lunes, 30 de marzo de 2015

"Todo está acabado"

                                                   PALABRAS DE JESÚS EN LA CRUZ



                                                                             VI-VII

«Después Jesús, sabiendo que todo había terminado, para que se cumpliese la Escritura, dice: —Tengo sed. Había allí un jarro lleno de vinagre. Empaparon una esponja en vinagre, la sujetaron a un hisopo y se la acercaron a la boca. Jesús tomó el vinagre y dijo: —Está acabado» (Jn 19,28-30).

Las dos frases se encuadran en un párrafo que explicita la teología de Juan sobre la persona de Jesús como Hijo de Dios que tiene perfecto dominio de su vida. Él sabe por qué ha venido al mundo: «Tanto amó Dios al mundo, que entregó a su Hijo único, para que quien crea en él no perezca, sino tenga vida eterna» (Jn 3,16); y conoce los acontecimientos históricos y su función en ellos por la plataforma que le da su preexistencia en la gloria del Padre: «El Hijo no hace nada por su cuenta si no se lo ve hacer al Padre. Lo que aquél hace lo hace igualmente el Hijo» (5,19; cf. 8,28; 17,5). Así las cosas, tanto en la cena de despedida de sus discípulos en la que, con el ejemplo de lavarles los pies, les manda servirse mutuamente (13,1), como antes de ser apresado por los soldados (18,4), afirma poco antes de morir: «Jesús, sabiendo...». Este dominio de su vida, que suprime cualquier influencia o capacidad de decisión de los hombres sobre él, excluye las estratagemas de las autoridades judías para crucificarle y la sentencia condenatoria de Pilato. Si él va a morir es porque entrega su vida como un don, no porque se la quiten (10,17-18).
Más aún. Jesús da su vida como la expresión máxima del amor: «Nadie tiene amor más grande que el que da la vida por los amigos» (Jn 15,13, cf. 13,1). El amor como único horizonte vital para los discípulos (Jn 13,34-35) hace posible la comprensión y experiencia del contenido de su obra, la que ha cumplido Jesús en estos momentos de pasar de esta vida a la gloria del Padre: «Vino a los suyos, y los suyos no la [Palabra] acogieron. Pero a los que la recibieron los hizo capaces de ser hijos de Dios: a los que creen en él» (Jn 1,12). La filiación divina de las criaturas, nacida y cultivada en la relación de amor entre el Padre y el Hijo y de la Trinidad con los hombres, es la obra que ha llevado a cabo Jesús en su ministerio desde que puso su morada entre nosotros (Jn 1,14); y, con ello, ha cumplido la Escritura y ha finalizado su existencia en la historia humana. La tarea que le ha encomendado Dios ya está hecha (14,31; 17,4). Ha obedecido con precisión su voluntad: «La copa que me ha ofrecido mi Padre ¿no la voy a beber?» (18,11). Esa voluntad es su alimento (4,34). Por eso provoca con su petición, «tengo sed», que le den vinagre para beberlo y observar la Escritura, petición muy distante de lo comentado de Marcos, Mateo y Lucas donde los soldados o asistentes son los que se la ofrecen para seguir martirizándolo.


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