lunes, 12 de enero de 2015

DOMINGO II (B): «Este es el cordero de Dios»

DOMINGO II (B)


                                                          «Este es el cordero de Dios»

        Lectura del santo Evangelio según San Juan 1,35-42.

        En aquel tiempo estaba Juan con dos de sus discípulos y fijándose en Jesús que pasaba, dijo: —Este es el cordero de Dios. Los dos discípulos oyeron sus palabras y siguieron a Jesús. Jesús se volvió y al ver que lo seguían, les preguntó: —¿Qué buscáis? Ellos le contestaron: —Rabí (que significa Maestro), ¿dónde vives? El les dijo: —Venid y lo veréis. Entonces fueron, vieron dónde vivía, y se quedaron con él aquel día; serían las cuatro de la tarde. Andrés, hermano de Simón Pedro, era uno de los dos que oyeron a Juan y siguieron a Jesús; encontró primero a su hermano Simón y le dijo: —Hemos encontrado al Mesías (que significa Cristo). Y lo llevó a Jesús. Jesús se le quedó mirando y le dijo: —Tú eres Simón, el hijo de Juan; tú te llamarás Cefas (que significa Pedro).

       
1.- Texto. El Evangelio de Juan no relata el bautismo de Jesús, pero pone en boca del Bautista una serie de afirmaciones que indican su identidad. Juan dice de Jesús que preexiste con Dios; es el cordero de Dios que quita el pecado del mundo; es sobre quien desciende el Espíritu de Dios; es el que bautiza con Espíritu Santo; en definitiva, es el Hijo de Dios. Jesús, pues, es de Dios, pertenece al Señor. Por eso Juan facilita la creación de la fraternidad que va a acompañar a Jesús en la predicación del reino y ser el símbolo de la presencia salvadora del Señor en Israel. Invita a sus discípulos a seguir a Jesús. A continuación se corre la noticia de su presencia y unos hombres se van uniendo poco a poco a él. Entre ellos está Simón, del que Jesús sabe su origen —es hijo de Juan— y su destino —Cefas—, la piedra sobre la que edificará su Iglesia.

       
2.- Mensaje. El detalle del conocimiento superior de Jesús sobre los que se le van uniendo —Pedro, Natanael, etc.,— enseña que es más que un maestro. Es la Palabra que se ha hecho vida humana (cf. Jn 1,14); es la revelación última y definitiva de Dios a la humanidad (cf. Heb 1,1-2). No cabe esperar nadie más que nos pueda decir quién es el Señor y cuál es su voluntad salvadora. Pero la importancia de Jesús fundada sobre su filiación divina —es el Hijo eterno de Dios—, se profundiza por la forma como se ha dado a conocer. Juan le dice que es el cordero de Dios; es el cordero que se sacrifica en el templo en la víspera de la Pascua para celebrar la liberación de la esclavitud de Egipto. Jesús es el amor que no duda de entregarse hasta la muerte para liberarnos del mal a base de un amor transido por la cruz, pero que termina en la libertad (cf. Jn 15,13).

       
3.- Acción. Dos discípulos de Juan se incorporan a la vida y misión de Jesús. Andrés y Felipe transmiten la noticia a sus hermanos Simón y Natanael, y los cuatro la harán partícipes a muchos más. No olvidan la hora exacta de su encuentro con Jesús, cuando se les abrió la verdadera vida y felicidad. Y no se señala el lugar, porque el espacio que abarca Jesús es toda la tierra, es la inmensidad del universo. Así, de dos en dos, se incorporan a la fraternidad que crea Jesús. Y hoy son millones de personas los que le retienen como su salvador. Nuestra responsabilidad de extender el Reino de Jesús es igual que la de Andrés y Felipe, porque el amor del Señor se extiende por sí mismo y no podemos bloquearlo en nuestros corazones. Debemos proclamarlo y hacerlo visible con nuestras obras de amor.


        

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