lunes, 17 de marzo de 2014

«Un surtidor de agua que salta hasta la vida eterna»



III DOMINGO DE CUARESMA (A)


«Un surtidor de agua que salta hasta la vida eterna»

Lectura del santo Evangelio según San Juan 4,5-42

En aquel tiempo, llegó Jesús a un pueblo de Samaria llamado Sicar, cerca del campo que dio Jacob a su hijo José: allí estaba el manantial de Jacob. Jesús, cansado del camino, estaba allí sentado junto al manantial. Era alrededor del mediodía.
Llega una mujer de Samaría a sacar agua, y Jesús le dice: -Dame de beber. (Sus discípulos se habían ido al pueblo a comprar comida.) La Samaritana le dice: -¿Cómo tú, siendo judío, me pides de beber a mí, que soy samaritana? (porque los judíos no se tratan con los samaritanos). Jesús le contestó: -Si conocieras el don de Dios y quién es el que te pide de beber, le pedirías tú, y él te daría agua viva. La mujer le dice: -Señor, si no tienes cubo y el pozo es hondo, ¿de dónde sacas el agua viva?; ¿eres tú más que nuestro padre Jacob, que nos dio este pozo y de él bebieron él y sus hijos y sus ganados? Jesús le contesta: -El que bebe de esta agua vuelve a tener sed; pero el que beba del agua que yo le daré, nunca más tendrá sed: el agua que yo le daré se convertirá dentro de él en un surtidor de agua que salta hasta la vida eterna. La mujer le dice: -Señor, dame esa agua: así no tendré más sed, ni tendré que venir aquí a sacarla.
[…] -Señor, veo que tú eres un profeta. Nuestros padres dieron culto en este monte, y vosotros decís que el sitio donde se debe dar culto está en Jerusalén. Jesús le dice: -Créeme, mujer: se acerca la hora en que ni en este monte ni en Jerusalén daréis culto al Padre. Vosotros dais culto a uno que no conocéis; nosotros adoramos a uno que conocemos, porque la salvación viene de los judíos. Pero se acerca la hora, ya está aquí, en que los que quieran dar culto verdadero adorarán al Padre en espíritu y verdad, porque el Padre desea que le den culto así. Dios es espíritu, y los que le dan culto deben hacerlo en espíritu y verdad.
La mujer le dice: -Sé que va a venir el Mesías, el Cristo; cuando venga él nos lo dirá todo. Jesús le dice: -Soy yo: el que habla contigo.
[…] En aquel pueblo muchos samaritanos creyeron en él […] Así, cuando llegaron a verlo los samaritanos, le rogaban que se quedara con ellos. Y se quedó dos días. Todavía creyeron muchos más por su predicación, y decían a la mujer: -Ya no creemos por lo que tú dices, nosotros mismos lo hemos oído y sabemos que él es de verdad el Salvador del mundo.


           
1.- El Señor nos habla. Jesús charla con una mujer a solas, algo inusual entonces. Por eso los discípulos se sorprendieron que estuviera conversando con ella. Pero más extraño es que se acerque y dialogue con una samaritana, enemiga natural de los judíos, no sólo por cuestiones religiosas, sino también étnicas: «¿Cómo tú, siendo judío, me pides a mí, samaritana, agua?». Jesús supera todo lo que divide y enfrenta a los pueblos y a las personas. Nadie le es extraño ni enemigo, como a su Padre, que hace salir el sol a buenos y malos. Con un arte inusual, lleva a la mujer a desear el agua que apaga la sed para siempre: Dame de beber el agua que salta hasta la vida eterna. Porque es un agua que no viene de la tierra, sino que desciende del cielo: es Jesús, el enviado del Padre: Tanto amó Dios al mundo que envió a su propio Hijo. Y la samaritana descubre a Jesús cuando él mismo le revela que es el Mesías. El agua que sacia la sed para siempre viene de Dios y sólo Él dice cuál es y la da gratuitamente, porque al final, el agua es Él mismo en la vida de su Hijo.

2.- Los cristianos respondemos. La samaritana no conoce otra agua que la del pozo. Como nosotros no conocemos otras aguas sino las mil y una naturales de diversa composición, las naranjadas, las limonadas, las colas, las tónicas, y cuando le añadimos alcohol la sed se apaga con más alegría y júbilo. También tenemos sed de felicidad, felicidad que nos transmite la cultura y la familia. Sin embargo, el agua eterna no brota de la tierra; brota de Jesús como un don del Padre, por eso da la vida eterna. La mujer no conoce más agua que la del pozo y, naturalmente, piensa que ha de extraerse con el esfuerzo humano. No conoce ni se imagina un don gratuito de Dios.  Y Jesús es el que se nos presenta como el Mesías. Tenemos que escucharle; identificarnos con él y ver la vida con sus ojos. Así podemos dialogar con la fuente del agua que da la vida: Dios Padre.


3.- Y nos encontramos en la comunidad. Jesús le dice a la Samaritana que es el enviado del Señor. Y la samaritana se lo dice a sus paisanos. Ellos corren hacia Jesús, le escuchan y se alegran de creer por sí mismos, porque ellos le han descubierto personalmente. La familia, la Iglesia, las instituciones sociales y religiosas nos ayudan a ser personas, a ser creyentes. Pero llega un momento que debemos escuchar directamente a Dios, directamente a Jesús y descubrir la jarra que contiene el agua que calma todos nuestros deseos y aspiraciones humanas: su amor. Pero lo encontramos gracias a que hemos sido iniciados por nuestros padres, por nuestros catequistas, por las celebraciones en la Iglesia, por tantas personas que nos han amado. La fe nos la da el Señor por medio de las comunidad humana hasta que la hagamos nuestra. Nunca olvidemos que pertenecemos a un grupo humano, que es donde Dios se revela, antes de hablarnos a cada uno de nosotros. 

III Domingo de Cuaresma (A)

III DOMINGO DE CUARESMA (A)

                  «Un surtidor de agua que salta hasta la vida eterna»


Lectura del santo Evangelio según San Juan 4,5-42

En aquel tiempo, llegó Jesús a un pueblo de Samaria llamado Sicar, cerca del campo que dio Jacob a su hijo José: allí estaba el manantial de Jacob. Jesús, cansado del camino, estaba allí sentado junto al manantial. Era alrededor del mediodía.
Llega una mujer de Samaría a sacar agua, y Jesús le dice: -Dame de beber. (Sus discípulos se habían ido al pueblo a comprar comida.) La Samaritana le dice: -¿Cómo tú, siendo judío, me pides de beber a mí, que soy samaritana? (porque los judíos no se tratan con los samaritanos). Jesús le contestó: -Si conocieras el don de Dios y quién es el que te pide de beber, le pedirías tú, y él te daría agua viva. La mujer le dice: -Señor, si no tienes cubo y el pozo es hondo, ¿de dónde sacas el agua viva?; ¿eres tú más que nuestro padre Jacob, que nos dio este pozo y de él bebieron él y sus hijos y sus ganados? Jesús le contesta: -El que bebe de esta agua vuelve a tener sed; pero el que beba del agua que yo le daré, nunca más tendrá sed: el agua que yo le daré se convertirá dentro de él en un surtidor de agua que salta hasta la vida eterna. La mujer le dice: -Señor, dame esa agua: así no tendré más sed, ni tendré que venir aquí a sacarla.
[…] -Señor, veo que tú eres un profeta. Nuestros padres dieron culto en este monte, y vosotros decís que el sitio donde se debe dar culto está en Jerusalén. Jesús le dice: -Créeme, mujer: se acerca la hora en que ni en este monte ni en Jerusalén daréis culto al Padre. Vosotros dais culto a uno que no conocéis; nosotros adoramos a uno que conocemos, porque la salvación viene de los judíos. Pero se acerca la hora, ya está aquí, en que los que quieran dar culto verdadero adorarán al Padre en espíritu y verdad, porque el Padre desea que le den culto así. Dios es espíritu, y los que le dan culto deben hacerlo en espíritu y verdad.
La mujer le dice: -Sé que va a venir el Mesías, el Cristo; cuando venga él nos lo dirá todo. Jesús le dice: -Soy yo: el que habla contigo.
[…] En aquel pueblo muchos samaritanos creyeron en él […] Así, cuando llegaron a verlo los samaritanos, le rogaban que se quedara con ellos. Y se quedó dos días. Todavía creyeron muchos más por su predicación, y decían a la mujer: -Ya no creemos por lo que tú dices, nosotros mismos lo hemos oído y sabemos que él es de verdad el Salvador del mundo.

1.- División del texto. El párrafo evangélico comprende dos secciones: el diálogo con la samaritana y con sus discípulos. En el primero tiene tres partes. En la primera la conversación se desenvuelve en tres tiempos: 1º encuentro de Jesús con la samaritana, que se extraña que un judío le dirija la palabra; 2º relata el ofrecimiento de Jesús de un agua que es un don de Dios, pero la Samaritana no comprende al observar la evidencia: Jesús no tiene un cubo para sacar el agua y el pozo es profundo; 3º Jesús explica las dos aguas: una que apaga la sed de momento y la otra que la sacia para siempre; la mujer, lógicamente, le pide esa agua. En la segunda parte la mujer deduce que Jesús  es un profeta al adivinarle que no tiene marido; y, por último, la mujer expresa la disputa entre samaritanos y judíos por los lugares de culto, disputa que Jesús evita con dos afirmaciones fundamentales: en el futuro no habrán lugares de culto al Señor; y Dios es Espíritu, por tanto Él busca adoradores que lo hagan en espíritu y verdad. La mujer afirma la espera del Mesías y Jesús se presenta como el Cristo. Todo el párrafo evangélico se  orienta a esta afirmación fundamental.

2.- Mensaje. Jesús ofrece agua, como los Patriarcas que hacían pozos para la familia y el ganado y procuraban la vida del pueblo (cf. Gén 26,12-22); pero es un agua que no se saca de la tierra, sino viene del cielo. El agua, pues, se trata en dos planos. El agua material, que es esencial para vivir. Y el agua que Jesús ofrece que sacia la sed para siempre ―«Quien venga a mí no tendrá más sed» (Jn 7,37)―, porque da la vida eterna, es decir, el agua que libera de las esclavitudes del poder y de la soberbia (cf Is 12,1-6) y da la sabiduría divina (Jr 17,6-8).  Para poder beber el agua que ofrece Jesús es necesario que la Samaritana abandone su religión, su culto a Dios en el Garizín, su vida con tanto marido y adentrarse no en el mundo judío de Jesús, que ya ha criticado antes cf. Jn 2,13-16, sino en Jesús mismo. El Mesías es él. Porque él, como relación de amor del Padre a todos nosotros, es el nuevo templo donde podemos adorar al Padre en espíritu y en verdad. Jesús es el único que revela el rostro de amor misericordioso del Padre. Él es el enviado del Señor para ello.


3.-  Acción. La sed que nos hace beber tanto en esta vida suelen ser las esperas que la cultura, la familia y nuestra conciencia elaboran al paso de los años: esperamos tener un trabajo para ser autónomos; esperamos ganar dinero para adquirir lo que en cada momento pensamos que constituye nuestra felicidad, felicidad que muchas veces es lo que nos ofrecen los medios de comunicación en cuanto vehiculan negocios de todo tipo: felicidad es libertad y la liberad la da el dinero con el que nos compramos los coches, los viajes, las motos, etc.; aspiramos a escalar puestos en nuestro trabajo y tener más poder  y, además, deseamos ser apreciados en la sociedad; etc. Y en el plano de nuestras actitudes básicas, aún resuenan en nuestros oídos las tentaciones de hace dos domingos: buscamos el aplauso, la facilidad de vida, el poder. Y Jesús nos dice a cada uno y a nuestra comunidad familiar y religiosa, que todas esas realidades no colman la sed, pues pasamos de un marido a otro sin establecer relaciones personales estables. Por eso nos aconseja: «Si conocieras el don de Dios, él te daría agua viva». Dejémonos amar por el Señor y respondámosle con el amor a los demás. En dicha relación de amor es donde se le da culto en espíritu y verdad.