domingo, 26 de julio de 2015

Reflexión sobre la Laudato si´'

EL  GOZOSO  PLANETA  REDIMIDO

                                                        (Reflexionando sobre la Laudato si´)

                                                                                                                                                              
Elena Conde Guerri
Facultad de Letras
Universidad de Murcia

            
 La lectura de esta última Encíclica del Papa Francisco, rubricada la pasada festividad de Pentecostés de este año, no sólo ofrece el regalo de la profunda doctrina pontificia sobre el particular sino que evidencia el dinamismo y universalidad del mensaje cristiano, que replantea problemas e inquietudes vinculados al habitat no precisamente ignorados antes. La sensibilidad ante la naturaleza violentada o, en su caso, mutilada por la avaricia humana ha sido objeto de especial atención en varias producciones cinematográficas. Me gustará recordar aquí algunas de las más impactantes aunque seguro que más de uno las conoce. Los recursos naturales de la madre tierra, como fuente de explotación despiadada para hacer cash aun a costa de la integridad física y moral de las personas, ha inspirado filmes como Michael Clayton (2007), en que una poderosa empresa agroquímica no tiene empacho en que los granjeros propietarios de esas tierras se vayan envenenando o, más recientemente, La tierra prometida (2012), donde un joven Matt Damon en el papel de un ejecutivo de una empresa de gas, llega a un pueblecito de ganaderos para comprarles los derechos de perforación de sus tierras. En ambas historias, los argumentos se van complicando y surgen la enfermedad no buscada, la injusticia social, el quiebre de los derechos más básicos de la persona y hasta el homicidio programado como hijos directos de lo que se engendró sólo por codicia y por desprecio absoluto de la madre naturaleza.
Ya en El informe pelícano (1993) se planteaba en la ficción que el propio Presidente de los Estados Unidos conocía la progresiva contaminación letal de la reserva de pelícanos y otras aves en la desembocadura del Missisipi, sacrificadas ante la multimillonaria explotación del petróleo allí existente. Pero no podía denunciarlo porque uno de los principales magnates de los pozos había sufragado su campaña electoral. Probablemente sensibilizado por estos hechos trasladados al  mundo real, Al Gore, Vicepresidente de USA bajo Bill Clinton, produjo en 2007 un documental para alertar sobre la salvaguarda de los tesoros del planeta Tierra, La hora 11, que obtuvo varios galardones.

Pero, en lo que a mi respecta, fue La selva esmeralda, dirigida por John Boorman en 1985, la película que me impactó profundamente, sin duda por ser más audaz en abordar estas realidades en un tiempo que ya va quedando lejano. La selva amazónica era el escenario elegido, donde el ecosistema intacto antes de llegar el hombre industrializado y  opresor facilitaba la vida paradisiaca de las comunidades indígenas asentadas allí desde siempre. Se intuía como una pervivencia de la virginal inocencia que sólo Dios pudo infundir en la obra de su creación. La armonía se destruyó de modo despiadado con la tala forestal. La naturaleza, la selva y sus bosques fueron obligados a ser malos y, lo que resulta más triste, también entonces sus habitantes conocieron la maldad del comportamiento de los presuntamente civilizados, la inocencia original empezó a empañarse y los autóctonos fueron arrastrados al mal. El mensaje es tan desolador cuanto instructivo y enlaza perfectamente con las palabras del Papa Francisco que advierten de la situación de esquizofrenia a la que pueden llevar ciertos comportamientos del hombre desatado que ignora a Dios en su relación con lo creado. "El paradigma tecnocrático también tiende a ejercer su dominio sobre la economía y la política. La economía asume todo desarrollo tecnológico en función del rédito, sin prestar atención a eventuales consecuencias negativas para el ser humano". (L. 109). En una palabra, cuando el ser humano se constituye en dominador absoluto, se desmorona la misma base de su existencia porque el hombre no puede suplantar a Dios en la obra de la creación sino que es un colaborador de Dios. De otro modo, provoca la rebelión de la naturaleza. (117). 
                    
Realidad bien tangible sobre la que el actual Obispo de Roma ha querido insistir, no trazar un argumento ex cathedra y ex novo ya que, como bien refiere, sus predecesores en el pontificado no le fueron ajenos, desde Juan XXIII hasta Benedicto XVI, cada uno según las circunstancias históricas que les tocó vivir y la personalidad de cada cual. Desde la preocupación por los misiles destructores hasta la valoración de la "ecología cotidiana" ( 147 ss.), muy del gusto del Papa emérito que, como buen alemán y esto lo digo de mi cosecha, necesita un espacio privado y armonioso, lleno de serenidad, para entregarse a su tarea teológica de seguir ahondando en el misterio Trinitario, otro modo de gozar con el planeta creado ya que, en una de las oraciones que cierra la Encíclica, Francisco dice: "Señor Uno y Trino, comunidad preciosa del amor infinito , enséñanos a contemplarte en la belleza del universo, donde todo nos habla de ti".  Un universo donde la más mínima sensibilidad puede ver reflejado a su Creador. En los lirios del campo, en las aves del cielo, tan evangélicos, en las espigas y en el pan cotidiano, en la vid y el vino, en el agua cristalina, esa "hermana agua que es muy útil y humilde y preciosa y casta" en la lírica emotiva del Santo de Asís, y que como elemento sustancial vivificante tiene en laLaudato si un puesto de honor. Porque, ¿qué está sucediendo a muchos hombres, al hombre elegido como príncipe de la creación, cuando les falta o se les niega el agua potable?. La debilidad de los organismos internacionales es palpable en estos problemas y el cuadro de tantas personas, en su mayoría migrantes constreñidos por la falta de nutrientes y la miseria, obligados según mi parecer a vivir en un mínimo perímetro no superior al de dos baldosas (sea la arena de Ventimiglia o las chatarras de algún vertedero de Méjico) se contempla tan sólo como un lienzo lejano de recreación romántica, pero no como un obstáculo real para sortear que afecta a la responsabilidad moral de todos. Es necesario, urgente, volver a mimar a este planeta también redimido y "reconciliarlo con la creación" para que deje de gemir, máxime que algunos de sus elementos naturales han sido incorporados a la liturgia de los Sacramentos y, asumidos por Dios, se convierten en mediación de la vida espiritual.
                 
Estamos en verano, vinculado tradicionalmente al descanso laboral. El calor es sofocante cuando escribo estas líneas. ¿Cambio climático o venganza automática de una naturaleza lesionada?. De cualquier modo, parece un tiempo propicio para reflexionar sobre este aviso del Papa o para que los más valientes lean la Encíclica completa. Les va a gustar. Les abrirá perspectivas y enlaces quizá hasta este momento insospechados. He comenzado con una mención al cine y termino con otra a la poesía. Juan Ramón Jiménez escribió: "el sol ungía el mundo de amarillo con sus luces caídas/ oh, por los lirios aúreos, el agua clara, tibia/ las amarillas mariposas sobre las rosas amarillas/ guirnaldas amarillas escalaban los árboles/ el día era una gracia perfumada de oro en un dorado despertar de vida". Muchas mentes inspiradas, innumerables procesos artísticos, como se ha visto, han sido y seguirán siendo sensibles a la belleza de la creación, a las formas, colores, aromas y fenómenos con los que cada día la naturaleza nos sorprende, tan viejos pero siempre tan nuevos en la seducción de nuestros sentidos, así como han denunciado su degradación egoísta y sus consecuencias. Pero generalmente no invocan ni al Creador ni  a lo trascendente. Este canto a la naturaleza es manifiesto en la Laudato si. Pero el Papa da un paso más, rema mar adentro, diría yo. Si no lo hubiera hecho, su documento habría sido más bien el propio de un geógrafo, de un biólogo, de un sociólogo si Ustedes prefieren. No habría trascendido la mera intención de una investigación sistematizada sobre el estado actual de nuestro planeta vulnerable y las injusticias cometidas contra parte de quienes lo habitan. La Encíclica es una carta cuyo eje es Dios, Dios Creador y a la vez Uno y Trino. De donde todo sale y a El volverá. El Papa eleva este planeta que gime a la categoría de "sujeto tocado por la espiritualidad ecológica" que nace de las convicciones de nuestra fe cristiana, pues lo que el Evangelio enseña tiene consecuencias en nuestra forma de pensar, de sentir y de vivir. Esta es la esencia de la mencionada Carta y también la gran diferencia con otros estudios de argumento similar.

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