lunes, 5 de enero de 2015

Los Reyes Magos

       LOS REYES MAGOS


 “Nacido Jesús en Belén de Judea, en tiempos del rey Herodes. Unos magos que venían del Oriente, se presentaron en Jerusalén, diciendo: ‘¿Dónde está el Rey de los judíos que ha nacido? Pues vimos su estrella en el Oriente y hemos venido a adorarle’… se pusieron en camino, y he aquí que la estrella que habían visto en el Oriente iba delate de ellos hasta que llegó y se detuvo encima del lugar donde estaba el niño… Entraron en la casa; vieron al Niño con Maria su madre y, postrándose, le adoraron; abrieron luego sus cofres y le ofrecieron dones de oro, incienso y mirra”
(San Mateo I.2)


                                                                      por  Alfredo Vera Boti
                                                                             Academia Alfonso X El Sabio
                                                                             Murcia

           
Una noticia tan breve, a la que sólo le hemos quitado unas pocas líneas relativas a Herodes, o de menor interés para este comentario, sirvió de germen a una leyenda por todos conocida y que tanta sugestión produjo a lo largo, sobre todo, de la Edad Media.
            Lo que vamos a recordar ahora no es una ley abstracta, sino el carácter discursivo de un proceso del pensamiento medieval, que no partía de que el dato fuera fijo e inmóvil sino capaz de ir recibiendo excrecencias hasta convertirse en una serie de figuras (literarias, litúrgicas, pictóricas, teatrales, míticas, musicales, festivas, etc.) autoalimentadas en la persecución no ya de crear, sino de cerrar un círculo que la ambivalencia de lo inconcreto permitió que fuera creciendo con glosas y extrapolaciones añadidas, o sea, que la inconcreción de unas pocas palabras se utilizó para explicar lo que se iba convirtiendo en complejo.
            La frase con significado se convertía en instrumento sugestivo o germen que conducía al mito secreto, porque la cualidad genérica de “mago” implicaba el poder de lo mágico, o sea, que en abstracto los portadores de materias físicas inanimadas estimulaban la fantasía del mito en su relación con el poder (oro), con el deleite (mirra), y con lo divino (incienso), pero no como valores interdependientes sino autónomos, cada uno con su simbolismo propio acumulativo para evidenciar la separación de lo divino a quien se les ofrece, de lo profano que es quien lo da. El lenguaje impreciso, pues, asignable a “mago”, ya sea, como buscadores de la verdad, o como adivinadores, hechiceros, etc., conduce a atributos fijos, y su “historia” se puede ir completando con glosas in status nascendi, que transforman el misterio en una historia o argumento compacto, real o irreal, llena de fragmentos que se autoalimentan: si tres son los dones, tres han de ser los cofres, y tres los Reyes, atendiendo a una linealidad interpretativa. Mas si tres son los Reyes, lo correcto es que cada uno sea de uno de los continentes entonces conocidos, de una las razas, de una de las tres religiones o de una de las tres edades del hombre, etc., aunque tampoco faltan las interpretaciones de hacerlos hermanos con dominios heredados en distintas naciones: por ejemplo, a los tres sirios y a los tres latinos, que seguidamente recordamos, se les asignaron los reinos de Persia, Sabà en la India y Arabia.


ADORACIÓN DE LOS REYES MAGOS EN LAS TRES EDADES. Gentile da Fabriano

Y cada uno aportó una materia simbólica: el mayor en edad, el oro signo del poder real; el segundo Baltasar, la mirra para bálsamos salutíferos; y el menor, Gaspar, el incienso para la alabaza divina, o sea, los tres estados máximos posibles de existencia: dios, rey y hombre.Otra vez el número trino de los platónicos, el “omne trinum perfectum” de Virgilio, el número sintético de la divinidad como suma de materia, espíritu e intelecto, en resumen, el triángulo simbólico de la Trinidad.
El primero en conjeturar que los magos fueron tres parece que fue Origenes (h. 250), en la escuela de Alejandría, y que dos siglos después, el papa León Magno (h. 450) consagró ese número mágico como el canónico en el catolicismo; luego vino el asignarles la propiedad de ‘reyes’ como una exaltación para dignificar el reconocimiento de la admiración del nacimiento, por los más humildes, los pastores, y por los más poderosos, los reyes, y para ello era fácil buscar referencias que encajaran en el argumento, como las que daban, por ejemplo, en el Antiguo Testamento, Isaías con su cortejo de sirvientes, tesoros y dromedarios (60.3 y sig.) o los Salmos con los reyes sometidos (68.13). Con todo ese conglomerado se hizo el cortejo.
Partiendo de conceptos y representaciones generales se llegó a impresiones o pareceres particulares. Adobando ahora el mito con el rito tendremos que la metáfora inmediata ha generado la construcción de la metáfora radical: La creencia ya puede ser real.
Pero antes para poseerla como realidad tangible hay que asignarle un nombre a cada elemento fundamental y así a los Reyes se les denominó Apalio, Amenio y Damasco (en hebreo), Gálgala, Malgalay y Savathin (en griego), Tanisuran, Malik y Sissebá (en sesenio), Homizdan, Yazdequerb y Perozad (en sirio) o Melchor, Gaspar y Baltasar (en latín), etc., sin raíces comunes, pero utilizados para designar la misma idea y que ésta sea concreta.


ADORACIÓN DE LOS REYES MAGOS EN LAS TRES RAZAS. Alberto Durero

Quien posee el nombre posee la cosa; en un principio ontológico bien conocido y estudiado en las culturas antiguas. A cada individuo se le asocian unas cualidades pero interrelacionadas en el argumento.
Lo que se hizo fue eliminar el aislamiento de los datos, reuniéndolos con otros intuidos y con ellos hacer un nuevo orden para crear un sistema, una leyenda o una historia irreal, pero formulada de forma compacta. Fue una tarea, en este caso la más bella de los Evangelios, porque carece de los complejos problemas de recompensas e interminables de acercamientos, en la que si hacemos abstracción entre lo canónico y lo apócrifo, a efectos de ver como actúa el pensamiento intuitivo, enseguida encontramos imbuidos en la tarea de conformación del ritual a tantos Padres de la Iglesia como exégetas de la misma: el Venerable Beda, o los santos Crisóstomo, Remigio, Gregorio, Fulgencio, Agustín, Bernardo, etc., etc..
Preparada la estructura ‘consistente’ de la exégesis y bautizadas sus partes, o sea, poseídas de forma sintética al ‘poseer’ ya un nombre concreto del sujeto, los Reyes Magos, se formula una ley completa, o sea, una ‘historia-argumento’ con fin definido que para entenderlo bien ha de ser sintética entretejiendo singularidades del mismo rango de verdad o de ficción. No es por tanto una exégesis sino una eiségesis, dicho en términos pedantes. Aunque, a veces, en la trama se produzcan confusiones lingüísticas como la de confundir  Sabà o Seba (la Sebaste armenia) con la Saba salomónica, momento en el que la palabra juega una mala pasada a la necesidad de denominación que la mente necesita para ‘poseer’, para ‘tener’, el control del argumento.
En los protoevangelios del pseudo-Santiago (8.21), pseudo-Mateo (13.25) y, sobre todo, en el árabe de la infancia de Jesús (14.7 y 14.8), la tendencia a la saturación de la ‘historia-argumento’ se produce incluyendo detalles nimios, que hacen que el breve relato de San Mateo pierda la poética de la sugerencia que implica su indefinición, y que de la que derivó la visión buscadora de la luz por los tres magos, ya sea, la religiosa oriental del fuego de Zoroastro o, la material del astro inventado, o la espiritual que los arrastra al astro ‘nacido’ y que hasta ellos mismos desconocen. Son magos a medias, adivinadores a larga distancia, que recorrieron miles de kilómetros, no en el instante del postparto, sino posiblemente en unos dos años, con lo que la historia real de Herodes sería posible encajarla en el suceso.
El argumento se ha elaborado poco a poco, al ir encontrando relaciones compatibles que van aumentando el grado de complejidad; el mito es el punto de partida que crece en todas direcciones dándole sentido no necesariamente lógico, sino compatible con sus propios contextos y si el resultado a que se llega es absurdamente aceptable, entonces se le asigna al sistema el valor de metáfora, su símbolo mayor.
Así se hace también en la ‘ciencia racional empírica’ cuando busca la armonía coherente y no contradictoria entre las partes; pero mientras que en la ciencia, si la contradicción dentro del sistema se demuestra con contraejemplos, entonces se busca un nuevo sistema mayor que englobe lo verdadero de antes y excluya lo subversivo; sin embargo, en otras disciplinas sociales se mantiene el mito y se reinterpreta manteniendo todas las disonancias, como propias de la Naturaleza, porque en sentido kantiano, ésta no es más que el agregado de existencias, tal como son, unas como simples presencias constructivas y otras por tener valores significativos subordinados: todo es real una vez que ha sido in-ventado y a-ventado.
En la Historia, por ejemplo, las leyendas y los mitos pueden haber tenido, con frecuencia, más influencia real que los hechos objetivos, y por tanto, resulta difícil sesgar los resultados en uno u otro sentido, sin llevarse por delante, la creencia de lo que era, en aras del saber lo que fue.
En resumen, un proceso metamórfico en donde la Leyenda es una componente más de la Historia y no una sub-specie aislada, un agregado distorsionante.
Santiago de la Voragine en La leyenda dorada (siglo XIII, cap. XIV) y Paolo Morigi en la Nobiltà di Milano (Milán 1615, L. I. pp. 60-61), cada uno por su lado, completaron lo que en el Evangelio de San Mateo, quedó truncado.
Recompongamos el argumento conductor:
Los Reyes Magos, que en distintas versiones interpretativas, pasan de 3 (número mágico) a 12 (otro número simbólico en la Biblia, las 12 Tribus y en el cristianismo, los 12 Apóstoles), cuando acabaron su cometido premonitorio, tras una estrella y unas distancias (sobre las que hubo divertidos debates bizantinos) terminaron por unir sus destinos, y aunque fueron separados, o juntos, a Saba, según unos y a Sivas (Sebaste), según otros, al final pudieron acometer tarea litúrgica.
Lo importante para este segundo acto, que ya está fuera de los Evangelios, es que se encontraron el año 54 y allí los halló Santo Tomás Apóstol, ahora en Saba de la India, y para ello sirve el juego que hace el nombre, para darle un feliz fin a aquella divertida llegada tras la estrella certera. Ahora en la India los tres fueron bautizados por el Apóstol, nombrándolos obispos. Pero el año 70 sufrieron martirio, los tres en su mes, el de la Epifanía, en enero, pero con algunos días de distancia: Melchor el 1 de enero; Baltasar, el 6 día mágico; y Gaspar el 11, o sea, uno cada 5 días después del otro.
No deja de ser curiosa esta secuencia simétrica, en tres ancianos reyes a los que se le asignaron edades compatibles con la treintena cumplida que habían de tener cuando llegaron a Belén, a así a nuestros tres difuntos mártires se las asignaron las edades respectivas de 116, 112 y 109 años, con edades ya entonces hubo que igualar.


LOS REYES MAGOS COMO FRIGIOS. Mosaico de San Apolinar Nuevo

Cuando estuvo con-formada la triada, pronto fue representada en el arte para formular una comunicación sintética de la historia-argumento, a grupos sociales en su mayoría analfabetos, y así ocurrió, por vez primera (al menos, la más antigua conocida), en la cultura oriental que lo trasladó a Ravenna, donde los tres Reyes Magos, rotulados con sus nombre latinos, con sus gorros frigios, aparecen en la Procesión de las Vírgenes de San Apolinar Nuevo, aunque en algunas catacumbas romanas, aun se seguía mantenido la indefinición del número, porque unas veces aparecen figurados dos y en otras cuatro.
Pero esto ya es secundario para completar el ‘argumento’ no con representaciones, sino con presencias físicas: era como el ver para creer y así se recurrió a personajes de solvencia, para redactar el tercer acto.
Quien mejor que Santa Elena, la madre del emperador Constantino el Grandes que encontraba siempre lo que buscaba; había logrado para su hijo un Imperio, cuando era poco estimado; encontró las tres cruces del Gólgota y los clavos de la Pasión valiéndose de todo tipo de argucias; encontró el modo de llevar buena parte de sus rebuscos a Roma, calmando tempestades con algún acto irresponsable, desprendiéndose de un clavo, etc..
Pues bien, Elena también halló los restos de los Tres Reyes Magos que estaban en un mismo sarcófago, para ello ahora hubo que utilizar a la Saba de Armenia y, tal como acostumbraba, los hizo llegar a su hijo, quien los mandó guardar y venerar en lo que lo que Paolo Morigi llamó el Tesoro de Constantino y que posiblemente estuviera destinados a llevar al Mausoleo del Emperador, es decir, el templo de los Santos Apóstoles de Constantinopla, el Apostoleion, (consagrado h. 330).
Murió Constantino I el Grande (+337) y le sucedieron sus hijos Constantino I (+340) y Constante (+350).
Y aquí retomamos el argumento con más adiciones, muchas veces olvidadas: Eustorgio había sido enviado a Milán como gobernador después de la conquista bizantina, pero al morir el obispo San Protasio (+343), la población aclamó al gobernador como nuevo obispo; éste entonces, marchó a Constantinopla para recibir la investidura, y logró, sin que se sepa porqué, la entrega hecha por el emperador de los restos de los Reyes Magos para que se los llevara a Milán (344). Y así lo hizo el nuevo obispo en compañía de varios embajadores, y como era habitual en aquellas viejas historias, los restos dentro de un pesado sarcófago de mármol fueron colocado en una carreta tirada por dos vacas. Poco antes de entrar en Milán fueron atacadas por una manada de lobos e hirieron o se comieron a una de aquellas. Eustorgio logró entonces uno de sus primeros milagros: ordenó al más robusto de los lobos que en nombre de Dios se unciera junto a la otra vaca (no entremos, en como sería el yugo) y muy diligentes llegaron a la fuente en la que San Barnaba (uno de los primeros discípulos de San Pablo) bautizó a los primeros milaneses. Y con un acto repetitivo en la ‘elección’ de un lugar, la mansa vaca y el feroz lobo se negaron a seguir adelante. San Eustorgio entendió la señal y marcó aquel lugar, en donde hizo construir una iglesita que durante mucho tiempo se llamó Ecclesia Regibus. El motivo de la elección de sitio por ‘bloqueo’ de las bestias no fue aislado en aquellos tiempos; recordemos otra leyenda análoga, esta vez ligada directamente con Santa Elena: Se decía que Santa Elena había mandado en un carro dos piedras que quería colocar en la basílica de San Pedro del Vaticano, que había mandado construir su hijo el emperador Constantino, porque ambas tenían gran significado religioso; una era en la se produjo el fallido sacrificio de Isaac, y la otra, en la que la Virgen depositó al Niño cuando fue a ofrecerlo al Templo. Iban por la vía del Borgo y antes de llegar, los caballos se pararon sin hallar el modo de hacerles avanzar; entonces Elena decidió descargarlas allí y levantar una iglesia, la de Scossa-cavalli, dedicada a San Giacomo. En resumen, que el agregado de temas se producía, tanto a nivel de la idea-madre, como de los detalles; la suma es la que hacía el argumento. Aquí podríamos recordar de nuevo la pomposa palabra de eiségesis.
Retomemos el discurso:


SARCÓFAGO DE MÁRMOL DE LOS TRES REYES MAGOS. San Eustorgio

Poco después murió Eustorgio (+349) y al ser declarado santo, sobre el lugar de la iglesita que levantara, se construyó otra nueva, desde entonces conocida como San Eustorgio, que aun se conserva, aunque en buena parte modificada a finales del siglo XV por la inclusión renacentista de la Capilla Portinari, y en la que, desde que los milaneses perdieron a las Reyes Magos, la enriquecieron con reliquias entonces tan estimadas, además de las de San Eustorgio, como las de varios santos como Magno, Vittore, Eugenio, Honorato, otras excelentes como una espina de la Santa Corona o un denario de oro de los que Melchor entregó a San José, otro milagro que aboga por el mérito de la economía de una donación con retorno y una custodia imperecedera hecha por Melchor, ‘sin duda’. Perdónesenos la broma.
Ocho siglos permanecieron allí, en un bello sarcófago tripartito de mármol, pero en el año 1162 el emperador Federico Barbarroja, conquistó y destruyó Milán, haciendo que se llevaran a la Renania  todos los objetos preciosos; entre lo más valorados estaban las tres reliquias.
Suceso tan importante no podía ocurrir de un modo simple, la leyenda necesitaba una componente épica: El canciller y arzobispo de Colonia Rainaldo de Dasdel, buscó los cuerpos de los Reyes Magos, y aunque interrogó a los sacerdotes del templo éstos dijeron no saberlo, luego lo encaminaron a excavar en el templo y se encontraron con los restos de tres santos, Dionisio, Rústico y Eleuterio, pero no se dejó engañar el agudo Rainaldo. Finalmente, debidamente presionados, logró que confesaran e indicaron que habían sido enterrados bajo la Torre de San Giorgio a Palazzo, que estaba en construcción sobre otra iglesia anterior que se levantaba sobre el viejo palacio que Diocleciano había hecho para uno de los tetrarcas. Como era frecuente en la época, cuando se buscaba una reliquia se acababa por encontrar y las tres las hallaron enlazadas por un anillo de oro, ¡inconfundible!; y Dasdel las hizo llevar a su archidiócesis, junto con varios santos más que localizó, como San Nabor o San Félix.


CATEDRAL DE COLONIA

En Colonia se una nueva arca tripartita dorada que comenzó  Nicolás de Verdún en 1181 y se concluyó mucho después en 1225, por algún orfebre anónimo, en la que no faltaron las tres coronas, que mandó colocar sobre los cráneos el emperador Otón IV: OTTO REX COLONIENSIS CURIAM CELEBRANS TRES CORONAS DE AURO CAPITIBUS TRIUM MAGORUM IMPOSUIT.



URNA-RELICARIO DE LOS TRES REYES MAGOS. Nicolás de Verdún

Durante 84 años la devoción y las peregrinaciones crecieron y fue preciso erigir un gran templo en honor y servicio a los Tres Reyes Magos: la catedral gótica de Colonia, iniciada el año 1264, que llegaría a convertirse, tras San Pedro del Vaticano y Santiago de Compostela, en el tercer destino multitudinario de peregrinos.
Pasaron los años, y tras los descréditos que introdujo el racionalismo post-napoleónico, se decidió abrir la caja. En su interior encontraron lo que la tradición había hecho representar en tantas pinturas de la Natividad, como la Gentile da Fabriano: restos, ya escasos, de un hombre joven, otros de un hombre maduro, y otros de un anciano.
La cronología no interesó demasiado a los que hicieron la invención de Colonia, como tampoco le interesó el argumento neto a Umberto Eco en su novela Baudolino; lo decisivo es la belleza del tema, hasta la ingenuidad si se quiere, con la acumulación de sucesos para generar así otro mito-leyenda, ahora literario.