domingo, 16 de febrero de 2014

Evangelio. Amar a los enemigos. Domingo (VII)

                                        VII DOMINGO (A)


                           «Amar y orar por los enemigos»

Lectura del santo Evangelio según San Mateo 5,38-48.

En aquel tiempo dijo Jesús a sus discípulos: -Sabéis que está mandado: «Ojo por ojo, diente por diente.» Pues yo os digo: No hagáis frente al que os agravia. Al contrario, si uno te abofetea en la mejilla derecha, preséntale la otra; al que quiera ponerte pleito para quitarte la túnica, dale también la capa; a quien te requiera para caminar una milla, acompáñale dos; a quien te pide, dale, y al que te pide prestado, no lo rehuyas.
Habéis oído que se dijo: -Amarás a tu prójimo y aborrecerás a tu enemigo. Yo, en cambio, os digo: Amad a vuestros enemigos, haced el bien a los que os aborrecen y rezad por los que os persiguen y calumnian. Así seréis hijos de vuestro Padre que está en el cielo, que hace salir su sol sobre malos y buenos y manda la lluvia a justos e injustos. Porque si amáis a los que os aman, ¿qué premio tendréis? ¿No hacen lo mismo también los publicanos? Y si saludáis sólo a vuestros hermanos, ¿qué hacéis de extraordinario? ¿No hacen lo mismo también los paganos? Por tanto, sed perfectos como vuestro Padre celestial es perfecto.

1.- La ley del talión la refiere Jesús como el culmen de la ética del judaísmo y se comprende dentro de las perspectivas de la historia de Israel, es decir, es necesaria la represalia o venganza al mal ocasionado. Al mal se le responde con la misma lógica violenta y conforme al principio de proporcionalidad (cf Éx 21,23-25). Con esto se le señalan unos límites a la venganza, pues en otros tiempos la revancha era mayor que el daño y de consecuencias imprevisibles. Más tarde, con el pensamiento sapiencial, aparece la idea de no entristecerse del mal ajeno, pues ello no complace a Dios y se puede caer en desgracia: «No me alegré en la desgracia de mi enemigo, ni su mal fue mi alborozo» (Job 31,29); es más, se aconseja que se haga el bien como otra forma de respuesta al mal: «Si tu enemigo tiene hambre, dale de comer; si tiene sed, dale de beber» (Prov 25,21). Jesús radicaliza esta nueva manera de actuar y coloca su fundamento en la voluntad divina, en la nueva actitud de amor que Dios ha adoptado en sus relaciones con el hombre. Por eso está fuera de lugar devolver el daño sufrido, pues lo que provoca es aumentar la intensidad de la violencia y desgarrar aún más las heridas abiertas por la agresión.
Dar un guantazo en la mejilla era corriente entonces como señal de injuria y desprecio, y dársela a los discípulos, que es seguramente a lo que se refiere el dicho, incluye menospreciar el mensaje de Jesús. El segundo caso. El manto tiene más valor que la túnica y es fundamental para pasar las noches en Palestina. Lo mismo se ha de responder al abuso de recorrer una milla, seguramente referido a un servicio público exigido por la autoridad militar o los funcionarios públicos a sus súbditos.

2.- Jesús recomienda el amor y la oración por los enemigos ante la experiencia del rechazo personal y social que están percibiendo y tantas veces sienten los cristianos de la sociedad (cf Mc 10,9-10; Mt 10,17-18). La razón no es la participación de una misma naturaleza, o defender la armonía del cosmos como espejo de la bondad de Dios al estilo griego, o el texto del Salmo (145,9): «El Señor es bueno con todos». Jesús absolutiza y radicaliza el amor como obras y acciones concretas que determinan la conducta permanente de cualquier seguidor suyo ante el que le descalifica y le hace un daño real. Presupone la afirmación de Lucas: los que os odian, los que os maldicen, los que os injurian (cf Lc 6,17), lo que lleva consigo ser bien vistos por Dios: «Bienaventurados los perseguidos...» (Mt 5,10-11). Y son del agrado divino porque reproducen el amor paterno de Dios a todas sus criaturas (cf. Mt 5,9).

3.- El punto de partida de Jesús es el mismo con el que termina la antítesis anterior pero escrito en positivo: el amor de Dios a su criatura, la ilimitada ternura o la libre cercanía del amor de Dios a toda persona. Esto provoca la profunda alegría y el gozo interior de los que descubren y aceptan este nuevo movimiento divino y les obliga a vivirlo con todos los hombres en el contexto de la presencia del Reino. Entonces el campo de las relaciones humanas se queda sin fronteras al no levantar Dios muro alguno para establecer contacto con los vivientes. Por su paternidad universal fundamenta una dignidad común y un común reconocimiento entre todos. De esta manera se supera la obligación de no querer a los que no forman parte del pueblo o de la misma etnia o familia, o son aborrecibles por su conducta, además de borrar la imagen de un Dios que simboliza la violencia humana. Pensemos en África, América, Europa, en nuestra ciudad y pueblo ¿cómo son nuestras relaciones familiares, sociales, culturales, étnicas? ¿Las establece el interés propio, la sangre, el dinero? Porque el amor a los enemigos va más allá de la oración y abarca una serie de gestos y acciones sociales que posibilita la identidad histórica del Dios de Jesús por medio de sus conductas. Si el comportamiento de sus seguidores reproduce el de cualquier familia o grupo cerrado, nada supone de novedad la relación bondadosa de Dios. Pues Dios, no sólo se acerca al hombre por su amor, sino que lo hace para toda la creación, sin exclusión alguna. Es el Dios del amor universal, y no el Dios al que se le da culto en el templo de Jerusalén (cf Mc 11,15-19par), o en el Garizín (cf Jn 4,20). 

Para meditar. Domingo (VII)

          VII DOMINGO (A)
  
                           Amar y rezar por los enemigos
                                 





Lectura del santo Evangelio según San Mateo 5,38-48.


En aquel tiempo dijo Jesús a sus discípulos: -Sabéis que está mandado: «Ojo por ojo, diente por diente.» Pues yo os digo: No hagáis frente al que os agravia. Al contrario, si uno te abofetea en la mejilla derecha, preséntale la otra; al que quiera ponerte pleito para quitarte la túnica, dale también la capa; a quien te requiera para caminar una milla, acompáñale dos; a quien te pide, dale, y al que te pide prestado, no lo rehúyas.
Habéis oído que se dijo: -Amarás a tu prójimo y aborrecerás a tu enemigo. Yo, en cambio, os digo: Amad a vuestros enemigos, haced el bien a los que os aborrecen y rezad por los que os persiguen y calumnian. Así seréis hijos de vuestro Padre que está en el cielo, que hace salir su sol sobre malos y buenos y manda la lluvia a justos e injustos. Porque si amáis a los que os aman, ¿qué premio tendréis? ¿No hacen lo mismo también los publicanos? Y si saludáis sólo a vuestros hermanos, ¿qué hacéis de extraordinario? ¿No hacen lo mismo también los paganos? Por tanto, sed perfectos como vuestro Padre celestial es perfecto.

1.-  Hemos comentado en la pestaña Evangelio hasta donde es coherente Jesús con su fe en Dios pleno de amor y misericordia, que hace salir el sol para buenos y malos, y al que le rezamos, como también nos enseña Jesús en el Padrenuestro: perdona nuestra ofensas como también perdonamos a los que nos ofenden. El Dios de Jesús desconoce la violencia entre los humanos, de los humanos contra la creación, y no sabe dar la espalda a sus hijos. Dios sufre la violencia y la encaja en su dimensión de amor. Por eso no entiende qué es el ojo por ojo y el diente por diente. Ni se puede ni se debe dar entre un padre y madre con sus hijos, ni entre los hermanos entre sí.
2.- No olvidemos la raíz del amor a los enemigos: Escucha, Israel, el Señor nuestro Dios es uno solo. Amarás al Señor tu Dios con todo el corazón, con toda el alma, con toda la mente, con todas tus fuerzas (cf Dt 6,4-5).  Dios, que es uno (cf Mc 12,29.32; Lev 6,4), absorbe todas las capacidades humanas para su reconocimiento en nuestra vida por medio de la adoración. Dios desea una reciprocidad intensa y excluye las medianías y cálculos en las respuestas a su entrega amorosa. Corazón, alma, mente y fuerzas resumen la entrega total y sin condiciones (cf Mt 6,24). Además el amor  lleva consigo la iniciativa sin interés, el respeto al otro, que cuando es Dios se transforma en alabanza y adoración, y la dimensión cognoscitiva que completa a la afectiva.

3.- El segundo mandamiento es: Amarás al prójimo como a ti mismo (Lev 19,18; Mc 12,29par), que concluye con una tensión máxima de dicho amor: es el amor y la oración por nuestros enemigos. La razón de ello es la Paternidad de Dios y su amor incondicional hacia cada uno de nosotros. Además de desterrar de nuestra vida el principio de venganza, se debe unir otro mucho más valioso que proviene de la experiencia amorosa del Señor: la gratuidad de su relación amorosa. Como en nuestra sociedad todo se vende y y se compra, todo se produce o se inutiliza porque no nos sirve, no sabemos el valor de la gratuidad. Y es en la relación amorosa gratuita: amo porque sí, porque Dios me ama así, no existen los enemigos, como para Dios. Sólo existen hermanos objetos de mi amor, me contesten bien o mal, me admitan en su vida o no; nuestro corazón debe ser un centro permanente de entrega, al margen de las respuesta positivas o negativas que tengamos.
        


Libros. V. Battaglia

Gesú Cristo luce del mondo. Manuale di cristología






de Vicenzo Battaglia




                                               por F. Henares Díaz


            Más de una vez, el A/, en sus clases expresa que no en vano estudiamos en una Universidad franciscana. Yo también dejo caer esa conseja en las mías. La razón no es la defensa del localismo, como si fuese éste un distintivo excluyente de nadie, pero sí es una convicción y un talante muy propio, a saber, seguir a los grandes maestros de la Orden, de la mejor tradición, acogiéndonos, de consuno, a la enseñanza según estilo de Francisco de Asís. Por otra parte, cualquier profesor de teología ante un Manual, entra presto en conflicto sobre lo que querría dar y lo que es posible dar, según horario del curriculum. Un cruce de caminos arduo, porque vivir (y dar clase) siempre es elegir. En esta edición segunda de la obra, se nos explicita tal desde las primeras páginas de la Introducción, que ya no son como en la primera. Ésta salió en 2007, pero hubo rápida una Ristampa (2008). Ocurre, sin embargo, que en esta segunda edición Battaglia, profesor y exdecano en el Antonianum (Roma), no se conforma con dejar el texto igual, sino que ha querido presentar varios aspectos más al día, desde la forma misma de esquematizar las ideas, apurando letra, hasta renovar la bibliografía, y los pies de nota, y por supuesto comprimiendo varios textos. Y esto manteniendo el mismo número de páginas que anteriormente. Caso insólito. Ha reducido en dos el número de capítulos. Y el que se titulaba Alla scuola dei Padri della Chiesa lo ha suprimido, quizás por lo que tenía de excursus en un libro de texto. Lo cual indica, como mínimo: a) Estar al acecho de lo mucho que se sigue publicando sobre cristología; b) Estar atento al fin que se procura, es decir, que un Manual sea un instrumento de trabajo para alumnos que han de profundizar en un estudio sistemático, en el que no deben perderse en muchos flecos. Todo el Manual, en principio, se acoge a tres objetivos principales, que reseña la Optatam totius (Vaticano II): a) Introducir en la práctica de la metodología; b) Presentar los temas fundamentales; c) Intentar una interacción armoniosa entre auditus fidei, intellectus fidei y experientia fidei. La obra se compone de tres partes, desarrollando 14 capítulos. En esta breve recensión, yo tengo de fijarme no en lo esperado en un Manual (por ejemplo, los concilio más cristológicos antiguos: Nicea, Éfeso, Calcedonia, que ocupan los capítulos 7 y 8, o los capítulos 5 y 6: Muerte y Resurrección), sino además en las orientaciones metodológicas para acercarnos a una cristología, es decir, la unidad en la pluralidad (pp. 24-27) y las raíces desarrolladas de la Escritura neotestamentaria (pp. 28-45), en que se desenvuelve el capítulo primero. Es razonable por tanto, que me parezca fundamental el estilo aquí seguido en cada capítulo, y que al final de cada uno el A/ mantenga una mini sección (la titula Per l´approfondimento), y ahí brilla  la contemplación en pie de enjundia acerca de las páginas que han precedido (más razonables, éstas, digamos). En este capº. primero se profundiza en meditación a partir de Col. 1, 15-20, en un himno cristológico a cuya raigambre se ató siempre la teología franciscana. Un rico capítulo es el segundo, porque aquí somos reenviados del Cristo de la fe al Jesús de la historia. Tema hoy candente y de jugosa interdisciplinariedad. Me detengo brevemente en las páginas dedicadas a los apócrifos, con todo lo que tienen éstos de tintura agnóstica, pero a la par de imaginación popular (tema fronterizo con otras ciencias), y así a modo de acercamiento a Cristo desde perspectivas varias. Que el A/ traiga a escena los descubrimientos de Nag Hammadi corre en esta línea de abrirse a nuevas investigaciones. Aviso útil en un Manual que pretenda estar al día, y quiera ser inclusivo, cuando tanto exclusivismo reinó otrora hacia tales escritos, poniéndolos únicamente bajo sospecha. Por lo  mismo, las páginas 70-77  (del capítulo 2, tituladas Lo stile di vita) entran en el Jesús histórico, como retrato de que habla R. Penna, y tantos otros, cuyas obras son hoy muy leídas (Meier y su Cristo como hebreo marginal). Indagaciones históricas actuales en ebullición, se obligan a casar con la dogmática sin que prevalezcan, antes de nada, recelos y miedos. Redundará en bien de ambas. No de otra forma nos plantamos ante el capítulo tercero (La misión terrena de Jesús). El approfondimento final se echa por la compasión de Jesús. Una temática querida de Battaglia en otras obras suyas en punto a sentimientos de Jesús (Véase su obra Sentimenti e belleza del Signore Gesù (2011). La conexión mística nos va uniendo a un Cristo que estudiamos con un Cristo que a la vez contemplamos. Forma profunda, pues, de conocimiento. He aquí un talante y forma de belleza muy de este profesor franciscano. Basta comprobar que el capítulo 4º (Identidad mesiánica de Jesús) acaba con profundizar en el esposo mesiánico, que es Cristo. Es claro que el signo y símbolo del esposo inunda la teología de la belleza. En la parte segunda se nos ofrecen temas esenciales de una cristología sistemática, a saber, la fe en Cristo y el misterio de Dios (301-338). Hablamos de cristología en relación trinitaria. Son bellas las páginas tituladas Dire Dio a partire da Gesú Cristo (303-306). La revelación que adviene con la Encarnación, el Verbo encarnado, expresa por sí mismo al Padre. E igual acaece con las páginas de cristología y pneumatología. El final de capítulo profundizando, esta vez es expresivo de veras. Se nos dice: La Encarnación: Un Dio capace dell´uomo (335-338). Todo un campo de antropología teológica, como ase ve. Será esto precisamente desarrollado en el capítulo décimo. Se trata, pues, de alumbrar el misterio del ser humano a la luz de Cristo, y he ahí un hermoso subtítulo y párrafo que nos viene de perlas: Dio fa grazia all´uomo in Cristo (365-367). Hablamos de la vocación divina de todo ser humano. Y así surge, efectivamente, esta contemplación: “La predestinación de Cristo es nuestra predestinación en Cristo” (Approfondimento, 376). En esta parte segunda no podía faltar en un Manual actual el tema de la salvación junto a la teología de las religiones. Hoy esto presenta varios modelos interpretativos, bien del Concilio Vaticano II, bien de la intervención de la Comisión Teológica Internacional, en su tercera parte (1997). Un documento este –se recordará- que trae de continuo referencias a la Redemptor Missio (J. Pablo II). Referencias en las que profundiza Battaglia, en especial resaltando el númº. 9 de dicha encíclica: a) La posibilidad  real de la salvación en Cristo de todos los hombres; b) La necesidad de la Iglesia en orden a tal salvación. En definitiva, vivimos una espera en la que la mediación efectiva de Cristo se une a un cumplimiento en el cual ponemos fe: el crecimiento del Reino de Dios (399).  Y al final, el correspondiente approfondimento: “Espiritualidad y diálogo religioso”. Urge aquí el espíritu de Asís. El capº 12 era de esperar en Battaglia, que no en vano es el Presidente de la Academia Mariana Internacional. Habla del Hijo de Dios que ha nacido de una mujer (Gal 4,4). Cristología y Mariología, pues, de la mano, es decir, la Virgen en la economía histórico-salvífica de Cristo; la misión de la Virgen a la luz de la mediación (410-420). Contemplemos: María al servicio de la gloria de Jesús y de la fe de los discípulos (ese es el approfondimento esta vez). En la tercera parte de la obra se expande cuanto venimos advirtiendo de los approfondimentii Es forma de hacer teología antigua, pero que en nuestro autor tiene agua siempre viva. Dos capítulos se explayan por esta ladera. El 13 hacia una Cristología contemplativa y sapiencial. El 14 hacia la via pulchritudinis en Cristología. Unir experiencia y sabiduría de Dios (en el 13) va a la zaga de S. Buenaventura y sus sensi spirituali como práctica y búsqueda contemplativa. La via pulchritudinis es una querencia del A/ demostrada en sus obras estos últimos años. Revelación, salvación y belleza tocan a un son. La belleza es cualidad máxima del Hijo de Dios. Vivir bajo la guía del Espíritu es posible gracias a la hermosura del Esposo. Un don de Dios que debería tener siempre empuje pastoral para hablar del Reino. Deseo, finalmente, resaltar el tino del A/ en algunas reformas de esta 2ª edición. Ahora en el capº. primero, que trata de la cristología neotestamentaria, del Alfa y Omega, quita (o la mete en futuras notas) un approfondimento que antes se centraba en bibliografía, o casi; y ahora se centra en María Virgen que acoge al Hijo de Dios en la Historia. Estamos sumidos en la vía de la contemplación del misterio que nos ha sido revelado. Un acierto. Otro: el capº. 3 (La misión terrena de Jesucristo) antes (2008) se ceñía a oportunas bibliografías, y ahora se echa y acuesta por la compasión del Señor como meditación propia. Y otro, el capº. dedicado a la Resurrección, aconsejaba al final autores (Barbaglio, Torres Queiruga) explicando más el tema; ahora la contemplación va por este caz: recapitulación de todas las cosas en Cristo a partir de Ef. 1 y Col 1. En Él hacemos pie se obliga no sólo a un estudio hímnico de lo dicho, sino también a un himno de saboreo de las grandezas del plan de Dios en la Historia, a saber, de un ir hacia adentro en meditación, en el sosiego de la cercanía que nos depara  nuestro Dios. Quiero, felicitar que el A/ haya hecho otro tanto al hablar de la teología de las religiones en el capº. 11, pero ahora cambia también la profundización final del capítulo y la dedica a resaltar la Cátedra de Espiritualidad y Diálogo Interreligioso (inserta en el ámbito del Instituto de Espiritualidad) de reciente creación en nuestro Antonianum (Roma), y en conexión con el espíritu de Asís y la trascendencia mundial. Además de lo que eso significa, se da entrada ahí a un testigo del diálogo como fue Mons. Luis Padovese. Ejerció de Presidente de ese mentado Instituto (1987-2004). Al acabar en este cargo fue consagrado obispo, nombrado Vicario Apostólico de Anatolia, y trágicamente asesinado en junio de 2010. Contemplar y visualizar a los testigos de Jesús el Señor es confirmarse en que el diálogo va más allá de las palabras, cuando se pronuncian con sangre en la boca. Quiero felicitar a Battaglia por este quehacer de cultivar una teología donde se entrelaza actividad intelectual, experiencia espiritual y empeño pastoral. Tanto él como las ediciones del Antonianum merecen nuestro ¡Albricias! Un gozo.
                                                                      
Ed. Pontificia Università Antonianum, Roma 2013, 475 pp., 22´5 x 15 cm.


Teología. Hombres nuevos (7)





                                                     El Bautismo
                     Hombres nuevos en Cristo


                                                 VI

                                    Configurarse con Cristo

Hay una relación directa entre el anuncio del mensaje de salvación de Dios realizado por Jesús y su seguimiento, pues ir tras él conlleva configurarse con su persona y vida; morar en él es formar el cuerpo de los hijos de Dios: «Sabemos que todo concurre al bien de los que aman a Dios, de los llamados según su designio. A los que escogió de antemano los destinó a reproducir la imagen de su Hijo, de modo que fuera él el primogénito de muchos hermanos» (Rom 8,28-29; cf. Flp 3,10.21).

Morar en Cristo. Hemos afirmado la continuidad de la presencia de Jesús con la presencia del Resucitado por obra del Espíritu, con lo que permanece la salvación de Dios en la historia. Y del contenido del mensaje de Jesús, que fue el Reino, se pasa al anuncio de la persona del Resucitado. Se identifica el anuncio de la salvación con el de la persona de Cristo. Pero anunciar a Cristo es también unirse a él, morar «en él». Esto implica asumir el destino de Jesús, del cual él hizo partícipes a sus discípulos: «Quien quiera seguirme, niéguese a sí mismo, cargue con su cruz y sígame» (Mc 8,34par). Y Jesús entiende la vida como servicio en contraposición al poder y dominio que se ejerce en la sociedad (cf. Mc 10,45), sentido de vida que deja como testamento a sus discípulos (cf. Mc 14,22-25par; Jn 13,2-14). Comprender la vida como amor, visibilizada en el servicio, se concreta en dar la vida por todos; es el destino de pasión y muerte (cf. Mc 8,36).
Este estilo de vida lo sigue Pablo cuando enseña que el cristiano debe configurarse con Cristo; como fue la vida de Cristo, así es la vida del creyente en él (cf. Rom 15,1-3; Flp 3,7-8). Conformarse a la persona de Cristo es asumir como propias las actitudes que modelan su vida como servicio. Entonces la vida de Jesús, como manifestación del amor de Dios al hombre, es a la que se conforma el cristiano, cuyo amor, vivido según Dios, va a ser la clave de su unión con Jesús, de la participación en su salvación y del ofrecimiento de dicha salvación a todo el mundo. Pablo se pone como ejemplo de este proceso del amor: el Padre se entrega al Hijo, el Hijo se entrega a Pablo (cf. Gál 2,20) y Pablo a todos los cristianos (cf. Rom 15,16-20). Y se fomenta la unidad y el significado del amor gracias al Espíritu (cf. Rom 8,15; 2Cor 11,23-33). El amor nace de la experiencia de la fe, que se desarrolla precisamente cuando se ama: «... lo que cuenta es una fe activa por el amor» (Gál 5,6). El amor, y su expresión servicial, es el que deben practicar los cristianos y con él que amplían la imagen divina del Hijo, es decir, su filiación divina (cf. 1Cor 15,44-49; Flp 2,5-11; etc.).

La relación que establece el amor de Dios configura a Cristo y a los cristianos y comporta una lógica propia. Para que exista, es necesario la desapropiación de su dignidad, como hemos visto en el himno de la carta a los Filipenses (2,6-8). Esto estructura la condición histórica que experimenta Jesús: participa de la vida humana en su desnudez, sin poder social, intelectual y religioso, tomando un estilo de vida humilde y sencillo al margen de toda pretensión personal (cf. Gál 4,1; Flp 2,7; etc.); la afirmación paulina es clara: «... el Mesías no buscó su satisfacción» (Rom 15,2-3; cf. Mc 15,30-31par). Y con la forma de siervo, con la debilidad que implica el despojo de su gloria y la pobreza, propone la salvación a todos los hombres. La salvación definitiva comienza cuando el amor de Dios actúa en la vida de su Hijo y en la de los hombres hechos hijos suyos y hermanos de él. Así la creación reorienta su andadura hacia la verdadera plenitud. Jesús termina su vida exaltado, retornando a la gloria del Padre, constituido Hijo de Dios para siempre. Este ciclo vital es el que recorre el cristiano; sigue el mismo proceso de Jesús. Cuando inicia su experiencia amorosa salvadora de los demás por la fe en Jesús, con la que asume la justificación divina, en ese mismo momento comienza su «resurrección», su «vida eterna» en términos joánicos (cf. Jn 3,15.36; 5,24). La vida, entendida como relación de amor, se convierte en una entrega sin límites a los demás; se transforma en servicio a los demás, y, a la vez, nace desde Dios y para Dios, porque es precisamente Dios con su Espíritu quien le ha dado, no sólo el querer entregarse, sino también la fuerza para hacerlo. Por consiguiente, la Encarnación, como expresión máxima del amor, que entraña la desapropiación de los atributos del Verbo, termina en la cruz, que es la desapropiación humana del Hijo y manifiesta la entrega sin límites que el cristiano hace de sí mismo por amor (cf. Jn 15,13). Y en ese proceso histórico de Jesús y de los que creen en él surge el hombre «nuevo», «imagen y semejanza» de la nueva revelación de Dios entendido exclusivamente como amor.

Franciscanismo. La castidad

                   La castidad en San Francisco

                                                                II


La pureza de un corazón la une San Francisco a un cuerpo casto cuando se trata del seguimiento radical de Cristo: «… dejándonos ejemplo, para que sigamos sus huellas. Y quiere que todos nos salvemos por él y le recibamos con corazón puro y con nuestro cuerpo casto. Pero son pocos los que quieren recibirlo y ser salvos por él, aunque su yugo sea suave y su carga ligera»[1].
No obstante la visión y la experiencia de Francisco sobre la castidad y la pureza del corazón, sabe que la carne es débil, por eso legisla según la cultura medieval sobre la sexualidad, con los prejuicios griegos afirmados antes. El mundo monacal del tiempo de San Francisco concibe a la mujer, muchas veces, como encarnación del mal por su capacidad de seducción. De ahí la relación que establece entre la mujer y el pecado y el control personal que se debe tener ante ella: «Enseñaba que no sólo se deben mortificar los vicios de la carne y frenar sus incentivos, sino que también deben guardarse con suma vigilancia los sentidos exteriores, por los que entra la muerte en el alma. Recomendaba evitar con gran cautela las familiaridades, conversaciones y miradas de las mujeres, que para muchos son ocasión de ruina, asegurando que a consecuencia de ello suelen claudicar los espíritus débiles y quedan con frecuencia debilitados los fuertes. Y añadía que el que trata con ellas ―a excepción de algún hombre de muy probada virtud―, difícilmente evitará su seducción, pues ―según la Escritura― es como caminar sobre brasas y no quemarse la planta de los pies.
Por eso, él mismo de tal suerte apartaba sus ojos para no ver la vanidad, que manifestó en cierta ocasión a un compañero suyo que no reconocería casi a ninguna mujer por las facciones de su rostro. Creía, en efecto, peligroso grabar en la mente la imagen de sus formas, que fácilmente pueden reavivar la llama libidinosa de la carne ya domada o también mancillar el brillo de un corazón puro.
Afirmaba, de igual modo, ser una frivolidad conversar con las mujeres, excepto el caso de la confesión o de una brevísima instrucción referente a la salvación y a una vida honesta. “¿Qué asuntos -decía- tendrá que tratar un religioso con una mujer, si no es el caso de que ésta le pida la santa penitencia o un consejo de vida más perfecta? A causa de una excesiva confianza, uno se precave menos del enemigo; y, si éste consigue apoderarse de un solo cabello del hombre, pronto lo convierte en una viga”». Por eso no extraño que legisle así: «Mando firmemente a todos los hermanos que no tengan sospechosas relaciones o consejos de mujeres; y que no entren en los monasterios de las monjas, fuera de aquellos a quienes les ha sido concedida licencia especial por la Sede Apostólica y no hagan de padrinos de hombres y mujeres, ni con esta ocasión se origine escándalo entre los hermanos o de los hermanos»[2].
Seguir a Jesús en la condición de itinerantes lleva consigo más peligros que los que existen en los monasterios. De ahí la preocupación de San Francisco y sus exigencias de controlar a los hermanos que andan por el mundo. Tan es así que el que cayere en la tentación se le expulsa de la Orden, equiparándolo a un hereje.
La alternativa que da Francisco al descontrol posible de la itinerancia y al control de las tendencias corporales es doble, siguiendo con fidelidad a Jesús. El primero es la pureza del corazón, que según hemos analizado, comporta una profunda relación con el Señor. El segundo es la relación fraterna. La fraternidad se presenta como  el complemento a una vida de religación con el Señor. «Mando firmemente a todos los frailes que no tengan sospechosas relaciones o consejos de mujeres; y que no entren en los monasterios de las monjas, fuera de aquellos a quienes les ha sido concedida licencia especial por la Sede Apostólica; y no se hagan padrinos de hombres o mujeres, no se origine escándalo, con esta ocasión, entre los frailes o de los frailes»[3]
La itinerancia, en contraposición a la vida encerrada en los monasterios, hace que los hermanos viajen con frecuencia y se desplacen de un sitio a otro para proclamar el Evangelio[4], porque su claustro es el mundo[5]. Al ser su claustro la tierra, la fraternidad no es una realidad espacial, sino humana. Es el sentido de vida de los religiosos lo que los convierte en hermanos. San Francisco al experimentar al otro como hermano por ser un don filial del Señor, convierte la relación con él en franca, expresiva, sencilla, natural, como corresponde a la cultura latina. No hay una careta entre los que forman las comunidades franciscanas, y menos desniveles personales en cualquiera de las dimensiones que comportamos los humanos. Todos somos iguales, aunque la procedencia sea muy diferente de unos y de otros. «Y dondequiera están los frailes y en cualquier lugar que se encontraren, deban volverse a ver espiritual y caritativamente y honrarse mutuamente sin murmuración. Y guárdense de manifestarse tristes externamente y sombríos hipócritas; sino que se manifiesten gozosos en el Señor, y bien humorados y convenientemente amables»[6].
Por consiguiente, debemos abrir el corazón a los hermanos, rompiendo la soledad o el aislamiento personal. De esta manera podremos manifestar nuestras necesidades y comprender y compartir las carencias y valores de los demás hermanos: «Y confiadamente manifieste el uno al otro su necesidad, para que le encuentre lo necesario y se lo suministre»[7]. Y la intensidad y calidad de la necesidad y asistencia se define por la caridad mutua, el amor gratuito y libre, más que por el amor humano o, en el caso de la fraternidad, la amistad lógica que puede nacer de la convivencia fraterna. Francisco usa  la imagen materna que se da en toda familia humana para acentuar el amor espiritual que nace al participar en un mismo sentido de vida fundado en la recepción y diálogo del amor divino. Como él lo hizo con el Hermano León[8], y manda para el trato con los enfermos: «Bienaventurado el siervo que ama tanto a su hermano cuando está enfermo, que no puede recompensarle, como cuando está sano, que puede recompensarle»[9].






[1] 2Carta a los fieles 13-15; cf. 1Ped 2,21; Mt 11,30. Es lo que testimonia San Buenaventura: «Y como había llegado a tan alto grado de pureza que, en admirable armonía, la carne se rendía al espíritu, y éste, a su vez, a Dios, sucedió por designio divino que la criatura que sirve a su Hacedor se sometiera de modo tan maravilloso a la voluntad e imperio del Santo», Leyenda Mayor 5,9.
[2] Leyenda Mayor 5,5; Regla Bulada 11,1-3; cf. 2Celano 112-114. En la Regla no Bulada 12-13 se dice asimismo: «Todos los hermanos, dondequiera que estén o que vayan, guárdense de las malas miradas y del trato con mujeres. Y ninguno se aconseje con ellas, o vaya de camino él solo con ellas, o coma a la mesa en un mismo plato. Los sacerdotes hablen honestamente con ellas administrándoles la penitencia u otro consejo espiritual. Y ninguna mujer en absoluto sea recibida a la obediencia por hermano alguno, sino, una vez que le haya sido dado el consejo espiritual, que ella haga penitencia donde quiera. Y vigilémonos mucho todos y mantengamos puros todos nuestros miembros, porque dice el Señor: El que mira a una mujer para desearla, ya cometió adulterio con ella en su corazón (Mt 5,28); 6y el Apóstol: ¿O es que ignoráis que vuestros miembros son templo del Espíritu Santo? (1 Cor 6,19); por consiguiente, al que profane el templo de Dios, Dios lo destruirá a él (1 Cor 3,17).  Si alguno de los frailes, instigándolo el diablo, fornicara, sea despojado del hábito, que perdió por su torpe iniquidad, y quíteselo totalmente y sea rechazado absolutamente de nuestra Religión. Y después haga penitencia de los pecados (cf. 1Cor 5,4-5) ».
[3] Regla Bulada 6,7-9. Citas de la Escritura: 1Tes 2,7; Mt 7,12.
[4] Francisco imita a Jesús y sus discípulos en la predicación del Reino. Mc 6,30-31: «En aquel tiempo los Apóstoles volvieron a reunirse con Jesús, y le contaron todo lo que habían hecho y enseñado. Él les dijo: -Venid vosotros solos a un sitio tranquilo a descansar un poco. Porque eran tantos los que iban y venían, que no encontraban tiempo ni para comer».
[5] Sacrum commercium 63: «Después que se hubieron saciado con la satisfacción de compartir escasez tan grande más que si hubieran saboreado hasta la hartura toda clase de manjares, bendijeron al Señor, ante cuyos ojos habían hallado tan singular gracia. Seguidamente condujeron a dama Pobreza a un lugar donde pudiera descansar, pues se encontraba fatigada. Y, desnuda como estaba, se acostó sobre la desnuda tierra. Pidió entonces que le trajeran una almohada para apoyar en ella la cabeza. Al momento le trajeron una piedra y se la pusieron de cabezal. Ella -tras haber dormido sobria y muy plácidamente- se levantó con toda presteza y suplicó se le enseñara el claustro. La llevaron a una colina y le mostraron toda la superficie de la tierra que podían divisar, diciendo: «Este es nuestro claustro, señora».
[6] Regla no Bulada 7,15-16; cf. 1Pe 4,9; Filp 4,4.
[7] Regla no Bulada 9,10.
[8] Carta a Fray León: «Hermano León, tu hermano Francisco te desea salud y paz. Así te digo, hijo mío, como una madre, que todo lo que hemos hablado en el camino, brevemente lo resumo y aconsejo en estas palabras, y si después tú necesitas venir a mí por consejo, pues así te aconsejo: Cualquiera que sea el modo que mejor te parezca de agradar al Señor Dios y seguir sus huellas y pobreza, hazlo con la bendición del Señor Dios y con mi obediencia. Y si te es necesario en cuanto a tu alma, para mayor consuelo tuyo, y quieres, León, venir a mí, ven».
[9]  Regla no Bulada 10,1-4: «Si alguno de los frailes cayere en enfermedad, dondequiera estuviere, los otros frailes no lo abandonen, sino que se designe a uno de los frailes o más, si fuere necesario, que le sirvan, como querrían ellos ser servidos (cf. Mt 7,12); pero en una necesidad extrema, pueden dejarlo a alguna persona que deba satisfacer por su enfermedad. Y ruego al fraile enfermo que dé gracias de todo al Creador; y que desee estar tal cual le quiere el Señor, ya sano ya enfermo, porque a todos los que Dios predestinó a la vida eterna (cf. Hech 13,48) los instruye con los aguijones de los azotes y enfermedades y con el espíritu de compunción, como dice el Señor: Yo a los que amo corrijo y castigo (Apoc 3,19). Y si alguno se turba o irrita, ya contra Dios ya contra los frailes, o si por casualidad exigiere con inquietud medicinas, anhelando en demasía liberar la carne que en seguida morirá, que es enemiga del alma, del malo le viene esto y es carnal, y no parece ser de los frailes, porque ama más el cuerpo que el alma».

Cultura. Miguel García-Baró

       El umbral de la ética

                                                                                   
      
                                                                   Miguel García-Baró
                                                                   Facultad de Filosofía
                                                                   Universidad Pontificia Comillas-Madrid

La existencia ética empieza en el momento –en el acontecimiento- en que un hombre comprende y acepta –obedece con su inteligencia y procurando ya predisponer su acción en el sentido correspondiente- que hay posibles actos que se deben omitir aunque nos cueste la vida el hacerlo, o que hay que llevarlos a cabo aunque la consecuencia sea también la muerte. La muerte física o la muerte en vida, que suele ser peor; o sea, el descrédito absoluto, la definitiva pérdida de la salud o de la integridad del cuerpo, la persecución tenaz.
            La verdad que abre la puerta de la existencia ética es, pues, que resulta preferible ser maltratado que hacerse uno mismo un hombre perverso; que hay que escoger, si llega el caso de una elección así, sufrir el mal a hacerlo, porque el auténtico mal que me alcanza y que sufro es precisamente el hacer yo mal, no que me lo hagan otros, o sea, que intenten dañarme otros –si no lo consiguen no es porque no lo procuren sino porque la realidad no se pliega a su voluntad y no consiente el perjuicio profundo de aquel que resiste al mal-.
            La existencia que aún no conoce este nivel es o bien la del niño ignorante, ansioso por entrar en un mundo cuyo espectáculo ve pero cuya entraña se le escapa; o bien la de aquel que ha escogido, llegado su momento serio, hacer cuando pueda el mal con tal de no sufrirlo. Este segundo es también ignorante, ya se ve. Ignora las verdades más decisivas: que el mal auténtico que sufro es sólo el que yo mismo cometo, y que el miedo que me inspiran la naturaleza y los otros hombres y, quizá, la divinidad, es ilusorio. El niño aún no ha sufrido el decisivo acontecimiento de que se le ofrezca la vida ética. Su ansia no le proporciona lo que sólo la realidad puede darle cuando a ella misma le plazca –o cuando su ley inexorable se lo dicte-. Así, el niño es sencillamente ignorante. El hombre perverso es reduplicadamente ignorante: su ignorancia se ha ahondado de modo terrible cuando él no ha sabido distinguir el mal pésimo del mal ilusorio.
            Hay aquí un enigma abismal: el miedo al dolor conduce al dolor real y nos evita el meramente fantástico –o, por lo menos, el que es comprensible, dominable, consolable-. El dolor real se experimenta en un vértigo de ignorancia y de miedo que gira cada vez más de prisa sobre sí mismo. Como no supe calibrar la importancia del miedo a la vida y a los hombres, heme ahora perdido en la voluntad de ignorancia y de maldad, sometido al terror de atrincherarme contra todo y contra todos, cuando lo más probable es que yo no sea ni el más fuerte ni el más sagaz de los hombres y, por tanto, pese a mis esfuerzos, algún flanco de mi castillo quede desguarnecido.
            ¿Hay acaso modo de explicar por qué este miedo esencial y esta ignorancia? Sobre todo, ¿hay modo de explicar por qué hay hombres que logran levantarse por encima de su terror a sufrir y de su ignorancia y afrontan con valentía una vida sin perversidad, cueste lo que cueste, mientras que otros, quizá los Muchos, no lo logran –ni se lo proponen?



Crónica. Micof


COLEGIO “LA INMACULADA
PP. FRANCISCANOS

Educando para ser testigos del Evangelio

Centro Concertado de EI, EP y ESO y Privado de Bachiller




Paz y Bien

III MICOF: EL PUERTO DE LA ESPERANZA

Con el lema “El puerto de la esperanza” los animadores frailes y seglares de la Pastoral Juvenil Vocacional (PJV) de los franciscanos de toda España nos hemos reunido en el tercer encuentro de la MICOF, la MIsión COmpartida Franciscana, los días 8 y 9 de febrero en Alcalá de Henares.
Han sido dos días intensos de trabajo, pero también de oración y de compartir experiencias; de conocer las realidades con las que trabajan a diario las parroquias, los grupos de jóvenes o los colegios que tienen un carisma franciscano, con la intención de ir, poco a poco, creando “un sentir común” ante la ya cercana unificación de las provincias franciscanas en 2015.

El proyecto, que comenzó hace ya tres años, y que se llamó “Proyecto Paz y Bien” dividía el itinerario de pastoral juvenil franciscana en cuatro etapas y el objetivo del encuentro de la MICOF de este año era trabajar de forma concreta sobre una de ellas: la etapa San Damián para jóvenes de 14 hasta 18 años.
Se querían fijar los objetivos de la etapa y planificar las celebraciones, las actividades para la Pascua Juvenil, para los campos de trabajo, para los campamentos y para la formación de los jóvenes.

Pero como ya he comentado antes, durante estos dos días de trabajo también hubo tiempo para conocer otras formas de sentir dentro de la Iglesia y para rezar junto a ellos.
Nos visitó el Grupo Diocesano de Evangelización en la calle de Primer Anuncio KERYGMA; formado por personas de diferentes edades y realidades de la Iglesia. Ellos abren las puertas de la Iglesia, mientras que el Santísimo Sacramento está expuesto en adoración, y mientras algunos se quedan rezando, otros salen a la calle por parejas para ir al encuentro de la gente, anunciarles el Kerygma (la buena noticia de que Jesús los ama y ha muerto y resucitado por ellos) e invitarlas a entrar a la Iglesia a rezar.
Fue una experiencia realmente gratificante.