domingo, 26 de octubre de 2014

«Y todos vosotros sois hermanos»

                Domingo XXXI (A)

                                               «Y todos vosotros sois hermanos»

Lectura del santo evangelio según San Mateo 23,1-12

Entonces Jesús habló a la gente y a sus discípulos, diciendo: «En la cátedra de Moisés se han sentado los escribas y los fariseos: haced y cumplid todo lo que os digan; pero no hagáis lo que ellos hacen, porque ellos dicen, pero no hacen. Lían fardos pesados y se los cargan a la gente en los hombros, pero ellos no están dispuestos a mover un dedo para empujar. Todo lo que hacen es para que los vea la gente: alargan las filacterias y agrandan las orlas del manto; les gustan los primeros puestos en los banquetes y los asientos de honor en las sinagogas; que les hagan reverencias en las plazas y que la gente los llame rabbí.
Vosotros, en cambio, no os dejéis llamar rabbí, porque uno solo es vuestro maestro y todos vosotros sois hermanos. Y no llaméis padre vuestro a nadie en la tierra, porque uno solo es vuestro Padre, el del cielo. No os dejéis llamar maestros, porque uno solo es vuestro maestro, el Mesías. El primero entre vosotros será vuestro servidor. El que se enaltece será humillado, y el que se humilla será enaltecido».

           
1.- Dios. Sabemos que Jesús sufrió el rechazo de su pueblo. Como nos dice Juan: «Vino a los suyos y los suyos no le recibieron». Y en nombre de su Dios lo entregaron a Pilato para que lo ajusticiara en la cruz. Pero el amor de Dios, que hizo de Israel su pueblo, se amplía con el Hijo a todos los pueblos, a todos nosotros. Se nos da a conocer un Padre/Madre que da la vida, la cuida y la salva. Pero además, hace que nosotros no nos acerquemos con miedo a los demás; los transforma de lobos en hermanos, fundando la comunidad cristiana. Mientras Jesús sea el centro de nuestra fe y el Padre su origen, podemos andar con paz interior, pues nuestra relación siempre es fraterna, porque el Señor no es un Dios del poder, sino del amor, que crea en cada uno de nosotros la capacidad de hacer, de lobos, hermanos. 

           

2.- La Iglesia. Hay mucha gente en la Iglesia que le gusta aparentar, de sentirse jefes, dominadores del rebaño. Se exhiben como si fueran artistas y pasean por las plazas a santos o vírgenes para ser vistos por las gentes. Jesús descubrió la hipocresía de los responsables religiosos de Israel, como Mateo lo hace con sus sucesores en la Iglesia. Sin embargo, la Iglesia vive del Espíritu y de aquellos cristianos que cumplen la segunda parte del Evangelio. Por eso nos enseña a comprender a Jesús como único maestro, a querernos como hermanos, a tener a Dios como único Señor en esta vida; a servir y no servirnos de los demás. Así es como formamos la verdadera comunidad cristiana.

3.- El creyente. Debemos llevar un cuidado enorme en no caer en las denuncias que a continuación hace Jesús sobre la hipocresía de los dicen y no hacen, de los que prometen y no cumplen, de los que piensan una cosa, dicen otra y hacen todo lo contrario. Nuestra vida debe ser «sí, sí; o no, no». Pero no es nada fácil evadirnos de las tentaciones del poder, de la vanidad y del dinero. Parece que nuestro corazón los lleva impreso y los buscamos instintivamente, o nos los excitan acciones externas que buscan nuestra perdición. Tenemos necesidad de ser humildes, como nos aconseja Jesús tantas veces: situémonos en nuestra vida con los talentos, los dones, que nos ha transmitido la familia, la sociedad y nuestro propio esfuerzo. Y pongámolos al servicio de los hermanos.


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