domingo, 26 de julio de 2015

Domingo XVIII (B): Yo soy el pan de vida

                                                   DOMINGO XVIII (B)

                                   
Lectura del santo Evangelio según San Juan 6,24-35.

En aquel tiempo, cuando la gente vio que ni Jesús ni sus discípulos estaban allí, se embarcaron y fueron a Cafarnaún en busca de Jesús. Al encontrarlo en la otra orilla del lago, le preguntaron: -Maestro, ¿cuándo has venido aquí? Jesús les contestó: -Os lo aseguro: me buscáis no porque habéis visto signos, sino porque comisteis pan hasta saciaros. Trabajad no por el alimento que perece, sino por el alimento que perdura, dando vida eterna, el que os dará el Hijo del Hombre; pues a éste lo ha sellado el Padre, Dios.
Ellos le preguntaron: -¿Cómo podremos ocuparnos en los trabajos que Dios quiere? Respondió Jesús: -Este es el trabajo que Dios quiere: que creáis en el que él ha enviado. Ellos le replicaron: -¿Y qué signo vemos que haces tú, para que creamos en ti? Nuestros padres comieron el maná en el desierto, como está escrito: "Les dio a comer pan del cielo."
Jesús les replicó: -Os aseguro que no fue Moisés quien os dio pan del cielo, sino que es mi Padre quien os da el verdadero pan del cielo. Porque el pan de Dios es el que baja del cielo y da vida al mundo.
Entonces le dijeron: -Señor, danos siempre de ese pan. Jesús les contestó: Yo soy el pan de vida. El que viene a mí no pasará hambre, y el que cree en mí no pasará nunca sed.

1.-  El evangelio de Juan va desgranando a lo largo de sus páginas la identidad de Jesús: es la Palabra hecha carne (cf. Jn 1,14), es la relación de amor gratuito del Padre a sus criaturas y el agua que sacia plenamente (cf. Jn 4); es el pan, la vida y la luz (cf. Jn 6. 9.11). Jesús concentra todas las esperanzas y anhelos que el ser humano aspira como colectividad y como individuo, porque llevamos en nuestro interior su semilla: hemos sido creados por él; y nuestra alma tiende sin cesar a identificarse con su estilo de vida para alcanzar la plenitud vital. No es extraño que Pablo haya puesto por escrito lo siguiente: «Estoy crucificado con Cristo; 20 vivo, pero no soy yo el que vive, es Cristo quien vive en mí. Y mi vida de ahora en la carne, la vivo en la fe del Hijo de Dios, que me amó y se entregó por mí» (Gál 2,20)

2.- La Iglesia no es una organización para remediar exclusivamente las carencias físicas de la gente. No es un gobierno que trata de asegurar el pan y la libertad de un pueblo. Ya hemos alcanzado la capacidad de dirigir y administrar nuestra propia historia sin necesidad de ayudas extra humanas. Tenemos en nuestras manos la facultad para administrar los bienes básicos que nos mantiene en la vida. Pero la conservación y la reproducción hay que hacerla al estilo humano y según el sentido que el Señor imprimió desde el principio de la creación. La Iglesia recuerda y hace memoria que el hambre, la enfermedad, la justicia y la libertad se sustentan en el amor que nos infunde Dios constantemente en Cristo. De lo contrario sólo el poder es el que nos dirige, y el poder nos divide, nos enfrenta y engendra esclavos y muerte por doquier.

3.-  La gente busca a Jesús por los beneficios inmediatos que recibe de él. Y eso, sabemos, que no debe ser así. Son ayudas esporádicas ante necesidades ocasionales. Los creyentes debemos exigir que las instituciones sociales formen a la gente para que ellas mismas sean responsables de su propio destino. De lo contrario, mantendremos el nivel de infantilidad y de esclavitud en las capas sociales desfavorecidas. Y esto no es tan fácil: formas mujeres y hombres responsables, forjar situaciones sociales donde los responsables del bien sea la gente; que el bien producido sea fruto del esfuerzo personal y colectivo, es la clave para que Cristo reine en la historia. Y en ella habrán siempre pobres, porque siempre estarán entre nosotros —como dice Jesús— (cf. Mc 14,7),  será el objeto inmediato de nuestro quehacer amoroso.


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