jueves, 16 de enero de 2014

Cultura. San Antonio Abad

                      EL FERVOR  COLECTIVO POR LA                                    FIGURA DE SAN ANTONIO ABAD
        ¿CAMINO PARA UNA  MAYOR INSTRUCCIÓN 
                                  EN LA FE?                                                                                                
                                            


                                                              Elena Conde  Guerri

         En estas fechas propias del  Tiempo Ordinario, concretamente  el  17 de enero, la liturgia de la Iglesia conmemora a San Antonio Abad. Pienso que es uno de los santos más populares y, paradójicamente, no tantos conocen la verdad de su itinerario vital y  el marco y las circunstancias históricas en que él optó por una vida alejada de toda gratificación social, dentro del marco jurídico sustentado por la civitas, para entregarse a la contemplación de la inmensidad de Dios en la  no  menor inmensidad del desierto.  Creo  que la transmisión de su Vida a través de la oralidad y también dela literatura escrita (véase fundamentalmente La Leyenda dorada, escrita en el siglo XIII por un religioso dominico),  han contribuido a hacer más sugestivos para la piedad popular unos aspectos que podrían oscurecer los más sustanciales.
         Pues, ¿en qué época nace este santo, lo hizo casualmente en un entorno agrícola o ganadero donde todo tipo de fauna le auguró desde su cuna milagros y felicidad? Al  católico “estándar”, y lo digo con todo respeto tal como ahora van las cosas, le seducen las ceremonias donde se imponga el colorido, lo sensorial, todo aquello que nos toca en profundidad la fibra humana pues humanos somos aún  la mayoría, por privilegio, y no hombres biónicos como corren peligro de ser  los futuribles. De ahí que, en el rito de bendición de los animales por el párroco o el sacerdote de turno, los dueños de  aquéllos (que ahora se  llaman a si mismos “papá” y “mamá”) exulten de piedad y locos de alegría comprueben que su mascota , un perrillo de esos diminutos con lacito, por ejemplo,  ha recibido más agua bendita que el gallo de enfrente, que suele cacarear con más bemoles y entrega que una contralto  en la reserva o, en su caso, que el canario que en ese momento se ha quedado mudo.  Este es el retablo del día, en líneas generales, porque también  hay celebración eucarística y procesión del Santo  y demás. Y, aunque pueda detectarse que a  mi  no me arrastre demasiado el conjunto,  positivo debe de ser o lo es,  ya que también en la Plaza de San Pedro en el Vaticano tiene lugar la susodicha  ceremonia y sospecho que el purpurado de turno o el presbítero  encargado  ( ahora que el Papa Francisco está por simplificar las dignitates)  tendrá que levantar el hisopo con santísima paciencia ante el zoológico de los animales más insospechados. Que Roma es caput mundi  y vayan  Ustedes a saber…  Volviendo a lo sustancial: ¿Por qué es buena  y positiva esta religiosidad popular?.  Porque  tiene los mecanismos para empujar a  las personas que así lo quieran a documentarse y  a profundizar en su fe, a iluminar su vida con los detalles sustanciales de la personalidad de Antonio Abad “dando testimonio de la fe recibida y enriqueciéndola con nuevas expresiones que son elocuentes”.
       El Santo nació en Egipto, cerca de Heraclea, en torno al año 250 de nuestra era. Murió en el 356, probablemente, sin salir de esos territorios  en sentido amplio. Su vida está documentada por  San Atanasio, obispo de Alejandría, y también por San Jerónimo. Las décadas en que le tocó vivir fueron problemáticas. El Imperio Romano se enfrentaba a problemas graves en los órdenes  territorial (política de fronteras), ideológicos y doctrinales,  en que los cristianos sufrieron las persecuciones más duras y más hábilmente programadas, y también fiscales, en que las exacciones eran durísimas. Muchos cristianos acaudalados, siguiendo el mandato evangélico, vendieron sus bienes y optaron por retirarse a un ambiente que les posibilitase meditar sobre la Verdad con mayúsculas para  que no se volviese opaca y perdiera su Luz.  Pienso que no era una simple huída, aunque también pesasen circunstancias personales. El desierto, en esencia, se presentaba para los más valientes como el marco perfecto para emprender esta  “metanoia  vivencial” y centrarse en la meditación y en la oración que siempre, como sabemos, tiene una repercusión eclesial.  San Antonio Abad lo hizo. Ayudó con sus consejos a pequeñas comunidades monásticas, ya  establecidas por allá previamente, hasta que decidió que su camino era el eremitismo absoluto y, en su momento, fundó su propio eremitorio. De ahí el título de Abad.  Se encontró con otro eremita, Pablo, y de vez en cuando oraban o reflexionaban juntos. Pasarían hambre y penurias, cierto. Y también tentaciones y dudas.  El medio no era precisamente el más adecuado para comer mucho y variado.  De ahí que en  los relatos hagiográficos, un cuervo le suministraba el  alimento más  básico llevando un pan en su pico. Y también se cuenta que el Santo curó a dos crías de jabalí que la hembra le llevó, conmovido por la  aflicción dela madre, y ésta, agradecida, jamás le abandonó defendiéndolo de otros peligros. Parece que el eremita Pablo falleció antes que Antonio y éste cavó su fosa sepulcral  ayudado por dos leones. Todo esto justifica sobradamente la caterva de animales, bajo la protección del Santo, que el acervo popular plasmó desde muy pronto en su iconografía.
             He dicho que  Antonio Abad  optó por un luminoso silencio. Pero sólo una vez, que se sepa,  rompió su cuarentena. Como miembro de la Iglesia, entendida como la comunidad sin fronteras de todo bautizado, acudió junto a San Atanasio para defender la divinidad de Jesucristo frente a la herejía arriana. Colaboración trascendente, mucho más que sus  presuntas virtudes  ecológicas, porque la afirmación de la Persona divina de Cristo, “su consubstancialidad con el Padre” es el pilar que sustenta nuestra fe. Probablemente, había charlado  con su amigo Pablo sobre estas cuestiones teológicas y uno de los pintores  más universales, el español Diego de Velázquez , así los interpretó, juntos,  en el famoso lienzo que se encuentra en el Museo del Prado. Ambos eremitas, en actitud de sabia contemplación, abandonados a la Providencia que ya ha puesto el sustento en el pico del cuervo que planea, en alto a la izquierda. El paisaje, por deseo del artista, sobrepasa la aridez  y monotonía de la arena  para metamorfosearse en cuevas abrigadas no exentas de cierta fértil vegetación. Recomiendo vivamente una nueva lectura y contemplación del lienzo.
      A la vez que les recomiendo, para terminar, las palabras de nuestro Papa Francisco en esa hermosura que es la  Exhortación Apostólica  Evangelii  Gaudium, publicada  el 24 de noviembre del 2013, festividad de Cristo Rey. El Papa habla de muchas cosas  y en el capítulo III, 122-26  alude a “la fuerza evangelizadora de la piedad popular”. En líneas superiores, he entrecomillado también otras palabras suyas. Cuando un pueblo se ha inculturado en el Evangelio, insiste el Obispo de Roma, trasmite también la fe de maneras siempre nuevas en este proceso de trasmisión cultural. “Aquí toma importancia la piedad popular, verdadera expresión de la acción MISIONERA ESPONTÁNEA DEL PUEBLO DE DIOS ….   DONDE EL ESPÍRITU SANTO ES EL AGENTE PRINCIPAL”
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