martes, 21 de octubre de 2014

                                  Francisco de Asís y su mensaje

                                                                       I


                                           La relación fraterna con el cosmos



            ¿Cuáles pueden ser las líneas maestras de una espiritualidad cristiana que asuma el universo como elemento fundamental de la fe? ¿Qué actitudes humanas lo pueden expresar mejor? El modelo reconocido por todos los hombres, cristianos o no, es Francisco de Asís. Porque la mejor respuesta a las preguntas que nos hemos hecho es relatar una vida que experimenta el cosmos como hijo de Dios y hermano en Cristo.

                                                            El universo es hermano

           
Situarse en medio de la naturaleza lleva consigo varias posiciones. Una es la que sigue el mandato bíblico de someterla y dominarla (cf. Gén 1,26.28), o la proveniente de la Modernidad que pretende doblegarla al poder humano negándole su alteridad y dignidad. La naturaleza es una realidad inerme que adquiere estatuto de existencia cuando se convierte en una fuente de enriquecimiento; entonces la actitud humana de poder y dominio utiliza sus riquezas para que unos pueblos esclavicen a otros. El comportamiento contrario es el del miedo ante la potencia de los elementos de la tierra, cuya energía es muchas veces causa de destrucción de los bienes que tienen los hombres, animales y plantas para vivir. De ahí que tantas veces se le sacralice y se le adore para que dé vida, en vez de destruirla; para que acoja a los pueblos, en vez de destrozarlos en los movimientos sísmicos, etc. Otra actitud es la huida de la naturaleza y, a la vez, de la convivencia humana por la desvalorización del cosmos y de la historia al entenderse como realidades contingentes y finitas llamadas a desaparecer. El mundo, comprendido como cosmos e historia humana, es sede del diablo, del mal; por eso el hombre debe escapar y, de espaldas a su existencia, pueda cultivar en el «desierto» aquello que permanece y puede ser objeto de relación con la divinidad: el cuidado de los valores del espíritu potenciando la vida interior.
           
No hay un fantasma en la naturaleza que asuste a Francisco de Asís; ve la creación con los ojos de la fe en Dios Creador que manda al hombre cuidar todo lo creado (cf. Gén 2,15), o que pacta con el hombre y con toda criatura su misma posibilidad de existencia vistas las catástrofes naturales (cf. Gén 9,17). Dios es Creador y también Redentor, creación y redención que ha llevado a cabo por medio de su Hijo (cf. RegNB 23,1-3; Test 5; etc.). Sólo hay que contemplar la belleza de las criaturas para comprender de qué manos salieron: «Absorto el bienaventurado Francisco todo él en el amor de Dios, contemplaba no sólo en su alma, tan hermosa por la perfección de todas las virtudes, sino también en cualquier criatura, la bondad de Dios. Por eso, se sentía como transportado de entrañable amor para con las criaturas, y en especial para con aquellas que representaban mejor algún destello de Dios» (EP 113; cf. 2Cel 165; 170.172; LM 8,6.9).
Francisco supera la tradición que coloca a las potencias diabólicas en la naturaleza tratando de romper la relación del hombre con Dios. Parte del convencimiento de la fe judeocristiana de que todo cuanto existe ni es eterno ni es producto de la casualidad, sino proviene de un acto gratuito y libre de Dios, un Dios pleno de bondad que la transfiere a cuanto ha salido de sus manos (cf. 2Cel 134.165; LM 9,1). De aquí proviene su respeto y admiración por todas las criaturas: «¿Quién será capaz de narrar de cuánta dulzura gozaba al contemplar en las criaturas la sabiduría del Creador, su poder y su bondad? En verdad, esta consideración le llenaba muchísimas veces de admirable e inefable gozo viendo el sol, mirando la luna y contemplando las estrellas y el firmamento [...] tanto que a veces se pasaba todo un día en alabanza de estas [abejas] y las demás criaturas» (1Cel 80; cf. 115; etc.). Y de ahí también el reconocimiento que se debe tener al Creador, fuente y origen de todo lo que existe: «Restituyamos todos los bienes al Señor Dios altísimo y sumo, y reconozcamos que todos son suyos, y démosle gracias por todos ellos, ya que todo bien procede de Él» (RegNB 17,17-18).