miércoles, 8 de enero de 2014

Franciscanismo. Obediencia (III)

                             La obediencia en San Francisco

                                     
                  
                           [El Crucificado del Coro. La Merced. Murcia]                         


                                                       III

            El Evangelio es la ley que deben obedecer todos los religiosos, ministros y súbditos. La autoridad, entonces, no tiene valor por sí misma, sino que existe en la medida en que se refiere al Evangelio, y el Evangelio es la Regla que ha escrito. Desobedecer la Regla es darle la espalda al Evangelio: «Y el ministro general y todos los otros ministros y custodios estén obligados por obediencia a no añadir o quitar en estas palabras. Y siempre tengan este escrito consigo junto a la Regla. Y en todos los capítulos que hacen, cuando leen la Regla lean también estas palabras. Y a todos mis frailes, clérigos y legos, mando firmemente por obediencia que no introduzcan glosas en la Regla ni en estas palabras diciendo: “Así deben entenderse”. Sino que, así como el Señor me dio decir y escribir sencilla y puramente la Regla y estas palabras, así sencillamente y sin glosa las entendáis y con santas obras las guardéis hasta el fin»[1].
            Es cierto que hay que obedecer al Ministro General, a Francisco y a sus sucesores, en aquellas cosas que uno ha prometido al Señor[2], pero salvando la común obediencia al Evangelio para excluir todo poder o dominio de unos sobre otros, realidad que rompería esencialmente la fraternidad. Porque como se ejerza la autoridad con poder, la fraternidad se transforma en una sociedad en la que hay señores y siervos, institución que Jesús excluye tajantemente en el episodio narrado antes de Juan y Santiago. Los ministros deben servir a los hermanos según el Espíritu del Señor y caminar en la vida según su influencia, como los súbditos deben obedecer según el Espíritu del Señor, manteniendo el diálogo entre sí. Hay que anotar ciertos deberes de los ministros para con los súbditos: visitarlos con frecuencia, no mandar nada contra el alma o la Regla, tratarles con misericordia y ayudarles en sus situaciones difíciles; y los súbditos, para con los ministros, no deben olvidar que renunciaron a su voluntad por el Evangelio, obedecer a los ministros en lo que prometieron según la Regla y poder recurrir al ministro cuando se vean incapacitados para cumplir los preceptos de la Regla.
            En definitiva, escribe San Francisco: «. Mas los ministros recíbanlos caritativa y benignamente y tengan tanta familiaridad para con ellos, que [los frailes] puedan hablarles y obrar como los señores a sus siervos; pues así debe ser, que los ministros sean siervos de todos los frailes. Pero amonesto y exhorto en el Señor Jesucristo que se guarden los frailes de toda soberbia, vanagloria, envidia, avaricia, cuidado y solicitud de este siglo, detracción y murmuración; y no cuiden los que no saben letras de aprender letras»[3]. San Francisco, en fin, somete la obediencia al amor, como ocurre con Jesús y con los otros dos consejos evangélicos. Por eso el Espíritu, que es la relación de amor de Dios con nosotros, es el verdadero Ministro General de la Orden: «Quería que la religión fuera lo mismo para pobres e iletrados que para ricos y sabios. Solía decir: en Dios no hay acepción de personas, y el ministro general de la religión, que es el Espíritu Santo, se posa igual sobre el pobre y sobre el rico»[4].






[1] Testamento 35-39; cf. Regla no Bulada 2,1-2.8; Regla Bulada 2,1-2.12.
[2] Cf. Regla Bulada 1,4-5; 10,3-4; 8,2; Testamento 33-34; 2Carta a los fieles 40; etc. obedecer a los guardianes: Testamento 36.
[3] Regla Bulada 10,5-7.10; Regla no Bulada 5,7; cf. Lc 12,15; Mt 13,22
[4] Cf. 2Celano 193.

Evangelio. El Bautismo de Jesús

          EL BAUTISMO DE JESÚS



Del Evangelio de Mateo 3,13-17

Fue Jesús desde Galilea al Jordán y se presentó a Juan para que lo bautizara. Pero Juan intentaba disuadirlo diciéndole: - Soy yo el que necesita que tú me bautices, ¿y tú vienes a mí? Jesús le contestó: ―Déjalo ahora. Está bien que cumplamos así todo lo que Dios quiere.
Entonces Juan se lo permitió. Apenas se bautizó Jesús, salió del agua; se abrió el cielo y vio que el Espíritu de Dios bajaba como una paloma y se posaba sobre él. Y vino una voz del cielo que decía: - Este es mi hijo, el amado, mi predilecto.

1.- Para Mateo Jesús es el Mesías esperado y así ordena todo el Evangelio de la Infancia: Pertenece a la casa de David, procede del amor divino ―del Espíritu Santo―,  es luz de las naciones, etc. Antes de presentarle como predicador del reino, el Evangelista relata el Bautismo de Jesús. El hecho significa que Jesús acepta el sentido que Juan le está dando al bautismo, es decir, de integrarse en el grupo de israelitas que esperan la salvación y que supone un arrepentimiento de los pecados. Esta práctica es una alternativa a los ritos propuestos por la religión oficial, que implica aceptar la situación social tal y como es defendida por los sumos sacerdotes y escribas. El templo es la pieza clave de la estabilidad social de Israel.

2.- La aceptación de Jesús del contenido de la predicación de Juan ―proclamar la paz, la salvación divina, y la amistad con la previa destrucción de este mundo― la cambia con el tiempo. De hecho, los discípulos de Jesús colocan en el bautismo la experiencia que Jesús tiene de Dios que le envía a los pueblecitos de Galilea, que no al desierto, para que la gente sencilla perciba la presencia de un Padre lleno de bondad que va a dar el pan y la libertad a todos. A continuación se narra la experiencia de Jesús, donde percibe su filiación divina: es el Hijo predilecto. Jesús ve al instante que los cielos se abren. En esta experiencia personal comprende que Dios se le comunica bajando de su propia gloria, como él mismo acaba de salir del río Jordán, o subir del agua, provocándose el encuentro mutuo en la historia. Dios ha encontrado a alguien disponible a quien entregarse plena y personalmente, y preparado para que le obedezca.  Y lo experimenta Jesús de una forma plástica: viene del cielo tan rápido como desciende una paloma hacia su nido o hacia su cebadero. A continuación pasa Jesús del ver al oír: La voz le señala como Hijo único, el amado, el predilecto.

3.- La experiencia de Jesús, como la de los discípulos después de Pentecostés, le precede la oración. La apertura del corazón a Dios da la oportunidad  que relación de amor de Dios ―el Espíritu Santo― descienda sobre nosotros. Experimentamos el amor de Dios al participar de la comunidad cristiana fundamental, que es la familia ayudada por la Iglesia, y después, conforme pasa el tiempo, asumimos la responsabilidad de la  fe de una forma personal y paulatina en la comunión, en la confirmación, en el matrimonio, en la vocación sacerdotal y religiosa. Es decir, de niños, de jóvenes, de personas capaces de asumir una tarea familiar y social. Y, como Jesús, nacemos de nuevo desde la experiencia de amor de Dios, que es el origen verdadero de nuestras relaciones familiares, sociales y religiosas.


Para meditar. El Bautismo

               Bautismo de Jesús


Del Evangelio de Mateo 3,13-17

Fue Jesús desde Galilea al Jordán y se presentó a Juan para que lo bautizara. Pero Juan intentaba disuadirlo diciéndole: - Soy yo el que necesita que tú me bautices, ¿y tú vienes a mí? Jesús le contestó: ―Déjalo ahora. Está bien que cumplamos así todo lo que Dios quiere.
Entonces Juan se lo permitió. Apenas se bautizó Jesús, salió del agua; se abrió el cielo y vio que el Espíritu de Dios bajaba como una paloma y se posaba sobre él. Y vino una voz del cielo que decía: - Este es mi hijo, el amado, mi predilecto.

1.- La alegría de Dios de haber encontrado a Jesús que le responde a su amor, se fundamenta en que va a instaurar la justicia y el derecho en todo el mundo, y con el testimonio de una mansedumbre que es capaz de ofrecer su vida por todos. La declaración de Dios: «Este es mi hijo, mi amado, mi predilecto» puede entenderse como una llamada que hace Dios a Jesús. Y es una llamada para que cumpla su voluntad con un estilo muy diverso de aquel que pregona la gloria y el poder para su enviado, según señalan las tradiciones. Es lo que más tarde concreta Marcos para los seguidores de Jesús: «Quien quiera seguirme, niéguese a sí mismo, cargue con su cruz y sígame. Quien se empeñe en salvar su vida, la perderá: quien la pierda por mí y por la buena noticia, la salvará» (Mc 8,34-35). Todo justo debe una obediencia humana al orden establecido por Dios. La obediencia de Jesús a Dios, no sólo es la del justo, sino también la que expresa su entrega hasta el límite de sus fuerzas exigida por el Padre a su condición filial histórica. Es nuestro camino de fe.

2.- No se sabe con certeza cuándo surge en Jesús la experiencia de su peculiar filiación divina y la posesión del Espíritu con el que desarrolla la proclamación del Reino. La tradición cristiana coloca esta conciencia de Jesús en el bautismo por Juan, donde Dios le revela su identidad y misión. Esto significa el preámbulo de su actividad pública y, por consiguiente, un cambio trascendental de su vida, que su familia no ha presentido a lo largo de su convivencia doméstica. Y se observa cuando Jesús vuelve a su pueblo después de un primer contacto con la muchedumbre, a la que anuncia el Reino con unos hechos sorprendentes, y «fue predicando y expulsando demonios en sus sinagogas por toda la Galilea» (Mc 1,39). También nosotros hemos experimentado al Señor; su amor y elección nos ha hecho comprender la vida de otra manera, manera que va tomando forma cuando le seguimos en las actitudes vitales y en la forma de vida con la que nos ofreció el Reino.


            3.- En nuestro bautismo se nos infunde una triple relación de amor; una amor que crea, que hermana y que se expande en todas nuestras relaciones: es el Padre, el Hijo y el Espíritu. Y en el bautismo también se nos dan unos apellidos que expresan nuestra nueva identidad filial: somos bondadosos, sabemos discernir el bien del mal y nuestro corazón es capaz de captar y vivir al Señor: somos reyes, profetas y sacerdotes. Esto es un camino que vamos haciendo a lo largo de toda nuestra vida. Poco a poco, paulatinamente, en la convivencia con los demás, expresamos nuestra bondad, bondad que está enraizada en la experiencia de Dios,  con el que ahondamos nuestro ser fraterno con los demás y nuestra dimensión filial con Él.