sábado, 10 de mayo de 2014

La Pobreza VI: Seguir a Jesús

                                              La pobreza
                                                      VI



Nos cuenta la Leyenda de los Tres Compañeros: «Terminada la oración, el bienaventurado Francisco tomó el libro cerrado y, puesto de rodillas delante del altar, lo abrió, y a la primera vez le salió este consejo del Señor: Si quieres ser perfecto, ve, vende cuanto tienes y dalo a los pobres, y tendrás un tesoro en el cielo. Descubierto esto, el bienaventurado Francisco se alegró íntimamente y dio gracias a Dios. Pero, como era muy devoto de la Santísima Trinidad, se quiso confirmar con un triple testimonio, abriendo el libro segunda y tercera vez. La segunda vez le salió esto: Nada llevéis en el camino, etc.  Y en la tercera: Aquel que quiera venir en pos de mí, niéguese a sí mismo, etc.. El bienaventurado Francisco, tras haber dado gracias a Dios en cada una de las veces que había abierto el libro por la confirmación de su propósito y deseo concebido de hacía tiempo, ahora tres veces manifestada y comprobada divinamente, dijo a los mencionados varones, Bernardo y Pedro: «Hermanos, ésta es nuestra vida y regla y la de todos los que quisieran unirse a nuestra compañía. Id, pues, y obrad como habéis escuchado»[1].

San Francisco, fijándose en Jesús, abraza la pobreza como la fuente de todas las demás virtudes cristianas, porque, como hemos descrito antes, enseña y vive en la pobreza de su pueblo y en el desprendimiento que le da su convicción de la presencia inminente del Reino. Francisco, pues, no es un penitente que desprecia las cosas de este mundo para dar exclusivamente rienda suelta a su alma, que es la que puede unirse a Dios. Su respeto y amor  a las criaturas de Dios es bien evidente con la composición del Cántico del Hermano Sol
La pobreza la ama, porque fue el estado en el que vivió Jesús y su Madre. Baste citar un párrafo del Sacrum Commercium, para darnos cuenta de las raíces evangélicas de su querida esposa, la dama Pobreza. Dice Francisco: «Y cuando -cumplidas todas las cosas que habéis dicho- quiso Él volver a su Padre, que lo había enviado, hizo de mí el testamento que legó a sus elegidos, ratificándolo con un decreto irrevocable. He aquí sus términos: "No poseáis oro ni plata ni dinero. No llevéis talega, ni alforja, ni pan, ni bastón, ni calzado, ni tengáis dos túnicas. Al que quiera ponerte pleito para quitarte la túnica, déjale también la capa; a quien te fuerza a caminar una milla, acompáñalo dos. Dejaos de amontonar riquezas en la tierra, donde la polilla y la carcoma las echan a perder, donde los ladrones abren boquetes y roban. No andéis agobiados pensando qué vais a comer, o qué vais a beber, o con qué os vais a vestir. No os agobiéis por el mañana, porque el mañana traerá su propio agobio. A cada día le bastan sus disgustos. Cualquiera que no renuncia a todo lo que posee, no puede ser mi discípulo", y lo demás que está escrito en el mismo libro»[2].




[1] Leyenda de los Tres Compañeros 28-29; textos de la Escritura: Mt 19,21; Lc 9,3.23. Por eso nom es estraño que Francisco diga en su Testamento 14-15: « Y después que el Señor me dio frailes, nadie me enseñaba qué debería hacer, sino que el Altísimo mismo me reveló que debería vivir según la forma del santo Evangelio. Y yo hice que fuera escrita en pocas palabras y sencillamente y el señor Papa me la confirmó».
[2] Y continúa con el mensaje de los discípulos: «Todo esto lo observaron con la mayor diligencia los apóstoles y todo el grupo de los discípulos, que en ningún momento dejaron de cumplir cuanto habían escuchado a su Señor y Maestro. Ellos -como soldados muy valerosos y jueces del orbe de la tierra- pusieron en práctica el mandato de salvación y lo predicaron por doquier, colaborando con ellos el Señor y confirmando la Palabra con las señales que la acompañaban. Su caridad era ardiente: llenos de sentimientos de piedad, acudían siempre solícitos a remediar las necesidades de todos, estando muy alerta para no incurrir en aquel reproche: "Ésos dicen, pero no hacen". De ahí que uno de ellos pudiera confesar con absoluta seguridad: "No me atrevo a hablar de cosa alguna que Cristo no haya realizado por mi medio de obra y de palabra, con la fuerza del Espíritu Santo". De igual modo decía otro: "No tengo plata ni oro". Y así todos ellos -tanto en vida como en muerte- me enaltecieron con los mayores elogios», nn.31-32. Cita de los textos evangélicos: Mc 6,8-9; Mt 5,40-41; 6,19.31.34; Lc 10,4; 14,33.