MISERICORDIA
«CARTA A UN MINISTRO» DE SAN FRANCISCO
III
«Te
digo, como puedo, acerca del caso de tu alma, que aquellas cosas que te impiden
amar al Señor Dios, y cualquiera que te hiciere impedimento, ya frailes ya
otros, aun cuando te azotaran, debes tenerlo todo por gracia. Y así lo quieras
y no otra cosa. Y esto tenlo por verdadera obediencia del Señor Dios y mía,
porque sé firmemente que ésta es verdadera obediencia».
El sufrimiento que padece el Ministro a causa del mal que hacen los hermanos y, en
general, los hombres, es gracia, es
decir, debe insertarlo en las relaciones amorosas y, por tanto, salvadoras, que
establece el Señor con sus criaturas, o el Padre Dios con sus hijos por medio
de Jesús. Dicha relación es de amor y amor gratuito de parte de Dios. Sin
embargo, la relación con los hombres entraña, por sí misma, un sufrimiento
inevitable desde que el hombre ejerce su libertad. Y ese sufrimiento es el que debe transformar
en gracia, es decir, insertarlo en la corriente de amor de Dios a sus
criaturas, como lo ha revelado en la historia de su Hijo. Y Francisco lo sabe,
porque sigue de cerca la vida de Jesús. Lo exponemos en tres pasos: el
inevitable sufrimiento de Jesús (2.1); la obediencia entendida como una
relación de amor (2.2); todo es gracia (2.3)
Inevitable
sufrimiento de Jesús
En efecto, Francisco entiende la
cruz de Jesús con tres perspectivas muy significativas extraídas del NT. La
cruz constituye un símbolo de la maldad:
«Y aun los demonios no lo crucificaron, pero tú con ellos lo crucificaste y
todavía lo crucificas, deleitándote en vicios y pecados»[2]; 2º a la
maldad responde Jesús no con la huída de
Galilea o de Jerusalén, lugares centrales de su misión, sino con la entrega libre a los hombres y la fidelidad a la vocación que le ha dado
el Padre: «Del cual Padre la voluntad fue tal que su Hijo, bendito y glorioso,
que nos dio y nació por nosotros, se ofreció a sí mismo por su propia sangre,
como sacrificio y hostia en el ara de la cruz»[3], con la
que logra nuestra salvación: «Te
adoramos, Señor Jesucristo, también en todas tus iglesias que hay en el mundo
entero, y te bendecimos, porque por tu santa cruz redimiste al mundo»[4]. Veamos
el proceso en Jesús y en las primeras comunidades cristianas.
[1] Cf. 1Cel 45.91-93; 2Cel 10-11.15; 106.109.203;
LM Pról.2; 1,3; 2,1; 13,2; TC 13-14.27-28.31.37; LP 37 Clara de Asís, Tes 10-11; D.V.
Lapsanski, «Autographus» 18-37; H. Schneider, Leben im Zeichen des
Tau. Aschffenburg
1989; D. Vorreux, Un symbole franciscain, la Tau. Paris
1977; Íd., «Tau», Dizionario Francescano. Padova 1995, 2003-2012.
[2] Adm 5,3.
[3] 2CtaF 11.
[4] Cf. Test 15; «Y te
damos gracias porque, así como por tu Hijo nos creaste, así por tu santo amor,
con que nos amaste (cf. Jn 17, 26), hiciste que él, verdadero Dios y verdadero
hombre, naciera de la gloriosa siempre Virgen beatísima Santa María, y quisiste
que fuéramos redimidos nosotros cautivos por su cruz y sangre y muerte» (Rnb 23,3).
[5] R. E. Brown, La muerte del
Mesías. Desde Getsemaní hasta el sepulcro. I-II. Estella (Navarra) 2005; J.D.G. Dunn, Jesús recordado. El cristianismo en sus comienzos. I.
Salamanca 2009, 863-988; K. Kertelge,
(Hrsg.), Der Prozess gegen Jesus. Historische
Rückfrage und theologische Deutung. Freiburg i. B. 19892;
S. Légasse, El proceso de Jesús. I-II. Bilbao 1995-1996; Ch.
Niemand, Jesus und sein Weg zum Kreuz. Stuttgart 2007.
[6] Jesús
cuando se separa con Pedro, Santiago y Juan del resto de los discípulos
«comenzó a sentir estupor y angustia». El sufrimiento del justo va
más allá en la narración: Jesús sufre una conmoción que está por encima de sus
propias fuerzas y lo rompe interiormente. Es un horror que le produce
inquietud, ansiedad. Estupor y angustia es más fuerte que el entristecerse de Mateo (26,38), que está
en la línea de la expresión que Jesús dirige a los tres discípulos: «Siento una
tristeza mortal; quedaos aquí
velando» (Mc 14,33-34; cf. Mt 26,37-38), cf. F.
Martínez Fresneda, Jesús de
Nazaret. Murcia 20123, 602-605.
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