domingo, 9 de noviembre de 2014

Santos y beatos: 10 al 16 noviembre


10 de noviembre
León Magno (461)
            San León Magno nace en la región de la Toscana (Italia). Es elegido Papa el año 440. Adornado de innumerables virtudes, tanto para gobernar, como para vivir el Evangelio, frena a los bárbaros que intentan asolar Roma. Muere en el año 461.
                                                                      Común de Pastores
            Oración. Oh Dios, tú que no permites que el poder del infierno derrote a tu Iglesia, fundada sobre la firmeza de la roca apostólica, concédele, por los ruegos del papa San León Magno, permanecer siempre firme en la verdad, para que goce de una paz duradera. Por nuestro Señor Jesucristo.
11 de noviembre
Martín de Tours (316ca.-397)
            San Martín abraza la vida monástica, siguiendo a San Hilario; funda un monasterio en Ligugé (Francia) ; más tarde es ordenado obispo de Tours (Departamento de Indre y Loira. Francia). Evangeliza esta región francesa y es un decidido defensor de los pobres. Muere el año 397.
                                               Del Común de pastores
            Oración. Oh Dios, que fuiste glorificado con la vida y la muerte de tu obispo San Martín de Tours, renueva en nuestros corazones las maravillas de tu gracia, para que ni la vida ni la muerte puedan apartarnos de tu amor. Por nuestro Señor Jesucristo.
12 de noviembre
Josafat (1580ca.-1623)
            San Josafat nace en Ucrania hacia el año 1580. Pertenece a la Orden de San Basilio. Es elegido obispo de Pólotzk. Trabaja por la unidad de la Iglesia. Es martirizado en 1623.
                                               Del Común de un mártir
            Oración. Aviva, Señor, en tu Iglesia, el Espíritu que impulsó a San Josafat, obispo y mártir, a dar la vida por su rebaño, y concédenos, por su intercesión, que ese mismo Espíritu nos dé fuerza a nosotros para entregar la vida por nuestros hermanos. Por nuestro Señor Jesucristo.
13 de noviembre
Diego de Alcalá (1400-1463)
            San Diego nace en San Nicolás del Puerto (Sevilla. España) el 14 de noviembre de 1400. Ingresa en la fraternidad de San Francisco de la Arruzafa (Córdoba), de la Orden de los Frailes Menores de la Observancia. En 1441 es enviado a las Islas Canarias, al convento de Arrecife (isla de Lanzarote), donde ejerce el oficio de portero y atiende a muchos pobres que le buscan para que les ayude espiritual y materialmente. Después de habitar por un tiempo en la fraternidad de Fuerteventura durante cuatro años como guardián, regresa a la península en 1449. Durante todo este tiempo ayuda a los nativos contra la voracidad de los conquistadores. Viaja a Roma a la canonización de San Bernardino de Siena. Se entrega por entero a los enfermos en la epidemia que asola Roma en el año 1450. Regresa a España y es destinado a Alcalá de Henares (Madrid), donde muere el 12 de noviembre de 1463. El papa Sixto V lo canoniza el 2 de julio de 1588.
                                                                     Común de Santos Varones
            Oración. Dios Altísimo, que derribas del trono a los poderosos y enalteces a los humildes, concédenos imitar la humildad y caridad de San Diego de Alcalá, para hacernos partícipes de su gloria. Por nuestro Señor Jesucristo.
13.1 noviembre
Gabriel Ferreti (1385-1456)
            El beato Gabriel nace en Ancona (Marcas. Italia) hacia el año 1385; es hijo de los condes Liberotto y Alvisa Sacchetti. Ingresa en la fraternidad de San Francisco ad Alto a los 18 años. Después de cursar los estudios eclesiásticos es ordenado sacerdote. Se dedica a la predicación y al servicio de los pobres. Atiende a los apestados de la ciudad entre 1425 y 1427. Es nombrado Guardián de San Francisco ad Alto en 1425. Restaura y amplía las dependencias del convento. Es elegido Ministro Provincial en 1434. Extiende la observancia por la región de Las Marcas bajo el auspicio del papa Eugenio IV. Funda las fraternidades de Santa María de las Gracias en San Severino Marcas, San Nicolás en Áscoli Piceno y la Anunciación en Ósimo. Predica en Bosnia a petición de San Jaime de la Marca. Propaga la devoción a la Corona Franciscana. Muere en el convento de Ancona el 12 de noviembre de 1456, asistido por San Jaime de la Marca. El papa Benedicto XIV aprueba su culto el 19 de setiembre de 1753.
                                    Común de Pastores o Santos Varones

            Oración. Dios providente, que consagraste este día con la fiesta del beato Gabriel, concédenos, por tu bondad, mantener con firmeza y consolidar con obras la fe que él proclamó infatigablemente. Por nuestro Señor Jesucristo.
14 de noviembre
Nicolás Tavelic, Deodato de Rodez, Pedro de Narbona
y Esteban de Cuneo (†1391)

            Nicolás Tavelic (1340-1391) nace en la ciudad de Sebenic (Croacia). Misionero en Bosnia y Palestina. DEODATO (†1391) nace en Rodez (Aveyron. Francia). Es ordenado sacerdote en la Provincia franciscana de Aquitania. Misionero en Bosnia. ESTEBAN (†1391) nace en Cuneo (Piamonte. Italia); ingresa en la Orden en Génova, en la Provincia franiscana de la Liguria. Después de evangelizar en Córcega, va como misionero a Tierra Santa. PEDRO (†1931) nace en Narbona (Aude. Francia); pertenece a la Provincia franciscana de la Provenza. Misionero en Tierra Santa. Nicolás y Deodato viajan a Bosnia para responder a la solicitud del papa Gregorio XI y del vicario general Padre Bartolomé de la Verna en los años 1372-1373. Hacia 1384 ambos se trasladan a Jerusalén y se unen a Pedro y Esteban. Viven en la fraternidad de San Salvador, en estudio y oración. Anuncian en Jerusalén ante los musulmanes a Jesucristo pobre y crucificado el 11 de noviembre de 1391 y el 14 son asesinados. El papa Pablo VI los canoniza el 21 de junio de 1970.
                                               Común de varios mártires
Oración. Dios, Padre de bondad, has glorificado con el triunfo del martirio a los santos Nicolás y compañeros, quienes extendieron tu reino propagando la fe; concédenos, por su intercesión y ejemplo, ser fieles en el cumplimiento de tus mandamientos, para que merezcamos alcanzar la herencia prometida del cielo. Por nuestro Señor Jesucristo.


14.1 de noviembre
María Luisa Merkert (1817-1872)
            La beata María Luisa nace el 21 de septiembre de 1817 en Nysa (Silesia de Opole. Polonia); es hija de Carlos Antonio Merkert y María Bárbara Pfitzner. Fallecidos sus padres, se dedica al servicio de los marginados. Con su hermana Ma-tilde, Francisca Werner y Clara Wolff, de la OFS, forman en 1842 una comunidad que se entrega al servicio de los enfermos y de los pobres a domicilio en Nysa. Después de vivir un tiempo con las Hermanas de la Misericordia de San Carlos Borromeo en Praga, trabajando como enfermera en los hospitales de Podole, Litomierzyce y Nysa, decide crear una nueva institución con Francisca Werner en 1850. El 4 de septiembre de 1859, la Asociación de Santa Isabel, como así ha llamado a su institución, recibe la aprobación del obispo de Breslavia. En 1860 es elegida superiora general. El 5 de mayo de 1860, María, junto con otras veinticinco religiosas, hace los votos de castidad, pobreza y obediencia, a los que añaden un cuarto voto de servir a los enfermos y necesitados. El papa León XIII le otorga la aprobación definitiva en 1887. La asistencia a los enfermos y abandonados en sus domicilios, la une a la devoción al Sacratísimo Corazón de Jesús y a la Virgen, modelo de fe. Muere el 14 de noviembre de 1872. El papa Benedicto XVI la beatifica el 30 de septiembre de 2007.
                                                           Común de Vírgenes
            Oración. Señor y Dios nuestro, te pedimos que la beata María Luisa, virgen, tu fiel esposa, encienda en nuestro corazón la llama de la caridad divina que ella suscitó en otras vírgenes, para gloria perpetua de tu Iglesia. Por nuestro Señor Jesucristo.


15 de noviembre
Juan de la Paz (1270-1340)
            Juan Cini nace en Pisa (Toscana. Italia) hacia 1270. Pertenece a una familia de hondas raíces cristianas, que le educa en las tradiciones y hábitos católicos. Ingresa en el ejército de la República de Pisa. Forma parte de los primeros laicos de la Tercera Orden de la Penitencia, fundada por San Francisco, que siguen a Jesús pobre y crucificado. En 1305 abandona el ejército y apoya la «La Pía casa de la misericordia» en la que atiende a los enfermos, acoge a los peregrinos y cuida a los pobres. Intensifica su vida de oración y penitencia en un eremitorio situado junto a la Puerta de la Paz. De aquí le viene el que se le conozca como Juan de la Paz. Acuden muchos creyentes a consultarle, numerosos discípulos le siguen en su vida evangélica: les llaman «Ermitaños Terciarios Franciscanos». En 1330 el arzobispo de Pisa les ofrece el eremitorio de Santa María de la Sambuca. El beato Juan fallece el 13 de noviembre de 1340. El papa Pío IX aprueba su culto el 10 de septiembre de 1857.
                                                                         Común de Santos Varones
            Oración. Dios misericordioso, por la gloria del beato Juan Cini nos ofreces el supremo testimonio de tu amor; concédenos, por tu bondad, que ayudados por su intercesión y estimulados por su ejemplo imitemos fielmente a tu Hijo. Que vive y reina.

15.1 noviembre
María de la Pasión (1839-1904)
            La beata Helena María de Chappotin de Neuville, en religión María de la Pasión, nace el 21 de mayo de 1839 en Nantes (Loira Atlántico. Francia). En 1860 ingresa en las Clarisas para seguir la vida evangélica de San Francisco y Santa Clara. Debe abandonar el convento por una grave enfermedad. Entra en la Sociedad de María Reparadora en 1864; toma el hábito el 15 de agosto, en Toulouse. En marzo de 1865 es enviada al Vicariato apostólico del Maduré (India), encomendado a la Compañía de Jesús. Allí profesa el 3 de mayo de 1866. En julio de 1867 es nombrada provincial. Abandona con otras veinte hermanas la Sociedad de María Reparadora en 1876. Obtiene del papa Pío IX, el 6 de enero de 1877, la autorización de fundar un nuevo instituto bajo el nombre de Franciscanas Misioneras de María. El 4 de octubre de 1882, en la iglesia del Ara Coeli (Roma. Italia) ingresa en Orden Franciscana Seglar. El 12 de agosto de 1885 recibe el Decretum laudis y el de afiliación a la Orden de Hermanos Menores; el 11 de mayo de 1896 se aprueban las Constituciones. La finalidad del Instituto son las misiones para responder a las llamadas de los pobres y abandonados. También la promoción de la mujer. Muere en San Remo el 15 de noviembre de 1904. El papa Juan Pablo II la beatifica el 20 de octubre de 2002.
                                                                       Común de Vírgenes
            Oración. Señor, Dios nuestro, que, de manera admirable, has conducido a la beata María de la Pasión, virgen, a contemplar el misterio de tu Hijo, concédenos, por su intercesión, que siguiendo el camino de tu Evangelio cooperemos en tu designio salvador. Por nuestro Señor Jesucristo.


Francisco de Asís: Pasión por la pobreza

                                       Francisco de Asís y su mensaje


                                                                       IV

                                                           Pasión por la pobreza

           
La segunda actitud es su pasión por la pobreza, nacida del seguimiento de Jesús. Cuando Francisco emprende el camino de la penitencia, llama la atención a sus conciudadanos de Asís, y no precisamente para su edificación. En un determinado momento se le unen tres personas muy conocidas en la ciudad: Sabbatino, Morico y Juan de Capella, que obedecen las órdenes del Poverello de vivir de la limosna. Entonces les echan en cara «que habían dado sus bienes propios para consumir los ajenos [...] Sus mismos parientes y consanguíneos los hacían blanco de su persecución. Otros ciudadanos hacían burla de ellos, como de memos y locos, porque en aquellos tiempos a nadie se le ocurría dejar sus propios bienes para luego pedir limosna de puerta en puerta». Así se concreta en la Regla: «Y guárdense los hermanos y sus ministros de ser solícitos de sus cosas temporales, para que libremente hagan de sus cosas lo que el Señor le inspirase. Con todo, si se requiere un consejo, tengan licencia los ministros de enviarlos a algunos temerosos de Dios, con cuyo consejo sus bienes se distribuyan entre los pobres» (RegB 2,7-8; cf. RegNB 2,1.5). Hasta el obispo de Asís, a quien Francisco confía todos sus propósitos y con el que contrasta cada nuevo paso que da para seguir a Jesús según el Evangelio, le aconseja que desista de vida tan dura. Francisco acierta en la respuesta: «Señor, si tuviéramos algunas posesiones, necesitaríamos armas para defendernos. Y de ahí nacen las disputas y los pleitos, que suelen impedir de múltiples formas el amor de Dios y del prójimo; por eso no queremos tener cosa alguna temporal en este mundo» (TC 35). De esta forma legisla para la fraternidad, cuya firmeza se acentúa conforme pasan los años: «Guardémonos, por lo tanto, los que lo dejamos todo (cf. Mc 10,28par), no sea que perdamos por tan poca cosa el reino de los cielos. Y si en algún lugar encontráramos dinero, no nos preocupemos de él, como del polvo que hollamos con los pies, porque es vanidad de vanidades y todo vanidad (Eclo 1,2)» (RegNB 8,5-6); «Mando firmemente a todos los hermanos que de ningún modo reciban dinero o pecunia por sí ni por interpuesta persona» (RegB 4,1); y en el Testamento enfatiza la firme obediencia en la no posesión de cosas, viviendas o privilegios reduciendo los bienes al intercambio por el trabajo, peculiaridad de las sociedades agrícolas: «Y yo trabajaba con mis manos, y quiero trabajar; y quiero firmemente que todos los otros frailes trabajen en trabajo que conviene a la decencia. Los que no saben, aprendan, no por la codicia de recibir el precio del trabajo, sino por el ejemplo y para rechazar la ociosidad» (Test 20-21; cf. 24-25).
           
Al despojo de sí se une el despojo de las cosas. Pero sucede con Francisco lo que dice el himno de la Carta a los Filipenses sobre Cristo: la kénosis se transforma en glorificación sobre todo lo creado: «Por eso Dios lo exaltó y le concedió un título superior a todo título» (2,9). La liberación de las cosas por la pobreza entraña un sentido de pertenencia a la creación distinto a la ligadura que supone su posesión. Nace la sensación de vivir entre ellas con el sentido fraterno bajo la mirada de Dios Creador y Providente (cf. Mt 6,25-34; Lc 12,22-31). Entonces todas las cosas se pueden usar, porque se da una relación pacífica con ellas; el cosmos es suyo, como él es del cosmos. Cuando visita la dama Pobreza una fraternidad franciscana, después de comer pan, beber agua y descansar en el suelo, teniendo como almohada una piedra, se levanta con toda presteza y suplica que se le enseñe el claustro. «La llevaron a una colina y le mostraron toda la superficie de la tierra que podían divisar, diciendo: “Éste es nuestro claustro, señora» (SC 63). La casa de Francisco es la creación entera, porque toda es hija de Dios y hermana suya. Ahí establece Francisco el límite de la fraternidad y de la filiación divina. 

           
La tradición teológica también explica el porqué de la comprensión de Francisco sobre la naturaleza. Hay una diferencia entre signo, perteneciente a la tradición sacramental de Agustín (De vera religione 36 66), y símbolo, según lo entiende el pensamiento franciscano fundado en el Pseudo Dionisio. El signo hace presente por sí una realidad divina, pero no en virtud intrínseca del signo mismo, sino porque su significado ha sido instituido por el hombre. El Pseudo Dionisio, en cambio, piensa que antes de conocer las cosas lo que interesa es lo que hay tras ellas, la realidad que las fundamenta. Esto lo expresa el símbolo, y así puede comprender el universo como una teofanía.
Buenaventura defenderá después de Francisco que se capta lo que son las cosas por el concepto de contuición, que es la condición antropológica que hace posible la percepción sensible de Dios en el mundo (Exaemeron 3 8; Itinerario 1 2; Breviloquio 5 1). Francisco experimenta la creación con esta perspectiva simbólica, mediada cristológicamente. Es Jesús quien le hace descubrir la fraternidad de todos los seres y su filiación divina según los grados del ser. Las criaturas no son un medio, o una base en la que se apoya para su relación y unión con Dios. Las criaturas no remiten a Francisco a la divinidad; al contrario, las aves del cielo, los peces del mar, el aire, el fuego, el agua y el sol contienen a Dios, son vestigios de la bondad inmensa que anida en el corazón que las ha creado. Por eso les puede decir hermanas e hijas de Dios. Y por eso les habla como a los seres vivos que portan la presencia divina.

Origen de la expresión “vida del mundo futuro”

... y la vida del mundo futuro. Amén.

                                                                                   V     

                     Origen de la expresión “vida del mundo futuro”

                       

                                                           José María Roncero
                                                           Instituto Teológico de Murcia OFM
                                                                     Pontificia Universidad Antonianum
                       



                                   Una posible articulación: Bruno Forte

Hasta ahí la teología positiva, los datos. Vamos con la especulativa, que ha de ser necesariamente breve.

El estilo más adecuado para ello sería el “teilhardchardiano”, esa arrobante mixtura de teología, poesía y cosmología. Tienen una muestra en la última página del folleto.  Pero, por sensatez, me decanto por el de la teología “normal”.

Lo hago siguiendo a Bruno Forte, y robándole muchas de sus bellas expresiones.

Para dar sentido a “la fatiga del vivir” hay que iluminar “el horizonte último de todo lo que existe”, del universo entero donde transcurren “las obras y los días de los hombres”.

Una escatología “pascual” y en clave trinitaria postulará un futuro personal solidario con la humanidad y con el mundo entero. El Dios vivo, uno y trino, llama a su vida sin ocaso a todo lo que existe. Para eso y por eso ha sido creada toda criatura.

La esperanza de Israel se cumple sobreabundantemente en la muerte y resurrección de Cristo y deviene “promesa de un nuevo y definitivo cumplimiento”: lo acaecido en la Pascua “es el comienzo del mundo nuevo, la inauguración de la nueva alianza”, que hace real en Jesús, como primicia, el futuro de la creación entera.

La tensión entre el «ya» del Resucitado y el «todavía no» de su vuelta, entre el mundo presente y el mundo futuro prometido, se remonta así a la Escritura. En la conciencia de la fe el tiempo intermedio es el de la Iglesia, signado por la espera y la misión. De modo muy real, “el «todavía no» pesa sobre el «ya» y lo cualifica”.

Pero la serena certeza del final consumador no elimina la espesura del mientras tanto, tiznado aún por el mal y el pecado, ese “«misterio de iniquidad» que no es posible ignorar o minimizar” ni en la historia ni en el hombre.

Nacida de la Pascua, hay que pensar la articulación entre el mañana escatológico y el hoy del hombre y del universo en términos dialécticos.

Ello implica la denuncia crítica y comprometida del mal y sus raíces, en la estela de ese Jesús que pasó haciendo el bien y curando a los todos los oprimidos por el diablo (Hch 10,38), si bien sobre el horizonte confortador  de que “el futuro de Dios no confirma ni confirmará el pecado del mundo; más aún, es y será su juicio”.

A la denuncia sigue el anuncio. La victoria pascual sobre la muerte es promesa de vida para “la «carne» del hombre y del mundo en toda su densidad”. La ética pascual tinta ya de futuro resucitado todo esfuerzo en pro de la vida del hombre y su mundo, esfuerzo animado siempre, créase o no, por el Espíritu. La “responsabilidad ecológica hacia todas las criaturas” y “el servicio histórico de la promoción humana”, como dice con rotundidad el Vaticano II, preparan “la materia del reino de los cielos”.

De ahí que la esperanza, si es escatológica, tiene que ser operativa, praxis amante y liberadora de todos y de todo, que se implica históricamente en la transformación del mundo presente para, habitado, acercarlo a la promesa de Dios. Sin confusionismo prometeico, pero sin separación espiritualoide. Esperar en Cristo es una aventura histórica de dimensiones cósmicas. El mundo futuro es don de Dios, y, por ello, tarea de los esperantes en Dios.

De esa su condición de don trascendente, que mana del acontecimiento pascual, proviene la reserva escatológica frente a cualquier “futuro relativo” -lo hoy posible y mañana realizable- que siempre será menor que el “futuro absoluto” que sólo es Dios.  La resurrección del Señor supone la sobreabundancia superadora y novedosa de la creación primera e inaugura ya el alba de la vida del mundo futuro.

Como ya advirtió el número 39 de la Gaudium et spes, esa ilusionante espera de una tierra nueva, “no debe amortiguar, sino más bien avivar” nuestro servicio a esta tierra. Dicho con las hermosas palabras del actual arzobispo de Chieti-Vasto:

“... [el]  universo entero en la Trinidad, el mundo entero como patria de Dios «todo en todos», no es un sueño para huir del presente, sino un horizonte que estimula el compromiso y da a cada uno de los seres el sabor de la dignidad, al mismo tiempo grande y dramática, que se le ha otorgado”.

De esa ética escatológica nace  una espiritualidad consecuente. El cristiano, fiel al mundo presente, pero no menos fiel al mundo venidero, sabe que el «ya» de la salvación obrada en Cristo lo impele, con la fuerza del Espíritu y los dones de Padre, a cooperar en la construcción de lo porvenir.

Pero, a la vez, es consciente de que esperar - en frase de Gustavo Gutiérrez - “no es conocer el futuro, sino estar dispuesto...  a acogerlo como un don”.

No en vano, y como afirma san Pablo retomando a Isaías (Is 64,3), ni el ojo vio, ni el oído oyó, ni el hombre puede pensar lo que Dios ha preparado para los que lo aman (1 Cor 2,9).


Conclusión

Siendo honrado con Dios y con la teología, no veo factible ofrecer contornos más precisos del “cómo” de esa “vida del mundo futuro” que profesa el final del Credo.

Hay un libro, publicado aquí en Murcia en el 2006, que nos cuenta en 300 páginas lo que “haremos en el cielo”[1] pero yo prefiero hacer caso del venerable Padre Congar, que regañaba a quienes hablaban de las realidades futuras como si hubieran estado allí en persona.

Mi propuesta inicial era que “para dar hoy razones de nuestra esperanza deberíamos profundizar en la fórmula constantinopolitana, en la «Vida del Mundo Futuro»”.

Con temor y temblor, pero con esperanza cierta -como rezaba Francisco de Asís-, yo la sugiero como merecedora del esfuerzo de pensar, la  humildad de orar y la osadía de proponer, dentro y fuera de la Iglesia.

En el evangelio de Lucas, hacia el final de su discurso apocalíptico, y dirigiéndose no a los discípulos, sino a todos los que lo escuchaban en el Templo, dijo Jesús: “Cuando empiecen a suceder estas cosas, cobrad ánimo y levantad la cabeza, porque se acerca vuestra liberación" (Lc 21,28).

Quiero pensar esta tarde que eso fue dicho también para toda la creación.

Sin María no hay Teología. No puede haberla sin referencia a esa Virgen Inmaculada a la que la Iglesia, en el Vaticano II, reconoce “como Reina del universo”, y a quien san Juan Damasceno llamaba, más franciscanamente, por así decir, «la Soberana de todas las criaturas».

Por eso concluimos, igual que empezábamos, con unas palabras de Benedicto XVI, unas palabras sobre la mujer que ya vive la “Vida del Mundo Futuro”:

"Este es... el núcleo de nuestra fe en la Asunción: creemos que María, como Cristo... ya vive lo que proclamamos en el Credo: «Espero la resurrección de los muertos y la vida del mundo futuro»... El cristianismo no anuncia ... una cierta salvación del alma en un impreciso más allá... sino que promete... «la vida del mundo futuro»: nada de lo que para nosotros es valioso y querido se corromperá, sino que encontrará plenitud en Dios... El mundo definitivo será el cumplimiento también de esta tierra... Estamos llamados ... como cristianos, a edificar este mundo nuevo, a trabajar para que se convierta un día en el «mundo de Dios», un mundo que sobrepasará todo lo que nosotros mismos podríamos construir...  Oremos al Señor para que nos haga... hombres de la esperanza, que trabajan para construir un mundo abierto a Dios, hombres llenos de alegría que saben vislumbrar la belleza del mundo futuro en medio de los afanes de la vida cotidiana y con esta certeza viven, creen y esperan. Amén”.







[1] U. Sánchez García, ¿Qué haremos en el cielo? Las relaciones hombre-Dios en la vida eterna, UCAM, Murcia 2006.

Libro: Jesús Hijo de Dios

             CRISTO, SEÑOR E HIJO DE DIOS


               Bernard Sesboüé

El texto que presentamos es una respuesta al libro de F. Lenoir, Cómo Jesús se convirtió en Dios (Fayard, Paris 2010). La tesis de Lenoir repite lo que tantas veces se ha defendido en la historia de la cultura occidental, en los pensadores de las otras dos grandes religiones del Libro (AT y Corán) e incluso, a primera vista, la puede firmar también todo cristiano: Jesús es un hombre con una experiencia especial de Dios, y su vida entraña la mediación entre Dios y los hombres en el ámbito de la salvación. Jesús murió y resucitó de entre los muertos y está presente en la historia de una forma invisible. En efecto, nadie duda de que Jesús es una persona humana, que murió y Dios lo resucitó, y que influye de una forma decisiva en la vida de la Iglesia por medio de su Espíritu. Lenoir rechaza las afirmaciones de la naturaleza divina de Jesús procedentes de los concilios de Nicea y Calcedonia y las tres relaciones que constituyen la naturaleza divina del Dios cristiano, un misterio muy difícil de exponer ahora y siempre y, sobre todo, innecesario para la fe cristiana.
La respuesta del exegeta jesuita se articula en tres capítulos: La confesión de Jesús como Hijo de Dios en el NT. Jesús, Hijo de Dios durante los siglos II y III. De Nicea a Calcedonia. ¿Por qué la divinidad de Jesús es objeto de constante debate?
Es evidente la evolución que se da en el NT sobre el conocimiento de la personalidad de Jesús: del hijo de María y José a ser un gran profeta y el mesías prometido por Dios a la casa de David, y después de los encuentros con el Resucitado la confesión de  fe de los discípulos de su filiación divina. Pablo, el escritor más antiguo del NT, no se cansa de afirmar la filiación divina de Jesús y su pertenencia a la gloria del Padre, etc., y estas afirmaciones están contenidas mucho antes que el Corpus Juánico lo afirmara en el Evangelio y en las Cartas. El que Jesús llegue a ser Hijo de Dios es una cuestión de revelación histórica a los discípulos, y no afecta a la identidad de Jesús, que siempre fue Hijo de Dios. Estas convicciones de la fe cristiana se mantienen y se explicitan en el diálogo con la cultura griega, a la que deben dar razón de su esperanza salvadora en Cristo, y, por consiguiente, de la explicación de su vida, función e identidad en el mundo de las demás religiones soteriológicas que pululaban en el Imperio. No hay cambio esencial alguno con relación al NT, sino la explicitación de la fe según los esquemas culturales griegos y las necesidades de las catequesis cristianas a los paganos que accedían a la fe. Por consiguiente, las aportaciones dogmáticas sobre Dios (tres relaciones y una única naturaleza) y sobre Jesús (de la misma naturaleza que el Padre, perfecto hombre y perfecto Dios) en nada añaden a la naturaleza de la identidad de Jesús revelada en el NT, sino se traduce la fe expresada en el lenguaje semítico al lenguaje griego, y de una forma de relato a un forma técnica y precisa según los principios de la ciencia griega.
Sesboüé concluye que si aceptamos las afirmaciones dichas al principio por Lenoir se deshace la fe cristiana. 1º Porque Jesús si es exclusivamente hombre, no es un mediador entre Dios y los hombres, sino un intermediario, con lo que no se necesita que participe de la vida divina; y lo que es peor, que Dios no ha asumido en sí la historia humana en su Hijo, por lo que la vida divina no se introduce en la vida humana. Desaparecen la influencia real de Dios en nuestra vida y en los sacramentos. Porque la grandeza del cristianismo es la salvación humana desde la misma historia humana, no algo externo a ella. 2º Jesús pasaría a ser un profeta más entre tantos que han existido y existen en la actualidad, y, por consiguiente, puede ser amortizado por otros hombre religiosos que pudieran dar respuestas esporádicas a problemas nuevos que aparezcan en nuestra historia. Desaparece la convicción cristiana de que Jesús es el único mediador ante Dios y ante los hombres y la plenitud de la revelación divina, en el que están contenido todo lo que hace posible para todos los hombres de todos los tiempos su posibilidad de salvación. 3º Todo está desarrollado en las dos décadas que abarca la actividad apostólica e la Iglesia, Y dichos escritos son los que configuran la fe, la explicitan y es la norma suprema para toda la posteridad. 4º Las tres relaciones divinas son fundamentales como centro de la fe cristiana, porque no se puede renunciar a la experiencia de Dios como amor, un amor que es don y alteridad cuya expresión externa en la riqueza inconmensurable de la creación.
M. Hengel
No debemos olvidar ciertos textos que aclaran con precisión esta cuestión central para el cristianismo: M. Hengel, Jesús, Hijo de Dios. J. Schlosser, El Dios de Jesús. A. Grillmeier, Cristo en la tradición cristiana.  B. Sesboüé—J. Wolinski, Historia de los Dogmas. F. Martínez Fresneda, Jesús, Hijo y Hermano.




              












Editorial Sal Terrae, Santander 2014, 174 pp.