LA TRINIDAD (B)
Lectura del santo Evangelio según san Mateo 28,16-20
En
aquel tiempo los once discípulos se fueron a Galilea, al monte que Jesús les
había indicado. Al verlo, ellos se postraron, pero algunos vacilaban. Acercándose
a ellos, Jesús les dijo: -Se me ha dado pleno poder en el cielo y en la tierra.
Id y haced discípulos de todos los pueblos, bautizándolos en el nombre del
Padre y del Hijo y del Espíritu Santo; y enseñándoles a guardar todo lo que os
he mandado.
Y sabed que yo estoy con vosotros todos los días,
hasta el fin del mundo.
1.- El
Padre. Celebramos el centro de nuestra fe, que no es otro que la identidad de
nuestro Dios. No es una cuestión complicada cuando escuchamos lo que Jesús nos
dice de Dios. Somos los humanos los que la enredamos cuando intentamos definir
a Dios con nuestra razón. Y, naturalmente, no le podemos definir. Veamos cómo experimenta Jesús a Dios, más que
enseña. Explica que es una relación muy diferente a la establecida por la Ley o
plasmada en los sacrificios en el templo de Jerusalén. Dice Jesús que Dios un
Padre; que Dios es Creador, y lo es
por el amor; es su amor lo que le ha hecho salir de sí para crear criaturas
felices. Dios es totalmente diferente a la creación, pero la hace a su imagen y
semejanza, para que la persona, devolviéndole el amor por el que ha sido
creada, pueda mantenerse ligada a su origen amoroso. Dios es el salvador, salvación que promete en el
mismo instante en el que la criatura decide alejarse o enfrentarse a Él. Dios
la quiere salvar, porque no puede dejar de amarla. Jesús experimenta a Dios
como su Padre, y lo da a conocer como
nuestro Padre. Pero su Padre y nuestro Padre, que entrega a lo más preciado que
tiene ―a Jesús―, exige obediencia a su relación de amor y respeto a la dignidad
de su nombre.
2.- El Hijo. Jesús se sabe y se
experimenta como Hijo, enviado por el Padre para recuperar a su criatura
maniatada por los lazos de la soberbia y del poder, que hace excluir de su vida
a los demás y dar la espalda a quien le ha traído a esta vida. El Hijo es el
que revela que el Padre es pura relación de amor, y con dicha relación de amor
revela también cuál es la situación real de la humanidad: vivir inmersa en una
cultura de violencia y de muerte, que es superior a las fuerzas humanas, que la
ha esclavizado. La persona a estas alturas sólo puede vivir pendiente de sí
misma y de sus intereses. La cultura del mal, que define a Dios y al hombre
desde la violencia, es la que llevó a Jesús a la cruz. Y con el relato de su
vida es cuando podemos comprender lo que nos ama Dios. El amor en Dios no es la
declaración que hace en un discurso, ni lo que contiene las ideologías, ni las
proclamaciones de tantos credos religiosos. Dios amor ofrece lo más preciado de
sí para recuperar a los que salieron de la bondad de su corazón. No lo ha
podido hacer mejor.
3.- El Espíritu Santo. Para que
la creación y recreación, como relación de amor del Padre y del Hijo, no sean
hechos del pasado, sino relaciones vivas y permanentes para sus criaturas, nos
enviaron a su Espíritu. El Espíritu es cómo Dios nos ama, qué piensa Dios
cuando ama, qué hace Dios cuando nos ama, qué decide Dios cuando busca nuestra
felicidad. Y ese Espíritu de amor del Padre es el que le ha hecho enviar a su
Hijo, es el que ha hermanado a toda creación con él, es el que transforma a
cada uno de nosotros en hijos de Él y hermanos entre nosotros. Y esto es muy
diferente a como la humanidad se ha construido en sus culturas desde su
soberbia, poder, y la violencia y odio que desarrolla. Por eso hay que nacer de
nuevo, como enseña Jesús a Nicodemo, para comprender estas tres relaciones de
amor que es nuestro Dios: Padre, Hijo y Espíritu. Hechos, como somos, a imagen
y semejanza del Señor, seremos felices cuando orientemos nuestra vida en dicha
triple relación que es el Señor: amor que nos hace capaz de crear: crear una
familia, de crear puestos de trabajo, de crear espacios donde la tierra dé de
comer y los hombres puedan vivir; crear instituciones donde las personas puedan
convivir desde el respeto mutuo; etc.; amor que nos hace ser hermanos de los
demás: hermanos capaces de reconocer la dignidad humana de los demás, y tratar
de recuperar a los que aún no saben su filiación divina y ; amor que no se
cansa de darse y servir para seguir creado y hermanando.
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