viernes, 28 de febrero de 2014

Cultura. Santa Teresa

Ante el centenario de Santa Teresa de Jesús (1515-2015)


Francisco Javier Díez de Revenga
Facultad de Letras
Universidad de Murcia

                                           

La figura histórica y literaria de Teresa de Ávila se abre camino con sus textos fundamentales en la presente hora y nos muestra calidades indelebles y puntos de interés que han de suscitar  matices y resolver interrogaciones a un lector contemporáneo. Mujer emprendedora donde las haya, Teresa de Ávila, Santa Teresa de Jesús, protagonizó, y bastante sola, en la difícil España de su tiempo, iniciativas que la enfrentaron a los prejuicios y falsas creencias de su tiempo, y, por encima de todo, dio a conocer su verdad, la verdad de la fe, primordial objetivo de su vida y de su producción literaria.
            La fortuna hizo que, como siempre se aseguró, y así lo afirmó la propia santa,  hubiera de escribir sus experiencias, contar por escrito su vida y sus trabajos, sus representaciones místicas y los consejos a sus hermanas de la reforma. Y hoy, pasados tantos siglos, contamos para comprender a la persona, al momento histórico, y valorar su trascendencia, con la excelente obra literaria, y también religiosa, de la no menos excelente escritora, muy de su tiempo, muy de sus días, pero también con segura garantía de permanencia y eternidad, a través precisamente de unos escritos que brillan por su claridad, por su lozanía, por su aún vigente estilo directo.
            Interesa hoy, sobre todo, la mujer de acción, la reformadora, la revolucionaria, la monja que se descalzó y descalzó a las suyas, la que recorrió caminos, la que fundó monasterios, la que, en contra de los “letrados” de su tiempo, supo con su compostura natural, sin alambiques ni recargamientos, sin retóricas ni superficialidades, expresar por escrito lo directo, lo concreto, y convencer desde sus páginas no sólo a propios, sino también a extraños, no sólo a sus contemporáneos, sino también a muchas generaciones posteriores de lectores.
            Aunque Teresa de Ávila escribió, y mucho, siempre por mandato de su confesores, su obra no llegaría a la imprenta hasta después de la muerte de la santa, a partir de la primera edición de sus escritos, que llevó a cabo Fray Luis de León, publicada en Salamanca en 1588. Ni ella misma quería llevar sus escritos a la imprenta ni tampoco lo permitió su mentor y consejero más fiel, el padre Jerónimo Gracián, por lo que sus libros, en vida de la santa, hubieron de difundirse y de forma sobresaliente y extraordinaria, a través de copias manuscritas para uso de las monjas del Carmelo, uso en efecto muy restringido, pero que, sin embargo, propició la multiplicación de los manuscritos con los consiguientes y multiplicados errores textuales. Incluso, de una de sus obras fundamentales, Camino de perfección, hizo la santa dos redacciones que se conservan de su puño y letra: la primitiva, escrita en el Monasterio de San José, de Ávila, a partir de 1562, que se  conserva en la biblioteca del Monasterio de El Escorial; y la segunda, redactada a partir de 1569, en Toledo, que se guarda en las Descalzas de Valladolid. La segunda redacción, mucho más completa y meditada, tiene el interés superior de constituir la redacción definitiva, hecha por la propia Teresa de Jesús.
            Cuando la obra de Santa Teresa comienza a difundirse a través de la imprenta, la fama de la escritora, que ya era enorme, se extiende por todos los ámbitos de la Europa de su tiempo de forma extraordinaria. El propio Fray Luis de León quiso, desde el principio, mostrar, además de los valores espirituales de la autora que estaba presentando, los valores literarios de una escritura directa, convincente y sin retóricas, que era posible advertir en los escritos de la santa. Así lo afirma en el prólogo de sus obras: “La Madre Teresa, en la alteza de las cosas que trata y en la delicadeza y claridad con que las trata, excede a muchos ingenios, y en la forma del decir y en la pureza y facilidad del estilo y en la gracia y buena compostura de las palabras y en una elegancia desafeitada que deleita en extremo, dudo yo  que haya en nuestra lengua escritora que con ellos se iguale.”
            Tal consideración, como señalamos, ha sido así apreciada por la posteridad y, ya en el siglo XIX, de lo sagrado a lo profano, Santa Teresa se convertiría en todo un clásico de nuestras letras, en una escritora imprescindible de nuestra historia literaria, cuando, en 1861 y 1862, aparecen sus escritos en los volúmenes 53 y 55 de la Biblioteca de Autores Españoles (BAE), junto a los primeros nombres de nuestra literatura.
            De esta forma, y hasta el presente, a través de numerosas ediciones, la obra de Santa Teresa se lee y se vuelve a leer mostrando la calidad de una lengua original, el español del siglo XVI más directo y castizo, de un estilo propio y singular, que a Azorín llegó a parecerle más nítido que el del mismísimo Miguel de Cervantes, y que Menéndez Pidal aseguraba que nacía con la intención de estar siempre más próximo, más cerca del pueblo llano y de su lengua, y escribir, en definitiva, como se habla. Tal intención surge, sin duda, espontáneamente, sin preparación, si advertimos que, tras sus escritos, no hay lucimiento, sino expresión directa, de acuerdo con lo que la propia santa dejó escrito, en la introducción a Camino de perfección: “como no sé lo que he de decir, no puedo decirlo con concierto; y creo es lo mejor no le llevar, pues es cosa tan desconcertada hacer yo esto”. Y que confirma, en el mismo libro, en el capítulo 19, cuando escribe: “Ha tantos días que escribí lo pasado sin haber tenido lugar para tornar a ello, que si no lo tornase a leer no sé lo que decía. Por no ocupar tiempo habrá de ir como saliere, sin concierto. Para entendimientos concertados y almas que están ejercitadas y pueden estar consigo mismas, hay tantos libros escritos y tan buenos y de personas tales, que sería yerro hicieseis caso de mi dicho en cosa de oración”.