domingo, 23 de noviembre de 2014

Adviento I. «Mirad, vigilad: pues no sabéis cuando es el momento».



                                                      DOMINGO I DE ADVIENTO (B)

                                       «Mirad, vigilad: pues no sabéis cuando es el momento»

            Lectura del santo evangelio según san Marcos 13, 33-37

            En aquel tiempo, dijo Jesús a sus discípulos: -«Mirad, vigilad: pues no sabéis cuando es el momento.
            Es igual que un hombre que se fue de viaje y dejo su casa, y dio a cada uno de sus criados su tarea, encargando al portero que velara.
            Velad entonces, pues no sabéis cuándo vendrá el dueño de la casa, si al atardecer, o a medianoche, o al canto del gallo, o al amanecer; no sea que venga inesperadamente y os encuentre dormidos.
            Lo que os digo a vosotros lo digo a todos: !Velad!»

       1.- Texto. Marcos relata la predicción de Jesús sobre la destrucción del grandioso templo y la ruina de la ciudad santa de Jerusalén. Dice Jesús: «¿Veis estas grandes construcciones? No quedará piedra sobre piedra, que no sea demolida» (Mc 13,2).  Los discípulos, curiosos, le preguntan cuándo sucederán tales acontecimientos, y Jesús les responde que no lo sabe, «sino sólo el Padre» (Mc 13,32). Y a continuación les cuenta la parábola de aquel amo que se puede presentar de improviso y pedir cuenta a los siervos de su trabajo. Lo importante es que no los encuentre dormidos, sino cumpliendo sus responsabilidades. Estar atentos al encuentro con el Señor es una actitud que Jesús recomienda en el huerto de los Olivos a Pedro, Santiago y Juan  (cf. Mc 14, 34), para no caer en la tentación, para no desviarse de los objetivos fundamentales de la vida.

       
2.- Mensaje: .- Comienza el Año Litúrgico con la preparación de la celebración del nacimiento de Jesús. Y con esta ocasión, la Liturgia nos recuerda la segunda venida, cuando el Señor vendrá en su gloria para desvelar la verdadera historia colectiva y personal de todas las generaciones humanas. Por eso, el Evangelio continúa con los avisos constantes que hemos escuchado en los últimos domingos con las parábolas de Mateo sobre los talentos, las doncellas, el juicio final, etc. Estar vigilantes implica a los dos protagonistas de la salvación humana. El primero es el Señor con su actitud de bondad, y de bondad misericordiosa, que desea siempre el encuentro definitivo con todos para que sus criaturas, que son sus hijos en su Hijo Jesús, puedan alcanzar la felicidad eterna. El otro protagonista es el ser humano, tanto individual como colectivo. Y la actitud es la apertura del corazón a Él para saber de su amor permanente, y la apertura amorosa a los demás para contribuir a la construcción del Reino en la historia, cuya responsabilidad única recae sobre la libertad del hombre, de la sociedad y de la cultura que crea y transmite.
       
       
3.-Acción.  La mayoría de la gente pasa la vida elaborando proyectos que  hacen trabajar, soñar, ilusionarse. La sociedad, la familia, cada persona anida en su corazón la íntima convicción que será más que la generación anterior, porque poseerá más medios para vivir y disfrutar los bienes que exhiben otros ante nuestros ojos: salud fuerte, familia estable, trabajo digno, amigos fieles y reconocimiento social. Se espera  la autonomía suficiente para hacer lo que se desea en cada época de la vida. Esto es bueno, si estas esperas básicas de todos los hombres se introducen en la esperanza que vehicula las realidades eternas. Es decir, los sueños que hacen tener más cosas, se haga más justicia, se experimente más libertad, más gozo, se integran en la relación de amor con el Señor, que es el que da el sentido y el valor último a cada espera, que no es otro que la vida feliz  para siempre. Porque se sabe que, o se alcanza lo que se desea, o se frustra la persona; o si se alcanza, se espera tener más; o, al cumplir años, se cambia el sentido del gozo y de la posesión.  Todo la vida es un caminar insaciable, o conformista, pero que en cualquier momento puede desaparecer. Hay que introducir la vida con todas sus conquistas en la esperanza de eternidad; en la esperanza de lo que de ella permanece para siempre, que no es otra cosa que su dimensión de amor.



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