miércoles, 7 de enero de 2015

Bautismo del Señor. Meditación

BAUTISMO DEL SEÑOR
          


          Lectura del santo Evangelio según San Marcos 1,6b-11.

         En aquel tiempo proclamaba Juan:
         —Detrás de mí viene el que puede más que yo, y yo no merezco ni agacharme para desatarle las sandalias.
         Yo os he bautizado con agua, pero él os bautizará con Espíritu Santo.
Por entonces llegó Jesús desde Nazaret de Galilea a que Juan lo bautizara en el Jordán. Apenas salió del agua, vio rasgarse el cielo y al Espíritu bajar hacia él como una paloma. Se oyó una voz del cielo: —Tú eres mi Hijo amado, mi preferido.

                                            Jesús se acerca a Juan

           
1.- La pretensión de Juan es que la gente tome conciencia de su pecado, pueda descubrir a Dios y encontrarse con Él también de una forma amigable y misericordiosa. Las diatribas lanzadas por el Profeta intentan provocar una conversión que, por una parte, alcance al individuo, al pueblo y a toda la humanidad; y, por otra, suponga en el creyente un cambio de corazón, de toda la interioridad humana y que se exprese en la conducta. Se hace referencia al término vuelta, retorno al camino de Dios, que jamás se debió abandonar. Alcanza, pues, lo más profundo de la persona y va más allá de la práctica religiosa. La expresión externa del arrepentimiento es el bautismo que ofrece. De ahí su nombre de «Bautista».— Jesús coincide con el Bautista en proclamar la situación de infidelidad en la que se encuentra Israel, dirigido por unas autoridades religiosas que, en connivencia con los poderes económicos y políticos, impiden una relación entre los creyentes y el Señor, sobre todo según las tradiciones proféticas. Por fin Dios anuncia una intervención definitiva sobre todos nosotros. El mensaje que nos da el Señor es la necesidad de nuestra conversión urgente, de un cambio de rumbo en nuestra vida.

2.- «En cuanto salió del agua, vio que los cielos se rasgaban y el Espíritu bajando sobre él como una paloma» (Mc 1,10). Dios ha encontrado a alguien disponible a quien entregarse plena y personalmente y preparado para que le obedezca.   Dios se dirige a Jesús como su Padre; se relaciona con la cercanía y amor que colma la vida de Jesús, lo cual le señala como Hijo único, el amado, el predilecto. La alegría divina de haber encontrado a alguien que le responda a su amor y realice la tarea que tantas veces ha encomendado a Israel, se fundamenta en que va a instaurar la justicia y el derecho en todo el mundo, y con el testimonio de una mansedumbre que es capaz de ofrecer su vida por todos. La declaración divina puede entenderse como una llamada que hace Dios a Jesús. Y es una llamada para que cumpla su voluntad con un estilo muy diverso de aquel que pregona la gloria y el poder para su enviado, según señalan las tradiciones. La vocación de Jesús es nuestra vocación cristiana; es la llamada que nos hace continuamente el Señor para hacer presente su vida de amor a todos nuestros hermanos desde nuestra vida sencilla y humilde.

3.- No se sabe con certeza cuándo surge en Jesús la experiencia de su peculiar filiación divina y la posesión del Espíritu con el que desarrolla la proclamación del Reino. La tradición cristiana coloca esta conciencia de Jesús en el bautismo por Juan, donde Dios le revela su identidad y misión. Esto significa el preámbulo de su actividad pública y, por consiguiente, un cambio trascendental de su vida, que su familia no ha presentido a lo largo de su convivencia doméstica. Y se observa cuando Jesús vuelve a su pueblo después de un primer contacto con la muchedumbre, a la que anuncia el Reino con unos hechos sorprendentes, y «fue predicando y expulsando demonios en sus sinagogas por toda la Galilea» (Mc 1,39). Y su familia, incluida su Madre, se extrañan de esta cambio trascendental de su vida (cf. Mc 6,2-3). — Es probable que Jesús esté un tiempo con Juan. El relato de la vocación de los primeros discípulos del evangelio de Juan así lo supone. Jesús está cerca de «Betania, junto al Jordán, donde Juan bautizaba» (Jn 1,28). Está, pues, fuera de su contexto familiar y de su trabajo. Sucede que dos discípulos de Juan, Andrés y Felipe, dejan al maestro y siguen a Jesús, lo que sugiere que éste los conoce, porque también forman parte del entorno de Juan cuando él emprende un nuevo camino. Este conocimiento previo que tiene Jesús de sus discípulos, donde es posible que todos estén a la espera de la intervención divina anunciada por el Bautista, explica la llamada drástica al seguimiento sin mediar diálogo alguno como se narra en los Evangelios (Mc 1,16-20). Por otra parte, Jesús aparece bautizando con sus discípulos: «... Jesús con sus discípulos se dirigió a Judea; allí se quedó con ellos y se puso a bautizar» (Jn 3,22; cf. 4,1). Se deduce, junto con el ser bautizado por Juan, su estancia por un tiempo con el Bautista, y se explica que él siga con la práctica bautismal de su maestro. Nuestra vocación cristiana crece al calor de la cercanía de la vida d Jesús, de la relación con él, de adecuar nuestra vida a sus exigencias.


Bautismo del Señor

BAUTISMO DEL SEÑOR


         Lectura del santo Evangelio según San Marcos 1,6b-11.

         En aquel tiempo proclamaba Juan:
         —Detrás de mí viene el que puede más que yo, y yo no merezco ni agacharme para desatarle las sandalias.
         Yo os he bautizado con agua, pero él os bautizará con Espíritu Santo.
Por entonces llegó Jesús desde Nazaret de Galilea a que Juan lo bautizara en el Jordán. Apenas salió del agua, vio rasgarse el cielo y al Espíritu bajar hacia él como una paloma. Se oyó una voz del cielo: —Tú eres mi Hijo amado, mi preferido.

1.- Galilea es la pequeña patria de Jesús. Es el lugar que más tarde será la sede del Evangelio, en el que las gentes le seguirán, escogerá a los discípulos y donde muy pronto se extenderá su fama. Del pueblo donde vive, Nazaret, o quizás desde la ciudad donde trabaja, Tiberíades, camina Jesús hacia una región distinta situada al otro lado del Jordán. Es el camino que frecuentan la mayoría de los judíos que viajan a Jerusalén desde Galilea, porque así evitan pasar por la región de Samaría, donde habita un pueblo no afecto al judaísmo. Es la misma ruta que tomará Jesús para ir a Jerusalén a celebrar la última Pascua. En este momento, un desconocido Jesús va a escuchar a Juan, famoso profeta, al que acude mucha gente para recibir el bautismo de conversión. Él también quiere recibir el bautismo.— Entonces «... fue bautizado por Juan en el Jordán» (Mc 1,9). El hecho significa que Jesús acepta el sentido que Juan le está dando al bautismo, es decir, de integrarse en el grupo de israelitas que esperan la salvación y que supone un arrepentimiento de los pecados como alternativa a los ritos propuestos por la religión oficial. Estos ritos oficiales se orientan a admitir la situación social tal y como es defendida por los poderes fácticos, donde la práctica religiosa es una pieza clave para dicha estabilidad.
           
           
2.Salido de las aguas, Jesús ve al instante que los cielos se rasgan. En esta experiencia personal comprende que Dios se le comunica bajando de su propia gloria, como él mismo acaba de salir del río Jordán, o subir del agua, provocándose el encuentro mutuo en la historia. Dios ha encontrado a alguien disponible a quien entregarse plena y personalmente y preparado para que le obedezca.  Y lo experimenta Jesús de una forma plástica: viene del cielo como desciende una paloma hacia su nido o hacia su cebadero. A continuación pasa Jesús del ver al oír: «Se oyó una voz del cielo: Tú eres mi Hijo querido, mi predilecto» (Mc 1,11). Dios se dirige a Jesús como su Padre; se relaciona con la cercanía y amor que colma la vida de Jesús, lo cual le señala como Hijo único, el amado, el predilecto.

           
San Juan Bautista. Tierra Santa
3.Jesús es el siervo (cf. Is 42,1), el preferido de Dios y que, al darle su Espíritu, le ha capacitado para devolver la fidelidad y estabilidad de la alianza entre Dios y los hombres. Esta alegría divina de haber encontrado a alguien que le responda a su amor y realice la tarea que tantas veces ha encomendado a Israel, se fundamenta en que va a instaurar la justicia y el derecho en todo el mundo, y con el testimonio de una mansedumbre que es capaz de ofrecer su vida por todos (cf. Is 42,1-9). La declaración divina puede entenderse como una llamada que hace Dios a Jesús. Y es una llamada para que cumpla su voluntad con un estilo muy diverso de aquel que pregona la gloria y el poder para su enviado, según señalan las tradiciones. Es lo que más tarde concreta Marcos para los seguidores de Jesús: «Quien quiera seguirme, niéguese a sí mismo, cargue con su cruz y sígame. Quien se empeñe en salvar su vida, la perderá: quien la pierda por mí y por la buena noticia, la salvará» (Mc 8,34-35par). Todo justo debe una obediencia humana al orden establecido por Dios. La obediencia de Jesús a Dios es la del justo. Es una obediencia que manifiesta su entrega hasta el límite de sus fuerzas exigida por el Padre a su condición filial histórica. Es nuestro camino.