lunes, 30 de junio de 2014

Oración: Te doy gracias Padre

          DOMINGO XIV (A)


Lectura del santo Evangelio según San Mateo 11,25-30.

En aquel tiempo, Jesús exclamó: Te doy gracias, Padre, Señor de cielo y tierra,
porque has escondido estas cosas a los sabios y entendidos y las has revelado a la gente sencilla. Sí, Padre, así te ha parecido mejor.
Todo me lo ha entregado mi Padre, y nadie conoce al Hijo más que el Padre,
y nadie conoce al Padre sino el Hijo y aquél a quien el Hijo se lo quiera revelar.
            Venid a mí todos los que estáis cansados y agobiados y yo os aliviaré. Cargad con mi yugo y aprended de mí, que soy manso y humilde de corazón, y encontraréis vuestro descanso. Porque mi yugo es llevadero y mi carga ligera.

1.-  Dios. Nos dice el Evangelio que el Señor les dará a los sencillos y a los humildes los misterios del Reino. Es el contenido de la revelación, es decir, el plan de salvación que Dios ha planeado para recuperar a sus hijos perdidos y que origina la misión de Jesús. Y lo hace acompañado y ayudado por sus discípulos. La oración de Jesús descubre con claridad quién revela (el Padre) y a quiénes se revela (los pequeños). Pues bien, Jesús termina la invocación al Padre fuera del ámbito objetivo del conocimiento, y se adentra en su intencionalidad, donde ya sólo es posible intuir, experimentar y dejarse alumbrar: «Sí, Padre, ésa ha sido tu complacencia». Afirma una conducta libre de Dios, que no es en manera alguna pasajera. Comprueba que existe un deseo en el Padre de que no se pierda ninguno de los pequeños o sencillos (Mt 18,14). El Padre anhela el máximo bien para los marginados de la historia, y su simpatía y buena voluntad hacia los sencillos hace que sienta contento, placer, satisfacción de revelárselo. Jesús alaba a Dios por esto. Y su alegría no consiste en que Dios haya elaborado una ley que defienda los derechos de los pobres en Israel, sino que el querer del Padre, su bondad, que se explicita en la salvación de los pequeños, es para el mismo Padre una complacencia, una satisfacción, una elección.
2.- La comunidad.- Para Jesús existen dos comunidades. La primera la forman las instituciones oficiales de Israel: sumos sacerdotes, escribas, fariseos, etc. Ellos componen un grupo de elegidos de Israel. Se separan del pueblo como beneficiarios de la sabiduría divina y formulan su saber sobre Dios en cuanto participación del saber de Dios. Los escribas, sobre todo, son los entendidos que constituyen los círculos privilegiados de ámbito divino, del que quedan excluidos los potentados de la tierra, los paganos o las personas no elegidas. La otra comunidad es la de los ignorantes y no se equiparan a aquellos que no han tenido la oportunidad de frecuentar a un maestro para aprender, o todavía no se han iniciado en una determinada escuela. Ignorantes y simples son los que se abren a la sabiduría que disfruta Israel, como propiedad del Señor, y que los hace sabios, porque se colocan en el ámbito de la influencia divina. Jesús, en esta línea, se refiere a la gente humilde y fiel a Dios en contra de letrados y fariseos o de los habitantes de Corozaín, Betsaida y Cafarnaún que no han sabido descifrar sus signos. El motivo por el que da gracias es que la voluntad soberana de Dios, su voluntad salvadora, recae sobre estos pequeños elegidos para el Reino. Ahora forman un grupo favorecido por Dios en contra de los poderosos adinerados y poderosos entendidos, comprendido el conocimiento como un poder social, porque, para Jesús, saber de las cosas divinas depende de la revelación de Dios; más en concreto, del contenido de la revelación que Él ha tenido a bien transmitir
3.- El creyente.- El Evangelio alinea a Jesús en el espacio vital de los humildes, de los que pueden y están capacitados para sentir cómo late el corazón de Dios, que, de alguna manera, le hace connatural a ellos: «Acudid a mí, los que andáis cansados y agobiados, y yo os aliviaré. Cargad con mi yugo y aprended de mí, que soy tolerante y humilde, y os sentiréis aliviados. Pues mi yugo es blando y mi carga ligera». Jesús se alegra con los pequeños de que el Padre se complazca de haberles elegido y ofrecido la salvación. Así se apartan de los pesados fardos que escribas y fariseos imponen al pueblo sencillo, como garantes del orden religioso establecido, pero con el corazón endurecido e incapaces de abrirse a la bondad. Por consiguiente, Dios es el Padre que revela sólo un segmento suyo a una porción de la sociedad. Mas esta parcialidad de Dios es suficiente, porque señala el camino por donde va su voluntad, y que Jesús se encarga de enseñar y compartir, dada su cercanía a Dios y su pertenencia a los sencillos. Es un serio aviso a los que andamos todos los días explicando la Palabra, impartiendo los Sacramentos, en su recepción y en su servicio.






Mi yugo es llevadero y mi carga ligera. Domingo XIV (A)

                    DOMINGO XIV (A)

Lectura del santo Evangelio según San Mateo 11,25-30.

En aquel tiempo, Jesús exclamó: Te doy gracias, Padre, Señor de cielo y tierra,
porque has escondido estas cosas a los sabios y entendidos y las has revelado a la gente sencilla. Sí, Padre, así te ha parecido mejor.
Todo me lo ha entregado mi Padre, y nadie conoce al Hijo más que el Padre,
y nadie conoce al Padre sino el Hijo y aquél a quien el Hijo se lo quiera revelar.
            Venid a mí todos los que estáis cansados y agobiados y yo os aliviaré. Cargad con mi yugo y aprended de mí, que soy manso y humilde de corazón, y encontraréis vuestro descanso. Porque mi yugo es llevadero y mi carga ligera.

1.- Texto y contexto. Jesús reprocha a los pueblos de Cafarnaún, Corozaín y Betsaida que no hayan aceptado el mensaje de salvación que les ha transmitido con la predicación del Reino y los milagros que le acreditan (cf. Mt 11,24).  Los Evangelios relatan la acusación que escribas y fariseos le hacen por compartir la comida y la bebida con los pecadores y el rechazo que ha sentido de las tres ciudades citadas (Lc 10,13-15; Mt 11,21-24). A continuación, y aún perplejo por esta incomprensión, siente una de las experiencias más hermosas de su ministerio y que la tradición transmite como su realidad vital fundante, como es Dios, y su auténtica pertenencia social, como son los pequeños y humildes. Jesús eleva la mirada al cielo y bendice al Padre, le reconoce públicamente con una acción de gracias, alabanza y confesión; y, en este caso, no lo hace por su experiencia personal, sino por la de los pequeños e ignorantes. Apela al Padre como Señor y Soberano amoroso de todo lo existente. Dios es Creador y Providente, y en cuanto tal, es Señor de todo lo creado. Se le glorifica por todo lo que ha salido de sus manos para el bien de los hombres.
2.- MensajeJesús desliga los contenidos de la revelación que explican los escribas y exigen cumplir los fariseos, y se los entrega a los sencillos y a los pequeños. Son aquellos que tienen el corazón abierto a Dios y son capaces de percibir que, a través de Jesús, se está dando y está ofreciendo la salvación, largamente esperada por todos. De ahí que la elección divina recaiga sobre los predispuestos a recibirla, y no sobre aquellos que, usando la ciencia como poder, se busquen a sí mismos antes que a Dios. Porque si antes concede su sabiduría a los maestros, a los sabios de los ambientes apocalípticos, a los entendidos de los grupos sectarios, en fin, a los letrados, ahora no. En la proclamación del Reino, y aquí viene la contraposición que hace Jesús, Dios esconde a los sabios su revelación, a los que iguala a los poderosos, y se la descubre a los ignorantes, o incultos, o simples, o pequeños. Es un serio aviso a cierta jerarquía eclesial y a los teólogos.

3.- Acción. En el segundo párrafo del Evangelio, Jesús nos enseña la unión que mantiene con el Padre. Por tanto sabe de su voluntad y de sus preferencias. Los que somos critianos debemos ser relevantes por aligerar la carga a los pobres y toda clase de gente que lleva los pesados fardos que se les imponen por las exigencias del poder, de la vanidad, del atroz egoismo. Debemos sentirnos alegres y contentos, como Jesús, cuando somos capaces también de devolver la libertad a los que viven atenazados por costumbres interesadas,  por sus propios pecados, por una miras que sólo tienen como horizonte su propio ombligo.

Pablo en el Areópago

EL DISCURSO DE S. PABLO EN EL AREÓPAGO
Y UNA CITA DE ARATO


Esteban Calderón
Facultad de Letras
Universidad de Murcia

           
A lo largo del tiempo pascual la liturgia eucarística dispone la lectura continuada de los Hechos de los Apóstoles, donde Lucas nos va narrando los primeros pasos de la comunidad cristiana y de la difusión del mensaje de Jesús por el orbe antiguo. El miércoles de la semana VI se nos propone el vigoroso discurso de Pablo en el Areópago («Colina de Ares»), en Atenas, el gran foco cultural de la Antigüedad. El apóstol de Tarso fija sus ojos en un altar, en el que reza la inscripción «Al dios desconocido» (Act. 17, 23), para dar pie a su predicación. Pablo explica a los filósofos atenienses epicúreos y estoicos (Act. 17, 18) que ese Ágnostos Theós, al que veneran sin conocerlo, es el Dios creador del mundo, el origen de la vida, la razón de ser de la realidad toda.
           
Aunque sin nombrar al autor, el apóstol cita el verso 4 de los Fenómenos del poeta Arato de Solos (s. III a.C.): «como han dicho también algunos de vuestros poetas» (Act. 17, 28). El verso en cuestión afirma: «pues de él también somos linaje». Se trata de la primera de las tres únicas citas profanas de todo el Nuevo Testamento; las otras dos son: en I Cor. 15, 33, un verso de Eurípides reproducido por Menandro, y en Tit. 1, 12, un verso de Epiménides, según S. Jerónimo, que lo cita en latín y en prosa.
           
Pablo trae a colación a Arato para demostrar a los atenienses de su época que conocía su cultura, algo palpable a lo largo de sus cartas, y, de manera muy particular, a un reputado poeta de pensamiento estoico, cuyas ideas panteístas podían entenderse en el sentido que el de Tarso traía a Atenas, convirtiéndolas en monoteístas. La frontera entre panteísmo y monoteísmo es flotante y sólo difiere si el primero es nominalista o no. El largo viaje hacia el monoteísmo en la Antigüedad clásica comienza en Esquilo, el gran teólogo de la tragedia griega, y culmina con la filosofía precristiana de Platón. Otro trágico, Eurípides, es un eslabón más que resume así su reflexión teológica: «Zeus, quienquiera que tú seas –difícil es saberlo–, ora necesidad natural, ora razón de los mortales, a ti dirijo mis súplicas. Efectivamente, todos los asuntos de los mortales riges de acuerdo con la justicia, aunque te muevas a través de silenciosos caminos» (Troyanas 885-8). Del politeísmo al monoteísmo. La crisis de la pólis griega conlleva la crisis de la religión oficial y del panteón olímpico. Los nuevos aires políticos del helenismo coinciden con el auge del estoicismo y su visión de la divinidad.
           
Pero, ¿por qué Arato? En nuestros días se trata, sin duda, de un autor poco conocido, salvo para el público más especializado, pero baste decir que su poema fue leído e imitado continuamente a lo largo de toda la Antigüedad y de la Edad Media, y que conoció más traducciones latinas que cualquier otro poeta griego, por no mencionar los numerosos comentarios de que fue objeto. Tan sólo Homero lo supera en número de manuscritos. Con razón ha escrito Jean Martin que se puede hablar de «una historia de la literatura aratea».
            Cuando Pablo cita su verso 4, ya existían las traducciones latinas de Arato a cargo de Cicerón, Germánico y Ovidio, nada menos. Es decir, el apóstol de los gentiles introduce una referencia de un poeta sumamente conocido y apreciado por todos los griegos –y no griegos– contemporáneos, demostrando él mismo esa estima y erudición necesarias para dirigirse a aquellos atenienses. Pero el caso que nos ocupa es algo más que esto último: Pablo se revela como el pionero de la inculturación en su predicación. La reflexión teológica siempre debe desarrollarse dentro y a partir de un contexto socio-cultural reconocible y que sea fácilmente comprensible e interpretable para el evangelizado. En consecuencia, Pablo intuye que la inculturación en la evangelización connota e implica una relación entre la fe y la cultura, como realidades que engloban la totalidad de la persona, dicho en otras palabras, un diálogo entre fe y cultura, como luego ha proclamado el Concilio Vaticano II (GS 62). Por el camino abierto por Pablo avanzará más tarde Clemente de Alejandría. Pero esa es ya otra historia.


domingo, 29 de junio de 2014

Libros: De la fe y la increencia

             Creyentes y no creyentes en tierra de nadie


                                                                Francisco Torralba


por Bernardo Pérez Andreo
Instituto Teológico OFM
Universidad Pontificia Antonianum

La pluma incansable de Francesc Torralba no deja de aportarnos magníficas reflexiones sobre las temáticas más actuales en lo que hace a las realidades sociales del mundo presente. Más de un libro por año, decenas de artículos en distintos medios, entrevistas, seminarios, presentaciones y un sinfín de eventos hacen de Torralba el autor más prolífico sin duda del panorama teológico español en cuestiones de actualidad. Nada que tenga alguna relevancia social ha quedado fuera de su pluma vigorosa: inteligencia espiritual, pedagogía del sentido, la hospitalidad, la educación y el silencio, el civismo planetario, el altermundialismo, y ahora el tema de la relación con los no creyentes, el pluralismo y el diálogo con los otros.
El punto de partida de la obra es la incapacidad para el diálogo cuando la premisa es la autoafirmación incondicionada y la negación de todo aquello que el otro pueda aportar como verdadero y con sentido. En los distintos ámbitos donde se ha desarrollado el diálogo apenas se ha llegado a una simple exposición de las propias posiciones. Unas veces, por cortesía, no se pasa de un melifluo dejar constancia de lo que se piensa; en otras, se llega a la descalificación y la burla; en ningún caso hay un verdadero diálogo. Los dialogantes, si lo son verdaderamente, deben saber estar en una tierra de nadie; perteneciendo a su propia tradición, han de afrontar cierto rechazo por parte de los suyos si quieren poder dialogar con los otros. Pero, paradójicamente, nuestra fe exige este éxodo espiritual hacia esa tierra de nadie donde puede darse el diálogo. Más que a los no creyentes, es a los creyentes a quienes nos importa que este diálogo sea posible. El Dios en el que creemos solo lo es si es Dios de todos y para todos. Cuando hay hermanos que lo niegan, no podemos estar tranquilos mientras no podamos comprender cómo es ese Dios. El diálogo con los otros es, en definitiva, un modo de clarificar nuestra propia fe.
Torralba divide el ensayo en nueve partes. En la primera pone la base para comprender la creencia y la fe, su estructura y tipologías. Analiza la naturaleza de la fe como llamada, don y voluntad, para concluir con la valoración de la dimensión pública y privada del acto de creer. Hecho esto pasa a analizar las formas espirituales de la no creencia en la segunda parte. Aborda la cuestión de los indiferentes, los alejados, los escépticos y los nuevos ateos, así como el fenómeno contemporáneo del nihilismo. Seguidamente, en las tercera y cuarta partes plantea las condiciones reales para el diálogo y el debate sobre los fines del mismo, así como identificar los escollos que dificultan la fluidez comunicativa entre creyentes y no creyentes: prejuicios, precomprensiones, resentimientos, endogamia, dogmatismo y paternalismo. Aclarados estos puntos difíciles, pasa Torralba, en la quinta parte, a buscar los campos de intersección. Se trata de una parte filosófica donde se visibilizan los ámbitos donde creyentes y no creyentes somos iguales: vivencias, necesidades, deseos, expectativas, anhelos y frustraciones. En el nivel de lo existencial, todos nos encontramos y es ahí, en la vida concreta donde podemos hallar un campo común de encuentro. Lo humano nos es común a todos.
Las partes sexta y séptima forman un díptico en torno a la espiritualidad de los no creyentes y de los creyentes. La espiritualidad no es patrimonio exclusivo de los creyentes, sino una predisposición humana de carácter universal que puede ser desarrollada en el marco de una comunidad de fe, pero también al margen de ella. La experiencia espiritual, la vida espiritual, es una realidad dinámica que integra lo personal, lo social y lo histórico, de modo que tanto el que se afirma creyente como el que lo hace no creyente, están en proceso, un proceso que les puede hacer llegar a lo opuesto de lo que vivían, como es el caso de las conversiones, tanto de no creyentes como de creyentes. En todos los casos se puede ver cómo la espiritualidad puede tener muchos apellidos. La espiritualidad no es un patrimonio exclusivo de los creyentes y, probablemente sea ahí donde nos podemos encontrar todos.
El último díptico de esta obra, conformado por las partes octava y novena, está dedicado a las dos realidades que ciertamente identifican lo humano como tal y donde todos, creyentes o no, estamos sumergidos: el amor y la esperanza. Solo el amor es digno de fe; una fe que no tenga su base en el amor, no es una fe humana, que genere y cree humanidad y nunca será una fe digna de Dios. El amor es lugar de encuentro y el único signo visible que otorga credibilidad a quienes creen en el Dios que predican como amor. Pero, la esperanza es, sin duda, la virtud fundamental. Es posible que sea el factor que distingue a los hombres, no la fe, sino la esperanza. La verdadera distinción no es entre creyentes y no creyentes, sino entre quienes esperan y quienes no. Los que esperan confían en el futuro y abren la puerta de la fe al amor, los que no esperan cultivan la desesperación, la desazón y el vacío existencial.
Dice Torralba que se trata de un cambio de paradigma que exige apertura de miras, fluidez, capacidad de interacción y de comunicación. Propugna una tercera vía: la que consiste en aprender a vivir juntos siendo diferentes, sin renunciar a la diferencia, pero identificando lo que nos une en el plano ontológico, ético, social, estético y político. Esta tercera vía supone, en sí misma, el cumplimiento último y verdadero del proyecto cristiano, que no es hacer más grande la Iglesia, incrementar el número de bautizados o extender la influencia de la comunidad creyente; es, construir el Reino de Dios y sólo puede ser construido con todos los hombres y mujeres de este mundo, independientemente de su creencia, de sus condiciones sociales y de su procedencia y cultura. El Reino de Dios es el que genera la esperanza en un mundo para todos. Quizás, en el mundo actual, la tierra de nadie sea otro nombre para el Reino de Dios.

PPC, Madrid 2013, 327 pp, 14,5 x 22 cm.



Espíritu de misericordia

                    La vida según el Espíritu

                                                           V


                                                      La irrupción de la misericordia

            Jesús inicia la presencia del Reino de Dios en la historia cuando proclama en Galilea: «Se ha cumplido el plazo y está cerca el Reino de Dios: arrepentíos y creed la buena noticia» (Mc 1,15). Poco antes, Juan habla de la necesidad de una penitencia personal para preparar el camino del Señor. Dios toma la iniciativa para recuperar a su criatura, pero es necesario que ésta deje un resquicio de libertad a su endiosamiento y autosuficiencia, que enmascara la maldad en el mundo; debe ceder su poder, en todos los niveles que comporta, a la relación gratuita del amor de Dios, que es la única que puede iluminar las situaciones reales de la persona. Por eso es muy fácil comprender que Jesús sea escuchado en los ámbitos de la pobreza y el pecado, en los que la debilidad abre el corazón a la influencia divina con más libertad, influencia que es de amor misericordioso. Hay dos parábolas que describen esta situación social y esta actitud personal.

           
Jesús es invitado por el fariseo Simón. Entonces se presenta en el convite una pecadora conocida por la gente, que «acudió con un frasco de perfume de mirra, se colocó detrás, a sus pies, y llorando se puso a bañarle los pies en lágrimas y a secárselos con el cabello; le besaba los pies y se los ungía con la mirra» (Lc 7,37-38; cf. Mc 14,3-9; Mt 26,6-13; Jn 12,1-8.). Estas acciones de la mujer provocan, por las reglas de impureza, un juicio del fariseo con el que descalifica a Jesús por no conocer la clase de persona que le está besando los pies: «Si éste fuera profeta, sabría quién y qué clase de mujer lo está tocando, que es una pecadora» (Lc 7,39). Es entonces cuando Jesús propone esta parábola a Simón: «Un acreedor tenía dos deudores: uno le debía quinientos denarios y otro cincuenta. Como no podían pagar, les perdonó a los dos la deuda. ¿Quién de los dos le tendrá más afecto? Contestó Simón: —Supongo que aquel a quien le perdonó más. Le replicó: —Has juzgado correctamente» (Lc 7,41-43). El fariseo comprende la intención de Jesús por la respuesta que le da: amará más aquel a quien se le ha perdonado más.

           
Después de la parábola, Jesús explica a Simón que Dios ha sido muy benevolente con la mujer al perdonarle sus pecados: «Por eso te digo que quedan perdonados sus muchos pecados, porque ha mostrado mucho amor. A quien poco se le perdona, poco amor muestra» (Lc 7,47). Es la razón del porqué responde la pecadora a Dios con tanto afecto mostrado en la unción, el perfume y, en definitiva, el gesto de besarle los pies como símbolo de amor a Jesús que se ofrece como intermediario de la salvación de la mujer. Ésta, arrepentida, y sintiendo la cercanía del amor misericordioso de Dios, encauza su amor y lo manifiesta en signos externos que explicitan la relación íntima que existe entre el amor y el perdón en Dios, la «misericordia entrañable» divina (cf. Neh 9,17; Flp 2,1), y entre el amor y la fe como respuesta del hombre a Dios. Por eso le dice Jesús a la mujer: «Tu fe te ha salvado. Vete en paz» (Lc 7,50), como antes se cuenta en las curaciones de la hemorroisa (cf. Lc 8,48), del leproso (cf. Lc 17,19) y del ciego de Jericó (cf. Lc 18,42), donde el que percibe la misericordia y se siente perdonado y revitalizado puede caminar en la paz.

           
Simón, como fariseo, basa la fe en la relación legal con Dios. Se fija en el creyente para que sus actos respondan a las exigencias de la Ley. Jesús, al contrario, pone su mirada en Dios. Por eso, viendo a la pecadora y hablándole a Simón, fundamenta la fe en el amor, que es la réplica a la Persona que ama previamente. Y con esta visión tan diferente es como Jesús, de nuevo, cuenta que un fariseo y un publicano suben al templo para orar (cf. Lc 18,10-14). Y los presenta de una manera contrapuesta al pertenecer a dos tipos sociorreligiosos distintos. El fariseo, mirándose a sí mismo, hace una oración de acción de gracias con una orientación horizontal, en este caso comparándose con el publicano. Es la beraká judía con la que se bendice a Dios por los dones que se reciben de Él. Y comienza su oración de forma negativa y fundada en el propio orgullo: «Oh Dios, te doy gracias porque no soy como el resto de los hombres, ladrones, injustos, adúlteros, o como ese recaudador» (Lc 18,11). El fariseo observa las leyes del decálogo (cf. Éx 20; Dt 5), y a continuación refiere su obras: «Ayuno dos veces por semana y pago diezmos de cuanto poseo» (Lc 18,12), un ayuno que se cumple el lunes y el jueves y los diezmos que se pagan al Señor como dueño legítimo de la tierra de Israel, según prescribe el Deuteronomio (cf. 14,22-23; 12,6-7.17; Lev 27,30-32).

            El publicano es el que recauda para sí y para el Imperio, que no para Dios. Sin embargo su oración es vertical, su término es Dios. Por tanto tiene una compostura distinta a la del fariseo. Jesús lo describe con signos que remiten a una actitud interior humilde y arrepentida. Distante de la presencia del Señor, en la puerta del atrio de Israel en el templo, no se atreve a levantar los ojos al cielo y se da golpes de pecho (cf. Lc 23,48). Y esta compostura externa responde a la oración que hace, que no es de acción de gracias, sino de súplica: «Oh Dios, ten piedad de este pecador!» (Lc 18,13), y según la pauta que marca el Salmo (51,3): «Misericordia, oh Dios, por tu bondad, por tu inmensa compasión borra mi culpa». Su oficio le hace ser una persona impura en contraste con la pureza que los fariseos cumplen con rigidez.

            La solución que da Jesús es contraria a la opinión común de la gente: «Os digo que éste volvió a su casa absuelto y el otro no. Porque quien se ensalza será humillado, quien se humilla será ensalzado» (Lc 18,14), y en línea con lo que antes subraya el Evangelista sobre los fariseos: «Vosotros pasáis por justos ante los hombres, pero Dios os conoce por dentro. Pues lo que los hombres exaltan lo aborrece Dios» (Lc 16,15). El publicano, por la confesión de su pecado, es declarado justo ante Dios, es decir, comprende y cree a Dios por el amor misericordioso que le restablece su condición de justo. El fariseo, por el contrario, se hace justo a partir de sus propias obras e invoca la presencia de Dios para que ratifique lo que él ya ha conquistado.

            Jesús extiende la actitud del fariseo a los que apoyan su vida en las riquezas (cf. Mc 10,25par), o en cualquier clase de poder (cf. Mc 10,42; Q/ Lc 4,1-13; Mt 4,1-11) que pueda ocultar la relación gratuita de Dios (cf. Mt 10,7-10). Sin embargo, Jesús no anula la potencia natural que vehicula la eficacia de la acción divina, tanto para el servicio a los demás, como para la unión con Él (cf. Mt 25,14-30). Incluso aconseja lucir las cualidades humanas como focos del amor de Dios para que alumbren al mundo sumido en las tinieblas del mal (cf. Mc 4,21par). El Espíritu de Dios ya está actuando en la vida y ministerio de Jesús.


Santos y Beatos: 1-5 julio

1 de julio
Ignacio Falzón (1813-1865)
El beato Ignacio Falzón, de la Orden Franciscana Seglar, nace en La Valetta (Malta) el 1 de julio de 1813; es hijo del abogado José Francisco Falzón y de María Teresa. En 1833 consigue el doctorado en Derecho Canónico y Civil en la Universidad de Malta. No ejerce la profesión de abogado ni se considera digno de recibir la ordenación sacerdotal. Se entrega a la oración, a la adoración al Santísimo y a las devociones a San José y a la Virgen María. Aprende inglés para dedicarse al cuidado espiritual de los soldados británicos que se preparan para la guerra de Crimea. Más de 650 sol-dados reciben el bautismo de sus manos. Vive una existencia silenciosa. Muere el 1 de julio de 1865, día de su 52 cumpleaños. Es enterrado en la iglesia franciscana de Santa María de Jesús, de La Valetta. El papa Juan Pablo II lo beatifica el 9 de mayo de 2001.
Común de Santos Varones,
Oración. Señor, tú que otorgaste al beato Ignacio la gracia de imitar con fidelidad a Cristo pobre y humilde, concédenos también a nosotros, por su intercesión, la gracia de vivir fielmente nuestra vocación, para que así tendamos a la perfección que tú nos has propuesto en la persona de tu Hijo. Que vive y reina contigo.

3 de julio
Tomás, Apóstol
El Evangelio de San Juan (20,24-29) nos relata la incredulidad de Santo Tomás sobre la resurrección de Jesús. El párrafo, que se construye para alabar a los que creen sin haber visto, pone en boca del discípulo de Jesús la proclamación de la fe cristológica del NT: «¡Señor mío y Dios mío!».
Común de Apóstoles
Oración. Señor Dios, concédenos celebrar con alegría la fiesta de tu apóstol Santo Tomás; que él nos ayude con su protección, para que tengamos en nosotros vida abundante por la fe en Jesucristo, tu Hijo, a quien tuapóstol reconoció como su Señor y su Dios. Él, que vive y reina contigo.
4 de julio
Isabel de Portugal (1270-1336)
Santa Isabel de Portugal, de la Orden Franciscana Seglar, nace hacia 1270, en Zaragoza o Barcelona (España); es hija de Pedro III de Aragón y de Constanza de Sicilia, y nieta de Jaime I el Conquistador. A los 12 años es pedida en matrimonio por los príncipes herederos de Inglaterra y de Nápoles y por don Dionís, rey de Portugal, al que se le acepta. El 11 de febrero de 1282 contrae matrimonio por poderes en la capilla de Santa María del palacio real de Barcelona. Mujer humilde, paciente, servicial con los ciudadanos de su pueblo. Tiene dos hijos: Constanza y Alfonso, que en el futuro sería Alfonso IV el Bravo. Interviene en el Concordato entre la Santa Sede y Portugal y en la fundación de la Universidad de Coimbra. Cede su dote a la hija de don Alfonso, hermano de don Dionís, y con ello evita una guerra civil. Favorece las relaciones entre portugueses y castellanos. Es una defensora de la paz entre ambos reinos, entre su marido e hijo, entre su hijo y su nieto Alfonso XI de Castilla, entre la familia real y el pueblo. Construye iglesias y hospitales. Peregrina a Santiago. Muere el 4 julio 1336 en el castillo de Estremoz. Sus restos reposan en Santa Clara de Coimbra. El papa Urbano VIII la canoniza el 25 mayo de 1625.
Común de Santas Mujeres
Oración. Señor Dios, tú nos has revelado que toda la ley se compendia en el amor a ti y al prójimo; concédenos que, imitando la caridad y la defensa de tu paz de Santa Isabel de Portugal, podamos ser un día contados entre los elegidos de tu reino. Por nuestro Señor Jesucristo.

4.1 de julio
                                     
                Cesidio Jaime Antonio de Fossa (1873-1900)
San Cesidio Ángel nace en Fossa (Áquila. Italia) el 30 de agosto de 1873. Se siente atraído por la vocación francis-cana al orar con frecuencia ante las tumbas de los beatos Bernardino de Fossa y Timoteo de Monticchio, sepultados en el convento de Ocre. Inicia el noviciado el 21 de noviembre de 1891. Realizados los estudios eclesiásticos, se dedica a la predicación. Se prepara en Roma para ir a las misiones. Viaja a China y se pone al servicio de la misión que dirige el obispo Antonino Fantosati. Aprende la lengua china y se entrega por entero a la misión, sirviendo los sacramentos y testimoniando con su vida el valor de la fe. El 4 de julio de 1900, los bóxers lo asesinan a golpes de lanza. El 1 de octubre del año 2000, el papa Juan Pablo II lo canoniza; antes había sido beatificado por el papa Pío XII el 24 de noviembre de 1946.
Común de Mártires
Oración. Dios de misericordia, que infundiste tu fuerza a San Cesidio para que pudiera soportar el dolor del martirio, concede a los que hoy celebramos su victoria vivir defendidos de los engaños del enemigo bajo tu protección amorosa. Por nuestro Señor Jesucristo.

5 de julio
Junípero Serra (1713-1784)
El beato Junípero Serra nace en Petra (Mallorca. España) el 24 de noviembre de 1713; es hijo de Antonio Serra y Margarita Ferrer, agricultores. Entra en la Orden en 1730 en Palma de Mallorca. Ordenado sacerdote en 1737, es profesor de filosofía. Alcanza el grado de doctor en la Universidad del beato Raimundo Lulio en 1742. En 1749 viaja al Colegio de San Fernando, en México. Evangeliza durante ocho años las misiones de Sierra Gorda al nordeste de la ciudad de México. Maestro de novicios en la Ciudad de México. Los jesuitas son expulsados de México en 1767 y Fr. Junípero es nombrado presidente de sus misiones en Baja California. En 1769 evangeliza la Alta California y funda las misiones de San Diego (1769), San Carlos Borromeo (1770), San Antonio de Padua (1771), San Gabriel Arcángel (1771), San Luis Obispo (1772), San Francisco de Asís (1776), San Juan de Capistrano (1776), Santa Clara de Asís (1777) y San Buenaventura (1782). Defiende los derechos de los indios ante el Virrey Bucarelli en 1773. Muere el 28 de agosto de 1784 en la Misión de San Carlos Borromeo. El papa Juan Pablo II lo beatifica el 25 de septiembre de 1988.
Común de Pastores o de Santos Varones

Oración. Oh Dios, por tu inefable misericordia, has querido agregar a tu Iglesia a muchos pueblos de América por medio del beato Junípero Serra; concédenos, por su intercesión, que nuestros corazones estén unidos a ti en la caridad, de tal manera que podamos llevar ante los hombres, siempre y en todas partes, la imagen de tu Hijo unigénito, nuestro Señor Jesucristo. Que vive y reina contigo.

lunes, 23 de junio de 2014

Santos y Beatos: 25-30 junio

              25 de junio


                Dorotea Swartz de Montau (1394)

La beata Dorotea Swartz de Montau, de la Orden Franciscana Seglar, nace en Montau (Polonia), el 6 de febrero del año 1347. Se desposa con Albrecht de Danzig, que la maltrata. Tienen nueve hijos. Poco a poco cambia el carácter de su marido con paciencia y sacrificio, estableciendo la paz en el hogar. El matrimonio peregrina a Colonia, Aachen, y Einsiedeln, y en 1390 viajan a Roma. El marido contrae una enfermedad que lo lleva a la muerte. También fallecen ocho de sus hijos. Dorotea establece su residencia en Marienwerder en 1391. El 2 de mayo de 1393 edifica una ermita cerca de la catedral, donde se entrega a la oración y a aconsejar a las personas que se le acercan buscando el consuelo del Señor. Lleva una vida muy austera. Muere en Marienwerder, el 25 junio de 1394. Su confesor John de Marienwerder escribe sus conversaciones y una biografía en latín y alemán. El papa Juan Pablo II la beatifica en el año 1986.
             
Común de Santas Mujeres

Oración. Señor Dios, tú nos has revelado que toda la ley se compendia en el amor a ti y al prójimo; concédenos que, imitando la caridad de la beata Dorotea, podamos ser un día contados entre los elegidos de tu reino. Por nuestro Señor Jesucristo.


                         26 de junio


                 Andrés Jacinto Longhin (1863-1936)

El beato Andrés Jacinto nace el 23 de noviembre de 1863 en Fiumicello di Campodarsego (Padua. Italia), en una familia de campesinos. A los 16 años ingresa en el noviciado en los Franciscanos Capuchinos. Cursa los estudios eclesiásticos en Padua y Venecia. Es ordenado acerdote el 19 de junio de 1886. Profesor de teología y director espiritual del estudiantado capuchino en Venecia. Ministro Provincial en 1902. El 13 de abril de 1904, Pío X lo nombra obispo de Treviso y es consagrado en Roma por el cardenal Merry del Val. Hace la Visita Pastoral, preside un Sínodo, reforma el Seminario, promociona los ejercicios espirituales para los sacerdotes. En la Segunda Guerra mundial permanece con sus sacerdotes en la Diócesis situada en la línea de fuego. Atiende a los soldados heridos, a los ancianos y niños enfermos. El papa Pío XI lo nombra visitador apostólico de Padua y Údine. Muere el 26 de junio de 1936. Juan Pablo II lo beatifica el 20 de octubre de 2002.

                                   Común de Pastores

Oración. Dios de piedad y misericordia, que concediste al beato Andrés Jacinto, obispo, edificar tu Iglesia por medio del anuncio de la fe cristiana y la caridad pastoral, concédenos, por su intercesión, que demos constante testimonio de tu amor sirviendo a los hermanos. Por nuestro Señor Jesucristo.


                26.1 de junio



           Santiago de Ghazir (1875-1954)

El beato Santiago nace en Líbano en el año 1875, hijo de una familia cristiana de rito maronita. Es profesor de árabe en Alejandría (Egipto). Ingresa en los Franciscanos Capuchinos en 1894. Se ordena sacerdote el 1 de noviembre de 1901, después de cursar los estudios de filosofía y teología. Se dedica a la predicación y a la promoción de centros de educación, hospitales y orfanatos para los pobres en el Líbano, Palestina, Irán y Siria. Crea el Instituto de las Hermanas Franciscanas de la Cruz de Líbano para fortalecer sus obras, con especial dedicación a los minusválidos, a los ancianos y enfermos incurables. Sor María Zougheib es la cofundadora de la Congregación. Peregrina a Asís, Roma y Lourdes y en 1913 funda la revista «El Amigo de la Familia». Nota particular de su espiritualidad es la devoción a la Cruz de Cristo y a la Virgen. Muere en Beirut el año 1954. El papa Benedicto XVI lo declara beato el 22 de junio de 2008.


                                   Común de Santos Varones

            Oración. Señor, tú que otorgaste al beato Santiago la gracia de imitar con fidelidad a Cristo pobre y humilde, concédenos también a  nosotros, por su intercesión, la gracia de vivir fielmente nuestra vocación, para que así tendamos a la
perfección que tú nos has propuesto en la persona de tu Hijo. Que vive y reina
contigo.

           27 de junio

               Bienvenido de Gubbio ( ca. 1232)

El beato Bienvenido nace en Gubbio (Perugia. Italia). Es militar y noble caballero. San Francisco visita la ciudad en 1222. Le impresiona tanto que, como Ángel Tancredo, deja las armas para promover la paz con la oración y la vida de pobreza y penitencia. San Francisco le encarga el oficio de cuidar a los leprosos. Él mismo padece graves enfermedades que soporta con paciencia y humildad seráficas. Franciscano contemplativo, promueve las devociones a la Eucaristía y a la Maternidad de María. El 27 de junio de 1232 muere en Corneto (Apulia. Italia). El papa Inocencio XII aprueba su culto con oficio y misa.


 Común de Santos Varones

            Oración. Señor, tú que otorgaste del beato Bienvenido la gracia de imitar con fidelidad a Cristo pobre y humilde, concédenos también a  nosotros, por su intercesión, la gracia de vivir fielmente nuestra vocación, para que así tendamos a la
perfección que tú nos has propuesto en la persona de tu Hijo. Que vive y reina
contigo.

                27.1 de junio


             Margarita Bays (1815-1879)

La beata Margarita Bays, de la Orden Franciscana Seglar, nace en La Pierraz (Friburgo. Suiza), el 8 de septiembre de 1815. Perteneciente a una familia muy sencilla, trabaja de modista y se entrega a la oración, que no abandonará durante toda su vida. Es el alma pacífica y alegre de su familia, compuesta por sus padres y seis hermanos. Es muy activa en las funciones caritativas y catequéticas de su parroquia. Promociona las Obras misionales, la prensa católica, la práctica de la oración y la devoción a la Eucaristía y a la Maternidad de María. Recibe los estigmas de la crucifixión de Jesús. Muere en la fiesta del Sagrado Corazón, el 27 de junio de 1879. El papa Juan Pablo II la beatifica el 29 de octubre de 1995, con las franciscanas María Bernarda Bütler (cf. 19 de mayo), María Teresa Scherer (cf. 16 de junio).

Común de Santas Mujeres

            Oración. Señor Dios, tú nos has revelado que toda la ley se compendia en el amor a ti y al prójimo; concédenos que, imitando la caridad de la beata  Margarita, podamos ser un día contados entre los elegidos de tu reino. Por nuestro Señor Jesucristo.

                       30 de junio



            Raimundo Lulio (1232-1315)

El beato Raimundo Lulio, «Doctor illuminatus», de la Orden Franciscana Seglar, nace en Palma de Mallorca (Baleares. España) en torno al año 1232. En su ciudad se entrelazan las tres culturas: latina, musulmana y bizantina. Contrae matrimonio y tiene dos hijos. Es Mayordomo del hijo del rey Jaime I, que después sería Jaime II de Mallorca. A los 30 años tiene una experiencia religiosa que le hace cambiar de vida, vende sus bienes, peregrina a Santiago de Compostela y se dedica a la conversión de los musulmanes. Entre 1265 y 1274 estudia árabe, gramática, filosofía y teología. Escribe en árabe la Lógica, el Libro de la contemplación, y el Diálogo del gentil con los tres sabios. En 1274 redacta el Ars Magna, el Ars Demonstrativa. Funda en Mallorca un monasterio para doce franciscanos con el fin de evangelizar el Islam, que autoriza Juan XXI en 1276; participa en el Concilio de Vienne (1311-1312), que aprueba su idea de crear cinco institutos de estudios de las lenguas hebrea, árabe, caldea y griega. En 1295 profesa en la Orden Franciscana Seglar. Promueve una cruzada para liberar los territorios de Tierra Santa y estudia y enseña en la Universidad de París. El rey aragonés Jaime II le permite predicar en sinagogas y mezquitas de su Reino. Después viaja a Túnez, Chipre, Asia Menor y Jerusalén en los años 1293, 1307 y 1314-1315. Muere en el viaje de Túnez a Mallorca el 29 de junio del año 1215. El papa Clemente XIII aprueba su culto el 19 de febrero de 1763.
                                  
                                                           Común de un Mártir
            Oración.  Dios de misericordia que concediste a tu mártir, el beato Raimundo Lulio, un ardiente deseo por la propagación de la fe, concédenos, por su intercesión, que nos mantengamos hasta la muerte firmes en la fe recibida por tu gracia. Por nuestro Señor Jesucristo.