lunes, 23 de marzo de 2015

Frase de Jesús en la cruz: 5ª


                           PALABRAS DE JESÚS EN LA CRUZ


                                                                              V


«Junto a la cruz de Jesús estaban su madre, la hermana de su madre, María de Cleofás y María Magdalena. Jesús, viendo a su madre y al lado al discípulo predilecto, dice a su madre: Mujer, ahí tienes a tu hijo. Después dice al discípulo: Ahí tienes a tu madre. Desde aquel momento el discípulo se la llevó a su casa» (Jn 19,25‑27).

Juan coloca a las cuatro mujeres «junto a la cruz». La noticia de Marcos (15,40par) de que ellas presencian «de lejos» todo el espectáculo de la crucifixión, seguramente quiere decir desde la muralla de la ciudad. Aquí es Jesús quien mira. Esta cercanía física funda otra con fuerte carga simbólica a tenor de la teología de Juan, ya que los dos personajes pertenecen a la órbita personal de Jesús: su madre y el discípulo amado. De los presentes, pues, Jesús se dirige a su madre y al discípulo amado para dar su última disposición, un testamento que es importante (Jn 19,27). Antes María ha sido citada por el Evangelista en las bodas de Caná sin nombrarla, como aquí (Jn 2,1-5), y Juan en la última Cena también sin nombrarlo (13,23-25). En Caná se presenta Jesús como aquél que dispensa al pueblo la riqueza de la salvación y hace presente la abundancia de bienes prometidos a Israel en los tiempos finales de la historia. María es el vehículo de esta acción de Jesús. El discípulo amado es con quien comparte Jesús las angustias de su pasión inminente, es la imagen del creyente y el que reconoce a Jesús resucitado (Jn 13,23-16; 20,8; 21,7). La última decisión de Jesús en la escena de la cruz es que el discípulo amado ocupe su lugar; se convierta en el hijo de María, por consiguiente, en su hermano y, a la vez, sea garante de la seguridad de su madre; y María debe asumir al discípulo como un hijo, y como ha sucedido en la historia con Jesús, actuar con dicho discípulo como una madre, en contraposición a la familia natural de Jesús que permanece en la increencia.
Pero la situación en que María está no se reduce exclusivamente a la soledad, que postula una defensa y protección por parte del discípulo, ahora «su hijo». La situación es teológica. En efecto, María sugiere a Jesús en Caná que realice el milagro del vino, un símbolo de los dones de la salvación, y Jesús, aunque obedece, rechaza la invitación de su madre. Ahora, sin embargo, coinciden los intereses, pues María adquiere la función de llevar a los discípulos hacia Jesús, al asumirlos como «hijos suyos en él»; como nueva Eva es la madre de todos los creyentes (Gén 3,20). En el tiempo actual María debe enseñar a todos los que se van integrando en la comunidad que reconozcan la presencia viva de Jesús (Jn 21,7), la relación salvadora que implica unirse a él y tomarle como un hermano que conduce al Padre en la dimensión del amor (17,24), pues el discípulo a quien acoge es el que ama Jesús (15,16). Ella queda en la tradición de la Iglesia como el paradigma de relación personal con Jesús, por quien se reciben todos los bienes del Padre. Por eso los cristianos la reciben en su casa como el más preciado de sus bienes, porque se aman como él los amó (Jn 13,1), y viven la fe en dicha dimensión cumpliendo sus mandamientos. María, en fin, es un tesoro, porque en este tiempo final también actualiza su maternidad en la medida en que sabe y ama, enseña y conduce al Reino por el camino de Jesús, que ella ya ha recorrido.
El discípulo amado es el que está junto a Jesús en la Última Cena y al pie de la cruz, pero también el que reconoce al Resucitado por la fe (Jn 21,7). El abarcar la vida histórica de Jesús y la de la resurrección, le acredita a mantener una función dentro de la comunidad cristiana de intérprete del «todo Jesús», del hijo de María y del Hijo, el Señor. La revelación que Jesús hace del Padre, su voluntad salvadora, la donación del Espíritu y la vocación filial a la que están llamados todos los hombres caen bajo la responsabilidad del discípulo amado, que debe discernir el mundo que rechaza al Hijo y ratificar a los que pertenecen al mundo de la luz, de la verdad y la vida. Que este discípulo permanezca en la historia hasta que Jesús vuelva en la Parusía (Jn 21,22-23) es una muestra de que es garante de la última y definitiva revelación del Padre al mundo por su Hijo.



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