lunes, 11 de mayo de 2015

Las apariciones de Jesús. VII

                                                             LAS APARICIONES



                                                                       VII

                                               CONCLUSIÓN         



Dios habla poco después de manifestar un silencio escandaloso en la pasión y muerte de Jesús. Y habla recreando la vida de Jesús. Los cristianos comprenden la resurrección como un acto de Dios, como un acto del amor paterno divino. Con ello Dios revela la nueva dimensión a la que está destinada la historia humana, porque la resurrección de Jesús se confiesa como una primicia del destino global de la historia (Rom 8,22). Además, Dios aprueba la vida de Jesús como el contenido último de su voluntad salvífica para los hombres. Así invalida todas las anteriores relaciones y revelaciones que ha mantenido con Israel que no coincidan con las líneas de actuación y mensaje de Jesús.

Con unas doctrinas judías parcas sobre la resurrección, los escritores neotestamentarios intentan transmitir la experiencia de la resurrección que tienen los discípulos elegidos. No se centran ni en el hecho de la resurrección ni en relatar la identidad del Resucitado. Todo apunta a que la resurrección entra de lleno en la nueva dimensión de la realidad que Dios tiene destinada y preparada para sus criaturas y para la creación entera. Es una realidad ciertamente objetiva, pero está más allá de la realidad creada. Por tanto la capacidad humana está imposibilitada de identificarla y explicarla como cualquier acontecimiento histórico. No nos extrañe que los primeros incrédulos de este acto de Dios sean los primeros destinatarios del mensaje iluminador de la mañana del primer día de la semana.

El acceso a la resurrección se ofrece por medio de la experiencia creyente de los discípulos que los transforma radicalmente. Se ha descrito en el análisis de las apariciones a María Magdalena, a Pedro o a los Once y a Pablo. Las apariciones son encuentros reales con el Resucitado, que se les presenta e impone en su nueva dimensión divina, y que derivan en un recurso literario con el que los creyentes legitiman a algunos discípulos para formar las comunidades. Son, pues, actos fundacionales de la experiencia cristiana.

Los relatos de las apariciones están ciertamente interpretados; sin embargo difunden el hecho de la resurrección y del Resucitado como visto y oído. Él es capaz de mantener conversaciones con sus discípulos (Lc 24,13-32; Jn 20,15-17), les interpreta la Escritura (Lc 24, 25-27), pronuncia afirmaciones teológicas importantes como la relación entre ver y creer (Jn 20,29) o la fundamentación de su autoridad (Mt 28,18; Jn 20,21), por la cual mantiene la oferta de la misericordia divina a todos los hombres por medio del perdón de los pecados de los discípulos (Jn 20,23), instituye a Pedro como el primero entre los discípulos (Jn 21,15-17) y a éstos como los que deben extender el mensaje cristiano a todo el mundo con la señal del bautismo (Mt 28,19-20). En definitiva, la presencia del Resucitado permanece en la historia (Mt 28,20), no obstante esté él en la gloria del Padre.



Las apariciones fundan la misión, pero no describen la vida e identidad del Resucitado. Lo que está en juego en estas narraciones es el acto del poder amoroso de Dios sobre Jesús, del cual los discípulos son testigos y, transformados por su encuentro con él, reviven su vida y su mensaje desde la perspectiva resucitada. Con esto se abren al mundo nuevo que Dios ofrece a la creación. De aquí nace el pueblo de la nueva alianza, que será el ámbito natural donde se crea al Hijo de Dios, se experimente su Señorío y se le ofrezca a los judíos y a los gentiles, es decir, a la creación entera, que se convierte en el nuevo cuerpo del Resucitado (Rom 7,4; 12,5.27; Col 1,18.24; etc.).


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