Francisco
de Asís y su mensaje
IV
Pautas actuales
La
comprensión y vivencia que tiene Francisco del universo, fundada en la
revelación, entraña una espiritualidad que ilumina a la cultura occidental y a
la fe cristiana en la actualidad. Veamos.
E
n
efecto. El paso de una sociedad de subsistencia, en la que el hombre se
integraba en la naturaleza viviendo de sus bienes, a una sociedad
industrializada de crecimiento sin límites ha provocado serios desajustes en el
hombre y en la tierra. Se observa al menos en tres campos: las urbanizaciones
desmesuradas, el agotamiento de los recursos fundamentales y la contaminación
medioambiental. Los cambios sufridos en los ritmos biológicos humanos responden
muchas veces a unos excesos de sonido, luz, contaminación, etc., y a una
habitabilidad que no responde a las exigencias de la vida humana tal y como se
ha desarrollado a lo largo de su historia siempre unida a su hábitat natural.
La artificialidad de las grandes urbes separa al hombre de su medio ambiente y
rompe su relación esencial con la naturaleza alterando su destino común. Por
otro lado, la técnica, desarrollada por la ciencia, incide en la
sobreexplotación de los recursos naturales. Es evidente que la explotación de
las riquezas naturales ni se aprovecha para mejorar la calidad de vida de toda
la población, ni responde al trabajo necesario para mantener la vida humana con
dignidad. Obedece muchas veces al interés de enriquecimiento de algunos grupos
sociales, que han convertido la productividad y el simple valor material de los
bienes en su único objetivo vital. Por último, también observamos el
desequilibrio producido en el uso y disfrute de los bienes naturales: la
contaminación atmosférica, el calentamiento de la tierra, la escasez de agua,
etc., cambian la relación del hombre con su medio ambiente, modificando los
ecosistemas que hacen posible la habitabilidad de las especies y de la vida
humana.2º. Así, pues, hay que relacionar el universo y el hombre. Esto no supone identificarlos, defendiendo un geocentrismo extremo; o un fetichismo naturalista que reduzca a la humanidad a una partícula más dentro del proceso evolutivo y expansivo del universo; o formar parte activa de un ecologismo a ultranza, como si no hubiesen aportado nada los avances científicos para mejorar la dignidad humana y la calidad de vida en los ámbitos de la alimentación, formación y salud; o, por el contrario, tampoco debemos defender la participación en una historia humana centrada en sí misma usando el universo sin más referencia al sentido que tiene y a sus valores que provienen de Cristo. Más bien el creyente percibe su existencia en comunión con el mundo y con un destino común.
Y
esto se puede impulsar por los principios expuestos antes. Dios ha dejado su
huella en el universo por crearlo en Cristo. La cristificación del universo es
una realidad que hay que descubrir y llevarla a cabo, porque el mundo no sólo
ha sido creado, sino también redimido, y redimido en esperanza, cuya salvación
total recae sobre Dios, que la ha prometido al resucitar a Jesús, y sobre el
creyente, que lleva consigo el Espíritu de Jesús. Dios, pues, es inmanente al
mundo y, con esta perspectiva, sigue creando y afiliándolo por el Espíritu.
Dios no es un Dios ausente que se desliga de la creación al ponerla en
movimiento. Dios la ha creado por amor y, por responsabilidad amorosa, está
ligado a él como principio vivificador y regenerador, como lo ha demostrado en
la Encarnación y en la Resurrección de su Hijo y en el envío del Espíritu, que
es el que asegura la permanencia y continuidad de su relación de amor con él.
La relación del hombre con el mundo, si parte de esta verdad de fe, no puede
ser de explotación ni de desconocimiento. Es ser conscientes de que los dos son
seres creados en gratuidad, que los sustenta la bondad de Dios y cuya relación
mutua es la fraterna, que entraña admiración y respeto. El acercamiento
creyente a la creación no es un romanticismo vacío, sino una actitud que debe
asumir la responsabilidad de un don que Dios ha confiado al hombre.
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