lunes, 10 de agosto de 2015

El que come de este pan vivirá para siempre.

DOMINGO XX (B)


Lectura del santo Evangelio según San Juan 6,51-59.

En aquel tiempo, dijo Jesús a los judíos: —Yo soy el pan vivo que ha bajado del cielo: el que come de este pan vivirá para siempre. Y el pan que yo daré es mi carne para la vida del mundo. Disputaban entonces los judíos entre sí: ¿Cómo puede este darnos a comer su carne? Entonces Jesús les dijo: —Os aseguro que si no coméis la carne del Hijo del Hombre y no bebéis su sangre no tendréis vida en vosotros. El que come mi carne y bebe mi sangre tiene vida eterna, y yo lo resucitaré en el último día. Mi carne es verdadera comida y mi sangre es verdadera bebida. El que come mi carne y bebe mi sangre habita en mí y yo en él. El Padre que vive me ha enviado y yo vivo por el Padre; del mismo modo, el que me come vivirá por mí. Este es el pan que ha bajado del cielo; no como el de vuestros padres, que lo comieron y murieron: el que come este pan vivirá para siempre.

1.- DiosJesús dice que él es el «pan de vida» y el que «no coma de su carne y no beba de su sangre no tendrá vida». Para vivir, hay que comerlo y beberlo. Comer y beber es el fundamento de la vida misma, de forma que toda la vida se puede simbolizar con estos actos físicos que responden a la necesidad humana básica. Comer y beber a Jesús es poseer la vida divina, que él revela, lleva y ofrece. Por eso, comerlo y beberlo es la eternidad de Dios. Todo está relacionado: Dios, Jesús, la vida humana. Pero el camino que hay que recorrer, para que se dé la unión entre la potencia y eternidad de la vida de Dios, es la vida en Jesús, que es comer su carne, beber su sangre, es decir, reconocerlo como Hijo de Dios que no dudó en dar la vida por sus amigos. 
           
2.- La comunidad.- San Pablo afirma que el cuerpo de Jesús es la Iglesia (cf. 1Cor 12,27). Si Jesús, que es la cabeza de la Iglesia (cf. 1Cor 11,3), ofrece su vida, es decir, su carne y su sangre, para que todas las gentes entren en la dimensión divina y adquieran el estatuto de eternidad, también la Iglesia debe dejarse comer para dar vida a todas gentes de todos los ámbitos culturales. Las Iglesias locales, y las comunidades que las animan, son las que generan cristianos por su entrega servicial y están presentes en todos los pueblos del mundo.  Como el Logos renuncia a  la gloria del Padre, estos cristianos abandonan su cultura, su familia, sus ideales, y se entregan a los ideales del Señor, que es dar vida. La comunidad cristiana será relevante cuando  se deje comer; sea alimento para los que pasan hambre en todas las dimensiones de la vida. Así es como se establece la comunión entre Dios y su pueblo, entre las personas, y se respeta y defiende la creación.
           
3.- El creyente.- Jesús es el pan bajado del cielo, y lo multiplica y lo da a todos los que tienen hambre. Jesús es el pan bajado del cielo, y da la vida de salvación divina a los que estamos maniatados en la tupida red que establece nuestros intereses y los intereses de todos los humanos. Si pasamos de adorarlo en el tabernáculo a comulgarlo, es decir, a identificar nuestras actitudes con las suyas, estamos cumpliendo la finalidad de la Encarnación: poder vivir aquí con los ojos de Dios, con la vida de Dios, para sembrar en nuestra vida la eternidad de Dios.  El Señor nos ha dado de comer nada menos que a su Hijo; nos ha ofrecido su vida para que la nuestra se rehaga, se recree y busque unos objetivos que redunden en nuestra felicidad. No es cualquier comida o bebida que mantiene y alegra la vida, sino que es la vida transida por el amor.



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