VI DOMINGO DE PASCUA (B)
Lectura
del santo Evangelio según San Juan 15,9-17
En aquel tiempo, dijo Jesús a sus
discípulos: Como el Padre me ha amado, así os he amado yo; permaneced en mi amor. Si guardáis mis
mandamientos, permaneceréis en mi amor; lo mismo que yo he guardado los
mandamientos de mi Padre y permanezco en su amor. Os he hablado de esto para
que mi alegría esté en vosotros, y vuestra alegría llegue a plenitud.
Este es mi mandamiento: que os améis
unos a otros como yo os he amado.
Nadie
tiene amor más grande que el que da la vida por sus amigos. Vosotros sois mis
amigos, si hacéis lo que yo os mando. Ya no os llamo siervos, porque el siervo
no sabe lo que hace su señor: a vosotros os llamo amigos, porque todo lo que he
oído a mi Padre os lo he dado a conocer.
No sois vosotros los que me habéis
elegido, soy yo quien os he elegido; y os he destinado para que vayáis y deis
fruto, y vuestro fruto dure. De modo que lo que pidáis al Padre en mi nombre,
os lo dé. Esto os mando: que os améis unos a otros.
1.- Dios.- El Reino revela a un
Dios que nos ama como hijos suyos, y nos exige que le amemos. Para esto, Dios
nos da la capacidad para amarle con el seguimiento de Jesús y según la forma
con la que Jesús ama (cf. Mt 11,27). La
potencia del amor de Dios depositada en nuestra vida conduce a que confiemos
plenamente en Él, por lo que vivimos cumpliendo sus mandatos y caminando por
las vías que nos señala para serle fiel. Arranca el mandamiento que nos dice
Jesús de una experiencia irrenunciable
para Israel: Dios, que es uno, absorbe todas nuestras capacidades humanas para que le reconozcamos
en nuestra vida por medio de la adoración. Dios desea una reciprocidad intensa
y excluye las medianías y cálculos en nuestras respuestas a su entrega amorosa.
Corazón, alma, mente y fuerzas resumen nuestra entrega total y sin condiciones
(cf. Mt 6,24). Además el amor lleva consigo la iniciativa sin interés, el
respeto al otro, que cuando es Dios se transforma en alabanza y adoración, y la
dimensión cognoscitiva que completa a la afectiva.
2- La comunidad.- El mandamiento del amor mutuo al relacionarlo con el amor
del Padre adquiere la dimensión de universalidad propia de Dios que hace salir
el sol para todos, justos e injustos, y funda la relación fraterna: el
pertenecer a una vocación y destino común filial. El amor al prójimo tenido
como hermano, abarca el amor al enemigo (Lc 6,27; Mt 5,43-44), el amor al
extranjero (Lc 10,25-37) y el amor al pecador (Lc 7,36-50), todos criaturas de
Dios. Por consiguiente, el punto de partida es teológico y no antropológico. La
Iglesia, o la familia, o las comunidades religiosas no son grupos de amigos, o
conocidos, que se unen para realizar una tarea, o función caritativa, o prolongar
el amor en la historia. Esto no lo dice Jesús. Como enseña en la parábola de
buen Samaritano, la clave no está en quiénes son nuestros prójimos (que son
todos), sino en nuestra actitud de amor
que hace que todos sean mis prójimos porque son mis hermanos. Sólo desde
esta relación de amor podemos amar al margen de nuestros sentimientos, buenos o
malos, que tengamos hacia los demás.
3.- El creyente.- El amor de Dios, la ilimitada ternura o la
libre cercanía del amor de Dios a todos nosotros, nos provoca una profunda
alegría y gozo interior para los que descubrimos y aceptamos este nuevo
movimiento divino y nos obliga a vivirlo con todos los hombres comprendidos
como hermanos, personas que afectan a mi vida. Entonces el campo de nuestras relaciones
humanas se queda sin fronteras al no levantar Dios muro alguno para establecer
contacto con los vivientes. Por su paternidad universal fundamenta una dignidad
común y un común reconocimiento entre todos. De esta manera se supera la
obligación de no querer a los que no forman parte de nuestro pueblo o de
nuestra familia, o son aborrecibles por su conducta, además de borrar la imagen
de un Dios que impone justicia con imágenes violentas. En el amor al prójimo debemos añadir la
última antítesis de Mateo: «Habéis oído que se dijo: Amarás a tu prójimo
(Lev 19,18) y odiarás a tu enemigo. Pues yo os digo: Amad a vuestros enemigos,
rezad por los que os persiguen. Así seréis hijos de vuestro Padre del cielo,
que hace salir su sol sobre malos y buenos y hace llover sobre justos e
injustos» (Mt 5,43-48). Esto es dar la vida por todos, amigos y enemigos, por
todos son nuestros hemanos.
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