martes, 28 de enero de 2014

Teología. La irrupción de dios en Cristo (Bautismo IV)

             El Bautismo
                              Hombres nuevos en Cristo

                                       IV

Texto

«¿Es que no sabéis que cuantos fuimos bautizados en Cristo Jesús fuimos bautizados en su muerte? Por el bautismo fuimos sepultados por él en la muerte para que, lo mismo que Cristo resucitó de entre los muertos por la gloria del Padre, así también nosotros andemos en una vida nueva…..» (Rom 6,3-11)


 La irrupción de Dios en Cristo

La actuación de la bondad y de la gracia en la historia se realiza por la vida de Jesús (cf. Jn 1,14), y se prolonga por la llamada a su seguimiento para compartir su vida, destino y misión; seguimiento que después de la Resurrección se concreta con la fe en Cristo. La fe en la nueva presencia del Resucitado es posible gracias a su Espíritu (cf. Hech 2,1-4), y Pablo enseña esta nueva relación con Cristo en el Espíritu. Él no tiene la oportunidad del seguimiento histórico, de ahí que su conducta sea una de las pautas que marquen la identidad de los cristianos, continuando en la historia el principio de la acción salvadora que Jesús lleva a cabo en Palestina.

            Pablo es consciente de la pretensión de Jesús sobre la iniciativa de Dios para reconducir la historia humana (cf. 1Tes 5,9-19; Rom 5,8.10.38). Por eso se cuida mucho de no utilizar sus ventajas cristianas ante los judíos y paganos; al contrario, se gloría de su debilidad para que prevalezca el vigor de la gracia de Dios y recuerda el aguijón que le mantiene en su fragilidad humana (cf. 2Cor 11,31; 12,7-12). En efecto. Pablo experimenta la llamada de Dios para seguir y anunciar a Cristo: «Pero, cuando el que me apartó desde el vientre materno y me llamó por puro favor tuvo a bien revelarme a su Hijo» (Gál 1,15-16). La elección divina está en la órbita de otras como la de Sansón (cf. Jue 16,17), del Siervo de Yawé (cf. Is 49,1) o de Jeremías (cf. Jer 1,5). La llamada es una gracia de Dios con la que le revela a su Hijo; y es una gracia con la que separa a Pablo de su vida y actividad anterior y le confía la misión de predicar a Jesús a los gentiles. Esta gracia, en definitiva, le transforma en un hombre «nuevo»; Dios le recrea por completo para anunciar a su Hijo (cf. Gál 6,15; 2Cor 5,17). Dicha gracia se explicita en el encuentro con el Resucitado, que evoca también la elección de los discípulos por parte de Jesús, o a las comidas de Jesús con publicanos y pecadores que les rehacen la vida, como es el caso de Zaqueo (cf. Lc 19,1-9); es lo que significa el «nuevo nacimiento» en la teología de Juan (cf. Jn 3,1-8; Rom 6,4). Él habla repetidas veces de este encuentro con Jesús en el viaje a Damasco (cf. Hech 9,3-21), que entraña un cambio radical en su vida: de perseguir a Cristo en los cristianos a ser valedor de su vida y doctrina de salvación para todo el mundo (cf. Hech 8,1; Gál 1,13).

Descubrir a Jesús implica asumir el Evangelio como una forma nueva de vida fundada en el poder de Dios (cf. Rom 1,16), y, a la vez, el Evangelio es configurarse con la vida de Jesús como experiencia personal y no como una actividad intelectual que aprende una historia o sigue una creencia (cf. 1Cor 4,16; 1Tes 1,6). Pablo expresa su experiencia de fe y su programa de vida en esta frase: «He quedado crucificado con Cristo, y ya no vivo yo, sino que vive Cristo en mí. Y mientras vivo en carne mortal, vivo de fe en el Hijo de Dios, que me amó y se entregó por mí» (Gál 2,19-20). Pablo no vive según la forma judía (cf. Flp 3,5-6), o pagana, sino se ha introducido en una nueva dimensión de la existencia determinada por la presencia del amor de Cristo y de su acción salvadora; deja que Cristo actúe en él para que destruya la capacidad de autosuficiencia que excluye a Dios en la existencia. Y tal es su experiencia que el auténtico sujeto de su actividad es Cristo: él es su ser, su obrar, su vivir mientras permanezca en la historia humana (cf. Flp 1,21). La relación entre su vida y la vida de fe en Cristo, hace que, sin dejar de ser él, pueda configurarse con, o transformarse en Cristo, constituyéndose en el soporte de su existencia. Pablo lo aplica a los cristianos en la carta a los Romanos: «... consideraos como muertos al pecado y vivos para Dios en Cristo Jesús» (6,11; cf. 14,7-8; 1Cor 3,23; 2Cor 5,15). Es entonces cuando asume el dinamismo de la vida de Cristo crucificado y resucitado.
Dios, por medio de Jesús, hace que descubra un mundo «nuevo», un hombre «nuevo», un sentido de la existencia «nueva» (cf. Gál 6,15; Rom 6,4). La «novedad» estriba en que Dios se ha decidido hablar y actuar en beneficio de su criatura por medio de la vida de Jesús. Dios rescata, salva, redime del mal, rompe los círculos infernales que ha creado el hombre por su libertad y sus ansias de poder, y de los que no puede salir. Según Juan, Dios se enfrenta al poder del hombre con un poder que es exclusivamente su relación de amor, porque Él sólo es amor (cf. 1 Jn 4,8-16); y su amor en la historia humana es la vida de Jesús (cf. Jn 3,16). La gracia constituye la relación de amor de Dios a su criatura para Pablo. Tal es así el nuevo fundamento de la existencia que se puede decir que todo es gracia en la vida (cf. Ef 2,4-10); gracia que se identifica con Jesús, cuya historia se centra en su muerte y resurrección (cf. Rom 6,1-11). Y une los dos términos: Dios para nosotros es la vida de Jesús, que es su gracia, y la gracia se manifiesta en la muerte y resurrección de Jesús.


Lbros. Las Bienaventuranzas

          Las bienaventuranzas, una contracultura que humaniza

De Luis González-Carvajal


                                               Por F. Martínez Fresneda

El texto es un comentario exegético y pastoral de las bienaventuranzas. Intenta el autor ser fiel al texto bíblico y, a la vez, «que resulte interpelante para quienes tratamos de seguir a Jesús en una situación histórica que quizás no sea más crítica que otras, pero a nosotros nos parece erizada de dificultades» (12).  
El programa de vida cristiana que nos ofrece Jesús tiene dos redacciones, que ha transmitido la tradición: en el sermón de la llanura de Lucas y en el del Monte de Mateo (20-21). Seguramente la tradición  fijó las cuatro ―o tres, según algunos exegetas― primeras bienaventuranzas de Lucas, que son comunes a Mateo. Por su parte, Lucas habría añadido las maldiciones y Mateo las cuatro restantes, porque la novena es un desdoblamiento de la octava. La felicidad prometida por Jesús no sólo se reduce a la vida futura exclusivamente, quedando en la historia sólo la alegría de la recompensa ofrecida, sino que comienza ya en la historia al insertarse el bautizado en la nueva vida donada por Dios en Cristo Jesús.
Para Lucas y Mateo son bienaventurados los pobres, los que pasan hambre, los que lloran, y malditos los ricos, los saciados y los que ríen, en el sentido de que poseen cosas a costa de la pobreza, el hambre y la desgracias de los demás. Por eso son malditos. Atina el autor al decir que con respecto al hambre no se refiere Jesús a los ayunos judíos o a las dietas actuales  que hacen a las personas sentir apetito; por el contrario, hambre es cuando los músculos se deshacen y la vida se escapa de nuestras manos (38).
Mateo añade a la primera bienaventuranza, que tiene en común con Lucas, «pobres de Espíritu», que son los pobres ante Dios, el resto de Israel, sobre el que recae las promesas mesiánicas, y los que han elegido ser pobres, porque es la mejor manera de leer la voluntad de Dios con relación a las relaciones con los demás. Los «mansos» son los no violentos. Jesús adoctrina bien a sus discípulos al respecto: «Habéis oído que se dijo: Ojo por ojo, diente por diente,….». Los que «lloran» son consolados por Dios y, de esta forma, están capacitados para compartir las desgracias de los demás, es decir, consolar. «Hambre y sed de justicia» no se refiere a la justicia social, que en el AT está unida a «derecho y justicia», sino a cumplir la voluntad de Dios: saber que quiere el Señor sobre cómo debemos comportarnos con los demás. «Misericordia» es tener corazón con los desgraciados. Y Dios es muy rico en esta actitud, y le debemos imitar en un doble sentido: ayudar a los que lo necesitan y perdonando a los demás (116). «Limpios de corazón». El Señor mira al corazón, que es el centro unificador del ser humano. Por eso nos aconseja amarle con todo nuestro corazón. Y un corazón puro es un corazón lleno de bondad, capaz de «ver a Dios», que es plena bondad; y para ello es necesaria la oración. También se dice felices a los que «trabajan por la paz», es decir la reconciliación (cf. San Francisco y la paz, PPC, Madrid 2007). La última bienaventuranza refiere la persecución de los discípulos de Jesús, experiencia que él también la padeció, y en Mateo le precede «los perseguidos por causa de la justicia», que vienen a ser la misma bienaventuranza. Son los mártires por seguir y confesar a Cristo como el único camino que conduce al Padre, que es la fuente de la dignidad y salvación humana. Lo contrario, ser bien amados por todos, es lo que realmente crea sospecha de que estamos fuera del camino que nos indica Jesús para acompañarle y encontrar al Señor.

Sal Terrae, Santander 2014, 183 pp., 13 x 20 cm. (El Pozo de Siquem 324).


Evangelio. Las Bienaventuranzas

IV DOMINGO. CICLO A



Del evangelio de Mateo 5,1-12

En aquel tiempo, el ver Jesús el gentío, subió a la montaña, se sentó, y se acercaron sus discípulos, y él se puso a hablar enseñándoles:
1.- Dichosos los pobres en el espíritu
porque de ellos es el reino de los cielos.
2.- Dichosos los sufridos
porque ellos heredarán la tierra.
3.- Dichosos los que lloran
porque ellos serán consolados.
4.- Dichosos los que tienen hambre y sed de justicia
porque ellos quedarán saciados.
5.- Dichosos los misericordiosos
porque ellos alcanzarán misericordia.
6.- Dichosos los limpios de corazón
porque ellos verán a Dios.
7.- Dichosos los que trabajan por la paz
porque ellos se llamarán "los hijos de Dios".
8.- Dichosos los perseguidos por causa de la justicia
porque de ellos es el reino de los cielos.
9.- Dichosos vosotros cuando os insulten y os persigan y os calumnien de
cualquier modo por mi causa. Estad alegres y contentos, porque vuestra
recompensa será grande en el cielo
1.- Jesús anuncia que el Reino pertenece a los pobres, a los hambrientos y a los que lloran, por eso son dichosos, o bienaventurados. Declara las paradojas como si fuera un nuevo Moisés que desciende del Sinaí revestido de autoridad. Así proclama el nuevo proyecto de Dios sobre su pueblo, que son «palabras de vida» (Hech 7,38).
Las cuatro primeras Bienaventuranzas son una proclamación de la inminencia de la llegada del Reino, siguiendo la declaración de Is 61,1-2 de la intervención liberadora de Dios sobre los pobres, hambrientos y afligidos al final de los tiempos. Copian la corriente del Antiguo Testamento de que Dios sale en defensa de los que sufren, transforma su penosa situación y les regala una vida llena de gozo. Jesús anuncia la buena noticia del cambio en el espacio de los marginados y, por consiguiente, les crea una esperanza de salvación. Y dicho anuncio lo ratifica con su conducta, cuyo estilo de ser es una verdadera revelación de la bondad salvadora de Dios. Lo que se advierte en las cuatro Bienaventuranzas es la nueva disposición de Dios que recrea para bien la situación de los que sufren por cualquier causa.

2.- La primera exigencia del Reino es la misericordia (5ª). Dios se presenta misericordioso con los necesitados y con los pecadores y esta conducta divina determina los comportamientos de los justos y constituye una de las actitudes fundamentales de Jesús que simboliza la presencia del Reino. Usa de la misericordia con los publicanos, con los enfermos y los pecadores. Por eso afirma su prioridad sobre el sacrificio e identifica la relación de amor de Dios con los hombres.
Los limpios de corazón (6ª) recuerdan a aquellos que colman la profunda aspiración del creyente judío de estar purificado de toda idolatría para mantener una relación íntegra con Dios en contra del formalismo y la impureza. De ahí la promesa del encuentro definitivo con Dios: «verán a Dios», no de contemplación estática, sino de comunión de vida. El acceso a Dios es el final de la sintonía, no exenta de opacidades, que sucede en el tiempo entre Dios y el creyente, tanto en la oración personal, como en la oración en común en el templo tributándole el culto debido.
            Bendito es quien favorece la paz y el amor (7ª). La paz, como don de Dios y como quehacer humano, junto con el amor y el honor debido a los padres, es una condición de cuando se inaugure por completo el Reino de Dios, que permanece en el mundo futuro, y es allí donde se revelará la dimensión filial por la que todo viviente participará de la vida propia de Dios. Por eso los que trabajan por la paz, en cuanto actividad divina, «se llamarán hijos de Dios».

            3.-  La persecución por la justicia o por cualquier causa reproduce la misma condición de sufrimiento que la de los pobres, los hambrientos y los que lloran (8ª-9ª). Sin embargo se expone aquí el futuro para unos cuantos cuyo sufrimiento se les retribuirá al final frente al presente de la pobreza. La causa de la persecución es la fidelidad a Jesús; como él fue rechazado, también lo son sus discípulos. Pero es preferible esta situación límite, que Mateo apostilla «con falsedad», antes que el halago, pues como Dios resucitó a Jesús, también puede cambiar a su discípulo la desdicha en dicha, la pena en alegría. Otra vez las circunstancias se invierten, pero sin revancha por parte de los perseguidos sobre sus perseguidores. El gozo interior que entrañan estas experiencias negativas proviene de la conciencia de que Dios les va a recompensar y no del valor que comportan dichas incomprensiones: «Saltad entonces de alegría, que vuestro premio en el cielo es abundante» (Lc 6,23).
           


Crónica. Sobre la paz

EL PROBLEMA DE LOS HIJOS DEL CONDE Y EL FRANCISCANO



                                               Alfredo Vera Boti

A partir de un problema paradógico de matemáticas y un cuento de árabes con camellos, D. Alfredo Vera resalta la acción pacificadora de lo Franciscanos a lo largo de los siglos.

Un señor medieval tenía 17 esclavos y cuando hizo testamento poco antes de morir decidió repartirlos entre sus tres hijos.
Formuló el reparto así: al primogénito recibiría la mitad, el segundogénito la tercera parte de ellos y al menor sólo la novena parte.
Falleció en conde en su castillo y los hijos decidieron hacer el reparto, pero enseguida vieron que tenían que matar a varios esclavos, porque al primero le correspondían 17/2=8’5, al segundo 17/3=5’66, y al tercero 17/9=1’88 y como eran cristianos no querían infringir el V mandamiento y menos aun perder la mano de obra que necesitaban para su campos.
La disputa iba aumentado y estaban a punto de matarse entre sí porque todos querían recibir esclavos vivos y no rodajas de sirvientes, cuando llegó al puente levadizo del castillo un franciscano mendicante con un novicio que le acompañaba. Era un viejo y humilde fraile que pedía de puerta en puerta por su área limosnera los pedazos de pan o los atadijos de cebada o centeno que le daban y para esa tarea le ayudaba un novicio.
Cuando vio que los tres hermanos habían tomado ya sus espadas y notando que no había posibilidad de pacto entre ellos, rezó a San Francisco y recurrió a la siguiente estratagema:
Les propuso que valoraran cada esclavo entero en 1 ducado (=375 mrvs) más 22 mrvs por el engorro de hacer las cuentas con el ábaco, o sea, 397 maravedíes, y que si les sobraba o ganaban algo después del reparto, se lo entregarían al fraile lego para que se lo llevara al convento.
Hizo lo siguiente: el franciscano les dio al novicio para que lo utilizaran como esclavo, y como ya hacían un total de 18 hizo el reparto:
18/2 = 9 esclavos para el primogénito
18/3 = 6 esclavos para en segundón
18/9 = 2 esclavos para el menor.
En total, distribuyó 9+6+2 = 17 esclavos y le sobró 1, su novicio, que recuperó, y seguidamente les planteó que aun tenían que pagarle las ganancias: el mayor (9-8’5)x397 mrvs, el mediano (6-5’66)x397 mrvs y el menor (2-1’88)x397 mrvs, lo que hizo, un total de 375 mrvs., es decir, un ducado.

Tomó el frate la moneda de oro y junto con el joven novicio volvió aquel día al convento más contento que nunca. En el Capítulo siguiente fue elegido Provincial.