sábado, 27 de diciembre de 2014

La Palabra se hizo carne

                                                          II DOMINGO DE NAVIDAD
                                                           «Y la Palabra se hizo carne»


Lectura del santo Evangelio según San Juan 1,1-18.
En el principio ya existía la Palabra,
y la Palabra estaba junto a Dios,
y la Palabra era Dios.
La Palabra en el principio estaba junto a Dios.
Por medio de la Palabra se hizo todo,
y sin ella no se hizo nada de lo que se ha hecho.
En la Palabra había vida
y la vida era la luz de los hombres.
La luz brilla en la tiniebla,
y la tiniebla no la recibió.
[…]
La Palabra era la luz verdadera,
que alumbra a todo hombre.
Al mundo vino y en el mundo estaba;
el mundo se hizo por medio de ella,
y el mundo no la conoció.
Vino a su casa,
y los suyos no la recibieron.
Pero a cuantos la recibieron,
les da poder para ser hijos de Dios,
si creen en su nombre.
Estos no han nacido de sangre,
ni de amor carnal,
ni de amor humano,
sino de Dios.
Y la Palabra se hizo carne,
y acampó entre nosotros,
y hemos contemplado su gloria:
gloria propia del Hijo único del Padre,
lleno de gracia y de verdad.

        
1.- Volvemos de nuevo al convencimiento de las comunidades cristianas, cada vez más fuerte, sobre la relación íntima e intensa entre Jesús y Dios, concretada en la relación filial. Jesús es el Hijo de Dios en la cruz y resurrección, Hijo de Dios en el bautismo previo a su actividad de la proclamación del Reino; Hijo de Dios en el nacimiento y concepción; Hijo de Dios antes de cualquier realidad existente. Hay una relación íntima y permanente entre la Palabra y Dios, que en la historia humana se da entre el Hijo unigénito y el Padre. Comprende esta etapa tres acciones fundamentales para la vida creada. En primer lugar, Dios crea por ella: «Todo existió por medio de ella y sin ella nada existió de cuanto existe», de forma que Dios es conocido en la historia por medio de la Palabra. Dios origina la vida por medio de la Palabra y esta vida es la fuente de la luz que ilumina a los hombres para separarlos del mal, es decir, para salvarlos. Se invita a los hombres a caminar bajo la influencia de la luz que descubre la vida, y a salir de las tinieblas, porque adviene la luz en una historia ambigua y conflictiva: «La luz brilló en las tinieblas, y las tinieblas no la comprendieron».

2.- En segundo lugar, la presencia de la Palabra que ilumina, tanto al mundo que se crea por medio de ella, como al hombre que se salva por medio de ella, se acerca a la historia: «La luz verdadera que ilumina a todo hombre está viniendo al mundo». Anunciada la encarnación de la Palabra, ahora se pone en movimiento para dejarse ver. Y resulta que se encuentra también con un rechazo doble: «... el mundo no la reconoció [...] y los suyos no la acogieron». Ni todos los judíos, «los suyos», ni todos los paganos, «los demás», logran comprender y recibir la presencia de Dios en Israel y en el mundo, mundo que se entiende como creación: el ámbito que abarca la Palabra y el espacio que inunda el mal. Pero no es unánime tal desconocimiento y rechazo. En la vida del escritor sagrado se da testimonio de la Palabra porque hay una porción del pueblo que la admite como tal: «Pero a los que la recibieron los hizo capaces de ser hijos de Dios: a los que creen en él». Recibir es creer, y creer conduce a la filiación divina cuyo origen está en Dios, que no en la relación humana. El «nacer de nuevo» es un proceso que arranca de Dios y pone en movimiento las semillas divinas que están en el corazón humano para que se le reconozca y acepte en el ámbito del Reino.

3.- En tercer lugar, se muestra en la historia lo que ha venido anunciándose: «La Palabra se hizo carne y acampó entre nosotros». La comunión íntima y máxima entre Dios y la Palabra se revela al mundo, y su gloria se hace visible a los creyentes como en otros tiempos el Señor se manifiesta a Israel. La revelación de Dios ahora está en el «Hijo único del Padre, lleno de lealtad y fidelidad». Lo que se puede ver de Dios no es la gloria que el Hijo tenía con el Padre antes del tiempo, ni a Dios todo y totalmente, sino la gloria que se muestra para el creyente en la historia del «Hijo único del Padre», un don de Dios que la comunidad cristiana comprueba que es verdad.

La revelación de Dios, por consiguiente, hace posible que participemos de su plenitud por medio de Jesucristo. Si antes Dios se da a conocer por la Ley promulgada por Moisés, ahora lo hace de una forma mucho más perfecta y más verdadera: por la historia de Jesús. Jesucristo, el Hijo único, es la encarnación de la Palabra; es un don o acción gratuita de Dios servida a los hombres; es una participación de la plenitud divina ofrecida a los creyentes y que, a continuación, se desarrolla a lo largo del Evangelio con el relato de las palabras y obras de Jesús: «Nadie ha visto jamás a Dios: El Hijo único, que está vuelto hacia el Padre, lo ha explicado». Para certificar esta historia y que no existan equívocos ante la importancia y trascendencia de la obra de Juan Bautista, él solamente es el que precede a la encarnación de la Palabra, la anuncia y es testigo de este acontecimiento para que se crea en ella.

«Y la Palabra se hizo carne»

                                                        II DOMINGO DE NAVIDAD


                                                        «Y la Palabra se hizo carne»

Lectura del santo Evangelio según San Juan 1,1-18.
En el principio ya existía la Palabra,
y la Palabra estaba junto a Dios,
y la Palabra era Dios.
La Palabra en el principio estaba junto a Dios.
Por medio de la Palabra se hizo todo,
y sin ella no se hizo nada de lo que se ha hecho.
En la Palabra había vida
y la vida era la luz de los hombres.
La luz brilla en la tiniebla,
y la tiniebla no la recibió.
[…]
La Palabra era la luz verdadera,
que alumbra a todo hombre.
Al mundo vino y en el mundo estaba;
el mundo se hizo por medio de ella,
y el mundo no la conoció.
Vino a su casa,
y los suyos no la recibieron.
Pero a cuantos la recibieron,
les da poder para ser hijos de Dios,
si creen en su nombre.
Estos no han nacido de sangre,
ni de amor carnal,
ni de amor humano,
sino de Dios.
Y la Palabra se hizo carne,
y acampó entre nosotros,
y hemos contemplado su gloria:
gloria propia del Hijo único del Padre,
lleno de gracia y de verdad.


           
1.- Texto. El Evangelio de San Juan comienza con unas declaraciones sobre la «Palabra», el «Verbo», que se decía antes,  que van a elevar nuestra confesión de fe en Jesús a su nivel máximo: la relación de Dios con él es una relación de Padre con su Hijo; y la relación de Dios con la creación y con nosotros es para decirnos quién es Él y su voluntad de salvarnos.  Es decir, Dios se revela para salvarnos y para decirnos que es nuestro Padre, y nos hace sus hijos en su Hijo unigénito. La Palabra se encarna en Jesús, y a Jesús lo comprendemos según se relata su vida y su doctrina en los Evangelios. Queda por saber cómo se ha realizado el plan salvador de Dios en la historia humana.
           
           
2.- Mensaje. a.- El cosmos no es el primer acto creador de Dios, sino su «Palabra», que coloca su existencia fuera del espacio y del tiempo: «Al principio ya existía la Palabra», aunque no existe por sí misma; b.- hay una comunión entre Dios y la Palabra, que es una relación viva y, por tanto, activa: «y la Palabra estaba junto a Dios», no de una forma estática, como sentado junto a Dios, sino en movimiento, con el sentido de encaminarse, orientarse, dirigirse a Dios; c.- y «la Palabra era Dios» que manifiesta la relación y presencia de la «Palabra» en el ámbito divino confiriéndole una identidad diferente; vendría a decir: «lo que Dios era también lo era la Palabra», por eso, la Palabra y Dios no forman una misma realidad; d.- de nuevo se prueba la comunión entre Dios y su Palabra, y se une con el pronombre «ésta» a la primera afirmación de su existencia previa a la creación: «Ésta al principio estaba junto a Dios»; así, con su presencia,  entronca la revelación divina y la historia humana.


3.- Acción.  Por consiguiente, queda descartada una de las exigencias de la cultura griega: abandonar el mundo para irse a lo más alto del cielo, al lugar donde se encuentra la verdadera vida: la gloria divina. El Señor se ha movido en sentido contrario: ha dejado su gloria para tomar la vida humana. El Hijo de Dios se ha puesto al alcance de los hombres. No debemos huir de la historia, pues el Señor se ha encarnado en ella. Aquí reside la clave de la fe cristiana: se apoya en una presencia de Dios en la historia de Jesús. Para salvarnos no podemos desertar de nuestra vida, de nuestras circunstancias, no podemos negarlas, sino asumirlas y mirarlas cara a cara. —La Palabra no se encarna en un rey que se sienta en un trono por encima de la mayoría de los humanos; ni detenta un poder que domine a los demás, ni siquiera se exhibe con una sabiduría que cautive a los entendidos; ni tampoco es un supermán que no  pueda igualarse a las esperanzas y cruces de la mayoría de la gente. La Palabra se hace un hombre, que adopta una existencia de humildad y sencillez desde el nacimiento hasta la cruz, y mantiene una obediencia extrema a la voluntad divina para cumplir el plan de salvación que el Señor había previsto para su creación, creación infectada por el pecado humano y desviada del objetivo de felicidad plena dado desde su origen.  Por eso, Jesús vive casi toda la vida sin que nadie se entere de que es el Hijo de Dios en la historia humana. 

María, Madre del Señor

                                                                1 DE ENERO


                                                      MARÍA, MADRE DE DIOS

          Lectura del santo Evangelio según San Lucas 2,16-21.

         En aquel tiempo los pastores fueron corriendo y encontraron a María y a José y al niño acostado en el pesebre. Al verlo, les contaron lo que les habían dicho de aquel niño. Todos los que lo oían se admiraban de lo que decían los pastores. Y María conservaba todas estas cosas, meditándolas en su corazón.
Los pastores se volvieron dando gloria y alabanza a Dios por lo que habían visto y oído; todo como les habían dicho. Al cumplirse los ocho días, tocaba circuncidar al niño, y le pusieron por nombre Jesús, como lo había llamado el ángel antes de su concepción.

        
1.- Dios. Parece que iniciamos de nuevo nuestra vida con el 1 de enero. Es un tiempo propicio para quitarnos vicios, potenciar nuestros valores y limpiar el polvo que ha tomado nuestra vida a lo largo del año pasado. La memoria de María de Nazaret, como Madre del Señor, no conduce al inicio de la creación y al inicio de nuestra vida. Y, en su recorrido, debemos hacer memoria de todas las gracias y ayudas que nos ha dado, y solicitarle que no nos abandone, como no abandonó a su Hijo cuando murió, resucitándole de entre los muertos, y no abandonó a María cuando la asumió como la criatura de más valor que ha pisado la tierra.

        
2.- La Iglesia. La comunidad cristiana alaba y canta al Señor por el nacimiento del Señor y por la Madre que lo trajo. Es un día de fiesta y alegría, y del gozo que se experimenta en lo más profundo de nuestro ser, por ser el Señor tan bondadoso con sus criaturas que no quiere abandonar. La estructura de la comunidad cristiana está transida de este gozo de saberse protegida, defendida, cuidada y potenciada porque el Señor es así, que no duda de nacer de María, para que todos le comprendamos y tengamos un acceso seguro al Señor. Y ese camino la Iglesia lo debe recorrer como lo ha hecho María: dando hijos para Dios y para los hermanos con el bautismo; dándoles la fuerza del Espíritu para testimoniar quién es Jesús; celebrando el amor del Señor en la Eucaristía; etc., etc., y descubriendo a Jesús entre los pobres y marginados de este mundo.

 3.- El creyente.- Nosotros somos también los pastores. La Palabra tanto tiempo escuchada en la Iglesia y leída en nuestro cuarto es la que nos anuncia una y otra vez el hermoso acontecimiento de que Dios se ha puesto al alcance de nuestra mano, de nuestros ojos. Ha entrado en nuestro horizonte vital. No hay que huir de esta vida para encontrar el Señor, sino mirar en nuestro rededor, ver los que necesitan de nuestro tiempo y de nuestros bienes para descubrir su presencia en la historia. Y tener fe, el don preciado que el Señor inició en nuestro bautismo, para celebrar nuestras relaciones de amor, darle gracias, pedir por nuestras carencias y hablar bien de Él, en las celebraciones eucarísticas, o en el silencio de la oración personal.




María, Madre de Dios

                                                                1 DE ENERO


                                                     MARÍA, MADRE DE DIOS


         Lectura del santo Evangelio según San Lucas 2,16-21.

         En aquel tiempo los pastores fueron corriendo y encontraron a María y a José y al niño acostado en el pesebre. Al verlo, les contaron lo que les habían dicho de aquel niño. Todos los que lo oían se admiraban de lo que decían los pastores. Y María conservaba todas estas cosas, meditándolas en su corazón.
Los pastores se volvieron dando gloria y alabanza a Dios por lo que habían visto y oído; todo como les habían dicho. Al cumplirse los ocho días, tocaba circuncidar al niño, y le pusieron por nombre Jesús, como lo había llamado el ángel antes de su concepción.

        
1.- Texto. Comienza una año nuevo con la bendición de Aarón, que después hará suya San Francisco: «El Señor te bendiga y te proteja, ilumine su rostro sobre ti y te conceda su favor; el Señor se fije en ti y te conceda la paz». Es la mejor noticia que nos puede dar el Señor: la paz entre las naciones, la paz entre las instituciones sociales, la paz entre las familias, la paz con uno mismo, la paz con el Señor.—Después del anuncio del ángel a los pastores, estos encuentran a la primera familia cristiana al saber leer los signos que se les había comunicado: «Y aquí tenéis la señal: encontraréis un niño envuelto en pañales y acostado en un pesebre».-El coro que acompaña al ángel que anuncia el nacimiento invita a todo el mundo que se sume a la alegría celeste que supone la aparición del Mesías, Señor y Salvador en el mundo. Los pastores corren a Belén. Comienza de nuevo la historia humana, porque inaugura un estilo de vida que va a transformar a los hombres desde Dios. María con la anunciación y la acogida de su hijo le hace meditar, ir madurando su elección divina y su maternidad humana, para ocupar el lugar de Madre en Pentecostés, ya no sólo de Jesús, sino de todos los creyentes.

           
2.- Mensaje: Madre de Dios. Los Evangelios narran que María es la madre de Jesús (cf. Mc 3,31par; Mt 1,25; Lc 2,7). Y como madre, su vida se une a la historia de su hijo; con ello se la relaciona en la devoción y creencia de Jesús como Mesías y Salvador. Más tarde, cuando el cristianismo defiende la unión de la naturaleza humana y divina de Jesús en la persona divina del Verbo, María se cree también como Madre de Dios. A este respecto, dice el concilio de Éfeso celebrado en el año 431: «Por eso no dudaron los Santos Padres en llamar madre de Dios a la santa Virgen, no porque la naturaleza del Verbo o su divinidad tomaran de la santa Virgen el principio de su ser, sino porque de ella se formó aquel sagrado cuerpo animado de un alma racional y al que se unió personalmente el Logos que se dice engendrado según la carne» (DH 281; cf. Concilio de Calcedonia, DH 288).

           
3.- Acción.  Las alabanzas y acción de gracias que daban los pastores al Señor, las guardaba María en su corazón. Ella experimenta como es real el anuncio del ángel, y su maternidad va mucho más allá de lo que le anunció Gabriel y le están diciendo los pastores. La experiencia única de vehicular el origen humano de Jesús, lo va asimilando poco a poco, no con alegrías procedentes de estímulos externos, sino del gozo profundo de saberse poseída por Dios y, mirando a su hijo, haber respondido a su invitación con una fidelidad inquebrantable. Todavía le queda mucho trecho para hacer de Jesús un hombre y después verle morir en la cruz y estar en el arranque de la Iglesia en Pentecostés. Pero los inicios con Jesús le marcarán para siempre. Es lo que siente todo padre y madre de familia. Los que sois padres y madres, meditad en vuestro corazón todo lo que habéis gozado y sufrido por vuestros hijos.







Casa de María

                                              «NUNCA FUIMOS ÁNGELES»
                                     
                                                                                   Esteban Calderón
                                                                                   Facultad de Letras
                                                                                   Universidad de Murcia

           
Nunca fuimos ángeles es el título de una excelente película dirigida por Neil Jordan y protagonizada, entre otros, por Robert De Niro, Sean Penn y Demi Moore. Un cartel de lujo sin duda. Con él retomo este blog en un tiempo –Adviento y Navidad– que invita a hablar de ángeles. Veremos de qué índole. Atravesando la península itálica llega uno a Macerata, ya cerca de la costa adriática, y siguiendo en dirección norte por esa misma y bellísima costa se llega a Porto Recanati, y desde allí, todavía dentro de la provincia de Ancona, a la cercana y pequeña –poco más de 12.000 habitantes– ciudad de Loreto, situada en lo alto de unos montes ubérrimos en olivares y viñedos.
           
Cuando el viajero llega a Loreto parece transportarse un poco a la Edad Media. Su mayor atractivo es la Basílica que construyó el genial Bramante, por encargo del Papa Julio II, para albergar la que, según la tradición, fue la primitiva de casa de la Virgen María, en Nazaret. Dicha Basílica está custodiada por frailes de la familia franciscana, capuchinos, y en su interior, entre otras muchas joyas, se pueden admirar en la Sacrístía de San Juan los frescos pintados por Luca Signorelli, y en la Sacrístía de San Marcos, los frescos de Melozzo da Forli.  En el centro se halla la vivienda de María; se trata de una casita de una sola estancia (una laura breve, es decir, lauretto, de donde viene el nombre Loreto a través del italiano), que los investigadores han confirmado que, efectivamente, corresponde cronológicamente al siglo I de nuestra Era. Y no es menos cierto que cuando uno visita Nazaret, comprueba que donde estuvo la casa de la Virgen, ya no hay tal, sino que sólo queda la cueva aneja. Esa casita, actualmente con un recubrimiento externo de mármol, está construida con unos materiales y una manufactura totalmente ajenos a la región en que se encuentra; es más, su industria estaría pareja con la técnica de construir los nabateos en el s. I. y muy difundida en Palestina y Galilea. Los grafitti que se pueden leer en sus paredes también coinciden en buena parte con el tipo de escritura de otros de época judeo-cristiana. La imagen de la Virgen venerada en ese santuario databa del trecento, pero fue destruida en un incendio en 1921. La actual es obra de Leopoldo Celani, y fue tallada a partir de un cedro libanés procedente de los jardines vaticanos.
           
Me imagino que a estas alturas el lector se preguntará cómo fue a parar esta casita a la ciudad de Loreto. Y aquí es donde toma cuerpo la tradición. Según ésta, en 1291, ante la irremisible pérdida de los Santos Lugares a manos de los sarracenos, los ángeles levantaron dicha casa y la transportaron por los aires hasta su actual ubicación en Loreto, convirtiéndose en un lugar sagrado, definido por Juan Pablo II como «el auténtico corazón mariano de la Cristiandad», un lugar de peregrinación visitado por más de doscientos santos y beatos. El arte se ha encargado de plasmar repetidas veces tan celebrado acontecimiento.
           
Mas cuando uno pisa el terreno se pueden hacer averiguaciones que permiten saber que en el siglo XIII unos cruzados de esta zona de Italia marcharon a Tierra Santa y, ante el peligro de perder para siempre esta reliquia, y dado su escaso tamaño, optaron por desmontarla piedra a piedra y trasladarla en barco a lugar seguro: en primer lugar a Croacia y luego, a través del puerto de Ancona, a su emplazamiento actual. El nombre de la familia de cruzados que tan piadosa tarea realizó no era otro que Angeli, esto es, Ángeles, la poderosa familia de gobernadores del Epiro. La leyenda deformó la historia, de tal manera que el apellido Angeli pasó a convertirse en un coro angélico que transportó por los aires la Santa Casa hasta el actual Loreto. De ahí que la Virgen de Loreto sea la patrona del arma de aviación. Además de los datos arqueológicos, consta un reciente documento en el que Nicéforo Angeli concede a su hija Ithamar como esposa a Felipe de Tarento, hijo del rey de Nápoles Carlos II de Anjou, a la par que incluye en la dote «las santas piedras traídas de la Casa de Nuestra Señora la Virgen Madre de Dios».

           
Aquellos Angeli, encabezados por Nicéforo Angeli, dirían con razón: «nunca fuimos ángeles», al igual que en la película de Neil Jordan. Pero cuando uno visita el santo lugar sale de allí convencido de que sí que realizaron una angelical tarea.

Santos del 2 al 4 de enero

ENERO

2 de enero
San Basilio Magno y San Gregorio Nacianceno

            San Basilio nace en Cesarea de Capadocia el 330. Es consagrado obispo en el 370. Combate a los arrianos y favorece a los pobres. Muere el 379. San Gregorio (330-390?), obispo de Constantinopla, gran teólogo e insigne predicador.

                                                       Común de Doctores de la Iglesia

            Oración. Señor Dios, que te dignaste instruir a tu Iglesia con la vida y la doctrina de San Basilio Magno y San Gregorio Nacianceno, haz que busquemos humildemente tu verdad y la vivamos fielmente en el amor. Por nuestro Señor Jesucristo.

3 de enero
Santísimo Nombre de Jesús

            El nombre de Jesús se invoca como fuente de salvación al comienzo del cristianismo. El primer milagro que realiza Pedro en Jerusalén curando a un tullido lo hace en el nombre de Jesús: «Plata y oro no tengo, pero lo que tengo te lo doy: en nombre de Jesucristo, el Nazareno, echa a andar» (Hech 3,6). Cuenta San Buenaventura, que «en virtud del nombre del Señor, Francisco –pregonero de la verdad– lanzaba los demonios, sanaba los enfermos» (LM 12,8; cf. 12,10). Pero, además, Francisco al nombrar a Jesús se estremecía en su cuerpo y en su espíritu: «Jesús en los labios, Jesús en los oídos, Jesús en los ojos, Jesús en las manos, Jesús presente siempre en todos sus miembros» (1Cel 115; cf.82). Este amor inmenso a Jesús y la veneración por su nombre pasa a formar parte de la piedad de la Familia Franciscana y constituye una de sus devociones más queridas. San Juan de Capistrano, San Jaime de la Marca, San Leonardo de Porto Mauricio, etc., y, sobre todos, San Bernardino de Siena son los impulsores de la veneración al nombre de Jesús. De ahí que se introdujera en la Iglesia como fiesta litúrgica en el siglo XVI. El papa Clemente VII concede a la Orden Franciscana la celebración del oficio en el año 1530 y la fiesta es introducida en la Calendario Universal del Misal Romano en el año 2002.


            Oración. Oh Dios, que a tu Hijo le has puesto el nombre de Jesús, Salvador de todos los hombres; concédenos pronunciar con gozo este nombre en la tierra y disfrutar en el cielo de su presencia. Por nuestro Señor Jesucristo.


4 de enero
Ángela de Foligno (1248 ca.-1309)

La beata Ángela sufre la pérdida de su madre, su marido e hijos en un espacio breve de tiempo. Siguiendo a San Francisco, distribuye sus bienes entre los pobres, sirve a los le-prosos en Foligno (Perugia. Italia) acompañada por una mujer llamada Masazuola e ingresa en los Franciscanos Se-glares en 1291, adoptando una vida de penitencia extrema; peregrina a Roma y a Asís para visitar las tumbas de Pedro y Francisco. En ellos descubre a Jesús pobre y crucificado. Escucha a Ubertino de Casale y recorre el camino de Jesús por medio de la meditación de sus misterios, lo que le conduce al olvido de sí misma, y a la entrega a los desposeídos de esta tierra e, identificándose totalmente con Jesús, concluye que el signo más eficaz para demostrar nuestra filiación divina es el amor a Dios y al prójimo (Instructio XXII. Ed. Thier—Calufetti, 601). El amor la conduce a adentrarse en el misterio de Dios Uno y Trino, experimentado como una triple relación de amor. Relaciona la extrema pobreza con la humildad y el amor. Evita participar en las tensiones que se dan en su tiempo entre los franciscanos espirituales y observantes, aunque en ocasiones se asimila al primer grupo. Muere en Foligno el 4 de enero del año 1309. Es sepultada en la iglesia de San Francisco de su ciudad. El papa Clemente XI concede a la Diócesis de Foligno y a la Orden misa y oficio propios el 14 de diciembre de 1709.

                                               Común de Santas Mujeres


            Oración. Oh Dios, que has distinguido a la beata Ángela con la gracia de la contemplación de los misterios de tu Hijo; concédenos participar de esos mismos misterios ahora y después en el cielo. Por nuestro Señor Jesucristo.

San Francisco y los hombres

                                         Francisco de Asís y su mensaje

                                                                  X


                                                           Lectura de Francisco de Asís

            Adecuar la historia humana a su estructura filial divina es la finalidad de la presencia de Dios en la historia. La vida de Jesús es la que hace real la promesa divina de regenerar al hombre dada en el mismo acto de su separación de Dios (cf. Gén 3,3) y alimentada por siglos en el diálogo que Dios ha mantenido con Israel. Recuperada la imagen divina de la humanidad por Jesucristo, toca a los cristianos hacer relevante dicha imagen para transitar por los caminos de la historia según la voluntad de Dios. Francisco de Asís también es una guía en este sentido.

                                   El hombre imagen de Dios y de Cristo.

           
Hemos dicho antes que Francisco comprende que la creación y el hombre están bien hechos, porque provienen de un Creador bondadoso que imprime su imagen en ellos. Dios es bondad (cf. RegNB 17,4.17), y toda la realidad creada lleva esa bondad en su corazón al ser imagen del Padre y de su Hijo (cf. RegNB 23,41-55; 1Cel 119; 2Cel 165; etc.). Es una cuestión de experiencia de Dios, que hace la vida no sólo buena, sino bella (cf. AlD 1; 1CtaF 1,11; 2CtaF 55). El cosmos no está dominado por espíritus que buscan la perdición del hombre, ni exclusivamente por la maldad humana. Antes al contrario, es un espejo en el que se contempla la bondad de quien lo ha hecho, del escultor que ha esculpido una obra perfecta.
            La conducta de Dios hacia todo lo creado (cf. Jn 3,6; 1,3), la hace suya y la proclama por doquier; Jesucristo es su faro, su luz (cf. Jn 1,4; 8,12) en una triple perspectiva: humana, filial y fraterna.
 
           
1º Francisco se siente a gusto entre los hombres. No necesita huir de la existencia humana, sino disfruta a Dios en las relaciones que establece con los demás, y esto lleva consigo que el sentido y horizonte de su vida esté en la relación con ellos; antes de su conversión, por su natural abierto y bondadoso (cf. LM 1,1); después de su encuentro con Dios y Jesús, para proclamar la salvación a todos los pueblos (cf. RegNB 23,7; 2CtaF 1-2; etc.). En un momento de su vida sufre la tentación de dejar la vida social para recluirse en un eremitorio. De hecho, Francisco es un defensor de la vida contemplativa separada de las actividades apostólicas (cf. RegE 1-10). Consultados dos hermanos de Las Cárceles y Santa Clara, decide continuar su misión entre los hombres (cf. LM 12,2; Flor 16,1). Y Francisco entra en el paraíso perdido y encuentra a las plantas y a los animales pertenecientes a su propia naturaleza, creada y filial a Dios; su casa, pues, es el mundo (cf. SC 63; Jacobo de Vitry, BAC 966). Y en el mundo encuentra al hombre, como Adán a Eva: «¡Ésta sí que es hueso de mis huesos y carne de mi carne» (Gén 2,23), porque el hombre es la corona de la creación: «Considera, oh hombre, en cuán grande excelencia te ha puesto el Señor Dios, porque te creó y te formó a imagen de su amado Hijo según el cuerpo, y a su semejanza según el espíritu» (Adm 5,1; cf. RegNB 23,1-3). Y si es su «imagen», percibe su bondad en Él y en las criaturas; y si es su «semejanza», es para entablar las relaciones con Él siguiendo a su Hijo, del que recibe su gracia y la capacidad para amar a todo lo que ha salido de sus manos: «Pues si la ternura de su corazón lo había hecho sentirse hermano de todas las criaturas, no es nada extraño que la caridad de Cristo lo hermanase más aún con aquellos que están marcados con la imagen del Creador y redimidos con la sangre del Hacedor» (LM 9,4; cf. Ap 6,9).
           
Y en este paraíso que es la Tierra y la historia humana se cartea con los jefes de este mundo, a los que recuerda que actúen bajo la presencia del Creador, que es el que la unifica y da sentido (cf. CtaA 7); se dirige a todos los cristianos para decirles que Dios no sólo indica el horizonte de la vida humana, sino que se ha comprometido con hechos salvadores a reconducir constantemente los rumbos de una historia equivocada (cf. 1CtaF 4-44), y lo hace por medio de su Hijo y de todos los bautizados, porque son hijos del Padre celestial; sus vidas son la habitación y morada del Padre, y por las obras que realizan, precisamente por su potencia y fortaleza, lo hacen presente entre los hombres (cf. 2CtaF 48-49.62). En definitiva, la humanidad es como una familia (cf. RegB 10,5), y para que sea tal, la posición de cada uno dentro de ella es como la de la madre: servidora de todos y última de todos (cf. RegNB 7; 9,10-11; RegB 3,10-14; 6,8; CtaL 2; Test 19).

           
El amor, que une a Dios con los hombres y a los hombres entre sí, es el que estructura la familia humana, comprendida como familia de Dios. Un amor experimentado como potencia interior que no se puede refrenar. Ese dejarse guiar por el amor es como un fuego que quema todo el ser de Francisco. Este simbolismo lo sitúa en medio de las criaturas, objeto de su entrega sin fin (cf. LM 9,2-3.5; 9,2-3). Sin embargo, la pasión del amor no se traduce en poder para dominarlas, porque vivir con lo necesario, con el fruto del trabajo (cf. RegNB 7; RegB 5; Test 20-22) no conduce a la acumulación de riquezas que avalan el poder de unos sobre otros, o las luchas de unos contra otros. Y, al renunciar a las riquezas (cf. RegB 2,5; LP 60; 1Cel 13-15), conquista la libertad que nace de la obediencia a los valores evangélicos (cf. RegB 1,1). Entonces explicita el amor como cortesía (AP 4.26.29.37-39), respeto (TC 57-58; AP 21), ternura y dulzura (cf. 1Cel 83; 2Cel 167; LM 8,6.11), y cuyo objeto es toda la humanidad: a los amigos y a los enemigos (RegNB 22,1-4; 2CtaF 26-27.38). Esto evita manipular la realidad y someterla a los intereses egoístas, lo que en Francisco implica un don de la gracia y un severo control interior: «Mas cuando salía afuera, por conformarse a la palabra del Evangelio, se acomodaba en la calidad de los manjares a la gente que le hospedaba, pero tan pronto como volvía a su retiro, reanudaba estrictamente su sobria abstinencia. De este modo, siendo austero consigo mismo, humano para con los demás y fiel en todo al Evangelio de Cristo...» (LM 5,1; cf. 5,9). La creación, pues, está bien hecha y ordenada, y resplandece por su belleza, porque Dios es un amor humilde, ordenado y bello (cf. AlD 5). Y la humanidad también, porque es imagen suya y «porque lo que es el hombre delante de Dios, eso es, y no más» (LM 6,1).

El hombre ante Dios.

                                                  El hombre ante Dios. Razón y testimonio



                                                            Olegario González de Cardedal

                                                                                               Por Bernardo Pérez Andreo
                                                                                               Instituto Teológico de Murcia OFM
                                                                                                        Pontificia Universidad Antonianum

                       
En tus manos quedan mis empeños, así concluye este pequeño y precioso libro de un teólogo que ha sobrepasado la nube del saber y está ya en la del saborear. Una oración es la única forma de dirigirse a Dios que el sabio, el santo y el místico pueden utilizar para respetar la inmensidad divina desde los límites de su condición humana. Olegario González de Cardedal, sabio, místico y anhelante de santidad, nos deja unas hermosas páginas con la más pura filosofía y teología que más de cincuenta años de oficio pueden dejar, pero lo hace cargando su discurso de silencio respetuoso y de osadía cognitiva para responder a una de las cuestiones más lacerantes en el mundo de hoy: la desaparición del discurso sobre Dios, la desaparición de la palabra “Dios”, la renuncia del hombre actual a pensar en lo más esencial. Y lo hace desde la constatación dolorida del hombre creyente: “un universo absolutamente desacralizado (mundo sin Dios), deshumanizado (personas tratadas como cosas) y relativizado (medios próximos sin fines últimos) sería el anticipo de la abolición final del hombre” (p. 13). Por tanto, lo que puede hacer el teólogo es volver a fundar la su fe al hombre de hoy y escribir una teología fundamental fundamentada en la propia experiencia creyente. Eso es esta pequeña obra, pues los cuatro capítulos que la componen son la expresión de esa teología fundamental.
El primer capítulo está dedicado a Dios en sí mismo, el segundo al hombre capaz de preguntarse por Dios y pasar su límite, el tercero es la revelación de Dios al hombre y el cuarto Jesucristo como la perfección de la donación divina. Sin embargo, es una teología cargada de filosofía, única forma de llegar a la raíz humana de la pregunta por la existencia y el sentido de la vida. Saber si Dios existe es la primera pregunta y la esencial preocupación del hombre. Si Dios existe, todo es distinto: el hombre, la historia y el mundo. De esta primera pregunta surge la segunda: cuál es la naturaleza de Dios y de aquí surge la pregunta por la relación del Dios con el hombre y éste con Dios. Los tres sentidos que da la tradición teológica a “creer”, credere Deum, credere Deo, credere in Deum, suponen tres correlatos en la respuesta del hombre: libertad, gratuidad y razonabilidad. La existencia de Dios es un dato razonable que no fuerza al hombre, el hombre puede creer que Dios existe sin que eso le rebaje en lo más mínimo. Pero, también, que Dios exista abre el espacio a la gratuidad: Dios se entrega confiadamente al hombre de modo que el hombre puede acoger su entrega sin menoscabo de su ser. Y, por último, la existencia de Dios, sus designios, permiten que el hombre encuentre su ser más íntimo en la capacidad de darse. La libertad es consustancial a la humanidad porque Dios ha querido que el hombre pueda negarlo.
La donación primera de Dios permite al hombre conocerlo, pero también ser, en el sentido preciso del término. Dios se ha manifestado como amor y la única forma de conocerlo en amándolo. El pensamiento es un momento segundo respecto al amor, pues el amor integra la realidad entera del hombre, material y espiritual. La reducción moderna del problema de Dios a una cuestión de mera fe o mera razón pone de relieve un manifiesto desconocimiento de lo que son la experiencia religiosa verdadera y la revelación bíblica. Dios es Dios entero para el hombre entero. Si no podemos reducir el misterio de Dios a una de sus dimensiones, tampoco podemos reducir al hombre a una de sus ejercitaciones: la racional. Dios se nos da a conocer como amor en libertad y solo se le puede conocer como tal Dios desde una respuesta en amor y libertad.
Dios se da al hombre y el hombre encuentra a Dios en Jesucristo. La encarnación ha dado a Dios su forma máxima en la humildad y ha dado al hombre su dignidad máxima. El hombre es aquel con quien Dios existió y por quien Dios entregó a su Hijo. La praxis de Jesucristo ha sido y será el lugar supremo para el reconocimiento de Dios y desde Él para el reconocimiento y la salvaguarda del hombre. El hombre es porque Dios ha querido que sea y esto mismo convierte el atrevimiento del hombre actual de rechazar a Dios, de negar su búsqueda, de mofarse incluso de su existencia, en una pura necedad, como declara el salmista. Sin Dios, el hombre, pura y simplemente, no existiría; negar a Dios es negar el origen de todo y la existencia de cuanto hay en el mundo. Todo lo bueno, lo bello, lo justo tienen su origen en Dios y el hombre es capaz de todo eso porque Dios existe y se da a sí mismo en su Creación por medio de su Hijo. Aceptar esto es entrar en el camino de la sabiduría; vivirlo es estar ya en el camino de la salvación.
Como nos dice el autor “toda palabra verdadera sobre Dios termina en oración a Dios y en testimonio de Dios ante los hombres” (p. 147), de ahí que concluya la obra con una oración en la que une razón y testimonio, de ahí que todo el libro no sea sino un testimonio del encuentro personal de Olegario González de Cardedal con el Dios Redentor, Padre de Nuestro Señor Jesucristo, a Él la gloria por los siglos de los siglos.

                                   Sígueme, Salamanca 2013, 157 pp, 13,5 x 21 cm.