III
«Hoy estarás conmigo en el
Paraíso»
«Con él crucificaron a dos
bandidos, uno a la derecha y otro a la izquierda» (Mc 15,27par). El dato apunta
a que Jesús es crucificado en una condena colectiva. No es solo él al que se
ejecuta. Se habla de bandidos, de malhechores en correspondencia a la cita de
Isaías (53,12) que afirma que el siervo «fue contado entre los pecadores», o
como se queja Jesús cuando es apresado en Getsemaní (Mc 14,48; Mt 26,55). Los
reos crucificados, que alteran el orden público o desobedecen los preceptos
divinos, son dos y, contando con Jesús, suman un número emblemático. Para Juan
(19,18), Jesús está en el centro, entre los dos; los Sinópticos dicen lo mismo,
pero colocados «a su derecha y a su izquierda»; y «lo injuriaban» (Mc
14,32par).
Con este dato, Lucas
elabora un párrafo continuando las ofensas de los soldados y los jefes del
pueblo. Presenta a los dos bandidos de una manera antitética, como lo ha hecho
con Zacarías y María (Lc 1,5-38), Jesús y Juan (7,33-34), Marta y María
(10,38-42), el rico y el pobre (16,19-31), el fariseo y el publicano (18,9-14).
Así uno le injuria, el otro no: «Uno de los malhechores colgados lo insultaba:
¿No eres tú el Mesías? Sálvate a ti y a nosotros. El otro le reprendía: Y tú,
que sufres la misma pena, ¿no respetas a Dios? Lo nuestro es justo, pues
recibimos la paga de nuestros delitos; éste, en cambio, no ha cometido ningún
crimen» (Lc 23,39-41). El malhechor apela al poder mesiánico para eludir el
calvario de la cruz. Éste, en el tiempo de Lucas, es fuente de salvación, y a
ella se remite el «mal ladrón». Jesús guarda silencio, como lo ha hecho con las
injurias anteriores. La respuesta la recibe de su compañero, que le llama la
atención sobre el temor al juicio divino al que se va a someter muy pronto.
Este juicio también sobrevuela su conciencia y, comparándose con la inocencia
de Jesús, la abre a la responsabilidad de su propio pecado. Reconocerse pecador
es el primer paso de la conversión, que se afianza con una llamada a la
misericordia de Jesús, tan típica en la teología de Lucas (10,25-37), porque
«no vine a llamar a los justos, sino a los pecadores para que se arrepientan»
(Lc 5,32). La declaración de la inocencia de Jesús que viene de uno de los
malhechores contrasta con la solicitud de muerte para Jesús por parte de los
garantes de la religiosidad judía (Lc 23,18.20.23).
Entonces se dirige a Jesús
al estilo de los hijos de Zebedeo, Santiago y Juan: «Concédenos sentarnos en tu
gloria uno a tu derecha y otro a tu izquierda» (Mc 10,37). El ajusticiado desea
participar de la gloria de Jesús, como los discípulos, cuando venga al final de
los tiempos con la resurrección de los cuerpos y el juicio universal. «Y
añadió: Jesús, cuando llegues a tu reino acuérdate de mí». En la pasión de
Lucas, cada intervención de Jesús es salvadora, se orienta a hacer el bien: «Le
contestó: Te lo aseguro, hoy estarás conmigo en el
paraíso» (Lc 23,42-43). La salvación que espera el crucificado para el final
del tiempo se adelanta al momento de su muerte. No hay que esperar que la
historia termine. Lucas subraya varias veces que la salvación que ofrece Jesús
es actual. Así lo
proclama en la sinagoga de Nazaret cuando lee el libro de Isaías (61,1-2) en la
presentación del Reino (Lc 4,21) y lo lleva a cabo en la visita a la casa de
Zaqueo (19,5.9). Ahora lo aplica a su compañero en el dolor, al cual también le
hace partícipe de su destino glorioso en la presencia de Dios inmediatamente
después de la muerte. La salvación pasa de la imprecisión del futuro a la
certeza del presente. Y es un presente liberador no tanto en compañía de Jesús
cuanto en su comunión y participación de su gloria (cf. 1Tes 5,10; 2Cor 5,8).
Esta gloria, paraíso, está más allá y es más pleno que el reservado a los
justos que están en espera de la resurrección final según el pensamiento judío
de entonces.