acoge a Dios con la grandeza que le pertenece, como centro de la unidad de Israel, punto de referencia de todas sus instituciones sociales y religiosas y, por ende, donde pivota todo el sentido de su historia. Pero, y al mismo tiempo, tampoco se debe excluir que Jesús piense que el templo debe ser sustituido y el nuevo templo se abra a todos los pueblos para orar y dirigirse a Dios. Poco antes,  Marcos relaciona en el pasaje de la esterilidad de la higuera con la frialdad de unas piedras y un recinto que no invitan a la relación personal y colectiva con el Dios vivo. Nuestra Iglesia no puede reproducir en sus catedrales, en sus iglesias llenas de arte, o en simples y sencillos recintos donde se reúnen las comunidades cristianas, la frialdad de un culto vacío de amor, o simplemente formal, por muy perfecto y ordenado que sea. Nuestros edificios, sean como fueren, nos deben acoger a los cristianos que formamos comunidad porque poseemos un mismo sentido de vida, y juntos nos relacionamos con el Señor que nos habla por medio de su Palabra y nuestra conciencia.
           
3.- Cuando las religiones o los judíos hablan de sacrificio se refieren a las víctimas de animales que ofrecen a su divinidad respectiva. Cuando  los cristianos hablamos de sacrificio, indicamos la muerte de Jesús en la cruz, cuya sangre simboliza su vida entregada por amor a todos los hombres. Amor que ha hecho capaz de reconciliarnos con el Señor y reconciliarnos con todos los hombres. Por eso San Pablo habla que nuestra vida en cuanto relación de amor es un «sacrificio santo y agradable a Dios» y así damos un «culto espiritual» al Señor. No podemos caer en la tentación de separar vida y culto, las relaciones con Dios y las relaciones con los demás, la vida interior y la vida exterior, la calle y las plazas y las iglesias. Todo está unido: el Señor, Jesús, mi vida y la vida de los demás, la tierra y los templos. Y todo está relacionado cuando la vida parte de Él y quiere hacer partícipe su bondad a toda la creación y a todos nosotros. Por eso le llamamos Padre y hermanos a todos los hombres.



«Destruid este templo, y en tres días lo levantaré»

III DOMINGO CUARESMA (B)


                                      «Destruid este templo, y en tres días lo levantaré»

        Lectura del santo Evangelio según San Juan 2,13-25.

        En aquel tiempo se acercaba la Pascua de los judíos y Jesús subió a Jerusalén. Y encontró en el templo a los vendedores de bueyes, ovejas y palomas, y a los cambistas sentados; y, haciendo un azote de cordeles, los echó a todos del templo, ovejas y bueyes; y a los cambistas les esparció las monedas y les volcó las mesas; y a los que vendían palomas les dijo: —Quitad esto de aquí: no convirtáis en un mercado la casa de mi Padre. Sus discípulos se acordaron de lo que está escrito: «El celo de tu casa me devora».
        Entonces intervinieron los judíos y le preguntaron: -¿Qué signos nos muestras para obrar así? Jesús contestó: —Destruid este templo, y en tres días lo levantaré. Los judíos replicaron: -Cuarenta y seis años ha costado construir este templo, ¿y tú lo vas a levantar en tres días? Pero él hablaba del templo de su cuerpo. Y cuando resucitó de entre los muertos, los discípulos se acordaron de que lo había dicho, y dieron fe a la Escritura y a la Palabra que había dicho Jesús.
        Mientras estaba en Jerusalén por las fiestas de Pascua, muchos creyeron en su nombre, viendo los signos que hacía; pero Jesús no se confiaba con ellos, porque los conocía a todos y no necesitaba el testimonio de nadie sobre un hombre, porque él sabía lo que hay dentro de cada hombre.


1.- Texto. Jesús viaja desde Betania hacia Jerusalén. El camino termina en el templo siguiendo la ruta del monte de los Olivos.  Jesús expulsa a los cambistas y vendedores de una forma violenta. El mercado, situado en el amplio atrio de los gentiles del templo, funciona para adquirir las aves y las ovejas para los sacrificios, que en tiempos de Pascua se consumen muchas. En el templo es donde el Señor escucha y bendice y los creyentes suplican y dan gracias, por lo que se produce la relación más intensa y más objetiva entre Dios y el pueblo. El creyente sabe con toda seguridad que Dios le atiende en su espacio. Junto a esto se añade que la suntuosidad del templo remite a la soberanía divina, soberanía que Dios reclama a todo el mundo como su gran morada y en el lugar que Israel ha separado del mundo profano para edificarle una casa con arreglo a su grandeza y majestad. El signo físico de la magnificencia divina es el que han transformado los responsables del culto en mercado. Sobran, pues, las personas y las cosas que están en el mercado y que alteran el sentido de la presencia del Señor al cambiar su estancia por un comercio. Se describe el celo que devora a Jesús por defender la casa de su Padre.

2.- Mensaje. La pregunta de los judíos y la respuesta de Jesús: «Destruid este templo, y en tres días lo levantaré» no significa el templo físico que destruirán más tarde los romanos, sino su cuerpo postrado por los castigos que recibe en el huerto de los Olivos, en la casa de Anás, en los azotes y en la crucifixión. Ese cuerpo y existencia humillada tiene una causa y un sentido: «No hay amor más grande que el que da la vida por sus amigos», es el que resucita el Señor. Y su cuerpo resucitado es el «hombre nuevo» que él ha revelado cuando convive con su familia y paisanos en Nazaret y Cafarnaún: no es el poder, ni la vanidad, ni el dinero quienes cobijan al Señor en sus edificios grandiosos, sino la relación de amor que el Señor estableció para siempre al Resucitar a Jesús, y Jesús introduce en las relaciones humanas: «Venid benditos de mi Padre….». No hay otro templo.

3.- AcciónPablo reprende a los cristianos de la comunidad de Corinto, porque alguno de sus miembros entregan su cuerpo a la fornicación. Entonces afirma: «¿Acaso no sabéis que vuestro cuerpo es templo del Espíritu Santo, que habita en vosotros y habéis recibido de Dios? Y no os pertenecéis, pues habéis sido comprados a buen precio. Por tanto, ¡glorificad a Dios con vuestro cuerpo!» (1Cor 6,19). Y le escribe a los Romanos: «….ofreced vuestros cuerpos ­como una víctima viva, santa, agradable a Dios: tal será vuestro culto espiritual". El Espíritu habita en toda nuestra persona, en toda nuestra vida. El templo va con nosotros si somos capaces de salir de nosotros amando, si sabemos establecer relaciones de amor con todas las personas con las cuales convivimos. Ahí está el templo, y de esta forma damos el auténtico culto al Señor. Y se reafirma San Pablo: «Porque… todo es vuestro, vosotros de Cristo y Cristo de Dios» (1Cor 3,23). Los templos físicos están para celebrar la relación de amor que se da en la convivencia humana y ser conscientes que su origen y fuerza proviene del Señor.