domingo, 9 de noviembre de 2014

Francisco de Asís: Pasión por la pobreza

                                       Francisco de Asís y su mensaje


                                                                       IV

                                                           Pasión por la pobreza

           
La segunda actitud es su pasión por la pobreza, nacida del seguimiento de Jesús. Cuando Francisco emprende el camino de la penitencia, llama la atención a sus conciudadanos de Asís, y no precisamente para su edificación. En un determinado momento se le unen tres personas muy conocidas en la ciudad: Sabbatino, Morico y Juan de Capella, que obedecen las órdenes del Poverello de vivir de la limosna. Entonces les echan en cara «que habían dado sus bienes propios para consumir los ajenos [...] Sus mismos parientes y consanguíneos los hacían blanco de su persecución. Otros ciudadanos hacían burla de ellos, como de memos y locos, porque en aquellos tiempos a nadie se le ocurría dejar sus propios bienes para luego pedir limosna de puerta en puerta». Así se concreta en la Regla: «Y guárdense los hermanos y sus ministros de ser solícitos de sus cosas temporales, para que libremente hagan de sus cosas lo que el Señor le inspirase. Con todo, si se requiere un consejo, tengan licencia los ministros de enviarlos a algunos temerosos de Dios, con cuyo consejo sus bienes se distribuyan entre los pobres» (RegB 2,7-8; cf. RegNB 2,1.5). Hasta el obispo de Asís, a quien Francisco confía todos sus propósitos y con el que contrasta cada nuevo paso que da para seguir a Jesús según el Evangelio, le aconseja que desista de vida tan dura. Francisco acierta en la respuesta: «Señor, si tuviéramos algunas posesiones, necesitaríamos armas para defendernos. Y de ahí nacen las disputas y los pleitos, que suelen impedir de múltiples formas el amor de Dios y del prójimo; por eso no queremos tener cosa alguna temporal en este mundo» (TC 35). De esta forma legisla para la fraternidad, cuya firmeza se acentúa conforme pasan los años: «Guardémonos, por lo tanto, los que lo dejamos todo (cf. Mc 10,28par), no sea que perdamos por tan poca cosa el reino de los cielos. Y si en algún lugar encontráramos dinero, no nos preocupemos de él, como del polvo que hollamos con los pies, porque es vanidad de vanidades y todo vanidad (Eclo 1,2)» (RegNB 8,5-6); «Mando firmemente a todos los hermanos que de ningún modo reciban dinero o pecunia por sí ni por interpuesta persona» (RegB 4,1); y en el Testamento enfatiza la firme obediencia en la no posesión de cosas, viviendas o privilegios reduciendo los bienes al intercambio por el trabajo, peculiaridad de las sociedades agrícolas: «Y yo trabajaba con mis manos, y quiero trabajar; y quiero firmemente que todos los otros frailes trabajen en trabajo que conviene a la decencia. Los que no saben, aprendan, no por la codicia de recibir el precio del trabajo, sino por el ejemplo y para rechazar la ociosidad» (Test 20-21; cf. 24-25).
           
Al despojo de sí se une el despojo de las cosas. Pero sucede con Francisco lo que dice el himno de la Carta a los Filipenses sobre Cristo: la kénosis se transforma en glorificación sobre todo lo creado: «Por eso Dios lo exaltó y le concedió un título superior a todo título» (2,9). La liberación de las cosas por la pobreza entraña un sentido de pertenencia a la creación distinto a la ligadura que supone su posesión. Nace la sensación de vivir entre ellas con el sentido fraterno bajo la mirada de Dios Creador y Providente (cf. Mt 6,25-34; Lc 12,22-31). Entonces todas las cosas se pueden usar, porque se da una relación pacífica con ellas; el cosmos es suyo, como él es del cosmos. Cuando visita la dama Pobreza una fraternidad franciscana, después de comer pan, beber agua y descansar en el suelo, teniendo como almohada una piedra, se levanta con toda presteza y suplica que se le enseñe el claustro. «La llevaron a una colina y le mostraron toda la superficie de la tierra que podían divisar, diciendo: “Éste es nuestro claustro, señora» (SC 63). La casa de Francisco es la creación entera, porque toda es hija de Dios y hermana suya. Ahí establece Francisco el límite de la fraternidad y de la filiación divina. 

           
La tradición teológica también explica el porqué de la comprensión de Francisco sobre la naturaleza. Hay una diferencia entre signo, perteneciente a la tradición sacramental de Agustín (De vera religione 36 66), y símbolo, según lo entiende el pensamiento franciscano fundado en el Pseudo Dionisio. El signo hace presente por sí una realidad divina, pero no en virtud intrínseca del signo mismo, sino porque su significado ha sido instituido por el hombre. El Pseudo Dionisio, en cambio, piensa que antes de conocer las cosas lo que interesa es lo que hay tras ellas, la realidad que las fundamenta. Esto lo expresa el símbolo, y así puede comprender el universo como una teofanía.
Buenaventura defenderá después de Francisco que se capta lo que son las cosas por el concepto de contuición, que es la condición antropológica que hace posible la percepción sensible de Dios en el mundo (Exaemeron 3 8; Itinerario 1 2; Breviloquio 5 1). Francisco experimenta la creación con esta perspectiva simbólica, mediada cristológicamente. Es Jesús quien le hace descubrir la fraternidad de todos los seres y su filiación divina según los grados del ser. Las criaturas no son un medio, o una base en la que se apoya para su relación y unión con Dios. Las criaturas no remiten a Francisco a la divinidad; al contrario, las aves del cielo, los peces del mar, el aire, el fuego, el agua y el sol contienen a Dios, son vestigios de la bondad inmensa que anida en el corazón que las ha creado. Por eso les puede decir hermanas e hijas de Dios. Y por eso les habla como a los seres vivos que portan la presencia divina.

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