lunes, 1 de septiembre de 2014

Jesús y el Logos. I.

JESÚS Y EL LOGOS. UNA CRISTOLOGÍA EXISTENCIAL
UNA TEOLOGÍA DE LA FORMA-FIGURA


                                                             
                                Jacinto Choza
           Facultad de Filosofía
           Universidad de Sevilla


“Crecía en edad, sabiduría y gracia delante de Dios y de los hombres” (Lc 2,52).

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La forma-figura de lo natural profano y la gracia “natural”.

Lucas comenta, tras referir el episodio de Jesús niño en el templo de Jerusalén, comentando las Escrituras, que  en su vida familiar junto a sus padres, “crecía en edad, sabiduría y gracia delante de Dios y de los hombres” (Lc 2,52). Jesús, María y José tenían una vida y un aspecto que no llamaba la atención en nada y por nada, como se expone en las cristologías más recientes[1]. La de Jesús empezó a llamarla a partir de un determinado momento, y antes, quizá sólo en ocasiones señaladas, como le ocurre a las personas normales.
María era una muchacha normal que no llamaba la atención en nada. Pero de vez en cuando, de improviso, se le desbordaba y se le rebosaba una gracia  de la que estaba llena, inundada, y entonces aparecía radiante. Radiante en su inocencia, en su temor, en su preocupación, en su alegría. En muchas actitudes y sentimientos humanos que nunca han dejado de manifestarse en su plenitud y gracia en numerosas personas singulares a lo largo de la historia de la humanidad. Esa gracia (“Charis”) que Homero cuenta que Palas Atenea infundía en Ulises y lo hacía deslumbrante de hermosura, como si tuviera luz propia. Esa gracia que tenía Shamkat, la Naditu del poema de Gilgamesh que enamoró y civilizó a Enkidu con su belleza.
Los seres humanos crecen en edad, tamaño, fuerza, saber, y también en poder, magnanimidad, belleza, y otras cualidades de esas que pueden aumentar con el tiempo. Seguramente  la gracia de los diferentes momentos es proporcional al grado de intensidad y madurez que tienen esas cualidades en los diversos momentos, y seguramente esa gracia tiene su historia en las culturas del hombre.
Cuando María huye a Egipto, en algunos momentos de los que estaba allí, y cuando volvió a su tierra, tenía un aspecto normal, como el de cualquier otra mujer extranjera en territorio egipcio. Dentro de esa normalidad que en nada llamaba la atención, podía a veces irradiar gracia, gracia natural, y tener un aspecto como el de Sharbat Gula, la muchacha afgana del campo de refugiados en Nszir Baqh, cerca de Pashawar, en Pakistán, que Steve McCurry fotografió en 1984 y que se difundió en la portada de la revista National Geographic en junio de 1985.  En Egipto y a la vuelta, María podía tener ese aspecto normal, y esa gracia natural que dejaba entrever esa esa profundidad de alma y de ser que se percibe en la  mirada de Sharbat.
A veces, cuando se quedaba pensativa y dejaba su imaginación irse hacia el infinito, podía tener esa belleza, ese misterio, ese temor, esa esperanza que se advierte en Sharbat o en Juliette Binoche, o en tantas otras mujeres normales.
En español existe la expresión “tener el guapo subido” para designar cuándo la gracia irradia bajo la modalidad de belleza. Pero también se utiliza la expresión “estar en estado de gracia”, tomada de la teología cristiana, del catecismo cristiano, para indicar el encanto o la perfección que irradia en una actuación artística, taurina o deportiva.
            Durante su vida diaria, en Nazareth, seguía siendo una muchacha normal, una madre normal y una esposa normal, que no llamaba en nada la atención. A veces llamaba la atención porque irradiaba gracia “natural”. A veces en su amor y en su dolor, irradiaba esa gracia natural que tiene María Dolores Pradera en la interpretación de sus canciones, a veces en su jovialidad irradiaba esa gracia natural que tiene Winona Ryder, a vece en sus enfados irradiaba ese encanto que tiene en los suyos de Meg Ryan. Destellos de gracia de esa clase siguen apareciendo en muchas personas, y cuando aparecen en actrices, cantantes  o profesionales de cualquier tipo, nos encantan a todos. Como si María volviese a asomarse hacia los hombres en todos esos destellos de gracia que advierten, iluminan y orientan naturalmente a los seres humanos.
           
Lo mismo ocurre con Jesús. Jesús de niño era un chaval normal, y luego en su vida adulta también, o sea, siempre fue un ser profano. Pero con frecuencia irradiaba destellos de gracia natural que fascinaban. Destellos en los que se mostraba jovial y sereno, amable y simpático. En su actividad de enseñanza y predicación, que inicialmente desarrolló como una persona normal, profana, no consagrada, eran efectivamente destellos de hombre jovial y sereno, más aún, divertido, juguetón, y a la vez sabio y responsable, como los que se perciben en algunas de las actuaciones de Sidney Poitiers.
            Al parecer, era muy emotivo, y al emocionarse aparecían en su cara destellos de gracia natural, en su risa y en su llanto, en su cólera y en su ternura, como aparecen también en algunas de las actuaciones de Omar Sharif.
            En algunas de sus actuaciones era tenaz y constante como Rafa Nadal, otras veces tenía la genialidad que derrochaba el Guti con el Real Madrid, o Curro Romero en las plazas de toro de España. A veces lo que decía movía como todavía mueven las canciones de los Beatles. La mayor parte del tiempo era normal y “profano” en sus actuaciones, pero con mucha frecuencia tenía esos destellos de gracia natural que no han dejado de advertir, orientar e iluminar a los hombres.
Por eso los hombres acuden a esas figuras, las veneran, las quieren imitar, las adoran. Juliette Binoche, Meg Ryan, Sidney Poitiers, Omar Sharif, Rafa Nadal, Curro Romero, los Beatles. Son formas-figuras de la excelencia humana donde los destellos de gracia natural se han producido con particular intensidad y visibilidad. Desde que se inventaron las ciudades, a finales del neolítico, los hombres, y de modo particularmente ingenioso los romanos, llenaron las plazas, las calles, los puertos y los escenarios públicos con imágenes de personas así, y les fueron dedicando los días del año. Así cada tiempo y cada lugar recogían, representaban y presentaban de nuevo, para tenerlos a la vista y al oído, los mejores destellos de la gracia natural, de la excelencia humana. Eran como faros que advierten e iluminan.
           
En esas formas-figuras se transparentaban, en tiempos lejanos y en tiempos actuales, dimensiones y momentos de la plenitud humana, es decir, dimensiones y momentos de Jesús, que es precisamente la plenitud humana. Por eso esas formas-figuras siempre han sido y siguen siendo imágenes de Jesús. Hay amigos de Jesús que lo reconocen en esos destellos, en esas imágenes, y lo saludan en ellas muchas veces a la semana o al día. Por supuesto, hay otros muchos amigos de Jesús que no lo reconocen ahí, sino solamente en las imágenes en que se transparenta la gracia sobrenatural. 




[1] Martinez Fresneda, Francisco, Jesús de Nazaret, Murcia: Editorial Espigas, 2007. 

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