domingo, 8 de febrero de 2015

En qué se apoya la función de revelador de Dios propia de Jesús

                                LA REVELACIÓN DE DIOS EN SU HIJO

                                                                  V

                   En qué se apoya la función de revelador de Dios propia de Jesús


                                                      Marta Garre Garre
                                                   Instituto Teológico OFM
                                            Pontificia Universidad Antonianum

Hay subrayar que la traducción en conceptos de la experiencia filial es también en Jesús inevitablemente deficiente porque los conceptos y palabras no podrán nunca expresar exhaustivamente la inefable presencia personal del Verbo en el hombre Cristo. La revelación que Jesús percibía y vivía en el ámbito de la conciencia no hubiera llegado nunca a los hombres comenzando por el hombre Jesús de Nazaret, sin la traducción de ésta en conceptos humanos: le hubiese impedido el pleno conocimiento humano de su propio misterio personal y le hubiese incapacitado absolutamente para revelarlo a los hombres. Esto quiere decir que el mensaje de Cristo conceptualiza y objetiva la experiencia en la que Dios mismo se le dio a conocer como Padre suyo.
Las palabras, los gestos de benevolente acogida y de perdón así como las distintas acciones significativas de Jesús, son revelación de Dios en tanto en cuanto descifran la experiencia conciencial en la que Dios se le revela como Padre al autopercibirse como no subsistiendo en sí mismo, sino en el Verbo eterno de Dios.
Con todo hay que añadir que el instrumental categorial que recibió Jesús de su medio ambiente sufrió una profunda modificación en la confrontación con la experiencia filial que él vivía en su conciencia. Los conceptos que Jesús expresó en su predicación no son una transposición literal del significado entonces usual y vigente; en ellos consignó Cristo el misterio de su persona y, por tanto, la densidad reveladora de su Palabra. En este sentido, es interesante la reflexión de González de Cardedal, según el cual existe una extraña y casi increíble inserción ideológica de Jesús en el mundo espiritual de su pueblo, similar  a la inserción biológica por la concepción y nacimiento de María, a la vez que un manifiesto y progresivo distanciamiento de su seno colectivo, hasta quebrarlo y negarlo en su validez.
Una vez más, lo que es universalmente humano es también de Jesús. En cuanto verdadero hombre, Jesús poseyó todas las dimensiones constitutivas del ser humano como la temporalidad, la historicidad, la socialidad, el aprendizaje, el crecimiento biológico espiritual, la maduración cultural, la mortalidad., lo que es propiamente humano, se cumple en Cristo. El salto infranqueable entre la experiencia conciencial y su traducción temática conceptual que se da en todo hombre, se cumple también en el hombre Jesús cuando manifiesta a los demás el misterio de su conciencia (que es revelar el misterio de Dios como su Padre). Pero esto tiene también su explicación. Cristo no fue ni podía  ser en la tierra el revelador perfecto del Padre porque no mostraba plenamente su gloria de unigénito oculta bajo los velos. Su “palabra”, que abarca toda la expresividad humana de Jesús, es ciertamente revelación de Dios pero no Dios mismo: es diferente lo que Jesús “ve” en su espíritu y otra lo que revela mediante la palabra: así se explica la “ambigüedad” de su misión.  

Que esto no nos lleve sin embargo a poner en duda la veracidad del testimonio de Cristo: una cosa es el mensaje que es humano en su expresión y, en este sentido, imperfecto y, otra, la verdad del contenido que es divina, que es la vedad de su experiencia filial: la afirmación de su función de revelador equivale a la afirmación de su filiación divina. En Jesús testifica en último término Dios que garantiza asumiéndolo como propio su testimonio: El autotestimonio de  Cristo es válido porque Cristo es el Hijo de Dios. La verdad del testimonio de Cristo se apoya, pues, en el ser mismo del sujeto testificante: el Verbo de Dios hecho hombre; mientras que el testimonio profético se apoya exclusivamente en la experiencia de la autocomunicación  de Dios que el profeta vive en el fondo de su espíritu.     

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