JESÚS Y EL LOGOS. UNA CRISTOLOGÍA EXISTENCIAL
UNA TEOLOGÍA DE LA FORMA-FIGURA
Jacinto Choza
Facultad de Filosofía
Universidad de Sevilla
“Crecía en edad, sabiduría y gracia delante de Dios y de los
hombres” (Lc 2,52).
ǀ
La forma-figura de lo natural
profano y la gracia “natural”.
Lucas comenta, tras referir el episodio de Jesús niño en el templo
de Jerusalén, comentando las Escrituras, que
en su vida familiar junto a sus padres, “crecía en edad, sabiduría y
gracia delante de Dios y de los hombres” (Lc 2,52). Jesús, María y José tenían
una vida y un aspecto que no llamaba la atención en nada y por nada, como se
expone en las cristologías más recientes[1].
La de Jesús empezó a llamarla a partir de un determinado momento, y antes,
quizá sólo en ocasiones señaladas, como le ocurre a las personas normales.
María era una muchacha normal que no llamaba la atención en nada.
Pero de vez en cuando, de improviso, se le desbordaba y se le rebosaba una
gracia de la que estaba llena, inundada,
y entonces aparecía radiante. Radiante en su inocencia, en su temor, en su
preocupación, en su alegría. En muchas actitudes y sentimientos humanos que
nunca han dejado de manifestarse en su plenitud y gracia en numerosas personas
singulares a lo largo de la historia de la humanidad. Esa gracia (“Charis”)
que Homero cuenta que Palas Atenea infundía en Ulises y lo hacía deslumbrante
de hermosura, como si tuviera luz propia. Esa gracia que tenía Shamkat, la Naditu
del poema de Gilgamesh que enamoró y civilizó a Enkidu con su belleza.
Los seres humanos crecen en edad, tamaño, fuerza, saber, y también
en poder, magnanimidad, belleza, y otras cualidades de esas que pueden aumentar
con el tiempo. Seguramente la gracia de
los diferentes momentos es proporcional al grado de intensidad y madurez que
tienen esas cualidades en los diversos momentos, y seguramente esa gracia tiene
su historia en las culturas del hombre.
Cuando María huye a Egipto, en algunos momentos de los que estaba
allí, y cuando volvió a su tierra, tenía un aspecto normal, como el de
cualquier otra mujer extranjera en territorio egipcio. Dentro de esa normalidad
que en nada llamaba la atención, podía a veces irradiar gracia, gracia natural,
y tener un aspecto como el de Sharbat Gula, la muchacha afgana del campo de
refugiados en Nszir Baqh, cerca de Pashawar, en Pakistán, que Steve McCurry
fotografió en 1984 y que se difundió en la portada de la revista National Geographic en junio de
1985. En Egipto y a la vuelta, María podía
tener ese aspecto normal, y esa gracia natural que dejaba entrever esa esa
profundidad de alma y de ser que se percibe en la mirada de Sharbat.
A veces, cuando se quedaba pensativa y dejaba su imaginación irse
hacia el infinito, podía tener esa belleza, ese misterio, ese temor, esa
esperanza que se advierte en Sharbat o en Juliette Binoche, o en tantas otras
mujeres normales.
En español existe la expresión “tener el guapo subido” para
designar cuándo la gracia irradia bajo la modalidad de belleza. Pero también se
utiliza la expresión “estar en estado de gracia”, tomada de la teología
cristiana, del catecismo cristiano, para indicar el encanto o la perfección que
irradia en una actuación artística, taurina o deportiva.
Durante su vida diaria, en Nazareth, seguía siendo una muchacha
normal, una madre normal y una esposa normal, que no llamaba en nada la
atención. A veces llamaba la atención porque irradiaba gracia “natural”. A
veces en su amor y en su dolor, irradiaba esa gracia natural que tiene María
Dolores Pradera en la interpretación de sus canciones, a veces en su jovialidad
irradiaba esa gracia natural que tiene Winona Ryder, a vece en sus enfados
irradiaba ese encanto que tiene en los suyos de Meg Ryan. Destellos de gracia
de esa clase siguen apareciendo en muchas personas, y cuando aparecen en
actrices, cantantes o profesionales de
cualquier tipo, nos encantan a todos. Como si María volviese a asomarse hacia
los hombres en todos esos destellos de gracia que advierten, iluminan y
orientan naturalmente a los seres humanos.
Al parecer, era
muy emotivo, y al emocionarse aparecían en su cara destellos de gracia natural,
en su risa y en su llanto, en su cólera y en su ternura, como aparecen también
en algunas de las actuaciones de Omar Sharif.
En algunas de sus
actuaciones era tenaz y constante como Rafa Nadal, otras veces tenía la
genialidad que derrochaba el Guti con el Real Madrid, o Curro Romero en las
plazas de toro de España. A veces lo que decía movía como todavía mueven las
canciones de los Beatles. La mayor parte del tiempo era normal y “profano” en
sus actuaciones, pero con mucha frecuencia tenía esos destellos de gracia
natural que no han dejado de advertir, orientar e iluminar a los hombres.
Por eso los hombres acuden a esas figuras, las veneran, las quieren
imitar, las adoran. Juliette Binoche, Meg Ryan, Sidney Poitiers, Omar Sharif,
Rafa Nadal, Curro Romero, los Beatles. Son formas-figuras de la excelencia
humana donde los destellos de gracia natural se han producido con particular
intensidad y visibilidad. Desde que se inventaron las ciudades, a finales del
neolítico, los hombres, y de modo particularmente ingenioso los romanos,
llenaron las plazas, las calles, los puertos y los escenarios públicos con
imágenes de personas así, y les fueron dedicando los días del año. Así cada
tiempo y cada lugar recogían, representaban y presentaban de nuevo, para
tenerlos a la vista y al oído, los mejores destellos de la gracia natural, de
la excelencia humana. Eran como faros que advierten e iluminan.
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