sábado, 27 de diciembre de 2014

El hombre ante Dios.

                                                  El hombre ante Dios. Razón y testimonio



                                                            Olegario González de Cardedal

                                                                                               Por Bernardo Pérez Andreo
                                                                                               Instituto Teológico de Murcia OFM
                                                                                                        Pontificia Universidad Antonianum

                       
En tus manos quedan mis empeños, así concluye este pequeño y precioso libro de un teólogo que ha sobrepasado la nube del saber y está ya en la del saborear. Una oración es la única forma de dirigirse a Dios que el sabio, el santo y el místico pueden utilizar para respetar la inmensidad divina desde los límites de su condición humana. Olegario González de Cardedal, sabio, místico y anhelante de santidad, nos deja unas hermosas páginas con la más pura filosofía y teología que más de cincuenta años de oficio pueden dejar, pero lo hace cargando su discurso de silencio respetuoso y de osadía cognitiva para responder a una de las cuestiones más lacerantes en el mundo de hoy: la desaparición del discurso sobre Dios, la desaparición de la palabra “Dios”, la renuncia del hombre actual a pensar en lo más esencial. Y lo hace desde la constatación dolorida del hombre creyente: “un universo absolutamente desacralizado (mundo sin Dios), deshumanizado (personas tratadas como cosas) y relativizado (medios próximos sin fines últimos) sería el anticipo de la abolición final del hombre” (p. 13). Por tanto, lo que puede hacer el teólogo es volver a fundar la su fe al hombre de hoy y escribir una teología fundamental fundamentada en la propia experiencia creyente. Eso es esta pequeña obra, pues los cuatro capítulos que la componen son la expresión de esa teología fundamental.
El primer capítulo está dedicado a Dios en sí mismo, el segundo al hombre capaz de preguntarse por Dios y pasar su límite, el tercero es la revelación de Dios al hombre y el cuarto Jesucristo como la perfección de la donación divina. Sin embargo, es una teología cargada de filosofía, única forma de llegar a la raíz humana de la pregunta por la existencia y el sentido de la vida. Saber si Dios existe es la primera pregunta y la esencial preocupación del hombre. Si Dios existe, todo es distinto: el hombre, la historia y el mundo. De esta primera pregunta surge la segunda: cuál es la naturaleza de Dios y de aquí surge la pregunta por la relación del Dios con el hombre y éste con Dios. Los tres sentidos que da la tradición teológica a “creer”, credere Deum, credere Deo, credere in Deum, suponen tres correlatos en la respuesta del hombre: libertad, gratuidad y razonabilidad. La existencia de Dios es un dato razonable que no fuerza al hombre, el hombre puede creer que Dios existe sin que eso le rebaje en lo más mínimo. Pero, también, que Dios exista abre el espacio a la gratuidad: Dios se entrega confiadamente al hombre de modo que el hombre puede acoger su entrega sin menoscabo de su ser. Y, por último, la existencia de Dios, sus designios, permiten que el hombre encuentre su ser más íntimo en la capacidad de darse. La libertad es consustancial a la humanidad porque Dios ha querido que el hombre pueda negarlo.
La donación primera de Dios permite al hombre conocerlo, pero también ser, en el sentido preciso del término. Dios se ha manifestado como amor y la única forma de conocerlo en amándolo. El pensamiento es un momento segundo respecto al amor, pues el amor integra la realidad entera del hombre, material y espiritual. La reducción moderna del problema de Dios a una cuestión de mera fe o mera razón pone de relieve un manifiesto desconocimiento de lo que son la experiencia religiosa verdadera y la revelación bíblica. Dios es Dios entero para el hombre entero. Si no podemos reducir el misterio de Dios a una de sus dimensiones, tampoco podemos reducir al hombre a una de sus ejercitaciones: la racional. Dios se nos da a conocer como amor en libertad y solo se le puede conocer como tal Dios desde una respuesta en amor y libertad.
Dios se da al hombre y el hombre encuentra a Dios en Jesucristo. La encarnación ha dado a Dios su forma máxima en la humildad y ha dado al hombre su dignidad máxima. El hombre es aquel con quien Dios existió y por quien Dios entregó a su Hijo. La praxis de Jesucristo ha sido y será el lugar supremo para el reconocimiento de Dios y desde Él para el reconocimiento y la salvaguarda del hombre. El hombre es porque Dios ha querido que sea y esto mismo convierte el atrevimiento del hombre actual de rechazar a Dios, de negar su búsqueda, de mofarse incluso de su existencia, en una pura necedad, como declara el salmista. Sin Dios, el hombre, pura y simplemente, no existiría; negar a Dios es negar el origen de todo y la existencia de cuanto hay en el mundo. Todo lo bueno, lo bello, lo justo tienen su origen en Dios y el hombre es capaz de todo eso porque Dios existe y se da a sí mismo en su Creación por medio de su Hijo. Aceptar esto es entrar en el camino de la sabiduría; vivirlo es estar ya en el camino de la salvación.
Como nos dice el autor “toda palabra verdadera sobre Dios termina en oración a Dios y en testimonio de Dios ante los hombres” (p. 147), de ahí que concluya la obra con una oración en la que une razón y testimonio, de ahí que todo el libro no sea sino un testimonio del encuentro personal de Olegario González de Cardedal con el Dios Redentor, Padre de Nuestro Señor Jesucristo, a Él la gloria por los siglos de los siglos.

                                   Sígueme, Salamanca 2013, 157 pp, 13,5 x 21 cm.


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