sábado, 23 de mayo de 2015

El Espíritu Santo I

                                                             ESPÍRITU SANTO


                                                                                        I
                                              
                                                           El Espíritu en la Escritura

            El Espíritu está en la creación del mundo (cf. Gén 1,2), como se interpreta en el AT: «Envías tu Espíritu y los recreas y renuevas la faz de la tierra» (Sal 104,30; cf. Éx 37,14; Rom 8,11). El Espíritu está en la concepción de Jesús, según le dice el ángel Gabriel a María: «El Espíritu Santo vendrá sobre ti y el poder del Altísimo te hará sombra» (Lc 1,35). El Espíritu, por consiguiente, dice relación a la vida. Pero también el Espíritu dice relación a la fe y al conocimiento del Hijo y del Padre: «Y nadie puede decir ¡Señor Jesús! si no es movido por el Espíritu Santo» (1Cor 12,3; cf. Jn 14,26); «Y como sois hijos, Dios infundió en vuestro corazón el Espíritu de su Hijo, que clama: Abba Padre» (Gál 4,6; cf. Rom 8,15-17). El Espíritu, en fin, dice relación de amor, que se manifiesta de muchas formas (cf. 1Cor 12,4), por ejemplo, en dones: «sabiduría, inteligencia, consejo, fuerza, ciencia, piedad, temor de Dios» (Is 11,2), y frutos: «amor, gozo, paz, paciencia, benignidad, bondad, fe, mansedumbre y templanza» (Gál 5,22-23).


                                                   1º El Espíritu en Israel

           
Esta presencia global del Espíritu en la creación y en la historia humana proviene de una revelación progresiva del Espíritu como Dios mismo: «La sabiduría es un espíritu amigo de los hombres que no deja impune al deslenguado; Dios penetra sus entrañas, vigila puntualmente su corazón y escucha lo que dice su lengua. Porque el espíritu del Señor llena la tierra y, como da consistencia al universo, no ignora ningún sonido» (Sab 1,6-7; cf. Is 31,3; Sal 139,8-9). La omnipresencia del Señor que vivifica constantemente su creación es un ejercicio del Espíritu (cf. Jer 23,24), un poder eficaz divino que relaciona a todos los seres que existen. Por consiguiente, el Espíritu, con ser Dios, no es Dios en sí mismo, sino su «soplo»: la relación que Dios mantiene con su creación, con sus criaturas, una relación de fuerza, de vida, es guía, es revelador. 

           
La relación del Señor con todo cuanto existe se va intensificando paulatinamente. En primer lugar está con la creación, después con los hombres, más tarde con Israel, y dentro de Israel con ciertos oficios o personas que ejercen una función especial, como son los justos, los profetas, los jueces y los reyes. Pero la culminación de la presencia del Espíritu en la realidad creada será sobre el Mesías y se realizará en la plenitud de los tiempos (cf. Is 1,1-9). Es entonces cuando se concretarán los rasgos precisos del Mesías: descenderá del linaje de David (cf. Is 11,1), poseerá el espíritu de los profetas, establecerá la justicia entre los hombres, tendrá una relación esencial con Dios, porque será un símbolo de la santidad de Dios (cf. Is 1,26; 5,16); hará posible de nuevo la convivencia humana, porque recuperará la relación pacífica que existía al principio de los tiempos en el paraíso (cf. Is 1,6-9). En el Mesías: «...reposará el espíritu del Señor, espíritu de sabiduría e inteligencia,...» (Is 1,2).


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