domingo, 2 de noviembre de 2014

Francisco de Asís: Dominio de sí y pobreza

                                       Francisco de Asís y su mensaje

                                                                              III


                                                                   Dominio de sí y pobreza

            La experiencia de Francisco de comprender la naturaleza como un organismo vivo no sólo proviene de su experiencia de fe, sino también de dos actitudes que deja como herencia a los cristianos.
            
La primera es el dominio de sí. La opción que hace de seguir a la letra a Jesús pobre y crucificado le conduce a despojarse de todo. La pobreza le coloca en la situación de los marginados de la tierra. Pero no sólo eso. Más importante para él es la pobreza como vacío de sí que aprende de Jesús como «Verbo hecho carne» (Jn 1,14), o de la afirmación del himno de la carta a los Filipenses: «[Cristo] siendo de condición divina, no hizo alarde de ser igual a Dios; sino que se vació de sí mismo y tomó la condición de esclavo, haciéndose semejante a los hombres» (2,6-7). Francisco sigue a Jesús pobre y crucificado; esto hace que se ajuste su interioridad conflictiva, porque no le regalan la minoridad y su ser siervo. Las ínfulas de poder y enriquecimiento que vive en su familia y sociedad (cf. 1Cel 1-2; LM 1,1) son una muestra del cambio de vida que tiene que hacer, aunque la motivación y la conversión ciertamente sea un don de Dios. Por un lado le lleva a reconocer su situación real ante Dios, «... porque cuanto es el hombre delante de Dios, tanto es y no más» (Adm 19,2), y por otro lado, desde Dios ante el mundo: «Confieso, además, al Señor Dios Padre y al Hijo y al Espíritu Santo [...] todos mis pecados. En muchas cosas he ofendido por mi grave culpa [...] o por negligencia, o por ocasión de mi enfermedad, o porque soy ignorante e iletrado» (CtaO 38-39). La relación que Dios mantiene con él le hace ser consciente de su culpa y de la necesidad de liberarse del mal instalado en su yo: «... superándose a sí mismo, se llegó a él [leproso] y le dio un beso. Desde este momento comenzó a tenerse más y más en menos, hasta que, por la misericordia del Redentor, consiguió la total victoria sobre sí mismo» (1C 17). De esta forma controla la soberbia y la vanagloria que son las que reducen toda la realidad a los intereses personales (cf. RegNB 17,9-16).

           
Y reconciliado consigo mismo al experimentar el amor de Dios desprendiéndose de su egoísmo, puede contemplar a los hombres y a la creación con la perspectiva del Creador; y no sólo del Creador, sino del Padre de Jesús y de toda la creación. Así se comprenden sus relaciones con las criaturas y puede darles el perfil querido por Dios según revela Jesucristo. Controla el poder y la tendencia a dominarlas, evita la utilización en provecho propio, defiende su identidad y, con su identidad, recupera su dignidad filial. Purificada su mirada se acerca a las criaturas con el respeto requerido para no dañarlas, observa en ellas la presencia del Creador y se relaciona para actuar la salvación de Jesucristo. Cualquier acontecimiento cósmico lo lee con la bondad original que ha creado lo que existe, y conecta con el rostro amable y acogedor inscrito en ellas por Dios. Por eso no duda en reconocer la bondad de Dios en ellas: «Viajaba otro día con un hermano por las lagunas de Venecia, cuando se encontró con una gran bandada de aves que, subidas a las enramadas, entonaban animados gorjeos. Al verlas dijo a su compañero: “Las hermanas aves alaban a su Creador. Pongámonos en medio de ellas y cantemos también nosotros al Señor, recitando sus alabanzas y las horas canónicas”» (LM 8,9). Buenaventura también invita al hombre a contemplar a Dios en sus criaturas: «El que con tantos esplendores de las cosas creadas no se ilustra, está ciego: el que con tantos clamores no se despierta, está sordo; el que por todos los efectos no alaba a Dios, ése está mudo; el que con tantos indicios no advierte a Dios, ese tal es necio. Abre, pues, los ojos acerca los oídos espirituales, despliega los labios y aplica tu corazón para en todas las cosas ver, oír, alabar, amar y reverenciar, ensalzar y honrar a tu Dios, no sea que todo el mundo se levante contra ti» (Itinerario de la mente a Dios, 1,15). 

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