lunes, 28 de septiembre de 2015

SWan Francisco. Misericordia III

                                                           MISERICORDIA      
                        «CARTA A UN MINISTRO» DE SAN FRANCISCO
                       


                                                                     III



            «Te digo, como puedo, acerca del caso de tu alma, que aquellas cosas que te impiden amar al Señor Dios, y cualquiera que te hiciere impedimento, ya frailes ya otros, aun cuando te azotaran, debes tenerlo todo por gracia. Y así lo quieras y no otra cosa. Y esto tenlo por verdadera obediencia del Señor Dios y mía, porque sé firmemente que ésta es verdadera obediencia».

El sufrimiento que padece el Ministro a  causa del mal que hacen los hermanos y, en general, los hombres, es gracia, es decir, debe insertarlo en las relaciones amorosas y, por tanto, salvadoras, que establece el Señor con sus criaturas, o el Padre Dios con sus hijos por medio de Jesús. Dicha relación es de amor y amor gratuito de parte de Dios. Sin embargo, la relación con los hombres entraña, por sí misma, un sufrimiento inevitable desde que el hombre ejerce su libertad.  Y ese sufrimiento es el que debe transformar en gracia, es decir, insertarlo en la corriente de amor de Dios a sus criaturas, como lo ha revelado en la historia de su Hijo. Y Francisco lo sabe, porque sigue de cerca la vida de Jesús. Lo exponemos en tres pasos: el inevitable sufrimiento de Jesús (2.1); la obediencia entendida como una relación de amor (2.2); todo es gracia (2.3)

                                     Inevitable sufrimiento de Jesús

           
La «Tau» que sobrescribe Francisco en la letra «L» de la Bendición a Fray León ha sido el programa de su vida. Y la ha tenido como término permanente de su ideal cristiano, porque es donde culmina el ministerio de Jesús, con el que se identifica y sigue muy de cerca[1].
            En efecto, Francisco entiende la cruz de Jesús con tres perspectivas muy significativas extraídas del NT. La cruz constituye un símbolo de la maldad: «Y aun los demonios no lo crucificaron, pero tú con ellos lo crucificaste y todavía lo crucificas, deleitándote en vicios y pecados»[2]; 2º a la maldad  responde Jesús no con la huída de Galilea o de Jerusalén, lugares centrales de su misión, sino con la entrega libre a los hombres y la fidelidad a la vocación que le ha dado el Padre: «Del cual Padre la voluntad fue tal que su Hijo, bendito y glorioso, que nos dio y nació por nosotros, se ofreció a sí mismo por su propia sangre, como sacrificio y hostia en el ara de la cruz»[3], con la que logra nuestra salvación: «Te adoramos, Señor Jesucristo, también en todas tus iglesias que hay en el mundo entero, y te bendecimos, porque por tu santa cruz redimiste al mundo»[4]. Veamos el proceso en Jesús y en las primeras comunidades cristianas.

           
1º  Jesús padece la maldad humana por hacer el bien fuera de las normas judías (cf. Mc 2,23-3,1-6), provocando una crisis en Galilea, que se reproduce en Jerusalén cuando los discípulos le abandonan en el discurso del Pan de Vida (cf. Jn 6,66); a las amenazas de muerte de los herodianos y fariseos (cf. Mc 3,6), le siguen la de Caifás y el Sanedrín en Jerusalén (cf. Jn 11,49-50); a los sumos sacerdotes les es muy fácil cambiar la aclamación del pueblo a su entrada «mesiánica» (cf. Mc 11,1-11par) por el «crucifícale» ante Poncio Pilato (cf. Mc 14,11-15par). Jesús llora al ver un pueblo rebelde y poco dado a aceptar su mensaje (cf. Lc 19,41),  como experimenta los más variados sentimientos ante la diferentes situaciones que le hace vivir su ministerio: ira y tristeza (Mc 3,5); compasión, (cf. Mc 1,41); lástima (cf. Mc 6,34; 8,2); gemido (cf. Mc 7,34); protesta (cf. Mc 9,19); enfado (cf. Mc 10,14); cariño (cf. Mc 10,21), conmoción, estremecimiento y lágrimas (cf. Jn 10,33.35). Los discípulos no entienden las claves del mensaje del Reino, cambiando la presencia de un Dios de amor misericordioso por un Dios del poder y dominio sobre todas las naciones (cf. Mc 10,45par). Estos discípulos le traicionan (cf. Mc 14,66-72par), le venden (cf. Mt 27,3), se duermen (cf. Mc 14,32-41par); muere por una causa que no defendió (cf. Lc 23,1-4par) y es crucificado entre los malhechores (cf. Mc 15,27par)[5].

           
2º Pero, a pesar de la crisis personal en Getsemaní[6], todo cambia cuando los acontecimientos pasan de sucesos históricos a hechos divinos, o a pensarse desde Dios, una vez que los discípulos se han encontrado con el Resucitado y recibido el Espíritu Santo. Siguiendo las claves de San Francisco, Jesús no es una marioneta que baila al son de las intrigas de Caifás, Anás y demás sanedritas, ni siquiera se somete sin más al imperio de la ley romana, porque el más mínimo movimiento de su vida y la de sus discípulos y enemigos está controlado desde su libertad: «… yo entrego mi vida para poder recuperarla. Nadie me la quita, sino que yo la entrego libremente. Tengo poder para entregarla y tengo poder para recuperarla» (Jn 10,17-18).




[1] Cf. 1Cel 45.91-93; 2Cel 10-11.15; 106.109.203; LM Pról.2; 1,3; 2,1; 13,2; TC 13-14.27-28.31.37; LP 37 Clara de Asís, Tes 10-11; D.V. Lapsanski, «Autographus» 18-37; H. Schneider, Leben im Zeichen des Tau. Aschffenburg 1989; D. Vorreux, Un symbole franciscain, la Tau. Paris 1977; Íd., «Tau», Dizionario Francescano. Padova 1995, 2003-2012.   
[2] Adm 5,3.
[3] 2CtaF 11.
[4] Cf. Test 15; «Y te damos gracias porque, así como por tu Hijo nos creaste, así por tu santo amor, con que nos amaste (cf. Jn 17, 26), hiciste que él, verdadero Dios y verdadero hombre, naciera de la gloriosa siempre Virgen beatísima Santa María, y quisiste que fuéramos redimidos nosotros cautivos por su cruz y sangre y muerte» (Rnb 23,3).
[5] R. E. Brown, La muerte del Mesías. Desde Getsemaní hasta el sepulcro. I-II. Estella (Navarra) 2005; J.D.G. Dunn, Jesús recordado. El cristianismo en sus comienzos. I. Salamanca 2009, 863-988; K. Kertelge, (Hrsg.), Der Prozess gegen Jesus. Historische Rückfrage und theologische Deutung. Freiburg i. B. 19892;
S. Légasse, El proceso de Jesús. I-II. Bilbao 1995-1996; Ch. Niemand, Jesus und sein Weg zum Kreuz. Stuttgart 2007.
[6] Jesús cuando se separa con Pedro, Santiago y Juan del resto de los discípulos «comenzó a sentir estupor y angustia». El sufrimiento del justo va más allá en la narración: Jesús sufre una conmoción que está por encima de sus propias fuerzas y lo rompe interiormente. Es un horror que le produce inquietud, ansiedad. Estupor y angustia es más fuerte que el entristecerse de Mateo (26,38), que está en la línea de la expresión que Jesús dirige a los tres discípulos: «Siento una tristeza mortal; quedaos aquí velando» (Mc 14,33-34; cf. Mt 26,37-38), cf. F. Martínez Fresneda, Jesús de Nazaret. Murcia 20123, 602-605.

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