lunes, 24 de noviembre de 2014

Adviento I: orar y amar



 DOMINGO I DE ADVIENTO (B)


                                     «Mirad, vigilad: pues no sabéis cuando es el momento»

            Lectura del santo evangelio según san Marcos 13, 33-37

            En aquel tiempo, dijo Jesús a sus discípulos: -«Mirad, vigilad: pues no sabéis cuando es el momento.
            Es igual que un hombre que se fue de viaje y dejo su casa, y dio a cada uno de sus criados su tarea, encargando al portero que velara.
            Velad entonces, pues no sabéis cuándo vendrá el dueño de la casa, si al atardecer, o a medianoche, o al canto del gallo, o al amanecer; no sea que venga inesperadamente y os encuentre dormidos.
            Lo que os digo a vosotros lo digo a todos: !Velad!»

           
1.- Dios.- Comenzamos el tiempo en el que nos preparamos para celebrar el gran don del Señor: el nacimiento de su Hijo, pues  «tanto amó Dios al mundo, que envió a su Hijo único, para que todo el que crea en él no muera, sino que tenga vida eterna» (Jn 3,16).  Y con la memoria de Belén, recordamos la segunda venida de Jesús al final de los tiempos, y en los términos que escuchamos el domingo pasado: para desvelar cómo y cuánto hemos amado a los necesitados. La pregunta que le hacen los discípulos es cuándo vendrá de nuevo. Él mismo no sabe  cuándo será el fin del mundo, pero es cierto que el encuentro individual con el Señor será en el momento de nuestra muerte. Ésta se nos puede presentar de improviso; o esperada por la gravedad de  nuestras enfermedades, por los años que hemos cumplido, etc. La pregunta que nos hacemos es la siguiente: ¿estamos preparados para el encuentro con el Señor? El encuentro con el Señor será la luz de la mañana,  que sigue a la noche de nuestra vida, donde tanteamos el bien, hacemos el mal sin darnos cuenta, y dormimos mucho tiempo siendo inconscientes de tanta gente que nos necesita. Por eso debemos estar vigilantes.

           
2.- La Iglesia. Jesús se dirige a los discípulos para que extiendan la salvación a todo el mundo,  tarea que hacen después de la Resurrección y de Pentecostés. Ellos deben comunicar a todos los pueblos la esperanza de que el Señor vuelve para salvarnos, para sacarnos de los infiernos que hemos creado entre todos en esta vida. El Señor nos dirá al final de los días que nuestra vida individual y colectiva no es un sufrimiento sin fin, o una paz y amor interesados, o una libertad experimentada a costa de la esclavitud de mucha gente, o una autonomía conseguida por el dinero, dinero que no todo el mundo puede disponer. Por eso, la Iglesia no se puede parar en la historia; no puede esconderse en un castillo o en un palacio y ver pasar los acontecimientos que angustian o alegran a los hombres, sin participar en sus tristezas y gozos. Si hemos sido salvados en esperanza (cf. Rom 8,24), dicha esperanza hay que proclamarla hasta el confín de la tierra. La Iglesia no se puede dormir; no puede recibir al Señor ausente de la vida de los hombres; o siendo una desconocida en los espacios donde se da la soledad, la enfermedad, el hambre, la injusticia, la esclavitud.


       
3.-El creyente.-  Marcos nos recuerda dos actitudes en este tiempo de adviento. Debemos estar atentos a los hechos y acontecimientos que favorecen nuestra vida, alejarnos de los que nos distraen y enfrentarnos a los que nos hacen daño. Para eso debemos saber del amor, que es el criterio que discierne lo bueno y lo malo. Tenemos la vida muy llena; con muchas tareas por delante, sobre todo los que debemos sacar una familia adelante y los que estamos jubilados, con mil ocupaciones al día. Hay que estar atentos al Señor que está presente en nuestra vida, y si le abrimos el corazón su influencia será cada vez más intensa hasta el encuentro definitivo con Él.— Después debemos orar. Debemos atender al Señor y descubrir su existencia en nuestra vida por medio de la oración. Así no tendremos sorpresa alguna cuando nos encontremos con él en nuestra muerte. Hay que introducir al Señor en nuestra conciencia, en nuestra intimidad, y desde ahí recibir y experimentar la relación de su amor que nos mantiene vivos, despiertos, vigilantes ante cualquier distracción o sueño intespectivo. Y, por otro lado, salir fuera de nosotros para cambiar a las personas, para transformar las situaciones e instituciones y provocar que su llegada se adelante al conseguir que la vida sea más humana.

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