DOMINGO XVI (A)
«Dejadlos crecer juntos hasta la
siega»
Lectura
del santo Evangelio según San Mateo 13,24-30.
En
aquel tiempo Jesús propuso esta parábola a la gente: «El reino de los cielos se
parece a un hombre que sembró buena semilla en su campo; pero, mientras los
hombres dormían, un enemigo fue y sembró cizaña en medio del trigo y se marchó. Cuando
empezaba a verdear y se formaba la espiga apareció también la cizaña. Entonces
fueron los criados a decirle al amo: “Señor, ¿no sembraste buena semilla en tu
campo? ¿De dónde sale la cizaña?”. Él les dijo: “Un enemigo lo ha hecho”. Los
criados le preguntan: “¿Quieres que vayamos a arrancarla?”. Pero él les
respondió: “No, que al recoger la cizaña podéis arrancar también el trigo. Dejadlos
crecer juntos hasta la siega y cuando llegue la siega diré a los segadores:
Arrancad primero la cizaña y atadla en gavillas para quemarla, y el trigo
almacenadlo en mi granero”».
1.- El Señor. Jesús da a Dios el juicio de la
historia y de nuestras vidas. San Pablo nos lo dice con otras palabras: «Para
mí lo de menos es que me pidáis cuentas vosotros o un tribunal humano; ni
siquiera yo me pido cuentas. La conciencia, es verdad, no me remuerde; pero
tampoco por eso quedo absuelto: mi juez es el Señor. Así, pues, no juzguéis
antes de tiempo, dejad que venga el Señor. Él iluminará lo que esconden las
tinieblas y pondrá al descubierto los designios del corazón; entonces cada uno
recibirá de Dios lo que merece» (1Cor 4,3-5). Nadie se puede erigir en «señor»
de nuestra conciencia, y menos tiene los criterios y las armas para dilucidar
un juicio justo sobre la historia humana, parcial o totalmente, cuando sabemos,
en parte, las manipulaciones y las visiones interesadamente falsas de la misma.
Que el Señor se haga cargo de la vida personal y colectiva nos infunde paz y
sosiego, porque es el único que sabe y quiere la identidad bondadosa de todo
cuanto existe.
2.- La comunidad.- Muchas veces la Iglesia, las
comunidades religiosas y las instituciones cristianas han caído en la tentación
de separar el trigo de la cizaña antes de la cosecha final, como si tuvieran
todos los elementos para juzgar una vida o una colectividad. Se ha confundido con
mucha frecuencia los criterios básicos de convivencia cristiana con un perfeccionismo
que conduce a recluir en el secretismo las imperfecciones y pecados, y
exteriorizar la perfección evangélica adaptada al tiempo y costumbres de la época; las formas donde se
expresa la vida evangélica ni crea la salvación ni erradica el mal interior y
preserva del exterior. Debemos ser conscientes que el trigo y la cizaña existen
permanentemente en el mundo y en la Iglesia. Los Padres decían que la Iglesia
es, a la vez, «casta/meretrix», «fiel e infiel» al Señor. Hacer de la iglesia y
de nuestras comunidades y familias comunidades perfectas y vivir desde esa perspectiva es falso, y la
perjudicamos gravemente, porque la situamos en una nube desde la cual no se
puede aplicar el mensaje de salvación de Jesús.
3.- El creyente.- Si aceptamos que nuestra vida
personal se teje de trigo y cizaña, supone un paso trascendental de comprender
la sociedad, la Iglesia y la convivencia humana. Así nunca excluiremos de
nuestras relaciones a nadie de nuestra vida. Porque sabremos captar la dimensión
de bondad que entraña en sus vidas, y no sólo el mal que hacen y generan. Para
ello es esencial experimentar a Dios como amor, y aceptar en nuestra conciencia
que, si somos imagen y semejanza de él, poseemos un fondo de bondad que podemos
compartirlo con los que nos ha tocado vivir.
Se entrelazan entonces las relaciones de bien, que hacen florecer y valorar el
trigo, y las relaciones egoístas. Pero hay que dejar que la cizaña se pudra, o
al menos no ocupe un lugar preponderante y central en nuestra conciencia y en
nuestras relaciones sociales y cristianas. Debemos excluir pensar de una manera
constante en la cizaña, soltando el veneno del mal interior y aumentar la
maldad social y cultural. Es el Señor quien dilucida al final de nuestra vida
el bien y el mal, por eso vivimos el presente con la paz de que nuestras vidas
están en manos de un Padre y una Madre que nos quiere más que nosotros a
nosotros mismos.
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