lunes, 20 de octubre de 2014

Cristología intercultural

                                                Una Cristología intercultural


                                                                                       Jacinto Choza
                                                                                                                      Facultad de Filosofía
                                                                                                                       Universidad de Sevilla

                                                        II

               Jesús le habla de su padre a María y a José después de ser hallado en el templo



2.1.- La unidad de las religiones. La relación de los padres y los hijos.


            En este estudio se estudia la conciencia que Jesús tiene de ser hijo del padre, y eso es tanto como estudiar su conciencia religiosa y, en un sentido general, la conciencia religiosa de los seres humanos, porque la religión es la relación de los padres con los hijos, sea práctica y poco consciente o sea muy consciente y poco operativa. Ahora no hace falta entrar en el papel de la conciencia en la práctica religiosa de los hombres. Se va a estudiar solo la conciencia que Jesús tiene de ser hijo, sin centrarnos tampoco en el papel que esa conciencia juega en su práctica religiosa.
            Pues bien, la relación entre padres e hijos es constitutiva de las religiones en muchos sentidos y desde muchos puntos de vista. Lo era en la religión judía, que es en la que Jesús se educó.
           
Las últimas palabras del último de los profetas de la biblia hebrea dicen: “Yo les voy a enviar a Elías, el profeta, antes que llegue el Día del Señor, grande y terrible. El hará volver el corazón de los padres hacia sus hijos y el corazón de los hijos hacia sus padres, para que yo no venga a castigar el país con el exterminio total” (Mal, 3, 23-24).            El nuevo testimonio con el que comienza el añadido cristiano a la biblia hebrea empieza así: “Entonces los discípulos le preguntaron: «¿Por qué dicen los escribas que primero debe venir Elías?». El respondió: «Sí, Elías debe venir a poner en orden todas las cosas; pero les aseguro que Elías ya ha venido, y no lo han reconocido, sino que hicieron con él lo que quisieron. Y también harán padecer al Hijo del hombre». Los discípulos comprendieron entonces que Jesús se refería a Juan el Bautista” (Mt 7,10-12).
            Cómo se irá viendo, una de las preocupaciones e intereses más determinantes de la actividad de Jesús es mostrar cómo el corazón del padre está volcado hacía los hombres, sus hijos, y volver el corazón de los hombres, de los hijos, al padre. Eso es lo que pretenden tanto Juan el Bautista como el propio Jesús o el propio Pablo.
            También Pablo vive la religión así:”Por eso doblo mis rodillas delante del Padre, de quien procede toda paternidad en el cielo y en la tierra” (Ef 3, 14-15).
            Todos los progenitores en todos los órdenes son a su vez hijos, y Pablo declara que Dios es el único padre que no ha sido ni es hijo, sino solamente padre. Por eso su solicitud y su amor está volcado solamente hacia los hijos.
            En este punto el judaísmo y el cristianismo son indiscernibles. El culto es el culto al padre. Abraham nunca le llama padre a Yahweh, porque siempre se le aparece como el poderoso que ordena y pacta. Le sobrecoge tanto que le puede amar solo a través de un intenso y sagrado temor, pero Abraham sabe que no hay nada más fundamental para el ser de los humanos que la relación entre los padres y los hijos. Además Yahweh le instruye en el sentido fundamental de esa relación.  Moisés, hacia el 1300 AC, tampoco le llama “padre”,  pero tiene con él mucha más confianza y hasta le pide verle la cara. Perfila y despliega mucho más la riqueza y amplitud de la relación entre padres e hijos, y también Yahweh le instruye en eso.
David, en los comienzos del primer milenio AC, tiene ya con él la relación amorosa que se tiene con un padre, y con un padre como los de finales de la modernidad occidental: una relación de confianza completa, de intimidad, de ternura, de arrepentimiento. Los salmos expresan una gama afectiva y una profundidad de espíritu que no puede ser superada por personas que se llamen entre si padre e hijo. David le dice a Yahweh que le ama, cosa que nunca hicieron Abraham ni Moisés. “Yo te amo, Señor, mi fuerza” (Ps 18, 2), y dice que Dios ama a los hombres con la ternura de un padre: “rescata tu vida del sepulcro, te corona de amor y de ternura; él colma tu vida de bienes”, “Cual la ternura de un padre para con sus hijos, así de tierno es Yahweh para quienes le temen” (Ps 103).
Los profetas tienen con Ýahweh una relación filial, como la de David, y predican también el valor de la relación entre padres e hijos como el eje de la existencia. Hacia el siglo VI AC Isaias, contemporáneo de Pitágoras y de Buda, describe el amor de Dios con su pueblo no ya según la relación paterno-filial, sino según la relación materno-filial, que es la forma suprema de relación amorosa conocida por los hombres: “¿Se olvida una madre de su criatura, no se compadece del hijo de sus entrañas? ¡Pero aunque ella se olvide, yo no te olvidaré!”(Is 49, 15).  .
 Jesús repite en diversas ocasiones cómo es de paternal o de maternal el amor del padre Dios por los hombres. “ Si ustedes, que son malos, saben dar cosas buenas a sus hijos, ¡cuánto más el Padre celestial dará cosas buenas a aquellos que se las pidan” (Mat 11,7).. Pero sobre todo le expresa su amor de un modo tan íntimo y personal como David, y  lo llama padre de una manera que en general no resulta extraña pero que a veces sí resulta chocante.
            A algunos judíos lo que les extraña no es que le llame “padre”, sino el modo en que lo hace: “31 Los judíos tomaron piedras para apedrearlo. 32 Entonces Jesús dijo: «Les hice ver muchas obras buenas que vienen del Padre; ¿Por cuál de ellas me quieren apedrear?». 33 Los judíos le respondieron: «No queremos apedrearte por ninguna obra buena, sino porque blasfemas, ya que, siendo hombre, te haces Dios». 34 Jesús les respondió: «¿No está escrito en la Ley: "Yo dije: Ustedes son dioses"?35 Si la Ley llama dioses a los que Dios dirigió su Palabra –y la Escritura no puede ser anulada– 36 ¿Cómo dicen: "Tú blasfemas", a quien el Padre santificó y envió al mundo, porque  dijo: "Yo soy Hijo de Dios"? (Juan 10, 31-36).
            L
os judíos, Jesús y los cristianos discrepan entre sí sobre el modo en que hay que entender la relación paterno-filial, pero no sobre su existencia ni sobre su carácter de eje de la existencia. Dios es el padre que no ha sido hijo y los hombres son los que han sido y son hijos. También entre los cristianos hay discrepancias sobre el modo de entender esa relación. Arrio la entendió de una manera que se discutió mucho, Nestorio tambien, y muchos otros.
            La comprensión de Dios como padre no se da solamente en la tradición semita, judía, cristiana e islámica.  Los indoeuropeos del milenio 4 AC, quizá contemporáneos de Abraham, invocan a Zeus o Deus como “padre cielo” o “padre del cielo”. Los griegos que luchan en Troya cuando Moisés está fundando la nación hebrea sobre una ley pactada con Yahweh, invocan a Zeus como “padre de los dioses y de los hombres” ( HesíodoTeogonía 36–52), y también le reconocen e invocan como padre quienes no tienen con él una relación de filiación ( Homero, Ilíada i.503–533 ), pues crear implica una cierta paternidad sobre lo creado.
            La forma máximamente amorosa de la relación paterno-filial aparece sobre todo en la relación materno-filial, que se expresa por primera vez en las representaciones de la “madre tierra” también hacia el milenio 4 AC  como la diosa Cibeles en la península de Turquía. Las máximas expresiones prehistóricas de amor y ternura materno-filial se encuentran en las figuras de la diosa egipcia Isis, a la que se invoca como "Gran diosa madre", "Reina de los dioses", "Fuerza fecundadora de la naturaleza", "Diosa de la maternidad y del nacimiento",  desde el siglo XV AC, es decir, desde la época de Moisés.
                       Así pues, cuando en el siglo I Jesús empieza a hablar y a rezar, las formas de la familia semita, griega y romana se caracterizan por unas relaciones de amor, ternura, confianza absoluta y entrega plena, que hacen posible que en esas culturas se le lla
me a Dios “padre” y que se le llame “madre”.
            Durante la infancia de la especie humana, en los milenios del paleolítico, Dios es padre y madre, como son padre y madre el sol y la tierra, pero esos padres son sobre todo poderes que actúan mediante gestos y los hombres también se refieren a ellos mediante gestos.
            A partir del milenio 15 AC los hombres empiezan a agruparse en asentamientos estables, a organizarse y a hablar, y entonces son capaces de concebir a Dios como padre y como madre también capaces de hablar, de comunicar su voluntad, de manifestar preocupación por la organización de la convivencia humana. Lo representan así y Dios actúa así. Así es como aparece Yahweh ante Abraham y ante Moisés, ante los faraones y ante los troyanos. Pero desde comienzos del primer milenio Dios no aparece solamente como una voluntad organizadora arrolladora e implacable, que es como aparece ante los babilonios, los egipcios, los chinos, los romanos y Moisés, sino también como padre amoroso, que es como se manifiesta a David..
           
Desde mediados del primer milenio, el terrible poder del pater familias romano o chino, que disponía incluso de la vida de sus hijos, se suaviza, y junto a ese poder, por encima de él y de la autoridad que lleva consigo, lo que caracteriza al padre es el amor y la ternura. Lo que caracteriza al padre es su carácter no solo paternal, sino, sobre todo, maternal.
            Cuando en la Biblia hebrea se dice que Dios tiene “entrañas de misericordia”, la palabra hebrea que se utiliza para designar “entrañas” es la misma que se utiliza para designar el seno materno, el útero,  rahamim el plural del sustantivo raham, que significa exactamente seno materno .y también  entrañas maternales. Pone de relieve esta palabra el carácter 'entrañable', 'maternal' y hasta 'femenino' del amor misericordioso de Dios  como examina muy detenidamente Juan Pablo II en su encíclica “Dives in misericordia” (nota 52).[1].
            El carácter maternal de Dios ha sido encauzado en el cristianismo en las representaciones de María, la madre de Jesus, que es una mujer humana, y no divina como Cibeles o como Isis. Pero las imágenes de María se inspiran inicialmente en las de la diosa egipcia. Por eso quizá a algunos cristianos les parecía que se le daba a María el culto propio de la divinidad, y no el culto propio de una persona humana de santidad máxima.
            Dos siglos después de Isaias, Lao Tse en China reserva para el Dios-principio innombrable, para el Tao, los nombres de “Dios abismo” y de “hembra misteriosa”.(Tao te Ching, cap. 6). Se trata de expresiones análogas a las de Isaías, y que dan lugar a las representaciones de Dios como mujer en las religiones orientales.
            Cuando Jesús empieza a hablar y a rezar, los padres son amorosos y tiernos, y Dios ha empezado a ser representado también como amoroso y tierno. En el siglo I la paternidad es divina y lo divino es paternal, paternal y maternal, y puede ser percibido en las formas de la paternidad y la maternidad, y representado en ellas.



[1][1] Cfr. http://www.ciudadredonda.org/articulo/la-misericordia-las-3-palabras-biblicas, Severino María Alonso, cmf - Jueves, 12 de febrero de 2009, Blog 

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