DOMINGO XXXI (B)
Lectura del santo Evangelio según
San Marcos 12,28-34.
En aquel tiempo, un letrado se acercó a Jesús y le
preguntó: -¿Qué mandamiento es el primero de todo? Respondió Jesús: -El primero
es: «Escucha, Israel, el Señor nuestro Dios es el único Señor: amarás al Señor
tu Dios con todo tu corazón, con toda tu alma, con toda tu mente, con todo tu
ser.» El segundo es este: «Amarás a tu prójimo como a ti mismo.» No hay
mandamiento mayor que estos.
El letrado replicó: -Muy bien, Maestro, tienes razón
cuando dices que el Señor es uno solo y no hay otro fuera de él; y que amarlo
con todo el corazón, con todo el entendimiento y con todo el ser y amar al
prójimo como a uno mismo vale más que todos los holocaustos y sacrificios.
Jesús, viendo que había respondido sensatamente le dijo:
-No estás lejos del Reino de Dios. Y nadie se atrevió a hacerle más preguntas.
1.- Texto. Un escriba se
le acerca a Jesús y le pregunta sobre el mandamiento más grande de la ley con
el sentido del mandamiento que está por encima de todos (cf. Mt 22,36). No es
cuestión de distinguir entre mandamientos y preceptos más importantes y menos
importantes, sino de aquel que manifiesta la única voluntad de Dios más allá de
todo el conjunto de la Ley, pero que, a la vez, la funda y la justifica como principio
fundamental. No hay mandamiento mayor que amar a Dios y al prójimo. El Reino,
pues, revela a un Dios que ama a su criatura como a un hijo, y le exige que le
ame. Para esto, Dios da la capacidad para hacerlo con el seguimiento de Jesús,
y según la forma con la que Jesús ama: «Todo me ha sido entregado por mi Padre,
y nadie conoce al Hijo más que el Padre, y nadie conoce al Padre sino el Hijo y
aquel a quien el Hijo se lo quiera revelar. Venid a mí todos los que estáis
cansados…» (Mt 11,27s). La potencia del amor de Dios depositada en la vida
humana conduce a confiar plenamente en Él, por lo que se vive cumpliendo
sus mandatos y caminando por las vías que señala para serle fiel.
2.- Mensaje. Al darle todo
el valor a estos dos mandamientos, Jesús impide confundirlos con la tendencia
natural de adorar al Ser Supremo y considerar a los demás iguales a uno mismo,
como dicta la mejor filantropía griega. Para Jesús es un mandato divino, no es
una cuestión de la naturaleza humana. Aunque amar al prójimo como a
sí mismo coincide con la regla de oro (Lc 6,31; Mt 7,12): «Como queréis que
os traten los hombres, tratadlos vosotros a ellos», con la que indica el
servicio para obrar el bien y defiende los intereses de los demás como se hace
con los propios. Así supera al amor individual cuando significa la vida egoísta
o centrada exclusivamente en el yo cerrado y alejado de las necesidades
sociales.
3.- Acción. El mandamiento del amor al prójimo, al unirlo al del amor
de Dios, adquiere la dimensión de universalidad que parte del Padre a todos,
justos e injustos, y funda la relación fraterna: el pertenecer a una vocación y
destino común filial. Nuestro amor al prójimo, pues, abarca el amor al enemigo
(cf. Lc 6,27; Mt 5,43-44), el amor al extranjero (Lc 10,25-37) y el amor al
pecador (cf. Lc 7,36-50), todos criaturas de Dios. Por consiguiente, el punto
de partida es teológico y no antropológico. Cuando Lucas une a este texto (cf. Lc
10,27) la parábola del Samaritano (cf. 10,30-37) ―un extranjero para los
judíos―, y propone su conducta como modelo de este tipo de amor, no está lejos
del obrar de Jesús, pues su actuación le conduce a dar la vida por muchos (cf. Mc
10,45). Porque la clave de la parábola no está en quiénes son los prójimos (que
son todos), sino en la actitud de amor de una persona que hace que todos sean
sus prójimos. Este amor, al alejado como servicio hasta la muerte, se une al
destino del Maestro, en cuanto expresa la voluntad divina de salvar al hombre
marginado, expoliado de su dignidad, aunque sea extranjero o enemigo. El Medio
Oriente nos está dando la oportunidad de practicar la enseñanza de Jesús.
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